El maleficio (20 page)

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El maleficio
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Morpet dijo con decisión:

—Nunca te abandonaremos en poder de Dragwena. Debemos permanecer juntos, sin importar lo que ocurra.

Trimak sacó un cuchillo.

—Morpet tiene razón. Una vez prometí usar esto contra ti, Raquel —arrojó el cuchillo al suelo—. Me da vergüenza. Siento que Dragwena está tratando deliberadamente de separarnos. Quédate aquí. Haremos lo posible para protegerte.

Grimwold asintió y todos los sarrenos en condición de levantarse elevaron su espada y se arrodillaron ante ella.

—No —dijo Raquel. El labio le temblaba—. Cuidad de Eric. ¡No dejéis que la bruja o yo lo lastimemos! No… —salió disparada porque sabía que ni Morpet ni el resto de los sarrenos serían capaces de proteger a Eric de Dragwena. La idea de que ella misma podría atacar a Eric le resultaba insoportable. ¿Estaría Eric a salvo con los sarrenos? ¿O con ella? O… por un momento Raquel tuvo una visión terrible de Eric solo en las nieves de Itrea escondiéndose tanto de ella como de Dragwena.

Eric le dio palmadas en el hombro.

—Oye, tú.

Raquel se dio la vuelta y notó que sus cuatro nuevas mandíbulas se daban la vuelta con ella.

—Confío en ti —dijo—. No te vayas sin mí, Raquel. No me dejes aquí.

Raquel lo atrajo hacia sí.

—¿No me tienes miedo?

Eric sonrió algo alterado.

—Bueno, un poco. Tus dientes son espantosos.

Raquel rió… y sus cuatro mandíbulas se sumaron a la risa.

—Pero tengo esto —dijo Eric señalando con el dedo hacia las paredes de la cueva—. No permitiré que Dragwena me asuste. ¡No lo permitiré!

Raquel intentó sonreír. ¿Llevar a Eric consigo era la decisión correcta? ¿O era lo que Dragwena quería que hiciera?

Grimwold se paseaba por la cueva.

—No entiendo cómo puedes sacarnos a salvo, Raquel. ¿Esperas que los sarrenos huyan de este ejército de avanzada? ¡Míranos! —hizo aspavientos con los brazos—. La mayoría apenas puede caminar. ¿Adónde iremos? ¿Dónde nos esconderemos?

—Dime qué tiempo hace —dijo Raquel.

—¿Qué?

—¿Está oscuro fuera?

—Bueno, sí, es de noche —replicó impaciente—. El sol se puso hace más de una hora. ¿Y qué? Eso no nos protegerá. Armat está en plenitud y brilla como un demonio sobre todos nosotros. Los espías de Dragwena nos encontrarán enseguida. —Se volvió hacia Trimak—: Deja que Raquel y Eric se vayan, si deben hacerlo, pero opino que los sarrenos debemos permanecer en la Sima de Latnap y luchar tanto como nos sea posible. Si subimos a la superficie, estaremos indefensos. Al menos en las cuevas podemos enfrentar nuestros aceros con los de los neutranos.

Varios sarrenos murmuraron su acuerdo.

—No necesitaréis ni correr ni luchar —dijo Raquel mientras pasaba por ellos la mirada—. Ahora tengo nuevos poderes.

Los sarrenos con heridas graves se levantaron de inmediato y se sacudieron, completamente curados. Raquel se dio cuenta de que en su mente surgían sin esfuerzo los nuevos hechizos que necesitaba. Supo que eran los hechizos de Dragwena. ¿Cuál era el mejor? ¿Qué clase de sortilegio podría sorprender a Dragwena y permitirles escapar sin ser detectados?

—Id todos a los corredores altos de la Sima de Latnap —dijo Raquel decidiéndose.

—¿Adónde nos llevas? —preguntó Trimak.

—Ningún lugar es seguro. Os llevaré tan lejos de aquí como pueda.

Mientras Raquel hablaba, un diente se deslizó a través de su mejilla… seguido por una enorme mandíbula. Todos los dientes empujaron hacia fuera con avidez, tratando de llegar hasta los sarrenos. Sintió que algo se arrastraba por sus encías y supo que era una araña, nacida en su saliva. No trató de escupirla, pues sabía que nacerían otras arañas que la reemplazarían.

—Mejor daos prisa —dijo con amargura.

18
Mawkmound

Raquel se sentó a solas durante unos minutos para crear el hechizo que necesitaba para salir de las cuevas.

Cuando estuvo listo, todo comenzó a alterarse en la superficie. En lo alto del cielo nocturno de Itrea siete nubes se movieron furtivamente hacia la Sima de Latnap. Llegaron desde poniente desplazándose con rapidez en la brisa ligera, aunque no tan deprisa como para que su movimiento resultara distinto al de otras nubes. A lo largo de varios kilómetros, por la línea del horizonte, se arrastraron abrazando las bajas colinas, antes de elevarse en una enorme masa que oscureció la luna.

—Ahora —dijo Raquel a un centinela.

Abrió la puerta unos cuantos centímetros y echó un vistazo a su alrededor con precaución. El ejército de Dragwena se acercaba y era visible en todas direcciones. Los sarrenos estaban agazapados en los corredores detrás de la puerta, llenos de incertidumbre por lo que les esperaba. Una fría bruma se coló por la grieta y los cubrió a todos con una humedad lechosa.

—No temáis —anunció la voz de Raquel—. Dejad que el aire nos rodee. He invocado a la bruma para protegernos. Volaremos como si fuéramos una nube. Nos elevaremos hasta el cielo sin peligro de caernos y el viaje será breve.

En ese instante, todos sintieron cómo eran alzados del suelo, como si hubieran colocado una suave almohada debajo de sus pies. Todos estaban suspendidos en el corredor, con los pies a unos cuantos centímetros del suelo.

—Estoy lista —dijo Raquel.

Bajo su dirección, los sarrenos flotaron lentamente hacia arriba mezclándose en el aire nocturno, uno por uno, puesto que la puerta era demasiado pequeña para que pasara más de uno a la vez. Con suavidad, como el vapor que sale de la boca de una tetera, abandonaron la Sima de Latnap. Para cuando el último salió del corredor, Raquel ya se encontraba a más de trescientos metros de altura.

La larga y delgada columna gris se estiró en el aire hasta quedar plana y paralela al horizonte. Allí permaneció suspendida. En la distancia, la columna parecía una angosta nube gris. Nadie que estuviera dentro podía ser visto u oído. La nube se desplazó pronto en los vientos ligeros, viajando hacia poniente junto con las otras nubes en el cielo que ocultaban la luz de Armat y de las estrellas.

—¡Preparaos! —exclamó Raquel, y su voz viajó a lo largo de la bruma—. ¡Vamos a partir!

La nube se detuvo mientras que las otras que la rodeaban siguieron su curso hacia el oeste. Un momento después, y en silencio, giró de repente hacia el sur y se mantuvo a ras del suelo. En el interior de la nube muchos sintieron pánico al experimentar la sacudida. La nube adquirió velocidad atravesando el cielo nocturno. Raquel envió un hechizo de calentamiento para proteger a todos del viento helado.

Un prapsi solitario, que levitaba muy alto en el cielo, vio pasar a la nube por debajo. Parpadeó varias veces.

«¿Qué es eso?», se preguntó a sí mismo, pero la nube ya se había ido y el prapsi se olvidó de inmediato de lo que había visto y se concentró en el ejército de la bruja que marchaba allí abajo: los neutranos y los lobos llegarían a la Sima de Latnap en una hora.

La nube, apenas impulsada por el aire, se detuvo sobre unos montículos cerca del polo sur de Itrea: Mawkmound. El recorrido de Raquel por la mente de Dragwena se lo había enseñado todo sobre el planeta. Sabía que allí no había espías. Ningún ser vivo vivía en Mawkmound, a excepción de unos cuantos árboles escuálidos que de algún modo desafiaban a los vientos.

La nube descendió suavemente hasta el suelo y se dispersó escupiendo sarrenos en la nieve. Varios hombres saltaron al mismo tiempo, listos, con las espadas en alto. Grimwold y Morpet permanecieron cerca de Raquel, con los ojos bien abiertos.

Morpet recorrió la corta distancia que los separaba y le estrechó las manos.

—¿Estás segura de que tienes que marcharte? —preguntó—. Nos sentiríamos más seguros si te quedaras con nosotros.

Raquel castañeó sus nuevos dientes.

—¿Qué te parecen?

—Podría acostumbrarme —dijo Morpet bajando la mirada—. En cambio, no estoy seguro de poder acostumbrarme a estar sin ti.

Raquel le acarició la fina barbilla.

—Sabes, creo que prefería tu barba descuidada. Me gustaba más el viejo Morpet.

—Envejeceré de nuevo para ti —dijo con sinceridad—. Cuando vuelvas.

—Puedo transformarte de nuevo ahora mismo, si lo prefieres.

Morpet sonrió.

—Pues, mira, no lo sé. Logro ver por encima de la cabeza de Trimak por primera vez en más de quinientos años. Es agradable no tener que levantar siempre la vista para mirar a los demás.

—No me había dado cuenta —dijo Raquel, y se esforzó por contener las lágrimas—. Siempre que miraba, todos levantaban sus ojos hacia
ti
, Morpet.

Mientras lo abrazaba, Morpet dijo:

—¿Adónde se ha ido Eric?

Raquel vio a Eric deambulando sobre un montículo de nieve algo distante.

—Vuelve —le gritó—. ¡Eric!

Eric no le hizo caso.

—Dragwena está o ha estado aquí —dijo—. Huele a su magia —se acostó boca abajo en la nieve y extendió los brazos. Olisqueando, dibujó patrones circulares con las manos—. ¡La encontraré!

—¡No, Eric! —gritó Raquel.

Sin previo aviso, la nieve frente a Eric se partió en dos y una figura se desenroscó del suelo.

Era Dragwena.

Antes de que Eric pudiera defenderse, la bruja le dio una fuerte bofetada que lo lanzó a unos metros en la nieve. Allí quedó sangrando, inconsciente.

—Luego me ocuparé de ti, nene —dijo la bruja.

Grimwold fue el primero en reaccionar. El y varios sarrenos se arrojaron contra la bruja. Dragwena los congeló con una mirada rápida que los lanzó a muchos metros de distancia en el cielo oscuro. Antes de que cayeran, Raquel dirigió su mirada hacia arriba, sosteniéndolos en el aire, donde quedaron clavados como mariposas sin alas contra las estrellas.

—Muy bien —dijo Dragwena—, pero no lo suficiente —lanzó un latigazo penetrante a la mente de Raquel, quien durante un segundo perdió el control a causa del dolor. Ese momento fue suficiente para que Grimwold y los otros sarrenos se precipitaran.

La caída los mató.

—Vaya, niña-esperanza —dijo Dragwena—. Parece que disfrutaré de muchas muertes como estas esta noche. ¿Creías que podías escapar? Boba apestosa. ¿No te das cuenta? Apestas a magia. Ahora podría reconocer tu olor en cualquier parte. La nube ha sido un torpe artefacto que he podido seguir con facilidad. Y en cuanto a Eric, sabía que no sería capaz de resistirse a utilizar su inusual don para buscarme. Todo es tan fácil. No sois más que niños. Siempre seré capaz de ir un paso por delante de ti.

Horrorizada, Raquel miró a los sarrenos muertos. Se preparó y esperó a que la bruja la atacara de inmediato. En cambio, Dragwena dijo:

—Debes saber que no puedes vencerme. ¿Para qué luchar? Únete a mí por tu voluntad y no lastimaré a los amigos que te quedan. Tampoco al pequeño Eric. Lo prometo.

En aquel mismo instante, Raquel leyó la mente de la bruja. Dragwena, que había bajado la guardia durante un segundo, bloqueó el hechizo, pero no antes de que Raquel se enterara de la verdad: la bruja planeaba matar a los sarrenos salvajemente.

—Vaya, tienes
miedo
—dijo Raquel—. Ninguna otra cosa te habría llevado a prometerme algo así. Estás mintiendo. ¡Temes a Eric y me temes a mí!

La máscara de confianza de Dragwena se desvaneció.

—¿Por qué estás tan asustada, bruja?

Dragwena no respondió.

Raquel hizo una pausa. Por primera vez percibió sus diferencias.

—Sé por qué —se dio cuenta—. No estoy transformándome en una bruja de tu calaña, ¿verdad? —se tocó las cuatro quijadas de la cara—. De hecho, no estoy… convirtiéndome en una bruja
en absoluto
.

—No puedes resistirte mucho más —dijo Dragwena—. Deja de intentarlo.

Raquel se concentró en todo lo que había ocurrido: la herida punzante que le infligió en la habitación-ojo, la insistencia de Dragwena de que solo podía significar una cosa. En cuanto Raquel se lo preguntó a sí misma, comprendió la verdad.

Se enfrentó a Dragwena.

—Fuiste tú quien intentó convencerme de que estaba convirtiéndome en una bruja —susurró Raquel—. Una y otra vez me decías que sería como tú, que pensaría como tú, que me parecería a ti. Y lo creí —Raquel sintió su cabello, sus brazos, sus cuatro labios, y sonrió—. Fue mi propia magia la que comenzó a desarrollarlo. Pero la magia no sabe lo que quiere. Morpet me lo enseñó en el comedor, cuando tuve que elegir el color del pan. Olvidé esa simple lección. La magia quiere ser usada, pero requiere de control. Mi magia deseaba hacer
algo
. Sin darme cuenta la utilicé. Estaba tan segura de que estaba convirtiéndome en una bruja que la magia funcionó exactamente en este sentido. De haber seguido creyéndolo, al final podría haberme convertido en una bruja como tú. Ese era tu plan.

En ese instante, Raquel recuperó su cuerpo normal. Se enfrentó a Dragwena con una boca normal con dos filas de dientes y el cabello negro.

—Tonta, estúpida bruja —dijo—. Sé lo que quieres: volver a la Tierra para matar a los magos y a los niños. Pero necesitas mi ayuda, ¿verdad? No puedes hacerlo sola. ¡Y no te la daré! Tu voz melosa no funcionará conmigo ahora, ni ninguno de tus otros trucos —miró a Dragwena sin miedo—. He aprendido mucho. Puedo destruirme a mí misma si es necesario. Pase lo que pase, no serás capaz de convertirme en tu bruja.
Nunca
permitiré que los versos sombríos se hagan realidad.

Dragwena exploró su mente. Raquel captó el pensamiento y se lo devolvió.

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