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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (62 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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Habiendo visto él mismo al draconiano, Hornfel llegó a creer que Tanis había dicho la verdad, que los theiwars habían traicionado a Thorbardin entregándolo a las fuerzas de la Reina de la Oscuridad. El thane hylar temía que Realgar, consciente de que su perfidia había sido descubierta, elegiría ese momento para atacar. El ejército theiwar, poco más que una turba armada, no le preocupaba, pues sus tropas estaban bien entrenadas y eran disciplinadas. Pero el semielfo le había advertido que un ejército de esos draconianos podría estar preparado para invadirlos. Si tal cosa ocurría, seguramente atacarían el templo en primer lugar en un intento de apoderarse del Mazo. Hornfel quería que tropas armadas rodearan el edificio, no una muchedumbre incontrolable.

A Hornfel también le preocupaban los daergars. Si Ranee se aliaba con Realgar y los respaldaban las fuerzas de la oscuridad, Hornfel dudaba de que ni siquiera el Mazo de Kharas pudiera salvar a su pueblo.

El thane de los hylars era un enano valeroso y noble cuya valía se había puesto a prueba en esas horas tenebrosas. Hornfel admitía sin excusas que se había dejado engañar por las mentiras de Realgar y que había juzgado mal a Tanis y a los demás.

—He vivido demasiado tiempo encerrado en la montaña —dijo tristemente Hornfel—. Necesito volver a ver la luz del sol, a respirar aire fresco.

—Lo que necesitas es buscar a Reorx —aconsejó Sturm—. Y no lo encontrarás en el fondo de un pozo.

Hornfel se quedó pensativo. Como la mayoría de los enanos, había jurado por Reorx en muchas ocasiones, pero nunca le había rezado y no sabía muy bien qué decir. Le habían contado lo que había dicho el extraño enano que había aparecido en las puertas que daban al Valle de los Thanes sobre que la suerte de Thorbardin pendía de una fina cuerda. Al final, la plegaria de Hornfel fue sencilla y sincera...

—Reorx, concédeme la sabiduría y la fortaleza para hacer lo que es correcto.

* * *

La luz arrojada por el cristal del Bastón del Mago parecía más tenue de lo habitual y sólo se derramaba sobre Raistlin, sin alumbrar nada más.

—Faltan dos thanes —dijo Sturm—, los del clan theiwar y el clan daergar.

—Que falte Realgar no es una sorpresa —comentó Tanis—, pero empieza a dar la impresión de que los daergars han unido fuerzas con sus oscuros parientes.

El thane aghar tampoco estaba, pero nadie lo echó en falta.

La tensión aumentó mientras todos esperaban la aparición del Mazo. Los nervios se pusieron tensos. Las conversaciones disminuyeron. Nadie sabía qué iba a pasar, pero la mayoría creía que iba a ser algo malo. La tensión resultó excesiva para el thane de los kiar, que de repente echó la cabeza hacia atrás y soltó un horrible grito, un aullido feral, escalofriante, que retumbó por toda la cámara e hizo que los enanos que montaban guardia desenvainaran las armas. Sturm, Caramon y Tanis llevaron la mano a la espada. El kiar se limitó a gruñir al tiempo que hacía un gesto con la mano para indicar que no lo había hecho por nada en particular, sólo para aflojar la tensión.

—Espero que no vuelva a hacerlo —dijo Caramon mientras encajaba la espada en la vaina.

—Me pregunto por qué tardan tanto —comentó Sturm—. Quizá los han emboscado...

—Ni siquiera sabemos seguro que la noticia sobre el Mazo sea cierta —observó Raistlin—. ¿Quién nos asegura que esto no es una trampa? Tal vez nos han mandado aquí para mantenernos alejados del Mazo.

—Todo esto me gusta tan poco como a vosotros —intervino Tanis—. Estoy abierto a vuestras sugerencias.

—Yo digo que Tanis y yo vayamos al Valle de los Thanes a buscar a Flint —propuso Sturm.

—No, deberíamos ir tú y yo, Sturm —lo corrigió Raistlin.

El caballero vaciló un instante.

—Sí —dijo luego—. Raistlin y yo deberíamos ir.

Tanis estaba tan sorprendido por aquella repentina y extraña alianza que casi se le olvidó lo que iba a decir. Se disponía a sugerir que quizá todos deberían ir al Valle de los Thanes, cuando de repente Tasslehoff apareció, justo delante de él.

El semielfo nunca se había alegrado tanto de ver a alguien. Arriesgándose a perder sus posesiones personales, estrechó al kender con un fuerte abrazo. Los demás recibieron a Tas con actitud cordial y de inmediato lo acribillaron a preguntas.

—¿Cómo has llegado aquí? ¿Dónde está Flint? ¿Tiene el Mazo de Kharas?

—A través de una runa mágica que hizo un mamut lanudo dorado. Flint está aquí, y no, no tiene el Mazo. Lo tiene Kharas —contestó Tasslehoff a todos de corrido.

Tas señaló a Flint, plantado en la plataforma frente al altar de Reorx. Arman Kharas se hallaba a su lado y sostenía el mazo de bronce sobre la cabeza, en un gesto de triunfo.

—¡Yo, Arman Kharas, he hallado el Mazo de Kharas! —anunció con voz atronadora—. ¡Se lo traigo de vuelta a mi pueblo!

Tanis suspiró. Se alegraba de que el Mazo se hubiera descubierto, pero le preocupaba su viejo amigo.

—Confío en que Flint no se lo esté tomando muy a pecho.

—También a mí me preocupaba eso —abundó Tas—. Pero Flint parece realmente contento. Cualquiera pensaría que fue él quien encontró el Mazo.

Sturm y Raistlin intercambiaron una mirada.

—Alabados sean los dioses... —empezó el caballero, pero su plegaria se cortó de golpe.

Una llamarada ardiente salió del pozo y estalló en medio de ellos. La cegadora luz los dejó sin ver y la atronadora onda expansiva dañó sus sentidos y derribó a muchos al suelo.

Medio cegado y aturdido, Tanis se puso de pie a trompicones mientras se buscaba la espada e intentaba ver qué había pasado. Tenía la vaga impresión de que algo monstruoso se arrastraba fuera del pozo. Cuando se le aclaró la vista, el semielfo vio que era un hombre —aterrador por la armadura azul y la máscara astada— que se encaramaba con facilidad al borde de la plataforma.

Lord Verminaard. Vivo y bien vivo.

42

Ver es creer

Metal verdadero y falso

—¡Verminaard murió! —gritó Sturm con voz enronquecida—. ¡Le atravesé el corazón!

—¡Aquí hay algo raro! —exclamó Raistlin.

—Sí, que al bastardo no hay quien lo mate —dijo Caramon.

—¡No es eso! —susurró Raistlin, que sufrió un ataque de tos. Intentaba desesperadamente hablar, pero tenía los labios manchados de sangre—. La luz... cegadora... un hechizo... —Se dobló por la cintura, casi incapaz de respirar. La tos sacudió el frágil cuerpo del mago, y éste ya no pudo decir nada más.

—¿Dónde está Flint? —preguntó Tanis, preocupado—. ¿Lo veis?

—Tengo el altar delante —contestó Sturm mientras estiraba el cuello—. La última vez que lo vi estaba de pie al lado de Arman.

La cabeza cubierta con el yelmo se giró hacia ellos. Verminaard reparó en su presencia; puede que incluso los hubiese oído hablar. No parecía muy preocupado. Toda su atención estaba volcada en el Mazo de Kharas y en el enano que lo enarbolaba.

Arman Kharas no había sido derribado por la explosión mágica. Tenía plantados los pies en el suelo con una actitud resuelta y firme y ceñía el Mazo entre las manos con fuerza, haciendo frente al terrible adversario que se erguía ante él, imponente; un adversario que gobernaba los elementos, que manejaba fuego y luz cegadora. Un adversario que había surgido del lugar sagrado que era la morada de Reorx, haciendo escarnio del poder del dios.

—¿Quién osa profanar nuestro sagrado templo? —gritó Arman. El joven enano estaba pálido bajo la larga y negra barba, pero se mostraba resuelto y decidido y le hacía frente a su enemigo sin denotar miedo.

—Verminaard, Señor del Dragón del Ala Roja del ejército de los Dragones. En nombre de Ariakas, emperador de Ansalon, y de Takhisis, Reina de la Oscuridad, he conquistado Qualinesti, Abanasinia y Pax Tharkas. Ahora añado Thorbardin a esa lista. Entrégame el Mazo, inclínate ante mí y proclámame Rey Supremo o muere ahora mismo.

—Deberíamos atacarlo —susurró Sturm—. No puede vencernos a todos.

El Señor del Dragón movió la mano y señaló al caballero. Un rayo de luz salió disparado de la mano de Verminaard y se descargó contra la armadura metálica de Sturm. Los rayos sisearon alrededor del caballero, que se desplomó al suelo y quedó tendido en él, retorciéndose de dolor.

En ningún momento durante el ataque Verminaard había apartado la mirada de Arman, que observaba espantado al caballero derribado, con las manos crispadas y convulsas alrededor del Mazo.

—Has visto mi poder —dijo Verminaard al joven enano—. ¡Tráeme el Mazo o tú serás el siguiente!

Tanis vio que Caramon asía la empuñadura de su espada.

—¡No seas necio, Caramon! —advirtió el semielfo en voz baja—. Ve a ver cómo está Sturm.

El hombretón echó un vistazo a su gemelo. Raistlin se apoyaba en el bastón, desmadejado. La tos lo había debilitado y tenía la mano pegada contra los labios. Sacudió la cabeza y, de mala gana, Caramon soltó su arma, tras lo cual se arrodilló al lado del convulso caballero.

Flint había perdido pie y había caído al suelo por la fuerza de la explosión. Reculó torpemente en la plataforma para situarse detrás de Arman. El viejo enano sentía algo pegajoso en la cara, probablemente sangre. Hizo caso omiso. Los otros thanes estaban más o menos erguidos, al igual que sus guardias. Entre todos superaban con mucho en número al Señor del Dragón, pero después de ver el daño infligido al caballero nadie se atrevía a atacar a Verminaard.

—Dale el Mazo —ordenó Hornfel a su hijo—. No merece la pena que sacrifiques la vida por él.

—¡El Mazo es mío! —gritó Arman, desafiante—. ¡Soy Kharas!

Se sacudió de encima el terror que parecía haber paralizado a los otros. Blandiendo el Mazo, Arman Kharas saltó hacia el Señor del Dragón.

Mientras el enano se le echaba encima, el Señor del Dragón retrocedió un paso a fin de situarse en mejor posición para rechazar el ataque del enano. El pie se aproximó demasiado al borde, resbaló y casi se cayó, consiguiendo salvarse gracias a tirar la maza de guerra y asirse al altar de granito.

Más o menos en ese momento, Tasslehoff Burrfoot metió la mano en el bolsillo para buscar los anteojos.

Los kenders, a diferencia de los humanos, no dudaban nunca. Verminaard había muerto. Tanis y los otros lo habían matado y, sin embargo, allí estaba ahora, vivo, y eso no tenía sentido para Tas. Raistlin había dicho que había algo raro y si había alguien capaz de notarlo ése era Raistlin. No sería la mejor persona que conocía, pero sí era la más lista.

«Creo que voy a echar un vistazo»,
se dijo el kender para sus adentros.

Metió la mano en el bolsillo y sacó algo que en algún momento pudo haber sido un quinoto. Al no ser de mucha utilidad, lo tiró y después de sacar un hueso de ciruela y un dedal, localizó los anteojos de lentes rubí y sé los puso en la nariz.

Arman Kharas golpeó. El impacto del mazo hizo que Verminaard se soltara del altar. Otro golpe lo lanzó hacia atrás. El Señor del Dragón intentó desesperadamente salvarse, pero perdió el equilibrio y, aullando de terror y de rabia, se precipitó al pozo.

Nadie se movió ni habló. Arman Kharas miraba fijamente el foso, con aturdida incredulidad. Entonces, la certeza de su triunfo lo desbordó. Alzó los brazos y, gritando alabanzas a Reorx, balanceó el mazo sin caber en sí de gozo. Los thanes y los soldados empezaron a vitorear, locos de alegría.

Caramon ayudó a Sturm a incorporarse; el caballero estaba aturdido y dolorido, pero vivo. El hombretón se unió a los gritos de victoria. Sturm sonrió débilmente.

Raistlin miraba el pozo con fijeza, dura la expresión de sus ojos, que relucían.

—En esto hay algo raro...

—¡Raistlin tiene razón, Tanis! —Tasslehoff asió a su amigo con fuerza—. ¡Ése no era Verminaard!

—¡Ahora no, Tas! —gritó el semielfo al tiempo que intentaba soltarse del kender—. Tengo que ver a Sturm...

—¡Te digo que no era Verminaard! —gritó Tas—. ¡Era un draconiano con la apariencia de Verminaard!

—Tas...

—¡Una ilusión! —exclamó Raistlin—. Ahora encajan las cosas. Verminaard era clérigo, un seguidor de Takhisis. El conjuro que nos cegó y el que derribó a Sturm eran ambos hechizos que sólo un mago sabe cómo hacer.

Los thanes enanos aclamaban a Arman Kharas, que se encontraba en la plataforma con el mazo acunado amorosamente en sus brazos mientras disfrutaba de su momento de gloria.

—¿Un draconiano? —repitió Tanis, que miró hacia atrás, al altar—. ¿Por qué iba a querer suplantar a Verminaard?

—No lo sé, pero esta victoria ha sido demasiado fácil —susurró Raistlin.

—¡Cuidado! —gritó Caramon.

Unas manos con garras asomaban por el pozo y se asían al borde de la plataforma. Un draconiano salió del pozo y se aupó sin esfuerzo a la plataforma. A diferencia de otros draconianos, éste no tenía alas y las escamas eran de un apagado dorado verdoso. Era alto y delgado y vestía ropajes negros decorados con runas y espirales. El draconiano alzó la cabeza, miró al techo y alzó los brazos como si hiciera una señal. Después avanzó sigilosamente hacia el confiado Arman.

El joven enano estaba de espaldas y no vio venir el peligro. Los thanes sí lo vieron y gritaron, alarmados. Flint hizo algo más. Enarboló su Mazo y corrió hacia el pozo.

—¡Flint, no! —gritó Tanis, que echaba a correr para ayudar a su amigo cuando oyó gritar a Sturm, advirtiéndole.

—¡Tanis! ¡Encima de ti!

El semielfo miró a lo alto y vio draconianos armados que caían sobre ellos saltando por el agujero de la cúpula. Al mismo tiempo, más tropas draconianas entraron por la puerta sur. Un grupo de theiwars, armados hasta los dientes, entraron a la carrera por la puerta este. Sturm, pálido y tembloroso, se había puesto de pie, espada en mano. Caramon se situó cerca del caballero, por si éste flaqueaba. Raistlin movió los labios y la magia crepitó en las puntas de sus dedos. Tasslehoff, lanzando pullas e insultos y dando brincos, agitaba la jupak y les gritaba a los draconianos que fueran a cogerlo.

El caos se apoderó del templo cuando los draconianos, blandiendo las espadas, tocaron el suelo combatiendo ya. Hornfel se llevó el cuerno de carnero a los labios y, a su llamada, soldados hylars entraron en el templo por la puerta norte. Los daewars entraron en tropel por la del oeste y amigos y adversarios se encontraron en el centro en un estruendoso entrechocar de armas. La batalla se libraba alrededor del pozo. El acero chocaba contra acero, los draconianos lanzaban sus gritos de guerra, los furiosos enanos vociferaban los suyos y al tumulto se sumaron los quejidos de los heridos y los moribundos.

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