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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (12 page)

BOOK: El primer apóstol
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Rogan miró hacia la parte de atrás de la casa. Asintió con la cabeza mirando a Alberti, quien sacó una palanqueta del bolsillo de su chaqueta. Introdujo la punta de la herramienta entre la puerta y el marco, la cambió de posición e hizo palanca, empujando la puerta hacia delante. La puerta se movió ligeramente, pero luego se quedó atrancada: había algo atascado.

Rogan sacó su linterna e iluminó la ventana, proyectando rayos de luz al interior de la cocina mientras intentaba averiguar la causa del problema. Orientó la linterna hacia abajo, y refunfuñó entre dientes.

Se había colocado una silla a modo de cuña debajo del picaporte de la puerta. Rogan negó con la cabeza mirando a Alberti, quien retiró la palanqueta y retrocedió.

Los dos hombres caminaron en silencio por el muro de atrás de la casa en dirección a la ventana más cercana. Como el resto de ventanas de la planta baja de la propiedad, estaba protegida completamente por sólidos postigos de madera, pero Rogan no pensó que eso fuera un problema: simplemente iba a ser una solución más ruidosa. Comprobó el cerrojo con la linterna, y asintió con satisfacción. Los postigos estaban cerrados con un pestillo central que no solo cerraba las dos mitades, sino que además las fijaba a la pared mediante pasadores en la parte superior e inferior. Se trataba de un diseño sencillo con un único defecto. Con solo quitar el pestillo, se soltarían de inmediato los pasadores, y los postigos se abrirían de golpe.

Rogan cogió la palanqueta que tenía Alberti y deslizó su punta entre los dos postigos. Luego la levantó para que entrara en contacto con la parte inferior del pestillo, y golpeó el otro extremo bruscamente. Con un chirrido, el pestillo se levantó y los dos postigos se abrieron hacia afuera. Rogan los abrió del todo y los volvió a sujetar con los ganchos que los fijaban a la pared.

En su dormitorio, situado prácticamente encima, Bronson continuaba completamente despierto, tumbado en silencio en la oscuridad y dándole vueltas al significado de las tres palabras en latín.

Oyó un ruido (un clic metálico seguido de un crujido y otros clics) y salió de la cama para ver qué pasaba. Se dirigió a la ventana y miró por ella cuidadosamente.

En la parte trasera de la casa vio dos oscuras siluetas, corpulentas bajo las sombras proyectadas por la luna, y la luz de una pequeña linterna que iluminaba una de las ventanas de la planta de abajo. Los postigos que había cerrado hacia aproximadamente una hora estaban completamente abiertos.

Bronson se alejó de la ventana lentamente y se dirigió al lugar donde había dejado su ropa. Se puso un jersey con cuello alto negro y unos pantalones oscuros, y deslizó los pies dentro de sus zapatillas de deporte. Luego abrió lentamente la puerta del dormitorio, recorrió el descansillo y bajó las escaleras.

Que él supiera, no había ninguna pistola en la casa, pero había varios bastones robustos en un paragüero situado junto a la puerta. Sacó el más grande y calculó el peso con la mano. Eso serviría, pensó. Luego se dirigió a la sala de estar, cuya puerta por suerte estaba entornada, y la abrió lo suficiente para poder colarse dentro de la habitación.

Que los postigos estaban abiertos estaba claro (el resto de las ventanas se veían oscuras) y Bronson se dirigió a la izquierda, manteniéndose agachado. No pudo ver a sus inoportunos visitantes por la ventana, lo que sencillamente significaba que todavía no habían roto uno de los paneles de cristal para entrar.

La ventana tenía un marco de madera y doce paneles pequeños compuestos de un solo cristal, y Rogan había venido preparado. El no había previsto que no pudieran utilizar la puerta de atrás de nuevo, pero siempre que tenía un robo entre manos disponía de un plan alternativo. Y en una casa tan antigua como esta, con un sistema de seguridad tan básico, romper una ventana y entrar a través de ella era la opción más clara.

Sacó un rollo de cinta adhesiva del bolsillo e hizo varias tiras, que iba entregando a Alberti, quien las pegaba al cristal formando una estrella, y dejando una especie de «mango» que sobresalía en el centro, y que estaba formado por las partes centrales de la cinta. Luego Alberti sujetó la cinta con la mano izquierda, invirtió la palanqueta y golpeó la ventana bruscamente con el extremo redondeado. El cristal se rompió de forma instantánea, pero pegado a la cinta, y él lentamente extrajo el panel roto. Le entregó el cristal a Rogan, quien lo colocó cuidadosamente en el suelo, luego metió la mano y levantó el pestillo para abrir la ventana.

A pesar de haber sido lo más silenciosos posible, cabía la evidente posibilidad de que el ruido se hubiera oído en el interior de la casa. Así que, antes de entrar, Alberti sacó la pistola de la funda que llevaba colgada del hombro, comprobó el cargador e insertó una bala en la recámara tirando del pasador. Puso el seguro y, a continuación, se agarró al lado izquierdo del marco de la ventana, posó el pie derecho en una piedra que sobresalía de la pared y se subió a la ventana abierta para entrar de un salto en el interior de la habitación.

En ese momento, Bronson actuó. Había visto y oído como se rompía el cristal, e imaginó cuál sería el siguiente movimiento de los intrusos, también cayó en la cuenta de que si los dos hombres lograban entrar, no tendría ninguna posibilidad.

Así que, cuando Alberti se inclinó hacia delante, con el brazo extendido, preparado para saltar dentro de la habitación, Bronson se alejó de la pared y lo golpeó con toda su fuerza con el bastón, rompiéndole de inmediato el brazo derecho al italiano a unos centímetros del hombro. El intruso dio un grito de dolor, dejó caer la automática, y en un acto reflejo se tiró hacia atrás, cayendo aparatosamente en el suelo.

Por unos segundos Rogan no supo qué había ocurrido. Retrocedió para que Alberti tuviera espacio para levantarse y saltar por la ventana, pero en cuestión de segundos su compañero cayó hacia atrás gritando de dolor. Luego, bajo la luz de la luna, vio el brazo de Alberti y se dio cuenta de que se lo había partido, lo que solo podía significar una cosa. Se aproximó a la ventana y levantó su pistola. Vio como una forma poco definida se movía en el interior de la oscuridad de la casa. Rogan dirigió el arma hacia su objetivo, apuntó y apretó el gatillo. La bala hizo añicos uno de los paneles de cristal que había quedado intacto y se incrustó en una pared del interior de la habitación.

La detonación de la pistola fue ensordecedora a tan corta distancia, y más tarde se oyó el ruido de cristales rotos. Su formación militar salió a la luz y se tiró al suelo. Pero Bronson sabía que si el intruso se levantaba y miraba en la habitación, lo vería claramente. Tenía que esconderse, y rápido.

La base de la ventana de la planta baja era más alta de lo normal y el segundo hombre tenía que permanecer prácticamente de puntillas, que no era la posición ideal para disparar a larga distancia. Si se movía con rapidez, podría ponerse a salvo.

Bronson se puso de pie de un salto y recorrió la habitación, agachado y balanceándose. Se oyeron dos tiros más, cuya detonación sonó como un estruendo en el silencio de la noche. Oyó como las balas rompían los sólidos muros de piedra, pero ninguna lo alcanzó.

Antes de que los obreros llegaran, el salón tenía un gran juego de sofá y dos sillones con marco de madera, un par de mesas de café y alrededor de media docena de sillas de menor tamaño, que estaban ahora apilados en aproximadamente el centro del suelo.

Bronson no se hacía ilusiones pensando que un grupo de muebles, independientemente de los sólidos que fueran, resultara suficiente para detener una bala de nueve milímetros, pero si el intruso no lo veía, no tendría nada a lo que apuntar. Así que se tumbó detrás del bulto que estaba cubierto con una sábana y se apretujó contra los tablones de madera del suelo.

Luego esperó.

Alberti se puso de pie tambaleándose, intentando agarrarse el brazo roto y gritando de dolor. Rogan sabía que no había posibilidad de entrar en la casa esa noche. Aunque Hampton, o quienquiera que estuviese en el interior de la propiedad no hubiera llamado a los Carabinieri, era muy probable que alguien del vecindario hubiera oído los disparos y realizara la llamada. Además tenía que llevar a Alberti a un hospital, aunque solo fuera para que cerrara la boca.

—Vamos —dijo precipitadamente, enfundando su pistola y agachándose para ayudar a su compañero a levantarse—. Volvamos al coche.

En un par de minutos los dos hombres habían desaparecido en medio de la noche.

Bronson continuaba agachado detrás de la pila de muebles cuando oyó el ruido de unas pisadas sobre su cabeza. Momentos más tarde, las luces del vestíbulo se encendieron. Bronson sabía que tenía que evitar que su amigo se dirigiera al lugar del tiroteo, así que miró rápidamente la ventana que estaba abierta, y de un salto corrió hasta la puerta, la abrió de un tirón y salió al vestíbulo.

—¿Qué demonios está pasando, Chris? —preguntó Mark, restregándose los ojos—. Esos ruidos parecían disparos.

—Has dado en el clavo. Acabamos de tener visita.

—¿Qué?

—Espera un momento. Quédate aquí en el vestíbulo, no entres en el salón. ¿Dónde está el interruptor de las luces de seguridad?

Mark señaló un grupo de interruptores que estaban al final del vestíbulo, junto al pasillo que conducía a la cocina.

—Abajo a la derecha.

Bronson se dirigió al panel y le dio al interruptor.

—No entres en el salón, Mark —le advirtió una vez más, y subió corriendo las escaleras. En la primera planta, abrió las ventanas, una tras otra, y miró afuera, comprobando los alrededores de la casa. Las luces de seguridad que los Hampton habían instalado estaban colocadas justamente debajo de las ventanas del dormitorio, para que el cambio de los focos halógenos resultara lo más fácil posible, lo que tenía la fortuita ventaja de permitir que desde la primera planta se pudiera ver el perímetro de la propiedad sin ser visto desde abajo.

Bronson lo comprobó dos veces, pero los hombres, quienquiera que fuesen, se habían ido. El único ruido que oyó (aparte del de los animales) fue el del motor de un coche que se alejaba a toda velocidad, probablemente los dos ladrones que huían. Comprobó una vez más todas las ventanas, y más tarde bajó las escaleras en dirección al vestíbulo, donde Mark estaba esperando obedientemente.

—Creo que es probable que esos tipos sean los mismos que entraron en la casa con anterioridad —explicó Bronson—. Decidieron entrar por la ventana porque había atascado la puerta de atrás con una silla.

—¿Y te han disparado?

—Por lo menos tres veces, puede que cuatro. Esperad aquí mientras cierro los postigos del salón.

Bronson abrió la puerta cuidadosamente, miró dentro y entró en la habitación a grandes zancadas. Se dirigió a la ventana abierta, miró a través de ella para comprobar que no había nadie a la vista, y se asomó para cerrar los postigos. Puso el cerrojo a la ventana, y más tarde encendió las luces principales. Mientras Mark lo seguía hacia el interior de la habitación, Bronson vio algo tirado en el suelo junto a la ventana rota, y en un momento se dio cuenta de que se trataba de una pistola semiautomática.

Bronson la cogió del suelo, retiró el cargador y sacó el cartucho de la recámara. La pistola era una nueve milímetros Browning Hi-Power bastante usada, una de las pistolas semiautomáticas más populares y de mayor confianza. Volvió a colocar el cartucho que había extraído en el cargador, volvió a cargar el arma aunque no metió ningún cartucho en la recámara, y se la guardó en la cinturilla de los pantalones.

—¿Es tuya? —preguntó Mark. Bronson negó con la cabeza.

—Las únicas personas en Gran Bretaña que tienen pistolas hoy en día son los delincuentes, y todo gracias al círculo de idiotas y cuentistas políticos que supuestamente gobiernan el país. No, esto lo tiró el tipo que intentaba entrar por la ventana. Esta gente va en serio, Mark.

—Será mejor que llamemos a la policía.

—Recuerda que soy policía. Además, no hay nada que puedan hacer.

—Pero esos hombres han intentado entrar y te han disparado, por Dios.

—Ya lo sé —dijo Bronson pacientemente—, pero lo cierto es que no tenemos ni idea de quiénes son, y la única prueba física que tenemos (partiendo de la base de que no han sido lo suficientemente estúpidos como para que se les hayan caído las carteras en algún lugar de los alrededores de la casa) es que hay una puerta forzada, una ventana rota y un par de impactos de bala.

—Pero tú tienes la pistola. ¿No podría la policía seguir el rastro...? —La voz de Mark se apagó al caer en la cuenta de la inutilidad de su sugerencia.

—El tipo de personas que allanan las casas ajenas nunca llevan pistolas a las que se pueda seguir el rastro. Puede que sean delincuentes, pero no son estúpidos.

—Pero tenemos que hacer algo —protestó Mark.

—Lo haremos —le aseguró Bronson—. De hecho, ya lo estamos haciendo. —Señaló la piedra que estaba a la vista por encima de la chimenea—. Una vez que sepamos qué significa eso, probablemente sabremos por qué un par de tipos malos estaban dispuestos a entrar en la casa con una pistola. Y lo que es más importante, puede que logremos descubrir quién los ha enviado.

—¿Qué quieres decir?

—En mi opinión, esos dos hombres eran solo un par de matones, contratados para el trabajo. Aunque los hubiéramos cogido, es muy probable que no sepan nada más aparte de las órdenes específicas que han recibido. Hay un plan oculto en lo que está pasando aquí, y eso es lo que tenemos que tener en cuenta, si queremos encontrarle algo de sentido a esto. Y esa inscripción es el centro de todo.

IV

Saliendo de Roma, Rogan detuvo el coche en la zona de estacionamiento y apagó el motor. Alberti estaba acurrucado en el asiento del copiloto junto a él, gimiendo y gritando de dolor por su destrozado brazo. Rogan había conducido lo más rápido posible, y solo había parado una vez para llamar a Mandino y explicarle lo que había ocurrido, pero les había llevado una hora larga llegar a su destino. El dolor de Alberti era evidente, pero Rogan seguía queriendo que cerrara el pico de una vez.

—Déjalo ya, ¿vale? Ya hemos llegado. En un par de minutos te pondrán una inyección en el hombro y cuando te despiertes, todo habrá pasado.

Salió del coche, dio la vuelta y abrió la puerta del copiloto.

—No me toques —dijo Alberti, con una voz ronca y distorsionada, mientras intentaba con gran dificultad salir del coche, tomando impulso solo con el brazo izquierdo.

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