La batalla no se desarrollaba como Grag había planeado. Había esperado pillar a los enanos completamente desprevenidos ante el ataque. En cambio fue él el que se llevó una buena sorpresa. Sí, lo habían desenmascarado y se había visto obligado a descubrir que había un «lagarto» dentro de su apestosa montaña; pero un lagarto no era un ejército y los enanos no tendrían que haber imaginado que los iban a atacar. De algún modo, lo habían previsto. Probablemente a través de esos malditos humanos.
Grag se encontró con que a sus tropas y a él los superaban en número por mucho. Había previsto matar a unos pocos guardias enanos, pero ahora se enfrentaba a cuatro ejércitos: hylar, daewar, kiar y daergar. Grag había planeado una rápida ocupación, no tener que luchar contra todos los condenados enanos que había bajo la montaña.
Sus dudosos aliados, los theiwars, demostraron ser unos guerreros aún más ineptos de lo que el bozak había esperado, y no había esperado mucho. En primer lugar, por culpa de la desidia de los theiwars, los kiars habían descubierto pasadizos secretos y habían sellado muchos de ellos con los malditos gusanos masticadores de piedra, con el resultado de dejar atrapados en ellos a algunos de sus mejores soldados. Durante la batalla, los theiwars se ocuparon más de saquear que de combatir; de hecho, abandonaban la lucha para lanzarse como carroñeros sobre los cuerpos de los caídos para apoderarse a tirones de anillos de oro y cadenas de plata. En el instante en el que los theiwars estuvieron cargados de botín, desertaron del campo de batalla y huyeron para esconderse en sus ratoneras.
Mientras luchaba contra los enanos, Grag esperó con impaciencia que Dray-yan se apoderara del condenado martillo de guerra y obligara a los enanos a rendirse. En cierto momento, el aurak tuvo en su poder el mazo, o eso creyó Grag. Apartó los ojos un instante para atravesar la garganta de su adversario y, cuando volvió a mirar, Dray-yan estaba en la plataforma y se debatía contra un único enano que blandía un mazo, un mazo que irradiaba una intensa luz roja. Viendo que el aurak se hallaba en apuros, Grag intentó abrirse paso hasta él, pero se encontró rodeado por todas partes y tuvo que luchar con empeño para salvar la vida. ¡Y lo siguiente que vio fue que el enano con el maldito mazo había empujado a Dray-yan al pozo!
Oyendo los aullidos aterrorizados del aurak, a Grag le vino a la mente la idea de que ahora era el comandante de Pax Tharkas. El Señor del Dragón Verminaard había muerto por fin. Dray-yan también había muerto. Él era el superviviente, y de inmediato vio que podía echar la culpa de aquel malhadado desastre a sus dos superiores.
A diferencia de Dray-yan, el bozak no aspiraba a ser Señor del Dragón, no quería tener nada que ver con asuntos de política. Su única ambición era ser un buen comandante y ganar batallas para gloria de la Reina Oscura. Se dio cuenta de que aquélla la habían perdido. No había nada vergonzoso en abandonar el campo de batalla, no tenía sentido desperdiciar vidas de buenos soldados en una causa perdida. Grag lanzó una penetrante llamada que resonó por encima del fragor del combate. Sus draconianos la oyeron, supieron lo que significaba y empezaron a replegarse de manera ordenada.
Reunidas sus tropas y manteniéndolas en formación, Grag condujo a los draconianos en sentido inverso al camino hecho para entrar en el templo, por la puerta sur. Unos cuantos enanos valerosos, encabezados por dos guerreros humanos, los persiguieron pero no los alcanzaron. Los draconianos eran capaces de cubrir terreno mucho más de prisa que enanos o humanos. El bozak llevó a sus tropas hacia uno de los pocos túneles secretos que los kiars no habían descubierto. Las dejó allí y él dio un pequeño rodeo para ocuparse de algunos asuntos pendientes relacionados con Realgar. Hecho esto, condujo a las tropas que habían sobrevivido a la batalla hacia túneles más profundos que llevaban a Pax Tharkas. Una vez que se encontraron todos dentro, Grag ordenó que se cegaran los túneles a sus espaldas. Después de elevar preces a Takhisis y de sanar sus heridas, los draconianos emprendieron el largo camino de vuelta a Pax Tharkas.
Grag volvería algún día a Thorbardin.
Algún día, cuando su soberana hubiese triunfado.
* * *
La batalla del templo acabó casi tan de prisa como había empezado. Al ver que los draconianos se retiraban, los theiwars —que de todos modos no tenían agallas para la lucha— huyeron o se entregaron. Resultó que Realgar no estaba entre ésos. Había dirigido el combate desde la retaguardia y, cuando el cariz que estaba tomando la batalla presagió la derrora, el thane desapareció.
Una vez que la seguridad del templo quedó garantizada, la lucha acabó y se retiró a los prisioneros. Hornfel mandó soldados con orden de registrar cada grieta, agujero y fisura de Thorbardin hasta que se diera con Realgar. Hornfel lo quería vivo porque se proponía llevarlo ante el Consejo para que respondiera de sus crímenes. Y en todo momento, mientras impartía órdenes, Hornfel no dejaba de preguntar si alguien sabía el paradero de su hijo. Nadie había visto a Arman ni sabía qué había sido de él. Todos sabían que la luz del Mazo había brillado sin perder intensidad durante toda la batalla, alentando los corazones y prestando fuerzas a las manos enanas.
Hornfel pensaba complacido en un banquete de celebración por la victoria con su hijo cuando se volvió y se encontró con el neidar, Flint Fireforge, parado respetuosamente a su lado, en silencio. Una ojeada a la congoja reflejada en el envejecido rostro bastó para que el dolor estrujara el corazón del thane hylar.
Se cubrió los ojos con las manos un instante y después, irguiendo la cabeza, habló en voz queda:
—Llévame hasta mi hijo.
Flint condujo al thane al altar de Reorx. Arman yacía en la plataforma, con las manos ceñidas sobre el Mazo y los ojos cerrados.
Los compañeros estaban agrupados cerca. Tanis tenía un corte irregular en el brazo. Sturm tenía otro sobre un ojo y todavía no se había recuperado de los efectos del estallido mágico. Caramon se había roto una mano al asestar un puñetazo en la mandíbula a un draconiano. En apariencia Raistlin no estaba herido, aunque nadie habría podido asegurarlo ya que el mago se negaba a responder preguntas y mantenía la capucha bien echada, de forma que casi le cubría la cara. Tasslehoff tenía la camisa rota y la nariz ensangrentada. La sangre se mezclaba con las lágrimas del kender, que contemplaba el cadáver del joven enano.
—¿Qué ha pasado? —inquirió Hornfel, transido de pena—. No lo vi con todo ese caos.
—Tu hijo vivió como un héroe y murió como un héroe —contestó Flint con sencillez—. Un draconiano que se había escondido en el pozo lo atacó e intentó arrebatarle el sagrado Mazo. El draconiano lo apuñaló con un cuchillo envenenado. Aun sabiendo que se estaba muriendo, tu hijo siguió luchando y acabó con el draconiano, arrojando el cadáver al pozo.
Tasslehoff miró a Flint boquiabierto, sorprendido por la mentira. El kender se disponía a contar la verdad de lo que había sucedido, pero Flint le asestó una mirada tan severa y penetrante que Tas no tuvo que cerrar la boca porque ésta lo hizo por sí misma.
El cuerpo de Arman Kharas permaneció en la capilla ardiente en el Árbol de la Vida durante tres días. Al cuarto, Hornfel y los thanes de los clanes enanos de Thorbardin, así como Flint Fireforge, su pariente neidar, llevaron a Arman Kharas a su última morada. Se puso su cuerpo en un sarcófago, cerca del que guardaba los restos de su héroe, Kharas, y ambos fueron conducidos a la tumba del rey Duncan, en el Valle de los Thanes. La inscripción en la estela de la tumba del joven enano la cinceló Flint Fireforge, y rezaba:
[[
Héroe de la Batalla del Templo,
recobró el Mazo de Kharas
y mató al perverso Señor del Dragón Verminaard.
Todo honor a su nombre,
Picazo, hijo de Hornfel
]]
Se dispuso de otro cadáver más o menos al mismo tiempo, si bien con mucha menos ceremonia. Se encontró asesinado a Realgar, degollado de oreja a oreja. Las huellas de pies con garras, descubiertas cerca del cadáver, fueron la única pista sobre la identidad de su asesino.
Hornfel estuvo de acuerdo en cumplir la apuesta hecha por Realgar, si bien el thane hylar añadió que daría la bienvenida a los refugiados al cobijo seguro de Thorbardin aunque no se hubiese hecho una apuesta. Tanis y los demás eran libres de marcharse de Thorbardin para transmitir la buena nueva a los refugiados y guiarlos hasta la Puerta Sur, que estaría abierta para recibirlos.
—Abierta para ellos y para el mundo -prometió Hornfel.
La noche siguiente a la batalla, Flint se mostraba más sombrío y hosco de lo que era habitual en él. Se mantuvo aparte de los demás y se negó a responder ninguna pregunta con la disculpa de que estaba agotado, y les dijo a todos que lo dejaran en paz. No quiso cenar nada y se fue derecho a la cama.
Raistlin también parecía de mal humor. Retiró el plato con la cena argumentando que la comida le revolvía el estómago. Sturm intentó comer pero al final soltó la cuchara y se sentó con la cabeza apoyada en las manos, oculta la cara. Sólo Caramon gozaba de buen humor y, tras asegurarse de que no había hongos en el guiso, no sólo engulló lo que había en su plato, sino que acabó con la cena de su hermano y la de Sturm.
También Tasslehoff estaba desanimado. Aunque se había reunido con sus saquillos, ni siquiera se preocupó de revisarlos y colocar las cosas. Se quedó sentado en una silla y dio patadas a los travesaños mientras jugueteaba con algo que tenía en el bolsillo. Tanis se acercó a él y le dio unos toquecitos en el hombro.
—Me gustaría tener una charla contigo.
—Sí, lo suponía —contestó el kender con un suspiro.
—Salgamos fuera para no molestar a Flint —propuso el semielfo.
Arrastrando los pies, Tas siguió a Tanis fuera de la posada. Cuando Tanis cerraba la puerta al salir, vio que Sturm y Raistlin se levantaban de la mesa y se dirigían al lecho del enano.
Tanis se volvió hacia el kender para mirarlo a la cara.
—Cuéntame lo que ocurrió en la Tumba de Duncan. Lo que pasó realmente —añadió dando énfasis a lo último.
—Si te lo cuento —empezó Tas, que rebulló con inquietud—, Flint se pondrá furioso.
—No le diré ni una palabra —prometió el semielfo—. Nunca lo sabrá.
—Bueno, está bien. —Tas soltó otro suspiro, pero éste fue de alivio—. Esto me quitará un gran peso de encima. ¡No imaginas lo difícil que es guardar secretos! Me encontré con aquel mamut lanudo dorado...
—¡Otra vez el mamut no! —exclamó Tanis.
—Pero es que es una parte muy importante —argumentó el kender.
—El Mazo —insistió Tanis—. Fue Flint el que encontró el Mazo de Kharas, ¿verdad?
—Los dos lo encontramos —intentó explicar Tas—. Y también los restos del verdadero Kharas y los de un escorpión. Poco después, Flint me quitó la jupak y me dijo que saliera de allí. Entonces fue cuando me topé con el mamut lanudo dorado, que se llama Lucero de la Tarde, pero no diré ni palabra sobre él. Se lo prometí, ¿comprendes?
* * *
Sturm y Raistlin se situaron al lado de la cama de Flint. El enano yacía de cara a la pared, dándoles la espalda.
—Flint, ¿estás dormido? —preguntó el caballero.
—Sí. ¡Largaos! —gruñó el enano.
—Tenías el verdadero Mazo de Kharas, ¿verdad? —dijo Raistlin—. Lo tenías en tu poder cuando entraste en el Templo de las Estrellas.
Flint permaneció en silencio un momento, después se sentó en la cama y se volvió hacia ellos. Tenía la cara enrojecida.
—Sí —contestó, prietos los dientes—. ¡Para mi eterna vergüenza!
—¡Y lo dejaste en las manos de un muerto! —La boca de Raistlin se crispó—. ¡Viejo tonto sentimental!
—Vale ya, Raistlin —ordenó Sturm, enfadado—. Deja en paz a Flint. Tú y yo estábamos equivocados. Lo que hizo Flint fue noble y honrado.
—¿Cuántos miles van a pagar con su vida por ese noble gesto? —El mago metió las manos en las bocamangas de la túnica y lanzó al caballero una sombría mirada—. La nobleza y el honor no matan dragones, Sturm Brightblade.
Raistlin se alejó, airado. Al cruzarse con su hermano, espetó:
—¡Caramon, prepárame la infusión! Me están dando náuseas.
Caramon miró a Sturm, luego a Flint —encorvado en la cama— y por último a su gemelo, al que no recordaba haber visto tan furioso nunca.
—Eh... claro, Raist —contestó, entristecido, y se apresuró a hacer lo que le habían mandado.
—Hiciste lo correcto —dijo Sturm al tiempo que posaba una mano en el hombro de Flint—. Estoy orgulloso de ti y profundamente avergonzado de mí mismo.
El caballero lanzó una mirada hosca a Raistlin y luego fue a confesar sus culpas y a pedir perdón con plegarias.
* * *
Tasslehoff y Tanis regresaron al interior y hallaron la sala de la posada sumida en el silencio, salvo por las palabras susurradas de Sturm a Paladine. Tas se sentía mucho mejor ahora, tras descargar un gran peso de su mente. Estaba tan feliz que vació el contenido de los saquillos y revisó todos sus tesoros hasta que por fin acabó quedándose dormido en medio del revoltijo.
* * *
Flint se sentía exhausto, pero no hallaba consuelo en el sueño, porque no conseguía dormirse. Yació en la cama envuelto en la oscuridad, a veces dando una cabezada, sólo para despertarse sobresaltado creyendo que el aurak lo tenía de nuevo asido por el tobillo y lo arrastraba hacia el pozo. La última vez, Flint ya no lo aguantó más. Se levantó de la cama, salió de la posada sin hacer ruido y se sentó en el escalón del umbral.
Alzó la vista hacia la noche. Allá arriba titilaban luces, pero no era el brillo intenso, frío y cristalino de las estrellas cuya belleza siempre conmovía su corazón. Eran las luces de Thorbardin, las de las larvas atrapadas dentro de faroles hasta que crecían lo suficiente para empezar a triturar piedra al masticarla y abrir caminos a través del sólido manto rocoso.
Flint oyó abrirse la puerta y se incorporó de un salto, temeroso de que fueran Sturm o Raistlin dispuestos a seguir acosándolo. Al ver que era Tanis, se volvió a sentar.
El semielfo tomó asiento a su lado, en silencio, ese silencio que era tan cómodo entre ellos dos.
—Tenía el Mazo, Tanis —dijo por último el enano—. El Mazo verdadero. —Hizo una pequeña pausa antes de añadir con aspereza:— Los cambié. Dejé que Arman pensara que había hallado el verdadero cuando, en realidad, era el falso.