El mazo de Kharas (23 page)

Read El mazo de Kharas Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El mazo de Kharas
5.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sin embargo, Caramon se limitó a quedarse plantado allí con aire preocupado e infeliz mientras Raistlin apretaba los labios con fuerza. No habría sabido decir la expresión que tenía Sturm porque el caballero llevaba puesto una especie de yelmo extraño que le tapaba la cara. En resumen, que todos actuaban de forma rara.

—¿Qué os pasa? Deberíamos ponernos en marcha de inmediato. Ahora mismo. ¿Y por qué lleva Sturm ese yelmo tan raro?

—Tiene razón, Raist —intervino Caramon—. Deberíamos regresar.

—¿Qué harán los refugiados una vez que les hayamos advertido? —demandó el mago—. ¿Dónde irán que estén a salvo? —Miró de soslayo al caballero—. A Thorbardin.

—Por supuesto que hemos de ir a Thorbardin —afirmó Sturm con un viso de impaciencia en la voz—. Ya nos hemos demorado demasiado. Yo me marcho. Si vais a acompañarme, humanos, venid pues.

Echó a andar hacia la puerta, pero Raistlin reaccionó con prontitud y se interpuso en su camino, tras lo cual posó la mano en el brazo del caballero.

—Queremos ir con vos, alteza, pero ha surgido una emergencia que hemos de solucionar antes. Si sois tan amable de tener un poco más de paciencia...

—¡Alteza! —Tika miró de hito en hito a Sturm y después preguntó a Caramon en voz baja:— ¿Le han dado otro golpe en la cabeza?

—Es una larga historia —contestó el guerrero, taciturno.

—Digamos que Sturm no es el mismo de siempre —intervino Raistlin en tono seco. Se volvió a mirar a su hermano—. Hemos de ir a Thorbardin con el caballero. Puede que no se nos presente otra oportunidad de encontrar el reino enano.

—No, hemos de regresar al campamento —insistió Tika.

—Riverwind es muy consciente de que puede haber un ataque —adujo el mago—. Estará preparado si se produce.

—¿Y por qué no hacemos las dos cosas? —preguntó Caramon—. Que el príncipe Grallen nos acompañe al campamento. Después el príncipe podrá conducir a los refugiados a Thorbardin y problema resuelto.

—¿El príncipe Grallen? ¿Quién es el príncipe Grallen? —quiso saber Tika, pero nadie le respondió.

—Una idea excelente, sólo que no funcionaría —repuso Raistlin de forma rotunda.

—Pues claro que sí —insistió el guerrero.

—Inténtalo y lo verás —dijo Raistlin al tiempo que se encogía de hombros—. Díselo al príncipe Grallen.

Caramon, que parecía sentirse muy incómodo, se dirigió hacia donde Sturm estaba parado cerca de la puerta y daba golpecitos con el pie en el suelo.

—Alteza, queremos ir a Thorbardin, pero antes daremos un pequeño rodeo. Tenemos unos amigos que están atrapados en un valle, hacia el norte...

Sturm se apartó de Caramon y le asestó una mirada iracunda a través de las rendijas superiores del yelmo.

—¡Al norte! No iremos al norte. Nuestra ruta es hacia el sur, a través de las llanuras de Dergoth. Habría agradecido vuestra compañía, humanos, pero si vais al norte, iréis solos.

—Te lo advertí —susurró Raistlin.

Caramon dio un profundo suspiro.

—¿Qué le pasa a Sturm? —preguntó Tika, asustada—. ¿Por qué habla de ese modo?

—El yelmo se ha apoderado de él —explicó Caramon—. Cree que es un príncipe enano que vivió hace trescientos años. Está empeñado en ir a Thorbardin.

—El yelmo no le permitirá hacer otra cosa —aclaró Raistlin—. Con un encantamiento no hay razonamiento que valga.

—¿Y si lo dejamos sin sentido de un golpe, lo atamos y lo llevamos a rastra? —preguntó la joven.

—Tika, estamos hablando de Sturm. —Caramon estaba horrorizado.

—Bueno, pues no lo parece —espetó ella—. Es el príncipe «No-sé-quién». —No entendía nada de aquello, pero sí había pillado lo suficiente para saber adonde llevaba la discusión y no le gustaba—. ¡Caramon Majere, nuestros amigos corren peligro! ¡No podemos abandonarlos así, sin más!

—Lo sé —contestó el hombretón con aire desdichado—. Lo sé.

—Dudo que pudiésemos dejarlo inconsciente —observó Raistlin—. El yelmo actuará para protegerlo de cualquier daño. Si intentamos atacarlo, luchará contra nosotros y alguien podría salir herido. El hecho de que Sturm crea ser un príncipe enano no significa que haya perdido su destreza con la espada.

Tika se interpuso entre Raistlin y Caramon. Le dio la espalda al mago y se enfrentó al guerrero, puesta en jarras, temblándole los rizos pelirrojos y los verdes ojos centelleándole.

—¡Con Thorbardin o sin Thorbardin, con príncipe o sin príncipe, alguien tiene que advertir a Riverwind y a los demás! Tú y yo deberíamos regresar, Caramon. Que tu hermano y Sturm vayan a Thorbardin.

—Sí, Caramon —intervino Raistlin en tono almibarado—. Márchate con tu amiga. Déjame solo para que haga todo el camino a través de las malditas llanuras de Dergoth en compañía de un caballero que se cree un enano. Moriremos los dos, por supuesto, y nuestra misión fracasará, pero vosotros dos lo pasaréis bien, no me cabe duda.

Tika estaba tan furiosa que faltó poco para volverse y soltar un bofetón a Raistlin en la dorada mejilla. Sin embargo, sabía que con eso sólo conseguiría empeorar las cosas. Clavándose las uñas en la carne para no perder los nervios, siguió mirando a Caramon y obligándolo a que la mirara, que hablara con ella, que pensara en ella y en lo que le decía.

—Raistlin exagera —argumentó—. Lo que intenta es hacer que te sientas culpable. ¡Es un hechicero! Tiene su magia y, como él mismo dice, el yelmo protegerá a Sturm y Sturm sabe cómo usar su espada. ¡Tienes que venir conmigo!

Caramon lo estaba pasando muy mal. Tenía la cara congestionada, de un intenso color rojo salpicado de manchas blancas. Miró a su gemelo y miró a Tika, tras lo cual se apartó de los dos.

—No sé —masculló.

Tasslehoff asomó la cabeza por la puerta.

—Estáis metiendo mucho ruido —advirtió con aire circunspecto—. ¡Os oigo chillar desde el fondo del corredor!

Tika se sumió en un silencio iracundo. Caramon aún no había dicho nada y Sturm empezó a pasear adelante y atrás, impaciente por ponerse en camino.

—Tú verás qué decides, hermano —dijo Raistlin.

—¿Y bien? —inquirió Tika.

El guerrero lanzó una mirada incómoda a la joven.

—Tengo una idea —dijo—. Ha sido un día muy largo y todos estamos cansados y hambrientos. Volvamos al túnel, comamos algo, descansemos y mañana hablamos de todo esto.

—Vas a irte con tu hermano —manifestó Tika con voz gélida.

—No lo sé —fue la evasiva respuesta de Caramon—. Aún no lo he decidido. Necesito pensarlo.

Los verdes ojos de Tika le asestaron una mirada torva que lo atravesó como una lanza. La muchacha salió de la estancia, airada.

—¡Tika, espera! —Caramon echó a andar en pos de ella.

—¿Dónde vas? —increpó Raistlin—. Tienes que ayudarme a convencer al príncipe de que se quede. No le agradará la demora.

El guerrero miró a la joven, que se alejaba corredor abajo en dirección a la biblioteca. Saltaba a la vista que estaba encolerizada.

—Tas, ve con ella —pidió Caramon en voz baja para que su hermano no lo oyera.

El kender echó a correr tras ella, obediente. Caramon los oyó hablar a los dos.

—Tika, ¿qué pasa? —inquirió Tas mientras corría para alcanzarla.

—Caramon es imbécil —respondió la joven, sofocada por la rabia—. ¡Y lo odio!

—¡Caramon! —llamó Raistlin, tajante—. ¡Te necesito!

Con un triste suspiro, el guerrero regresó junto a su gemelo.

Tras mucho hablar y razonar, Raistlin convenció al príncipe Grallen de que se quedara a pasar la noche en el Monte de la Calavera. Le dijo al príncipe que su hermano y él necesitaban descansar antes de emprender viaje y por fin el príncipe accedió, aunque de mala gana.

Regresaron a la biblioteca y desde allí, al túnel. Caramon, temeroso de que los draconianos los encontraran, quería cerrar la puerta. Raistlin señaló que los draconianos ignoraban la existencia del túnel y que estarían a salvo allí. Cerrar la puerta de piedra haría mucho ruido. La única razón de que los draconianos no hubiesen oído el estruendo la primera vez se debió a los rugidos del dragón. Naturalmente, tras ese argumento no hubo más discusión y la puerta se quedó abierta.

Tomaron una cena frugal ya que les aguardaba un largo viaje, fueran en una o en otra dirección, y debían racionar las vituallas. Sturm comió lo que le dieron y de inmediato se sumió en un sueño tan profundo que no lo habrían podido despertar.

Caramon se sentía tan desdichado que casi no probó bocado. Tika no le dirigió la palabra, ni siquiera lo miró. Estaba sentada con la espalda apoyada en el muro de piedra y masticaba el trozo de tasajo en silencio, con gesto taciturno. Raistlin comió poco, como siempre, y después se puso a estudiar sus conjuros tras ordenarles a todos que lo dejasen en paz. Se sentó en el suelo, arrebujado en la túnica para entrar en calor, con el libro apoyado en las rodillas y bañado por la luz del bastón.

Tasslehoff estaba fascinado con el Sturm convertido en enano. El kender se sentó al lado del príncipe y se puso a hablar con él mientras el príncipe estuvo despierto y cuando Sturm se quedó dormido el kender siguió sentado a su lado, observándolo.

—¡Pero si hasta ronca diferente de como lo hace Sturm! —informó Tas cuando Caramon se acercó para comprobar cómo le iba al caballero.

El hombretón miró a su hermano y después se agachó y aferró el yelmo.

—¿Vas a quitárselo de un tirón? ¡Eh, déjame ayudarte! —se ofreció Tas, entusiasmado—. ¿Puedo ponérmelo yo después? ¿Puedo ser el príncipe?

La única respuesta de Caramon fue un quedo gruñido. Tiró del yelmo, lo retorció y, cuando eso no funcionó, le dio un porrazo para ver si conseguía aflojarlo.

El yelmo aguantó firme, sin ceder un ápice.

—No vas a conseguir sacarlo como no le arranques la cabeza a Sturm y supongo que no es una posible alternativa, ¿verdad? —comentó el kender.

—No, no lo es.

—Qué pena —dijo Tas, decepcionado pero resignado—. En fin, si no puedo ser un enano, al menos tengo la diversión de ver a Sturm actuar como uno de ellos.

—Diversión —resopló Caramon.

Se recostó en la pared, cruzado de brazos, y buscó una postura cómoda en el duro suelo. Se había ofrecido a hacer la primera guardia. Tika se puso de pie, se sacudió las manos y se encaminó hacia él. El guerrero gimió para sus adentros y se preparó para lo que se avecinaba.

—¿Has cenado bien? —preguntó mientras se ponía de pie, nervioso.

Tika miró de soslayo a Raistlin y, al verlo absorto en la lectura, habló en voz baja:

—Ya has tomado una decisión. Te irás con tu hermano, ¿verdad?

—Mira, Tika, he estado pensando —empezó Caramon—. ¿Y si mañana nos dirigimos todos a Thorbardin? Nos reuniremos con Flint y Tanis y entonces Raistlin podrá quedarse con ellos y tú y yo regresaremos para advertir a los demás...

—Querrás decir que regresaremos para enterrarlos —lo interrumpió la joven, que después giró sobre sus talones y volvió a su sitio junto a la pared.

«No lo entiende
—se dijo el guerrero para sus adentros—.
No se da cuenta de lo débil que es Raistlin, de lo enfermo que se pone. Me necesita. No puedo dejarlo solo. A los refugiados no les pasará nada. Riverwind es listo y sabrá lo que tiene que hacer.»

Raistlin, que sólo había fingido estar estudiando sus conjuros, sonrió para sí con satisfacción al ver que Tika se daba media vuelta. Cerró el libro de hechizos, lo guardó en la mochila que siempre le llevaba su hermano y, sintiéndose de pronto muy débil tras los grandes esfuerzos hechos ese día, apagó la luz del bastón y se durmió.

* * *

La noche avanzaba. La oscuridad en el túnel era impenetrable. Sentada contra la pared, Tika estaba despierta y escuchaba los distintos sonidos: los ronquidos sonoros de Sturm, el arrastrar de pies de Caramon, las vueltas y sacudidas en sueños de Tas y otros ruidos que quizás los hacían ratas o tal vez no.

Caramon soltó un descomunal bostezo y, tanteando en la oscuridad, encontró al kender y lo sacudió.

—No puedo seguir despierto más tiempo —susurró—. Sustituyeme.

—Claro, Caramon —contestó Tas con voz adormilada—. ¿Te parece bien que me siente al lado de Sturm? A lo mejor se despierta y entonces podré preguntarle al príncipe si me deja que me ponga el yelmo aunque sólo sea un rato.

Caramon masculló algo sobre que el príncipe y el yelmo podían irse derechos al Abismo por lo que a él concernía. Al oír que se acercaba donde estaba ella, Tika se tumbó rápidamente y cerró los ojos, aunque probablemente él no la vería en la oscuridad.

El guerrero la llamó.

—Tika —susurró, vacilante.

Ella no contestó.

»
Tika, intenta entenderlo —pidió, quejumbroso—. Tengo que ir con Raist, me necesita.

Siguió callada. Entonces Caramon soltó un sonoro suspiro y, tropezando con los pies de Sturm, avanzó a tientas hasta encontrar su petate y se tumbó en él. Cuando empezó a roncar, Tika se puso de pie. Encontró la mochila y la antorcha y se acercó con sigilo a donde Tasslehoff se entretenía empujando con la punta de la jupak a Sturm con el propósito de despertarlo.

—Tas, necesito que me enciendas esta antorcha —pidió Tika en voz queda.

Siempre dispuesto a hacer un favor, el kender rebuscó en uno de sus saquillos. Sacó un yesquero y en un santiamén la antorcha ardía con fuerza. Tika contuvo la respiración, casi esperando que la luz despertara a los durmientes. Raistlin masculló algo, se echó la capucha sobre los ojos y se dio la vuelta. Sturm ni se movió. Caramon, que en cierta ocasión había seguido dormido durante el ataque de un ogro, siguió roncando.

La joven soltó un suspiro suave. No era su intención despertarlo, pero en parte se sintió decepcionada.

—¿Recuerdas tú que he hecho con mi espada? —le preguntó a Tas.

El kender se quedó pensativo un momento.

—Te la quitaste cuando trepamos a la pasarela. Supongo que te la olvidaste allí con todo el jaleo. Seguramente aún sigue tirada en esa columna caída, en la fortaleza.

Tika suspiró para sus adentros. Ningún guerrero de verdad habría olvidado dónde había dejado su espada.

—¿Quieres que vaya a buscarla? —preguntó Tas, anhelante.

—¡Desde luego que no! —contestó la joven—. Quién sabe qué cosas espantosas merodean por allí de noche. Fíjate lo que le ha pasado a Sturm.

Ahora le llegó el turno a Tas de suspirar para sus adentros. Había gente que tenía más suerte que nadie. No era justo.

Other books

Oral Literature in Africa by Ruth Finnegan
The Debutante's Ruse by Linda Skye
Grant Comes East - Civil War 02 by Newt Gingrich, William Forstchen
Winter Fire by Elizabeth Lowell
The Anatomy of Deception by Lawrence Goldstone
(15/30) The Deadly Dance by Beaton, M. C.