El misterioso Sr Brown (20 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El misterioso Sr Brown
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El muchacho se detuvo para llenar de aire sus pulmones. Tommy continuaba mirándolo y, en aquel momento, Julius se unió a ellos con una carta en la mano.

—Oiga, Hersheimmer —dijo Tommy, volviéndose hacia él cuando se acercó—. Tuppence se ha ido a investigar por su cuenta.

—¡Demonios!

—Sí, se marchó a la estación de Charing Cross en un taxi a todo correr después de recibir un telegrama —Reparó en la carta que Julius tenía en la mano—. ¡Oh, le dejó una nota! Espléndido. ¿Adonde ha ido?

Casi inconscientemente alargó la mano para cogerla, pero Julius se guardó la nota en el bolsillo, algo violento.

—No tiene nada que ver con esto. Es algo bien distinto, algo que le pedí ayer y hoy me da la respuesta.

—¡Oh! —Tommy, muy intrigado, parecía aguardar más explicaciones.

—Escuche —dijo Hersheimmer de pronto—. Será mejor que se lo cuente. Le pedí a la señorita Tuppence que se casara conmigo.

—¡Oh! —replicó Tommy, aturdido. Las palabras de Julius fueron por completo inesperadas y, por un momento, retumbaron en su cerebro.

—Quiero que sepa —continuó Julius— que antes de hablar de ello con la señorita Tuppence dejé bien sentado que yo no deseaba interponerme entre usted y ella...

Tommy se rehizo.

—No se preocupe —dijo, a toda prisa—. Tuppence y yo hemos sido amigos durante años. Pero nada más —Encendió un cigarrillo con mano temblorosa—. Es natural, Tuppence siempre dijo que buscaba...

Se detuvo de repente y enrojeció, en tanto que Julius se quedaba tan campante.

—¡Oh! Me figuro que se refiere a los dólares. La señorita Tuppence ya me puso al corriente. No es capaz de engañar a nadie. Estoy seguro de que nos llevaremos muy bien.

Tommy lo miró con curiosidad, como si fuera a decir algo, pero no abrió la boca. ¡Tuppence y Julius! Bueno, ¿y por qué no? ¿Acaso no se lamentaba de no conocer hombres ricos? ¿No había expresado abiertamente su intención de casarse por dinero si se le presentaba una oportunidad? Pues bien, el joven norteamericano representaba una oportunidad única y era tonto esperar que no la aprovechase. Iba en busca de dinero. Siempre lo había dicho. ¿Por qué reprocharle el que fuese fiel a su credo?

Sin embargo, Tommy sintió un resentimiento apasionado y por completo ilógico. Estaba bien decir cosas como aquellas, pero una mujer de verdad no se casa nunca por dinero. Tuppence era una egoísta, poseía una terrible sangre fría y él estaría contentísimo de no volver a verla. ¡El mundo era un asco!

La voz de Julius interrumpió su pensamiento.

—Sí, creo que nos llevaremos muy bien. He oído decir que las mujeres dicen que no la primera vez. Es como una especie de costumbre.

Tommy lo asió del brazo.

—¿Lo ha rechazado? ¿Dijo que no?

—Sí. ¿No se lo había dicho? Se limita a decir que «no» sin alegar ninguna razón. Huns lo llama el eterno femenino. Pero ya cambiará de opinión. Ya la convenceré.

Tommy lo interrumpió sin el menor decoro.

—¿Qué dice en la nota? —exigió con fiereza.

El bueno de Julius se la tendió.

—No hay la menor pista que pueda indicarnos adonde ha ido —le aseguró—. Pero compruébelo usted mismo si no me cree.

Le tendió el papel.

Querido Julius:

Siempre es mejor decir las cosas por escrito. No me siento capaz de pensar en el matrimonio hasta que Tommy haya aparecido. Dejémoslo tal cual hasta entonces.

Suya afectísima,

TUPPENCE

Tommy se la devolvió con los ojos brillantes. Sus sentimientos habían experimentado una reacción brusca. Ahora sentía que Tuppence era toda nobleza y desinterés. ¿Acaso no había rechazado a Julius sin la menor vacilación? Cierto que la nota daba muestras de flaqueza, pero podía disculparla. Quiso dar a entender a Julius que casi era su novia, para animarlo en sus esfuerzos para encontrarlo a él, pero estaba seguro de que no era eso lo que ella quería decir. ¡Querida Tuppence, no hay en todo el mundo una muchacha como tú! Cuando la vea...

Sus pensamientos sufrieron una sacudida brusca.

—Como usted bien dice —observó, volviendo en sí con un esfuerzo—, no hay el menor indicio de dónde puede haber ido. ¡Eh, Henry!

El botones acudió obediente y Tommy sacó cinco chelines de su bolsillo.

—Otra cosa más. ¿Recuerdas qué hizo la señorita con el telegrama?

—Hizo con él una pelota y la arrojó a la chimenea gritando: «¡Ale... hop!».

—Muy gráfico, Henry —dijo Tommy—. Aquí tienes otros cinco chelines. Vamos, Julius. Tenemos que encontrar ese telegrama.

Subieron a toda prisa. Tuppence había colocado la llave en la cerradura y la habitación estaba tal como ella la dejara.

En el hogar había un papel naranja y blanco.

Tommy alisó el telegrama.

Ven enseguida a Moat House, Ebury, Yorkshire. Grandes acontecimientos.

TOMMY

Se miraron estupefactos. Julius fue quien habló primero. —¿Usted no lo envió?

—Desde luego que no. ¿Qué significado puede tener? —Me figuro que el peor —replicó Julius sin alterarse—. Que la han cogido. —¿Qué?

—¡Seguro! Firmaron con su nombre y ella cayó en la trampa como un corderito.

—¡Cielo santo! ¿Qué haremos ahora?

—¡Darnos prisa y salir tras ella! ¡Ahora mismo! No hay tiempo que perder. Ha sido providencial que no se llevara el telegrama. De otro modo no hubiéramos logrado dar con ella. Pero hay que apresurarse. ¿Dónde está esa guía Bradshaw?

La energía de Julius era contagiosa. De haber estado solo, lo más probable es que Tommy se hubiera sentado a meditar por espacio de media hora por lo menos, antes de decidir un plan de acción, pero estando al lado de Julius Hersheimmer la rapidez era inevitable.

Después de musitar varias imprecaciones le tendió la guía Bradshaw a Tommy por estar más versado con sus misterios. Pero éste renunció y cogió una guía de ferrocarriles ABC.

—Manos a la obra. Ebury, Yorkshire. De King's Cross o St. Pancras. El botones ha debido equivocarse. Es King's Cross y no Charing Cross. Doce cincuenta, este es el tren que tomó; el de las dos y diez ha salido ya; el siguiente es a las tres y veinte, y es muy lento.

—¿Y si fuéramos en coche?

Tommy movió la cabeza.

—Como quiera, pero será mejor que tomemos el tren. Lo importante es conservar la calma.

—Es cierto. ¡Pero me saca de mis casillas pensar que esa joven inocente está en peligro!

Tommy asintió distraído. Estaba pensando y, al cabo de unos instantes, dijo:

—Oiga, Julius, ¿para qué iban a quererla, eh? No lo comprendo. Quiero decir que no creo que vayan a hacerle ningún daño —explicó Tommy frunciendo el entrecejo debido a su esfuerzo mental—. Es un rehén, eso es lo que es. No corre peligro inmediato, ya que si nosotros averiguáramos alguna cosa, ella les sería de gran utilidad. Mientras ella esté en su poder nosotros estaremos también. ¿Comprende?

—Tiene mucha razón —repuso Julius pensativo—. Eso es.

—Además, tengo una gran fe en Tuppence.

El viaje fue pesadísimo, con muchas paradas y gran cantidad de gente. Tuvieron que cambiar dos veces de tren, una en Doncaster y otra en un cruce poco importante.

Ebury era una estación desierta con un solo mozo, a quien Tommy se dirigió para preguntarle:

—¿Puede indicarme por dónde se va a Moat House?

—¿Moat House? Está muy cerca de aquí. ¿Se refiere a la casa grande junto al mar?

Tommy asintió con todo descaro y, tras escuchar las minuciosas explicaciones de aquel hombre, se dispusieron a salir de la estación. Empezaba a llover y se subieron el cuello de la americana. De pronto Tommy se detuvo.

—Espere un momento.

Corrió de nuevo a la estación para buscar al mozo.

—Escuche, ¿recuerda a una joven que llegó en un tren anterior, en el de las doce cincuenta de Londres? Probablemente debió de preguntarle también el camino de Moat House.

Acto seguido le describió a Tuppence lo mejor que supo, pero el mozo meneó la cabeza. En aquel tren habían llegado diversas personas y no recordaba a ninguna joven, pero estaba seguro de que nadie le había preguntado por Moat House.

Tommy fue a reunirse con Julius y se lo contó muy deprimido. Estaba convencido de que sus pesquisas resultarían infructuosas. El enemigo tenía tres horas de ventaja y tres horas eran más que suficientes para el señor Brown, que no habría pasado por alto la posibilidad de que hubieran encontrado el telegrama.

El camino parecía interminable. Una vez se equivocaron y anduvieron cerca de media milla en dirección opuesta. Eran más de las siete cuando un chiquillo les dijo que Moat House estaba al volver la esquina.

Una verja ruinosa chirriaba sobre sus goznes. Un camino cubierto de maleza y hojas. Aquel lugar tenía un aspecto tan siniestro que les heló el corazón. Echaron a andar por el camino desierto; la alfombra de hojas ahogaba sus pasos. Era ya casi de noche y les parecía estar en un mundo fantasmal. Sobre sus cabezas las ramas oscilaban y rugían lúgubremente. De vez en cuando una hoja desprendida les sobresaltaba con su frío contacto.

Al volver un recodo apareció la casa ante su vista. Los postigos estaban cerrados y los escalones que había ante la puerta cubiertos de musgo. ¿Era allí donde atrajeron con engaños a Tuppence? Costaba creer que ningún ser humano hubiera pisado el lugar durante meses.

Julius tiró de la rústica argolla de la campanilla, que resonó en el interior. No acudió nadie. Volvieron a llamar una y otra vez, pero no hubo la menor señal de vida. Entonces dieron la vuelta a la casa. Todo estaba silencioso y no se veía ni una ventana abierta. Sin duda, aquel lugar estaba desierto.

—No hay nada que hacer —dijo Hersheimmer, resignado. Lentamente volvieron sobre sus pasos hasta la verja—. Debe de haber un pueblo por aquí cerca. Será mejor que hagamos averiguaciones allí. Sabrán algo de este lugar y si ha vivido alguien aquí últimamente.

—Sí, no es mala idea.

Continuaron por el camino hasta llegar a un pueblo. En las afueras encontraron a un obrero con un saco de herramientas a cuestas y Tommy lo detuvo con una pregunta.

—¿Moat House?

—Está deshabitada. Hace muchos años que no vive nadie allí. Si desean verla, la señora Sweeny tiene la llave. Está junto al estanco.

Tommy le dio las gracias y no tardaron en encontrar el estanco, que además era pastelería y tienda de regalos.

Llamaron a la puerta de la casa vecina y les abrió una mujer de aspecto limpio y aseado. Enseguida les entregó la llave de la casa.

—Aunque no creo que les convenga, señor. Está muy abandonada. Los techos se están cayendo. Sería necesario gastar mucho dinero en repararla.

—Gracias —dijo Tommy en tono alegre—. Sí, se está derrumbando, pero hoy en día escasean las viviendas.

—Y que usted lo diga —declaró de corazón la mujer—. Mi hija y mi yerno andan buscando una casita decente desde hace no sé cuánto tiempo. Es por la guerra. Lo ha trastornado todo. Pero ¿no está demasiado entrada la noche para visitar la casa? ¿No sería mejor que esperaran a mañana?

—No importa. Esta noche le echaremos un vistazo. Hubiésemos llegado antes de no habernos perdido. ¿Cuál es el mejor lugar para pasar la noche por estos alrededores?

La señora Sweeny quedó pensativa.

—El Yorkshire Arms, pero no es lugar para unos caballeros como ustedes.

—¡Oh, estaremos muy bien! A propósito, ¿no ha venido una señorita hoy a pedirle la llave?

—Nadie ha preguntado por esa casa desde hace tiempo.

—Muchísimas gracias.

Regresaron a Moat House y, cuando la puerta principal se abrió crujiendo sobre sus goznes, Julius se agachó para examinar el suelo con una cerilla. Luego meneó la cabeza.

—Juraría que nadie ha pasado por aquí. Mire el polvo. Forma una capa un tanto espesa y no se ven huellas de pisadas.

Recorrieron la casa y todo estaba por el estilo. Nadie había alterado el polvo ni las espesas telarañas.

—Esto me extraña —dijo Hersheimmer—. No creo que Tuppence haya entrado en esta casa.

—Pues ha debido hacerlo.

Julius meneó la cabeza sin contestar.

—Volveremos mañana por la mañana —dijo Tommy—. Quizá lo veamos mejor a la luz del día.

Al día siguiente, la registraron una vez más y, a pesar suyo, hubieron de llegar a la conclusión de que la casa no había sido habitada durante un espacio de tiempo considerable y, a no ser por un afortunado descubrimiento de Tommy, se hubieran marchado del pueblecito. Cuando estaban ya cerca de la verja, se detuvo lanzando un grito y se agachó para coger algo de entre la hojarasca, que tendió a Julius. Era un pequeño broche de oro.

—¡Es de Tuppence!

—¿Está seguro?

—Absolutamente. Se lo he visto llevar muy a menudo.

Julius aspiró el aire con fuerza.

—Me figuro que es una prueba contundente. Por lo visto llegó hasta aquí. Convertiremos esa posada en nuestro cuartel general y removeremos cielo y tierra hasta dar con ella. Alguien tiene que haberla visto.

Comenzaron su campaña. Tommy y Julius trabajaron juntos y por separado, pero el resultado fue el mismo: en la vecindad no había sido vista ninguna mujer que respondiera a la descripción de Tuppence. Estaban desconcertados, pero no perdieron la esperanza. Al fin decidieron cambiar de táctica. Sin duda Tuppence no había permanecido mucho tiempo por las cercanías de Moat House, lo cual indicaba que fue traída y llevada en coche.

Renovaron las averiguaciones. ¿No habían visto ningún coche detenido cerca de la casa aquel día? Tampoco tuvieron éxito.

Julius telegrafió que le enviaran su automóvil y recorrieron a diario la vecindad con celo incansable. Un coche gris en el que habían puesto sus más caras esperanzas resultó ser propiedad de una solterona respetabilísima que vivía en Harrogate.

Cada día iban tras una nueva pista. Julius, como un galgo en pos de la liebre, perseguía el rastro más leve. Cada coche que había circulado por la aldea el día fatal fue identificado.

Se introdujo en las propiedades del condado y sometió a sus dueños a un examen estricto. Sus disculpas eran tan buenas como sus métodos y casi siempre conseguía apaciguar la indignación de sus víctimas; pero los días se iban sucediendo y no daban con el paradero de Tuppence. El rapto había sido tan bien planeado que la muchacha parecía haberse desvanecido materialmente en el aire.

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