El libro negro (23 page)

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Authors: Giovanni Papini

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BOOK: El libro negro
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Se recopilan esos fragmentos en nueve piezas intituladas
De la Haine,
difíciles de leer. El conocido stendhaliano al que recurrí no pudo transcribirlas todas, tan diminuta es la escritura y tan llena está de abreviaciones y de palabras en inglés e italiano. Copiaré aquí, para darme el gusto, los párrafos más notables.

«La Haine est plus puissante et durable que l'Amour. La Haine qui nait de l'Amour decu ou trahi est plus profonde que la premiére passion. Chi ben ama ben odia».

«Espéces et varietés de la Haine dite carthaginoise (serment d'Annibal)
LOdium theologicum
et ses méfaits anciens et modernes (Calvin á Genéve). Les Haines familiales; les fréres ennemis; les maris haissables et l'adultére comme conséquence de la Haine».

«Le Christianisme défini par Tacite
odium huniani generis:
explication de ce jugement étrange. Le vrai chrétien doit hair soi-méme, sa chair de peché. Le moi haissable de Pascal. La haine inspire plusiers episodes du poéme de Dante. Massacres des Albigeois, etc.».

«Les plaisirs de la Haine compares aux plaisirs de l' Amour. L'Amour a ses tourments et la Haine a ses délices. Les fautes et les malheurs de celui qu'on halt nous remplissent de volupté bien plus que sa mort».

«On dit que la Haine est aveugle mais on dit la méme chose de l'Amour. II n'y a qu'une difference la Haine n'est pas capable de voir les bons cótés d'un étre; l'Amour est incapable de percevoir ses mauvais cótés. Au point de vue des relations humaines cette difference est notable mais elle n'existe pas du tout quand on songe á la substance de la chose. Ceux qui ne voient pas le blanc et ceux qui n'apercoivent pas le noir sont également doués de mauvais yeux».

«Les aboutissements de la Haine: le Pardon ou la Vengeance. Les ames faibles et craintives choisissent le Pardon. Les ames orgueilleuses et sans crain te font recours á la Vengeance. Mais la Vengeance exige beaucoup d'efforts et de patience: quelquefois il faut attendre des années l'ocassion propice de se venger. On pourrait démontrer que le Pardon n'est qu'une forme —peut-étre la plus cruelle— de la Vengeance. Mépris absolu envers celui que nous hai'ssons. Son acte ne m'atteint pas (orgueil?). La Vengeance est confiée á Dieu et §era d'autant plus terrible».

«Utilité de la Haine. Elle épargne l'homme ha'i (et qui se sait surveillé par son ennemi) beaucoup de sottises et de faux pas. Ya Haine, comme toutes les passions, grandit son object et accroit le sentiment de sa valeur. Les mediocres n'ont pas d'ennemis. Celui qui hait est un bienfaiteur malgré lui».

«Odio il peccato e non il peccatore, disent les italiens. Mais le peché n'a pas d'existence propre, abstraite, impersonnelle. II est toujours incarné dans certains hommes en chair et os. Celui que hait le peché est forcément conduit á la haine du pécheur, c'est á dir de son prochain, et il tombe lui méme, sans le vouloir, dans le peché».

«La Haine, quelquefois, peut mourir mais alors elle se transforme presque toujours dans le sentiment opposé: l'Amour. Les ames passionées ne connaissent pas le mépris, qui est la negations de la Haine, ni l'indifference: elles vont toujours aux extrémes».

Conversación 58
TODO POR REHACER

Saint-Moritz, 28 de julio.

Desde hace quince días estoy en este hotel, solo con mi secretaria india, y no he querido conocer a ninguna de las personas que andan por aquí. Pero me he dado cuenta de que un señor anciano, que tal vez fuera escandinavo, me seguía y espiaba, como si deseara mucho trabar conversación conmigo. Siempre lo veía cerca de mí, en la sala de escribir, en el bar, en el porche, en la veranda y en el parque, y no me quitaba los ojos de encima. Yo le huía, no me agradaba y tenía un aspecto poco grato. Era de físico grande, con características de enfermo bacilar, dos ojos sucios encajados en las órbitas y rodeados por arrugas lívidas; el color de su piel oscilaba entre el terroso y el verde. Parecía un reptil que se hubiera criado en arenales palúdicos. Me esforzaba por no mirarlo, apartando mis ojos de los suyos. Sin embargo, ayer por la noche el nórdico logró hablarme. Fue culpa de mi secretaria india, a la que el reptil logró sobornar, no sé cómo. Me hallaba sentado solo contemplando las montañas, y ella se aproximó acompañándolo, musitó su nombre y se alejó. Yo estaba cansado y no tuve fuerzas para seguirla y reprenderla. El hombre enfermo y grisáceo comenzó a hablar en perfecto inglés:

—Le diré en seguida por qué deseo conversar con usted. En un diario suyo que se publicó en los Estados Unidos leí algunas drásticas y mordientes definiciones de las obras maestras de la literatura universal. Me agradaron muchísimo, tanto que las aprendí de memoria y frecuentemente reflexiono sobre ellas. Las mismas me han inspirado el proyecto de una titánica, pero urgentísima empresa. ¿Me escucha usted?

—Le escucho porque tengo dos oídos y no puedo evitarlo; le escucho porque no tengo ni la voluntad ni la energía suficiente para levantarme de esta poltrona. Siga, pues, pero no deje de mirar su reloj, pues dentro de media hora me iré a dormir.

—Vale la pena escuchar una idea que tuvo su origen en su libro. Me convenció usted de que la vieja literatura humana se ha de rehacer toda, o por lo menos precisa audaces restauraciones. Desde hace algunos años consagro todo mi tiempo, mi ingenio y mi ciencia, a esta gigantesca empresa. Desde los tiempos de Homero en adelante, y también desde Goethe hasta ahora, el mundo se ha transformado profundamente, mientras que aquellas obras célebres han permanecido obstinadamente siendo las mismas. Cambiaron los gustos, los humores, los pensamientos, las costumbres, las técnicas y las metafísicas; todo se ha cambiado y cambia. Por esto, los libros antiguos son parcialmente ininteligibles y parcialmente duros para los lectores de ahora. Hasta la forma, que tan perfecta parecía a los antiguos, ha de ser mejorada y pulida para que sea más grata a nuestro tiempo. A las que nada se han de cambiar las situaciones, las alternativas, las tesis y las catástrofes. Un trabajo ímprobo, pero apasionante.

»Conozco y domino las lenguas más importantes del mundo y pude, consiguientemente, trabajar en los originales. Comencé con los poemas homéricos, tan ingenuos y bastos para nuestros ojos. Quité de la
Odisea
todas las fábulas infantiles que en ella había, sustituyéndolas con un instructivo periplo del antiguo Mediterráneo. La matanza de los Procos me pareció indigna del prudente Ulises; la cambié imaginando que los procos fueron enviados al exilio y que el hijo de Laertes se puso en camino para hacer otros viajes más allá de las Columnas de Hércules.

»También el
Edipo,
de Sófocles, me pareció demasiado fabuloso y deshumanizado. He hecho que Edipo recupere milagrosamente la visión y que Antígona contraiga un buen matrimonio.

»Tuve que rehacer casi por completo
La Divina Comedia.
Desde el fallecimiento de Dante hasta nosotros han pasado ya más de seiscientos años, apareciendo en ese ínterin muchos otros pecadores y malhechores que bien merecen ser colocados en el Infierno. Eliminé, además, todos los rellenos teológicos que había en el poema, los que no sólo eran fastidiosos, sino que, y esto es aún peor, no corresponden ya a las conclusiones alcanzadas por la moderna filosofía positivista.

»También el Hamlet me ha dado mucho trabajo. Deseoso Shakespeare de saciar los feroces gustos de su público, ha hecho morir con muerte violenta a la mayoría de los personajes. Ya he remediado eso:
Hamlet
mata al padrastro adúltero, pero sale del paso con algún que otro rasguño; Ofelia es salvada mediante la respiración artificial y en la última escena ya puede casarse con su querido príncipe.

»Del
Don Quijote
tuve que rehacer por lo menos la mitad. En el héroe reformado por mí, sus ratos de buen juicio se alternan con los ataques de locura, y surgen así amenísimos encuentros y aventuras formidables.

»También el
Fausto,
de Goethe, me ha hecho trabajar empeñosamente. Suprimí la segunda parte, demasiado ligada y hermética, y mejoré mucho la primera. Mefistófeles reconoce que los demonios no son más que una tonta invención de la mente humana y desaparece en el aire de la madrugada como un sueño; Margarita es absuelta por los jueces, Fausto la toma como esposa y vuelve a su cátedra de Wittenberg.

»Pero apenas me hallo al comienzo de esta necesarísima obra de perfeccionamiento literario. En estos días estoy rehaciendo el
Moby Dick
, de Melville, y la
Saison en enfer,
de Rimbaud…

No le fue posible continuar hablando. Yo no podía aguantar más: el disgusto y la indignación me proporcionaron fuerzas suficientes para levantarme en actitud amenazadora frente a aquel hombre reptil; la expresión de mis ojos debió ser terrible, porque el desconocido reformador de las grandes obras humanas se sintió lleno de pavor, balbució algunas palabras de disculpa y desapareció entre las sombras del parque.

Conversación 59
EL REGRESO

(DE FRANZ KAFKA)

Praga, 27 de marzo.

Un librero de Praga, conocedor de mi pasión por los autógrafos de escritores célebres, me ofreció en venta el borrador (inédito) de un cuento de Franz Kafka. Tiempo antes yo había leído la traducción inglesa de su obra
El Proceso
; dicha lectura me había simultáneamente hastiado y entusiasmado. Por eso quise hacer una rápida lectura del manuscrito, seis paginitas de apuntes en alemán, antes de pagar el elevado precio que me pedía el librero.

El Regreso
, título que se lee en la parte superior, es el rápido esbozo de un cuento que Kafka no quiso o no tuvo tiempo de desarrollar. Un agente de seguros, el señor W. B., quiere emprender un largo viaje de negocios por Bohemia, debiendo dejar sola a su joven esposa en la casa de campo, situada a unos cien kilómetros de Praga. Le disgusta mucho dejarla porque se han casado poco tiempo antes y están muy enamorados, pero el deber y el interés le obligan a partir. Dicho viaje debía durar un mes y medio, pero por diversas causas, que Kafka no hace saber, el señor W. B. se ve obligado a permanecer ausente por espacio de dos meses. Finalmente llega el tan deseado día del regreso; aproximándose la noche desciende en la estación más cercana a su morada, en la estación le aguarda una carroza pedida por telegrama; ha realizado buenos negocios y está contento, pero más que nada está contento al pensar que al cabo de tanto tiempo podrá abrazar a su buena y hermosa María. Llega finalmente a la puerta de madera de su jardín. Ya es de noche. El jardinero sale a su encuentro llevando un farol. Mirando a su alrededor todo le parece nuevo, aunque nada ha cambiado. El viejo perro blanco lo reconoce y le hace fiestas; la vieja criada que le sirvió desde la niñez está a la entrada de la puerta, le sonríe, le da la bienvenida, le ayuda a quitarse el grueso capote negro especial para viajes:

—¿Ninguna novedad?

—Ninguna, señor.

—¿Y la señora?

—Baja en estos momentos.

En efecto: por la escalera de haya que conduce a la planta alta desciende una mujer que saluda alegremente al señor W. B., pero éste, cuando la mujer está cerca, hace un movimiento de estupor y, en lugar de abrazarla, camina hacia atrás sin decir palabra. Aquella joven señora, vestida de terciopelo, no es su María, no es su esposa. María es morena como una meridional, mientras que ésta tiene los cabellos de un color rubio ceniza; María es de mediana estatura y algo redonda, mientras que ésta es alta, delgada. Ni siquiera los ojos son los mismos: la desconocida que pretende abrazarle tiene ojos azules clarísimos, casi grises, mientras que los de María, oscuros y ardientes, se parecen a los de una mujer criolla.

Y, sin embargo, esa señora lo llama por su nombre con voz acariciadora, le pide noticias acerca de su viaje y de su salud, toma una de sus manos y le atrae hacia sí, lo besa con labios cálidos en ambas mejillas. El viajero es incapaz de articular una sola palabra, le parece que en lugar de entrar en su casa ha ingresado al mundo de los sueños; le agradaría que alguien lo despertara. Pero todo es allí normal excepto la nueva mujer: la casa es siempre la misma, los muebles son los mismos que dejó al partir, el jardinero, dejadas las maletas, aguarda órdenes de la dueña de casa, la sirvienta trata a la desconocida como si fuese la señora María e incluso el perro se mueve por allí haciendo fiestas y ladrando como acostumbraba hacerlo con su verdadera ama. ¿Qué había sucedido?, ¿por qué ninguno de los presentes, excepto él, se da cuenta de que aquella mujer no es su María?

Siempre en silencio, el señor W. B. sigue a la desconocida, suben por la escalera de madera y entran en la cámara conyugal. También allí está todo igual que antes. La «toilette» de María es la misma, con sus frascos y demás cosas bien conocidas por él; los vestidos de María cuelgan en el mismo perchero, su retrato, el de W. B., está en la misma mesita de la esposa. La nueva María se aprovecha de su turbación para abrazarlo y besarlo en la boca, y él siente que el perfume es el mismo, bien conocido, exótico e intenso, aun cuando el cuerpo sea diverso.

—¿Estás cansado? —le pregunta la mujer—. ¿Quieres reposar un poco antes de bajar para cenar? Me parece que estás extraño, muy cambiado. ¿Por qué te muestras tan frío conmigo, que te estoy esperando desde hace tiempo?, ¿te sucedió algo desagradable?, ¿no te sientes bien?, ¿quieres beber un sorbo de tu licor preferido?, siempre tuve a mano la botella para tu regreso…

—No necesito nada —logra decir finalmente el señor W. B.—. Solamente querría descansar un poco y reflexionar sobre lo que está sucediendo no lo puedo comprender. Déjame solo por un momento.

—Como quieras —responde dulcemente la mujer—. Voy a la cocina para vigilar que la cena esté a punto. Hice preparar los platos que más te agradan.

Estrecha su mano, le sonríe y sale del cuarto. El señor W. B., vestido como había llegado, se tiende en el lecho presintiendo que se aproxima una especie de vértigo. No logra darse cuenta de la inaudita aventura que le está sucediendo. En su aturdimiento no es capaz de hallar una explicación satisfactoria. ¿Qué había sucedido? Durante aquellos dos meses de ausencia, ¿se habría transformado él hasta el punto de no reconocer más a su amada esposa, o tal vez, aun cuando nadie se diera cuenta, su María se habría cambiado enteramente dejando de ser como antes era?; u otra hipótesis aún más absurda y pavorosa: ¿la verdadera María habría sido sacada de allí por la fuerza, quizás hasta asesinada, contando con la complicidad de la servidumbre, y otra mujer a la que nunca había visto pero que tal vez lo amaba, habría ocupado el puesto de la primera?

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