El que habla con los muertos (36 page)

BOOK: El que habla con los muertos
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—Y tiene usted razón —concedió Dragosani—. ¿De modo que una explosión se llevó al viejo Janos al infierno? ¡Muy bien! ¿Y ha investigado otros vampiros, Ladislau Giresci? Vamos, cuéntemelo: ¿no hubo ningún Ferenczy que pagara por sus crímenes y fuera ajusticiado cuando estaba en su apogeo? ¿Qué me puede contar de los Cárpatos occidentales, digamos más allá del Oltul?

—¿Cómo? Pero esa zona debería serle familiar, Dragosani —respondió Giresci—. Usted nació allí, después de todo. Y con todo lo que usted sabe, y su inteligencia, y también el fuerte interés que siente por los vampiros, sin duda ha hecho ya sus propias investigaciones y búsquedas.

—¡Claro que sí! ¡Claro que sí! —afirmó Dragosani—. Hace quinientos años, hubo en el oeste una de estas criaturas. Mató a miles de turcos, y fue ajusticiado por su entusiasmo «perverso».

—¡Muy bien! —Giresci golpeó la mesa con el puño; el anciano no parecía notar el cambio experimentado por su huésped—. Sí, está en lo cierto. Se llamaba Thibor, y era un poderoso boyardo, que fue finalmente destruido por los Vlad. Tenía grandes poderes sobre sus seguidores cíngaros —demasiado poder— y los príncipes le temían y estaban celosos de él. Además, es probable que sospecharan que era un wamphyri. Solamente nosotros, los hombres modernos y sofisticados, no creemos en esas cosas. Los primitivos y los bárbaros son, a su manera, más sabios.

—¿Y qué más sabe de ese vampiro? —gruñó Dragosani.

—No mucho. —Giresci bebió más whisky; su mirada era algo turbia, y su aliento apestaba a alcohol—. O al menos, todavía no sé mucho. Él es mi próximo proyecto de investigación. Sé que fue ejecutado…

—Asesinado —lo interrumpió Dragosani.

—Asesinado, pues, al oeste del río, más abajo de lonesti, y que le clavaron una estaca y lo enterraron en un lugar secreto, pero…

—¿Thibor fue decapitado, también?

—No he encontrado ningún documento que lo pruebe. Yo…

—¡No lo fue! —susurró Dragosani con los dientes apretados—. Lo ataron con cadenas de hierro y de plata, le atravesaron el corazón con una estaca y lo enterraron. Pero no le cortaron la cabeza y usted, mejor que nadie, debería saber lo que eso significa. No estaba muerto. Estaba no-muerto.
¡Aún lo está!

Giresci se esforzó por mantenerse erguido en la silla. Por fin había advertido que algo no estaba bien. Sus ojos habían tenido una mirada un poco vidriosa, pero ahora volvían a ver con normalidad. Vio la mueca en el rostro de Dragosani y comenzó a temblar.

—Este lugar está demasiado oscuro —farfulló—. Demasiado cerrado. —Y extendió una mano temblorosa para abrir una de las contraventanas.

El sol entró de inmediato en la habitación.

Dragosani, que se había levantado, estaba inclinado hacia adelante, como al acecho. Su mano cogió la muñeca de Giresci con dedos que parecían bandas de acero. Su apretón era feroz.

—¿Con que su próximo proyecto, viejo tonto?, y si lo hubiera encontrado, si hubiera descubierto la tumba del vampiro, ¿qué habría hecho? El viejo Faethor se lo enseñó, ¿no es verdad? ¿Y usted lo habría hecho otra vez, Ladislau Giresci?

—¿Qué dice? ¿Está loco? —Giresci se echó hacia atrás, y sin proponérselo arrastró la mano y el brazo del hombre más joven bajo los rayos del sol; Dragosani lo soltó al instante y retrocedió a la zona más sombría de la habitación. Había sentido la luz del sol sobre su brazo como si fuera un ácido, y en ese momento había comprendido.

—¡Thibor! —dijo, escupiendo la palabra como si tuviera sabor a bilis—. ¡Tú!

—¡Pero hombre, usted está enfermo! —Giresci intentaba ponerse de pie.

—¡Tú, viejo bastardo, demonio, criatura enterrada! ¡Querías usarme! —Dragosani parecía delirar, hablar consigo mismo, pero en lo profundo de su mente, en el umbral de la conciencia, algo rió con malevolencia y se replegó.

—¡Usted necesita un médico! —exclamó Giresci—. ¡Tiene que ver a un psiquiatra!

Dragosani no le hizo caso. Ahora lo comprendía todo. Fue hasta la mesita donde había dejado su pistola y la metió en la pistolera que llevaba en el sobaco. Ya salía de la habitación cuando se detuvo y regresó junto a Giresci. Éste se encogió de miedo.

—¡Usted sabe demasiado! —balbuceó el viejo—. ¡Demasiado! No sé quién es, pero…

—Escúcheme —ordenó Dragosani.

—Ni siquiera sé qué es usted, Dragosani. Yo…

Dragosani lo golpeó con el dorso de la mano y lo hirió en la boca. La cabeza del viejo se sacudió en su descarnado cuello.

—¡Escúcheme, le digo!

Cuando Giresci volvió a mirar a Dragosani, sus ojos, muy abiertos a causa de la impresión, estaban llenos de lágrimas.

—Lo… lo escucho.

—Dos cosas —puntualizó Dragosani—. La primera: no hablará con nadie sobre Faethor Ferenczy, ni sobre lo que ha descubierto acerca de él. La segunda: no volverá a mencionar el nombre de Thibor Ferenczy, ni intentará saber más cosas acerca de él. ¿Entendido?

Giresci asintió, y en los segundos que siguieron abrió aún más grandes los ojos.

—¿Es… es usted?

Dragosani soltó una risa estridente.

—¿Yo? ¡Hombre, si yo fuera Thibor, usted ya estaría muerto! No, pero lo conozco, y ahora él lo conoce a usted. —Se dirigió hacia la puerta, y allí se detuvo y miró a Giresci por encima del hombro—. Es posible que vuelva a tener noticias mías. Hasta entonces, Giresci. Y recuerde muy bien lo que le he dicho.

Cuando salió de la casa a la luz del día, Dragosani dio un respingo y apretó los dientes, pero el sol no le hizo daño. Aun así, pensó que nunca más volvería a sentirse cómodo bajo sus rayos. No era Dragosani sino Thibor el que había sentido el dolor producido por la luz en casa de Giresci. Thibor, el viejo demonio enterrado, que en ese momento había tenido una influencia mayor en él; lo había dominado. Pero Dragosani, no obstante saber que las cosas habían sucedido de esa manera, se sintió mucho mejor cuando subió al coche, donde el sol ya no daba directamente sobre él. El interior del Volga estaba caliente como un horno, pero aquel calor no tenía nada de sobrenatural. Dragosani bajó las ventanillas, puso el coche en marcha, y se dirigió a la ruta principal; la temperatura bajó y pudo respirar con más facilidad.

Sólo entonces Dragosani penetró en su propia mente para desenterrar aquella especie de sanguijuela que se escondía allí. Sabía que si Thibor podía llegar hasta él, un movimiento inverso también era posible.

—Sí, viejo demonio, ahora conozco tu nombre —dijo—. Eras tú, Thibor, quien en casa de Giresci guiaba mi lengua, y me hacía formular las preguntas. ¿Verdad que eras tú?

Durante un momento no hubo respuesta. Después:

No voy a negarlo, Dragosani. Pero seamos sensatos: no hice nada para esconder mi presencia. Y nadie resultó perjudicado. Yo simplemente

—¡Estabas probando tu poder! —replicó Dragosani—. Intentaste usurpar mi mente. Lo has intentado durante los últimos tres años, y habrías tenido éxito si yo no hubiera estado tan lejos. Ahora lo veo todo claro.

¿Qué? ¿Me acusas? Dragosani, recuerda que fuiste tú quien vino a mí la última vez. Me invitaste libre, voluntariamente, a penetrar en tu mente. Me pediste ayuda con esa mujer, y yo te la di de buen grado
.

—¡Estabas demasiado deseoso de ayudarme! —dijo Dragosani con amargura—. Le hice daño a esa chica. O se lo hiciste tú mediante mi cuerpo. Tu lujuria en mi cuerpo… apenas si pude dominarlo. ¡Podría haberla matado!

Gozaste
. (Un susurro malicioso.)

—¡No, gozaste tú! Yo simplemente me dejé llevar. Bueno, quizás ella se lo merecía, pero yo no me merezco que te introduzcas en mi mente como un ladrón para robar mis pensamientos. Y tu lujuria permanece en mi cuerpo. Tú sin duda sabías que iba a ser así. Mi invitación no era permanente, viejo dragón. De todas formas, he aprendido la lección. No me puedo fiar de ti. Jamás. Eres un traidor.

¿Qué?
La voz en la cabeza de Dragosani sonó burlona.
¿Yo, un traidor? Dragosani, soy tu padre

—¡Padre de mentiras! —respondió Dragosani.

¿Cómo te he mentido?

—Me has mentido de muchas maneras. Hace tres años estabas débil y yo te llevé comida. Te devolví un poco de tu fuerza. Te burlaste de la sangre de cerdo y dijiste que sólo era buena para vigorizar la tierra. ¡Mentira! Te dio vigor a ti, te dio la fuerza suficiente como para que ahora, tres años más tarde y a plena luz, tu mente pudiera alcanzar la mía. Bueno, ya no volveré a alimentarte. Además, me dijiste que la luz del sol solamente te irritaba. Otra mentira, he percibido cómo te quemaba. ¿Y cuántas mentiras más me has contado? No, Thibor, todo lo que tú haces es para tu propia conveniencia. Lo había sospechado, pero ahora lo sé con certeza.

¿Y qué harás al respecto?
(¿Advirtió Dragosani un temblor de miedo en la voz mental? ¿Estaba inquieta la criatura enterrada?)

—Nada —respondió.

¿Nada?
(Alivio.)

—Nada en absoluto. Quizá cometí un error al querer ser como tú, al desear ser un wamphyri. Puede que ahora me marche de aquí, y esta vez no regresaré, y deje que los años se encarguen de ti. Tal vez le he dado a tus viejos huesos un poco de carne, algo de vida, pero los siglos se encargarán de quitártela, estoy seguro.

¡No, Dragosani!
(Ahora había miedo verdadero, pánico.)
Escucha: yo no estaba probando mi poder, no estaba probando nada. ¿Recuerdas que te conté que yo no era único, que incluso ahora existían otros miembros de la especie de los wamphyri? Te dije que había esperado durante siglos que vinieran a liberarme, o a vengar lo que me habían hecho, y que nunca llegaron. ¿Lo recuerdas?

—Sí, ¿y qué tiene eso que ver?

¿No
lo ves? Si nuestros papeles se invirtieran, ¿podrías resistir tú? Me diste la oportunidad de averiguar lo que había sucedido con los otros, de saber qué había sido de ellos. El viejo Faethor, mi padre, muerto por fin. Y Janos, un hermano que siempre me odió, voló con los gases de lo que guardaba en sus mazmorras. ¡Ay, muertos los dos, y me alegro! ¿Por qué? ¿Acaso no dejaron durante quinientos años que me pudriera en la tierra? Claro que me oyeron llamarlos durante todas esas terribles noches, puedes estar seguro. Pero no acudieron a liberarme, no. ¿De modo que Ladislau Giresci se cree un gran investigador de vampiros? ¡Ya le habría enseñado yo a encontrarlos, a seguir la pista de esos dos que me dejaron por los siglos de los siglos entre la suciedad y los gusanos! Pero ahora ya se han ido, y con ellos también se ha ido mi venganza

Dragosani sonrió con amargura.

—No puedo menos que preguntarme, Thibor, por qué te abandonaron a tu destino. Tu propio padre, por ejemplo, Faethor Ferenczy. ¿Quién podría conocerte mejor que él? ¿Y por qué te odiaba tanto tu hermano Janos? Uno nunca termina de conocerte, ¿verdad, Thibor? ¿Qué eras, una oveja negra entre los vampiros? Parece imposible, pero ¿por qué no? Tú mismo has mencionado más de una vez tus excesos. Y yo los he podido experimentar personalmente. ¿Te remuerde alguna vez la conciencia por las cosas que has hecho? ¿O los wamphyri no tenéis conciencia?

Das demasiada importancia a cosas que no la tienen, Dragosani
.

—¿Sí? Yo no pienso lo mismo. Estoy empezando a conocerte, Thibor. Cuando no mientes, tratas de oscurecer la verdad. Es tu manera de ser, no sabes ser de otro modo.

El vampiro estaba furioso.

Te complaces insultándome porque sabes que no puedo atacarte. Explícate, ¿cómo he oscurecido la verdad?

—¿No has dicho que yo te «di» la oportunidad de descubrir qué había sido de tus parientes? De hecho, la oportunidad te la fabricaste tú. Cuando salí de Moscú no pensaba ir a la biblioteca de Pitesti, Thibor, pero tú pusiste ese pensamiento en mi cabeza, ¿no? Y cuando te enteraste de la existencia de Ladislau Giresci, me impulsaste a ir a verlo. ¿O no fue así?

Escucha, Dragosani

—No, escucha tú. Me has utilizado. Me has usado de la manera en que los vampiros de las novelas populares usan a sus vasallos humanos, igual que usaste a tus siervos cíngaros hace quinientos años. Pero yo no soy tu siervo, Thibor Ferenczy, y ése ha sido tu gran error. Un error del que te arrepentirás.

¡Dragosani!

—No quiero oír ni una palabra más, viejo dragón, de tu lengua viperina. Sólo puedes hacer una cosa por mí: ¡irte de mi mente!

La mente de Dragosani estaba ya plenamente desarrollada, entrenada y aguda como uno de sus escalpelos. Insensibilizada por la nigromancia que el vampiro le había enseñado, su filo era rápido y mortal. Cuando estaba en acción, la diferencia en agudeza que había entre ella y la mente de un hombre normal era la misma que entre la mente de ese hombre y la de un débil mental.

Pero ¿cuan fuerte era? Dragosani la puso ahora a prueba. Cerró su mente, arrojando fuera de ella al monstruo, empujándolo para que se fuera.

¡Ingrato!
, lo acusó Thibor mientras retrocedía.
Pero no creas que esto acaba aquí. Un día me necesitarás, y entonces volverás. Pero no esperes demasiado tiempo, Dragosani. A lo sumo un año; si esperas más, será mejor que abandones toda esperanza de adquirir los conocimientos del wamphyri, porque será demasiado tarde. Un año, hijo mío, no más que un año. Estaré esperándote, y quizá para entonces… te… habré… perdonado… Dragosaaniiii

Ya se había marchado.

Dragosani se distendió, respiró profundamente, y de pronto se sintió exhausto. No había sido fácil exorcizar a Thibor. El vampiro había resistido, pero Dragosani fue más fuerte. Aunque el verdadero problema no había sido echarlo; lo realmente difícil sería mantenerlo fuera de su mente. Claro que, pensándolo bien, quizá no fuera así. Ahora que sabía que Thibor era capaz de introducirse sigilosamente en su ser, estaría alerta, esperando al viejo demonio.

En cuanto a sus vacaciones rumanas, habían terminado antes de empezar. Dragosani soltó un taco, apretó furioso los frenos, dio la media vuelta con el coche y emprendió el regreso por el mismo camino por el que había venido. Estaba cansado, pero dormiría más tarde. Ahora, todo lo que quería era poner distancia entre su persona y la vieja criatura enterrada.

Dragosani se detuvo afuera de Bucarest a cargar gasolina e intentó despertar a Thibor. Aún era de día, pero obtuvo una débil respuesta, un temblor en la mente que resonaba como un féretro y se retorcía como los gusanos de una tumba. En Braida, al atardecer, probó de nuevo. La presencia se hizo más vigorosa a medida que caía la noche. Thibor estaba allí, y quizás habría respondido si Dragosani le hubiera dado la ocasión. No lo hizo; cerró su mente y siguió conduciendo. En Reñí, después de pasar la aduana, bajó sus defensas y literalmente invitó a Thibor a que entrara. Era noche cerrada, pero el susurro en la mente de Dragosani fue muy débil, como si llegara desde millones de kilómetros de distancia.

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