—Tus hermanos se sintieron avergonzados de lo que habían hecho, noble príncipe —dijo Hornfel—. Admitieron su culpabilidad ante Kharas y después buscaron la muerte en la batalla. Tu padre lloró cuando le llevaron las amargas nuevas. Hizo todo lo posible para enmendar el daño. Mandó crear una estatua en tu honor y construyó una tumba para ti. A tus hermanos se les dio sepultura en una tumba sin nombre.
—Y, sin embargo, mi padre no volvió a pronunciar mi nombre jamás —arguyó el príncipe.
—Tu noble padre se culpaba a sí mismo, alteza. No soportaba el recuerdo de la tragedia. «He perdido tres hijos», clamaba. «Uno en batalla y dos por la oscuridad.»
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En realidad no es menester que nos maldigas, gran príncipe —añadió Hornfel con amargura—. El trono en el que se sentó tu padre como Rey Supremo ha permanecido vacío desde su muerte. El Mazo de Kharas está perdido para nosotros. Ni siquiera tenemos el consuelo de rendir homenaje a tu padre en su tumba, porque alguna fuerza terrible la arrancó de la tierra y ahora flota a gran altura sobre el Valle de los Thanes. Allí está suspendido el panteón de nuestro Rey Supremo, fuera de nuestro alcance, como un constante castigo y reproche para nosotros.
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Nuestra nación está dividida y pronto, me temo, la disensión desembocará en una guerra civil. No sé qué más daño podrías hacernos, príncipe Grallen —dijo Hornfel—, a no ser que desplomes la montaña sobre nuestras cabezas.
—¡Guau, chico! —Tasslehoff silbó—. ¿De verdad que Flint podría hacer eso? ¿Derribar la montaña?
—¡Chitón! —ordenó Tanis y su expresión era tan feroz que el kender enmudeció.
—Hubo un tiempo en el que me habría vengado de vosotros, pero mi alma ha aprendido mucho a lo largo de los siglos. —La voz de Flint se suavizó. Dio un suspiro y el puño que tenía apretado se relajó—. He aprendido a perdonar. —Flint se puso de pie muy despacio.
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Los espíritus de mis hermanos han marchado a la siguiente etapa del viaje de su existencia. El espíritu de mi padre ha hecho lo mismo, acompañado en el tránsito por el del noble Kharas. Pronto me reuniré con ellos, porque ahora soy libre del cruel encantamiento que me retenía.
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Antes de partir, os haré un regalo, una advertencia. El Falso Metal ha regresado, pero también lo han hecho Reorx y los demás dioses. La puerta de Thorbardin está abierta de nuevo y la luz del sol penetra en la montaña. Si cerráis esa puerta, si dejáis fuera la luz, la oscuridad os consumirá.
—Esto es todo una farsa —masculló Realgar—. ¿Es que no os dais cuenta, necios?
—¡Cierra el pico o te lo cierro yo! —increpó Tufa. El kiar seguía con el cuchillo empuñado.
—Te damos las gracias, príncipe Grallen —dijo Hornfel en actitud respetuosa—. Tendremos en cuenta tus palabras.
—¿Eso es todo lo que tienes que decirnos, príncipe Grallen? —Arman se incorporó—. ¿No hay nada que debas decirme a mí?
—¡Calla, hijo mío! —exhortó Hornfel.
—¡El príncipe ha dicho que los dioses se hallan de nuevo entre nosotros! Es el tiempo del que Kharas hablaba:
«Cuando el poder de los dioses vuelva también lo hará el Mazo para forjar de nuevo la libertad de Krynn.» —
Arman se adelantó para situarse ante el trono del reino de los muertos.
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Dime cómo entrar en la Tumba de Duncan. ¡Dime dónde buscar el Mazo de Kharas, noble príncipe, pues tal es mi destino!
El brillo de la gema perdió intensidad, parpadeó y se apagó.
—¡Espera, príncipe Grallen! —gritó Arman—. ¡No puedes irte sin habérmelo dicho!
Muy despacio, Flint alzó las manos y también muy despacio se quitó el yelmo. Su expresión no era triunfante ni exaltada. Patecía muy cansado. Tenía el semblante demacrado y pálido. Daba la impresión de haber envejecido tantos años como los que el príncipe llevaba muerto.
—¡Tú lo sabes! —gritó de repente Arman, que señalaba a Flint. La voz del joven enano temblaba por la furia—. ¡Te lo dijo!
Flint se alejó del trono de los muertos con el Yelmo de Grallen sujeto debajo del brazo.
—¡Esto es un simulacro, una falacia! —Realgar se echó a reír—. Está mintiendo. Ha mentido desde el principio. ¡No tiene ni idea de dónde está el Mazo!
—Sabía los detalles de la vida y la muerte del príncipe Grallen —argumentó Hornfel—. La montaña tembló cuando dudamos de él. Quizá Reorx y los otros dioses han vuelto.
—Estoy de acuerdo con Realgar —intervino Ranee—.
Buscador de Nubes
se ha sacudido con anterioridad y ninguno de nosotros creyó que fuera algo más que un temblor natural de la montaña. ¿Por qué iba a ser distinto esta vez?
Flint se abrió paso entre los thanes, pero Arman se interpuso en su camino.
—¡Dime dónde buscar el Mazo! Soy un príncipe. ¡Es mi destino!
—¿Por qué iba a decírtelo? —estalló Flint, acalorado—. ¿Para que así te quedes con el Mazo y nos arrojéis a mis amigos y a mí a una mazmorra?
—Retened como rehenes a sus amigos a cambio del Mazo —sugirió el daewar.
—¡Hacedlo y el Mazo seguirá perdido otros trescientos años! —replicó iracundo Flint.
Los ojos entrecerrados de Realgar habían estado observando a Flint con suma atención.
—Propongo hacer una apuesta —dijo entonces, con una sonrisa. Los otros thanes parecían intrigados por la propuesta. Al igual que su dios, a los enanos les encantaba jugar.
—¿Qué apuesta? —preguntó Hornfel.
—Si ese neidar encuentra el Mazo de Kharas y nos los trae, entonces consideraremos dar asilo a esos humanos en nuestro reino... Siempre y cuando no formen parte de un ejército, claro. Si fracasa, entonces él y sus amigos seguirán siendo nuestros prisioneros y cerraremos la puerta.
Hornfel se atusó la barba y miró a Flint con gesto especulativo. El daewar asintió con la cabeza, satisfecho, y el kiar soltó una risita mientras se rascaba la barbilla con la hoja del cuchillo.
—¡No es posible que digan eso en serio! —saltó Sturm cuando Tanis tradujo—. ¡No puedo creer que apuesten con algo tan serio! Claro que Flint no les seguirá el juego.
—Estoy de acuerdo con el caballero —manifestó Raistlin—. Aquí pasa algo raro.
—Es posible —masculló Flint—. Pero a veces hay que arriesgarlo todo para conseguir todo. Acepto la apuesta —dijo luego en voz alta—, con una condición. Conmigo podéis hacer lo que os plazca, pero si pierdo, mis amigos quedan libres y se marchan.
—¡No puede hacer eso, Tanis! —protestó Sturm, escandalizado e indignado—, ¡Flint no puede jugar con el sagrado Mazo de Kharas!
—Tranquilízate, Sturm —increpó el semielfo, irritado—. El Mazo aún no está en poder de nadie para que haga nada con él.
—¡No lo permitiré! —manifestó Sturm—. Si tú no intervienes, entonces lo haré yo. ¡Esto es un sacrilegio!
—Deja que Flint lleve este asunto a su modo, Sturm —advirtió Tanis, que asió al caballero por el brazo al ver que pensaba darse media vuelta, y lo obligó a escuchar lo que iba a decirle—. No estamos en Solamnia, sino en él reino de los enanos. No sabemos nada de sus normas, de sus leyes ni de sus costumbres. Flint sí. Corrió un gran riesgo al ponerse ese yelmo, así que al menos le debemos un voto de confianza.
Sturm vaciló. Por un instante pareció dispuesto a desafiar al semielfo, aunque lo pensó mejor y asintió con la cabeza, de mala gana.
—Haremos la apuesta —dijo Hornfel, que habló en nombre de los otros thanes— con estas condiciones: no aceptamos hacer excepciones respecto a tus amigos, Flint Fireforge de los neidars. Su suerte está vinculada a la tuya. Si realmente encuentras el Mazo de Kharas y nos lo entregas, consideraremos permitir la entrada a Thorbardin de los humanos a los que representáis basándonos en la valoración que hagamos de ellos. Si son, como tú afirmas, familias y no soldados, serán bienvenidos. ¿Te parece bien?
—¡Los dioses nos valgan! —murmuró Sturm.
Flint se escupió en la palma de la mano y se la tendió. Hornfel hizo otro tanto y se estrecharon la mano, con lo que el trato quedó cerrado.
Hornfel se volvió hacia Tanis.
—Seréis nuestros huéspedes durante la ausencia de vuestro amigo. Se os alojará en aposentos de invitados en el Árbol de la Vida y se os proporcionarán guardias para vuestra seguridad.
—Gracias, pero iremos con nuestro amigo —dijo Tanis—. El solo no puede acometer lo que podría ser una misión peligrosa.
—Vuestro amigo no irá solo —contestó Hornfel con un atisbo de sonrisa—. Mi hijo, Arman, lo acompañará.
—¡Esto es una locura, Flint! —dijo Raistlin con voz queda—. Pongamos que encuentras el Mazo. ¿Qué impedirá que ese enano se revuelva contra ti, te mate y lo robe?
—El hecho de que yo estaré ahí para impedirlo —manifestó Flint, enfadado.
—Ya no eres tan joven ni tan fuerte como antes —replicó Raistlin—, mientras que Arman es ambas cosas.
—Mi hijo jamás haría una cosa así —intervino Hornfel, iracundo.
—Por supuesto que no —corroboró Arman, ofendido—. Tenéis mi palabra como hijo de mi padre y como hylar de que la vida de vuestro amigo será para mí una responsabilidad sagrada.
—A decir verdad, Flint podría matar a Arman y robar el Mazo —intervino Tasslehoff con voz alegre—. ¿Verdad, Flint?
El enano enrojeció. Caramon, soltando un suspiro, plantó la mano en el hombro del kender y lo condujo hacia la puerta.
—¡Flint, no accedas a ir solo! —apremió Sturm.
—Eso es algo que no está sujeto a discusión —dijo Hornfel en tono resuelto—. Ningún humano, semielfo y, por supuesto, ningún kender profanará con su presencia la sagrada tumba del Rey Supremo. El Consejo de Thanes ha concluido. Mi hijo os escoltará a vuestros aposentos.
Hornfel se volvió sobre sus talones y se marchó. Los soldados cerraron filas alrededor de los compañeros, que no tuvieron más remedio que dejarse conducir.
Flint se puso al lado de Tanis. El viejo enano llevaba gacha la cabeza y los hombros hundidos. Sujetaba firmemente el Yelmo de Grallen.
—¿Sabes en realidad dónde hallar el Mazo? —preguntó Tanis en un susurro.
—Quizá —masculló Flint.
Tanis se rascó la barba.
—¿Sabes que has apostado la vida de ochocientas personas en ese «quizá»?
—¿Acaso tienes una idea mejor? —Flint miró de soslayo a su amigo. Tanis sacudió la cabeza en un gesto negativo—. Es lo que suponía —gruñó Flint.
La posada de los Altos
Sturm discute
Flínt talla madera
El alojamiento que los enanos proporcionaron a los compañeros estaba ubicado en el nivel inferior del Árbol de la Vida, en una parte de la ciudad que era mas antigua que el resto y que apenas se utilizaba. Todos los edificios estaban abandonados y clausurados con tablones. Flint señaló la razón.
—Todo está adecuado para la estatura de humanos, puertas y ventanas. Esta parte del Árbol de la Vida se construyó para albergar humanos.
—A esta zona se la conocía como Ciudad Alta —les informó Arman—. Esta era el área reservada para los comerciantes humanos y elfos que antaño vivían y trabajaban aquí. Os instalaremos en una de las posadas construidas especialmente para vuestra raza.
Caramon en particular se sintió aliviado. Ya había tenido que meterse encogido en vagones y cajas elevadoras pensadas para el tamaño de los enanos y le había preocupado tener que pasar la noche en una cama hecha para las piernas cortas de esa raza.
La posada estaba en mejores condiciones que el resto de los edificios ya que algún enano emprendedor la utilizaba en la actualidad como almacén. Tenía dos plantas, con ventanas de cristaleras emplomadas y una sólida puerta de roble.
—Antes del Cataclismo esta posada estaba abarrotada todas las noches —dijo Arman mientras conducía a sus «invitados» al interior del establecimiento—. Los mercaderes venían de todas partes de Ansalon, desde Istar, Solamnia y Ergoth. En tiempos, este salón retumbaba con las risas y el tintineo de las monedas de oro. Ahora no se oye nada.
—Salvo los chillidos de las ratas. —Raistlin se recogió los pliegues de la túnica con gesto de asco cuando varios roedores, asustados con la repentina luz que irradiaba la larva de un farol, salieron corriendo en todas direcciones.
—Al menos las camas son de nuestro tamaño —dijo Caramon con agradecimiento—. Y también lo son las mesas y las sillas. Añora sólo falta que tuviésemos algo de comer y de beber...
—Mis soldados os traerán carne, cerveza y ropa de cama limpia —les informó Arman, que se volvió hacia Flint—. Sugiero que los dos disfrutemos de una buena noche de sueño y partamos hacia el Valle de los Thanes mañana a primera hora. —Arman vaciló un instante antes de añadir—: Porque supongo que es allí a donde vamos, ¿verdad?
La única respuesta de Flint fue un gruñido. Se dirigió hacia una silla, se sentó pesadamente en ella y sacó un tarugo de madera y el cuchillo de tallar. Arman Kharas se quedó de pie en el umbral, clavada la vista en Flint, al parecer esperando a que el enano revelara algo más.
Obviamente Flint no tenía nada más que decir. Tanis y los otros seguían parados y miraban en derredor la posada envuelta en penumbra, sin saber qué hacer.
Arman frunció el entrecejo. Era evidente que quería ordenar a Flint que hablara, pero no estaba en posición de hacer tal cosa.
—Apostaré guardias fuera para que no se perturbe vuestro descanso —dijo por fin.
Raistlin soltó una risa sarcástica y Tanis le asestó una mirada de advertencia antes de darse media vuelta. Sturm fue hacia un rincón y sacó con esfuerzo uno de los bastidores de madera para cama que estaban amontonados junto con barriles, cajas y cajones en embalaje. Caramon se ofreció a ayudarlo, así como Tas, aunque lo primero que hizo el kender fue ponerse a abrir agujeros en una caja de embalaje para ver si podía atisbar lo que había dentro. Arman los observaba mientras Flint seguía tallando.
Al fin, Arman se dio un tirón de la barba y les dijo si querían hacer alguna pregunta.
—Sí —contestó Caramon, que sostenía en vilo sobre la cabeza uno de los pesados bastidores de cama para colocarlo en el suelo—. ¿A qué hora cenamos?
La comida que les dieron era sencilla y la regaron con cerveza de una de las barricas. Arman Kharas se marchó por fin. A Tanis le daba pena el joven enano y se sentía molesto con Flint, que al menos podría haberse mostrado agradable con Arman puesto que los sueños que había albergado toda su vida acababan de hacerse añicos. Pero Flint estaba de un humor de perros y Tanis no le comentó nada porque supuso que cualquier cosa que dijera sólo serviría para empeorar las cosas. Flint comió en silencio, engullendo la comida con rapidez, y cuando acabó se fue de la mesa y se puso de nuevo a tallar el tarugo.