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Authors: Albert Espinosa

El Mundo Amarillo (8 page)

BOOK: El Mundo Amarillo
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Tuve veinte compañeros de habitación: diecinueve fueron geniales, uno fue horrible (roncaba, no hablaba y era un tostón que sólo repetía: «Soy un ser humano»). Los diecinueve restantes me marcaron. La estadística es francamente positiva.

Aún ahora busco compañeros de habitación; creo que es lo que más busco. Puedes encontrar compañeros de habitación en la vida real; tan sólo debes saber que no los encontrarás en un hospital sino fuera de él: en un ascensor, en un trabajo, en una tienda.

Y es que los amarillos (ya hablaremos ampliamente de ellos en su momento) son la base del mundo.

Pero lo importante es buscarlos, buscar esos compañeros de habitación.

1. Fijarte en un desconocido. Alguien que te llame poderosamente la atención.

2. Hablarle. Tan sencillo como hablarle. Expresarle lo que te sugiere. Buscar la manera de adentrarte en él, suavemente, muy suavemente.

3. Concederle cuarenta y ocho horas. La gente siempre necesita cuarenta y ocho horas para bajar la guardia, para confiar, para ponerse el pijama, para aceptar a alguien.

4. Y disfrutar de tu compañero/a de habitación.

Pero eso es tan sólo el inicio. Si encuentras compañeros fuera, puedes también encontrar al resto: los celadores, los médicos, las enfermeras y los amarillos.

No quiero decir con eso que tengas que conocer médicos fuera del hospital y hacerte amigo de ellos, sino que hay gente que puede ejercer en ti del mismo modo en que un médico ejerce en tu cuerpo y en tu enfermedad.

1. Para mí encontrar médicos es encontrar gente que te pueda sanar o escuchar. Son necesarios, forman parte de la red amarilla o de amigos. Pero es necesario poder dividirlos, poder crear una diferencia entre ellos, porque de ese modo sabrás que debes acudir a ese tipo de amigos amarillos doctores cuando no estés bien.

2. Las enfermeras/os son y serán gente que puede acompañarte a cualquier lugar, darte fuerza en silencio o estar contigo en miles de problemas que tengas. Son ese tipo de gente a la que acabas agradeciéndole algo que han hecho miles y miles de veces, porque que te acompañen a un lugar aburrido un día soleado de verano cuando podrían estar en la playa es impagable.

3. Los celadores son personas puntuales, son encuentros fortuitos, gente altruista que te echa un cable en un momento determinado de tu vida. Tanto puede ser en una carretera cuando tienes un problema con el coche como prestándote dinero después de un robo. Es lo que mucha gente denomina almas caritativas. Para mí eso son los celadores.

De los amarillos hablaremos largo y tendido enseguida. Paciencia, paciencia. Por ahora creemos el hospital fuera, el entorno.

Vigésimo descubrimiento:

«¿Quieres tomarte un REM conmigo?»

Las noches te dan fuerzas para cambiar el rumbo de tu vida. Tan sólo necesitas saber que quieres cambiar y que el amanecer no llegue pronto.

Cristian, el hermano de alguien a quien olvidé.

Las noches son el momento más amarillo del día. Me encantan las noches, permiten que se haga realidad casi todo.

Las noches en el hospital eran estupendas. Eran tranquilas. Durante años los pelones nos escapábamos por la noche, cogíamos nuestras sillas de ruedas e íbamos a la aventura, a recorrer esas seis inmensas plantas.

Aunque no teníamos moto, ni podíamos ir a la discoteca, teníamos sillas de ruedas y numerosos sitios que visitar y donde jugar. Todos los días cada uno elegía dónde ir, dónde pasar la noche. Mi lugar preferido era ir a ver a los «otros» pelones: a los bebés recién nacidos. Era una sensación extraña: íbamos, les hacíamos carantoñas, les hacíamos reír y ellos nos miraban y emitían sus ruidos.

Ellos tenían toda la vida por delante; la nuestra estaba a punto de tocar a su fin.

Siempre he creído en el poder de la noche; estoy seguro que la noche consigue que los deseos se hagan realidad. Han sido tantas las noches en el hospital en las que me he sentido capaz de vencer mis miedos y cambiar el rumbo de mi vida, que sin duda, esa fuerza sólo tiene un escollo: traspasar los sueños, traspasar el alba. Ahí es donde reside la gente con éxito, la gente que transforma sus sueños en realidad; ellos son capaces de superar el amanecer. Eso decía siempre Cristian, el hermano de alguien, de alguien que olvidé. A veces te marca más la visita que el visitado.

Yo siempre he intentado que mis mejores ideas naciesen bien entrada la noche; a las tres o a las cuatro de la mañana. Ese momento de la noche es el adecuado para trazar planes. Es como si cuando estás a punto de dormir, todo tu yo está de acuerdo con lo que piensas y te anima y te da fuerzas.

El sueño nos dulcifica. Cuántas buenas ideas ya no nos parecen buenas por la mañana, y cuántas veces aquello que decidimos cae de repente en saco roto. Creo que el sueño nos hace menos bestias y más humanos. Pero aún dudo de si eso es bueno.

Durante mi estancia en el hospital tomé las grandes decisiones en esas horas de vigilia, antes del sueño. Me encantaba despertarme a esa hora (todo el hospital dormía, incluso las enfermeras), parecía que todo el recinto fuera mío. Planeaba mi vida, creaba sueños y aspiraba a todo.

Cuando salí del hospital volví a hacerlo, confío mucho en las madrugadas. Además, como sé que algún día llegará un medicamento para dejar de dormir estoy seguro de que entonces esa hora será la hora de una nueva comida: el REM.

El REM tendrá más importancia todavía que la comida y la cena. Tomarás los REMS con gente especial, gente que, como tú, cree en esa hora. Cuando llegue ese momento espero estar preparado.

Vigésimo primer descubrimiento:

«El poder de la primera vez»

Los «retazos» son nuestro mayor tesoro. Son lo que somos.

Un maestro que nos daba clase. Nos hablaba más de los retazos que de las matemáticas porque creía que las matemáticas las olvidaríamos. Los retazos perduran.

Siempre comenzaba con la frase: «No hay nada como un buen retazo. Un retazo es un pedazo de vida que todos hemos vivido».

Yo creo mucho en los retazos (diría que hasta puede que más que el maestro; a veces el alumno puede superar al maestro) porque hubo un tiempo que los perdí. Los retazos ocurren sobre todo en la infancia y en la adolescencia. La vida de todos está llena de retazos.

Hubo un tiempo en el hospital en el que dejé de tener retazos, bueno, eso no es del todo cierto, los cambié por otro tipo de retazos. Retazos hospitalarios que comparto con otra gente que ha vivido en el hospital.

Los «retazos» podrían definirse como cosas que un buen día haces por primera vez y te marcan porque quedan para siempre dentro de ti.

Por ejemplo, éste es un triple retazo relacionado con los transportes:

1. Habrá un día que será el primero en el que sales andando del colegio con un amigo. Es la primera vez que bajas caminando, charlando de tus cosas. Todos hemos vivido ese momento: andar con alguien y separarnos en un momento dado. Es una forma de sentirte adulto. Es mágico, es un retazo de cuando se tienen siete u ocho años.

2. Años más tarde, hacia los dieciséis, vives otro retazo relacionado con llegar a casa. Ya no vas a pie a casa, sino que quieres coger tu primer taxi. Vas con un amigo, buscáis un taxi, no lo encontráis, maldecís los que no paran. Ése es otro retazo de maduración, de sentir que vas creciendo.

3. Y finalmente un día, a los diecinueve, tienes coche y llevas a un amigo (quizá el mismo que en los dos casos anteriores) a su casa. Y con ese amigo seguís hablando hasta las tantas en el coche. Nuevamente acaba de producirse otro retazo.

Creo que no hay nada en la vida que me guste más que buscar retazos. Después de descubrir los retazos, de que aquel maestro nos mostrara qué son, comencé a coleccionarlos. En el hospital, los retazos me servían para aguantar. Ocurren a una edad tan temprana que forman la esencia de tu vida. Cada año rescato dos o tres retazos y me siento bien, me siento feliz con ese reencuentro.

La gente a veces olvida que somos el fruto de lo que vivimos en nuestra infancia y nuestra adolescencia; somos el producto de muchos retazos. Y a veces cerramos esa puerta cuando deberíamos tenerla siempre abierta.

Durante unos años, mis retazos fueron bastante extraños: mi primera amputación de pierna, mi primera pérdida de un pulmón. Pero no dejan de ser retazos.

Aun ahora, ya adultos, vivimos muchos retazos, lo que ocurre es que no nos damos cuenta. Creo que para conocerte debes volver a tus retazos, analizarlos y aceptarlos como son.

Mi vida está compuesta de retazos y olores, y eso es lo que hace de mí lo que soy.

Vigésimo segundo descubrimiento:

«Truco para no enfadarse jamás»

Busca tu punto de no retorno.

Radiólogo con orejas pequeñas y cejas enormes que nos hipnotizaba con su tono de voz y sus historias.

Creo que no hay nada que odie más que enfadarme; gritar, maldecir, no poder controlar ese momento.

En el hospital a veces maldecíamos nuestro destino, a veces nos enfadábamos con él. Un médico (un radiólogo que a veces nos contaba chistes cuando salía de guardia) nos enseñó a controlar nuestros enfados, a ser capaces de conocer nuestros límites.

Nos habló del «punto de no retorno». Ese punto en el que, una vez lo hemos traspasado, no podemos dejar de enfadarnos. Existe, es tangible, es material; podemos sentirlo y por lo tanto podemos controlarlo.

Nuestro amigo radiólogo nos hacía coger una hoja de papel y escribir qué notábamos antes de llegar a ese punto, los grados de enfado. ¿Cómo son? ¿Qué notas cuando sientes que no puedes controlar tu rabia y tu ira?

Era una lista de tres o cuatro puntos parecidos a los siguientes:

1. Noto que me está molestando lo que dice la otra persona.

2. Comienzo a notar que mi enfado crece.

3. He comenzado a chillar, noto que mi rabia se está apoderando de mí. Comienzo a perder el control.

4. Llego al punto de no retorno.

Si tardas cuatro puntos en llegar a ese momento notarás que justo antes de llegar, justo antes de perder el control y enfadarte, existe la posibilidad de parar. Notarás que justo antes quizá mueves mucho las manos o tu voz tiembla o dices tacos. Ésos son los efectos que debes controlar.

¿Cómo? Pues al principio pidiéndole a tu pareja, a tu amigo o a un amarillo que te diga una palabra clave cuando vea alguno de estos síntomas. Que diga: «pistacho» o «Estados Unidos». Lo que sea, para que tú te des cuentas de que estás llegando a ese momento. Al principio uno no nota sus puntos de no retorno, va tan acelerado, tan a tope, que la línea entre uno y otro estado es casi invisible.

Cuando te hayan dicho un par de veces la palabra clave notarás que empiezas a ser capaz de divisarla. Ése es el momento justo en el que debes apagar tu rabia, bajar un escalón, ya que si no llegas a ese punto serás capaz de controlarte. Todo se puede desconectar si no llegas a ese punto.

En el hospital comencé a practicarlo; mi palabra clave era «tumor». Siempre me ha gustado darle un valor más positivo a esa palabra. Poco a poco dejé de enfadarme; funcionaba y yo flipaba.

Cuando te vas haciendo mayor tus puntos de no retorno cambian de lugar. El paso de los años, las experiencias, hacen que nos enfademos menos y que nuestros puntos de no retorno estén más lejos. Así que es importante buscarlos; cada año hay que detectarlos, encontrarlos y detenerlos.

Es bueno enfadarse a veces, pero no es bueno llegar al punto de no retorno.

Vigésimo tercero descubrimiento:

«Gran truco para saber si quieres a alguien»

Cierra los ojos.

Ignacio. Especial entre especiales.

Sin duda, éste es uno de los consejos que más me ha fascinado. En el hospital, en la planta 3 solía haber gente especial; la mal denominada gente con discapacidad mental. (Siempre me han parecido dos palabras que habría que borrar del diccionario.)

Creo que son gente especial porque hacen que te sientas realmente especial. Son personas con una gran inocencia que consiguen que todo se convierta en sencillo y fácil.

Quizá lo que más me entusiasmaba era ver cómo resolvían sus problemas, y sobre todo cómo lograban saber si querían a alguien. Yo siempre he creído que el gran mal de nuestra sociedad proviene del hecho de no saber si quieres o no quieres a la persona con la que estás. Eso nos crea muchos dolores de cabeza, muchas dudas. ¿Quiero o no quiero a la persona con la que estoy? ¿Es la adecuada? ¿Hay otra persona que me gusta más? ¿Qué hago?

Lo que debes hacer siempre que dudes es lo que hacían los especiales, lo que me enseñaron a hacer. No es nada espectacular, no es ningún gran truco o algo tan sorprendente que te deje con la boca abierta.

Muchas veces, cuando teníamos problemas, íbamos a verlos. Siempre hay un montón de datos que no tienen que ver con la decisión que tenemos que tomar, y ellos sabían detectarlos. Era como filtrar los datos que hay que tener para tomar la decisión correcta.

Ellos siempre nos aconsejaban, y nos decían: cierra los ojos. Ese cerrar los ojos era casi mágico para ellos. Cerrabas los ojos y era como conseguir extraer todos los detalles sin importancia. Con ello lograbas eliminar un sentido, seguramente el sentido que más te distrae, por el que entra más información.

En el hospital practicábamos mucho cerrar los ojos. Ahora lo hago más que nunca, ¡he descubierto tantas cosas, he tomado tantas decisiones con los ojos cerrados! Y lo más increíble es que lo ves todo muy claro.

23 descubrimientos

que sirvieron para enlazar dos edades:

de los catorce a los veinticuatro años.

Éstos son los 23 descubrimientos, y espero que con cada uno de ellos, cuando los leas, harás más descubrimientos.

Espero que te sirvan como base de ese mundo amarillo, base de un mundo diferente.

Yo los utilicé cuando me curé, los puse en marcha y me ayudaron a enlazar dos edades. Tú puedes utilizarlos para enlazar dos edades, dos momentos, dos sensaciones o simplemente vivir un instante, el actual.

Recuerdo que cuando yo los descubrí o comencé a ponerlos en práctica tenía veinticuatro años. Tal como comenté al inicio del libro, estaba totalmente curado y no podía creerlo; pasaron un par de días y me encontraba desorientado, sabía quién era, no sabía quién había sido.

Así que decidí sumergirme en mi infancia, en aquel chaval que tenía catorce años antes de enfermar, y comenzar a enlazar las dos edades: los catorce y los veinticuatro.

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