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Authors: Antoine de Saint-Exupéry

Tags: #Fantástico, Juvenil

El Principito (2 page)

BOOK: El Principito
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—¡No importa —me respondió—, píntame un cordero!

Como nunca había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:

—¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.

Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:

—¡No! Éste está ya muy enfermo. Haz otro.

Volví a dibujar.

Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.

—¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos.

Rehíce nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.

—Éste es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrapateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:

—Ésta es la caja. El cordero que quieres está adentro.

Con gran sorpresa mía, el rostro de mi joven juez se iluminó:

—¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesaria mucha hierba para este cordero?

—¿Por qué?

—Porque en mi tierra es todo tan pequeño…

Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:

—¡Bueno, no tan pequeño! Está dormido.

Y así fue como conocí al principito.

Capítulo
3

Me costó mucho tiempo comprender de dónde venía. El principito, que me hacía muchas preguntas, jamás parecía oír las mías. Fueron palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron todo. Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por tratarse de un dibujo demasiado complicado para mí) me preguntó:

—¿Qué cosa es ésa?

—Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión.

Me sentía orgulloso al decirle que volaba. Él entonces gritó:

—¡Cómo! ¿Has caído del cielo?

—Sí —le dije modestamente.

—¡Ah, qué curioso!

Y el principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me gusta que mis desgracias se tomen en serio. Y añadió:

—Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?

Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté bruscamente:

—¿Tú vienes, pues, de otro planeta?

Pero no me respondió; movía lentamente la cabeza mirando detenidamente mi avión.

—Es cierto, que, encima de eso, no puedes venir de muy lejos.

Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su bolsillo mi cordero, se abismó en la contemplación de su tesoro.

Imagínense cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros planetas. Me esforcé, pues, en saber algo más:

—¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está «tu casa»? ¿Dónde quieres llevarte mi cordero?

Después de meditar silenciosamente me respondió:

—Lo bueno de la caja que me has dado es que por la noche le servirá de casa.

—Sin duda. Y si eres bueno te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el día.

Esta proposición pareció chocar al principito.

—¿Atarlo? ¡Qué idea más rara!

—Si no lo atas, se irá quién sabe dónde y se perderá.

Mi amigo soltó una nueva carcajada.

—¿Y dónde quieres que vaya?

—No sé, a cualquier parte. Derecho, camino adelante.

Entonces el principito señaló con gravedad:

—¡No importa, es muy pequeña mi tierra!

Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:

—Derecho, camino adelante. No se puede ir muy lejos.

Capítulo
4

De esta manera supe una segunda cosa muy importante: su planeta de origen era apenas más grande que una casa.

Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los grandes planetas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces que es difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un astrónomo descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama, por ejemplo, «el asteroide 3251».

Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909 por un astrónomo turco.

Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.

Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: «¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?» Pero en cambio preguntan: «¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?» Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: «He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado», jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: «He visto una casa que vale cien mil francos». Entonces exclaman entusiasmados: «¡Oh, qué preciosa es!».

De tal manera, si les decimos: «La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe», las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: «el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612», quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.

Pero nosotros, que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:

«Era una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo.» Para aquellos que comprenden la vida, esto hubiera parecido más real.

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