El libro de Los muertos (3 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El libro de Los muertos
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—Lo he visto en otras ocasiones —asegura Scarpetta.

El animado solar en construcción después de oscurecer.

Los comercios, pizzerías y
ristorantes
de alrededor están iluminados y concurridos. Hay coches y escúteres aparcados a los lados de las calles, encima de las aceras. El rumor del tráfico y los sonidos de pasos y voces colman la sala.

De pronto, las ventanas iluminadas se oscurecen. Luego, silencio.

El ruido de un coche y su silueta. Un Lancia negro de cuatro puertas aparca en la esquina de Via di Pasquino y Via dell'Anima. Se abre la puerta del conductor y baja la animación de un hombre vestido de gris. Su rostro no tiene rasgos y, al igual que sus manos, es gris, lo que da a entender a los presentes en la sala que aún no se ha asignado al asesino edad, raza ni características físicas. Para no complicar las cosas, se habla del asesino como de un varón. El hombre gris abre el maletero y saca un cadáver envuelto en una tela azul con un estampado que incluye los colores rojo, dorado y verde.

—Las características de la sábana que la envuelve están basadas en las fibras de seda recogidas en el cadáver y el barro debajo del mismo —señala el capitán Poma.

—Fibras halladas por todo el cadáver —tercia Benton Wesley—. Incluidos cabello, manos y pies. Desde luego las había en abundancia adheridas a sus lesiones, de lo que cabe deducir que estaba envuelta de la cabeza a los pies. De manera que, sí, es evidente que debemos pensar en una tela de seda de colores vivos. Bastante grande. Quizás una sábana, tal vez una cortina...

—¿Adónde quiere llegar?

—A dos conclusiones: no debemos dar por sentado que era una sábana, porque no debemos dar nada por sentado. Además, es posible que la envolviera en algo originario del lugar donde vive o trabaja, o donde la mantuvo retenida.

—Sí, sí. —Las gafas del capitán Poma permanecen fijas en la escena que colma la pared—. Y sabemos que hay fibras de alfombra que también concuerdan con fibras de alfombra en el maletero de un Lancia, lo que también concuerda con el automóvil descrito alejándose de aquella zona aproximadamente a las seis de la madrugada. La testigo que he mencionado, una mujer de un apartamento cercano que se levantó para echar un vistazo a su gato porque estaba... ¿cómo se dice?

—¿Dando alaridos? ¿Maullando? —lo ayuda la intérprete.

—Se levantó porque su gato estaba maullando y al mirar por la ventana vio un lujoso sedán oscuro que se alejaba lentamente del solar en construcción. Dijo que giró hacia Dell'Anima, una calle de dirección única. Adelante, por favor.

Se reanuda la recreación animada. El hombre gris saca del maletero el cadáver envuelto en la llamativa tela y lo lleva hasta una pasarela de aluminio protegida únicamente por una cuerda, que sortea por encima. Baja con el cuerpo por un tablón de madera que desemboca en el solar y lo deposita a un lado, en el barro. Luego se acuclilla en la oscuridad y desenvuelve rápidamente una figura que se convierte en el cadáver de Drew Martin. No se trata de una animación, sino de una fotografía tridimensional. Se la ve con claridad: su rostro famoso, las atroces heridas en el cuerpo esbelto, atlético, desnudo. El hombre gris arrebuja el envoltorio de colores vivos y regresa al coche para marcharse a velocidad normal.

—Creemos que llevó el cadáver en brazos en vez de arrastrarlo —dice Poma—. Porque esas fibras sólo estaban en el cadáver y la tierra debajo del mismo. No había ninguna más, y aunque eso no constituye prueba de nada, desde luego indica que no la arrastró. Permítanme que les recuerde que esta escena se ha diseñado con el sistema de cartografía láser, y la perspectiva que están viendo, así como la posición de los objetos y el cadáver, son absolutamente precisas. Por supuesto, sólo están animados las personas u objetos que no se filmaron en vídeo o se fotografiaron, como el propio asesino y el coche.

—¿Cuánto pesaba la joven? —pregunta el ministro del Interior desde la última fila.

Scarpetta contesta que Drew Martin pesaba cincuenta y nueve kilos, y luego lo convierte en libras.

—El individuo debe de ser bastante fuerte —añade.

Se reanuda la recreación animada. El silencio y el solar en construcción a la luz de primera hora de la mañana. El sonido de la lluvia. Las ventanas siguen a oscuras, los negocios cerrados. No hay tráfico. Entonces, el gañido de una motocicleta, cada vez más alto. Aparece una Ducati roja por Via di Pasquino» el motorista, una figura animada con impermeable y uncasco que le tapa la cara. Gira hacia la derecha por Dell Anima y de pronto se detiene. La moto cae sobre la calzada con un sonoro topetazo y el motor se para. El motorista, sobresaltado, pasa por encima de la moto y cruza a paso vacilante la pasarela de aluminio, sus botas resuenan sobre el metal. El cadáver en el barro debajo de él resulta tanto más chocante, más espantoso, por cuanto es una fotografía tridimensional yuxtapuesta a la representación animada del motorista, muy poco natural.

—Ahora son casi las ocho y media, con un tiempo, como pueden ver, nublado y lluvioso —señala Poma—. Avancen hasta el profesor Fiorani en el escenario del crimen, me parece que es la imagen catorce. Y ahora, doctora Scarpetta, si es tan amable, puede examinar el cadáver en el escenario del crimen con el bueno del profesor, que, lamento decirlo, no se encuentra aquí esta tarde debido a que, ¿no se lo imaginan?, está en el Vaticano. Ha muerto un cardenal.

Benton se queda mirando la pantalla a espaldas de Scarpetta, y a ella se le hace un nudo en el estómago al verlo tan disgustado que no quiere mirarla.

Colman la pantalla nuevas imágenes: grabaciones de vídeo en 3—D, luces azules destellantes, coches de policía y una camioneta negro azulado del equipo científico de los Carabinieri. Hay más Carabinieri con metralletas protegiendo el perímetro del solar en construcción, así como investigadores de paisano en el interior del área acordonada, que recogen pruebas y toman fotografías. Los sonidos de los obturadores de las cámaras y las voces quedas y los grupos de gente arracimada en la calle. Un helicóptero de la policía suena sordamente desde las alturas. El profesor —el patólogo forense mejor considerado de Roma— va cubierto con un mono Tyvek blanco enfangado. El plano se cierra sobre su punto de vista: el cadáver de Drew. Con las gafas estereoscópicas se ve tan real que resulta extraño. Scarpetta tiene la sensación de que podría tocar a Drew y las heridas abiertas de color rojo oscuro que, manchadas de barro, relucen debido a la humedad dela lluvia. Tiene la melena rubia mojada y pegada a la cara, los ojos firmemente cerrados y abultados bajo los párpados.

—Doctora Scarpetta —dice el capitán Poma—, proceda a examinarla, por favor. Díganos lo que vea. Ya ha revisado el informe del profesor Fiorani, claro, pero ahora que ve el cuerpo en tres dimensiones y está situada en el escenario junto a él, nos gustaría escuchar su opinión. No la criticaremos si se muestra en desacuerdo con las conclusiones de Fiorani.

Al profesor se lo considera tan infalible como el mismísimo Papa al que embalsamó unos años atrás.

El punto rojo del láser se mueve hacia donde señala Scarpetta, que dice:

—La posición del cadáver. A la izquierda, las manos plegadas bajo la barbilla, las piernas levemente dobladas. Una posición que me parece deliberada. ¿Doctor Wesley? —Mira hacia las gruesas gafas de Benton, fijas más allá de ella, en la pantalla—. Es un momento oportuno para que haga sus comentarios.

—Deliberada, sí. El cadáver fue colocado de esa manera por el asesino.

—¿Como si estuviera rezando, tal vez? —comenta el jefe de la policía nacional.

—¿De qué religión era la muchacha? —pregunta el subdirector de la Dirección Nacional de Policía Criminal.

Una andanada de preguntas y conjeturas desde la sala apenas iluminada.

—Católica romana.

—No era practicante, según tengo entendido.

—No mucho.

—¿Quizás haya alguna conexión religiosa?

—Sí, yo también me lo preguntaba. El solar en construcción está muy cerca de Sant'Agnese in Agone.

El capitán Poma explica:

—Para quienes no lo sepan —mira a Benton—, santa Agries fue una mártir torturada y asesinada a los doce años porque no quiso a casarse con un pagano como yo.

Repiqueteos de risa. Cambios de opiniones sobre la posibilidad de que el asesinato tenga un componente religioso importante. Pero Benton dice que no.

—Se aprecia degradación sexual —dice—. Está expuesta, desnuda y abandonada a la vista justo en la misma zona donde debía reunirse con sus amigas. El asesino quería que la encontraran, quería causar una fuerte impresión en la gente. La religión no es el móvil predominante, sino la excitación sexual.

—Sin embargo, no hemos encontrado indicios de violación —interviene el forense en jefe de los Carabinieri.

Y pasa a explicar con el concurso de la intérprete que, por lo visto, el asesino no dejó fluido seminal, ni sangre ni saliva, a menos que la lluvia se los llevara. Pero debajo de sus uñas se recogió ADN de dos procedencias distintas. Los perfiles no han servido de nada hasta el momento porque por desgracia, continúa, el gobierno italiano no permite que se tomen muestras de ADN a los criminales, ya que se considera una violación de sus derechos. Los únicos perfiles que pueden introducirse en las bases de datos italianas ahora mismo, dice, son los obtenidos a partir de pruebas, no de individuos.

—Así que no hay base de datos donde buscar en Italia —añade Poma—. Y lo máximo que podemos decir ahora mismo es que el ADN recogido de las uñas de Drew no coincide con el ADN de ningún individuo en ninguna base de datos extranjera, incluido Estados Unidos.

—Tengo entendido que han establecido que las muestras de ADN recogidas bajo sus uñas pertenecen a hombres de ascendencia europea, es decir, caucásicos —comenta Benton.

—Así es —asiente el director del laboratorio.

—¿Doctora Scarpetta? —dice Poma—. Continúe, por favor.

—¿Pueden mostrar la foto número veintiséis de la autopsia? —solicita—. Una vista posterior durante el reconocimiento externo. Primer plano de las heridas.

Llenan la pantalla dos cráteres rojo oscuro con rebordes mellados. Ella apunta el láser y el punto rojo se desplaza porencima de la enorme herida donde estaba la nalga derecha, y luego a otra zona de carne extirpada del muslo derecho.

—Infligida con un instrumento afilado, posiblemente una hoja dentada, que serró el músculo y produjo cortes superficiales en el hueso —explica—. Infligida post mórtem, según indica la ausencia de respuesta a las lesiones en el tejido. En otras palabras, las heridas son amarillentas.

—La mutilación post mórtem descarta la tortura, al menos la tortura con cortes —señala Benton.

—Entonces ¿qué explicación hay, si no es la tortura? —le pregunta Poma, los dos mirándose fijamente como dos animales enemigos por naturaleza—. ¿Por qué, si no, iba a infligir alguien heridas tan sádicas, y, si me permiten sugerirlo, desfigurar a otro ser humano hasta tal punto? Díganos, doctor Wesley, con toda su experiencia, ¿ha visto alguna vez algo parecido, quizás en otros casos? Especialmente teniendo en cuenta que ha sido usted un experto en perfiles del FBI.

—No —responde Benton secamente, y cualquier referencia a su carrera previa con el FBI es un insulto calculado—. He visto mutilaciones, pero nunca nada semejante. Sobre todo por lo que respecta a los ojos.

—Los extirpó y rellenó las cuencas con arena. Luego le cerró los párpados con pegamento.

Scarpetta señala con el láser y lo describe, y Benton vuelve a sentir un escalofrío. Todo lo relativo a este caso le produce escalofríos, lo desconcierta y fascina. ¿Cuál es el simbolismo? No es que no esté familiarizado con la extirpación de ojos, pero lo que sugiere el capitán Poma es descabellado.

—¿El antiguo deporte de combate griego llamado pancracio? Quizás hayan oído hablar de él —dice Poma a toda la sala—. En el pancracio vale cualquier medio posible para derrotar al enemigo. Era habitual sacarle los ojos al contrario y matarlo acuchillándolo o estrangulándolo. A Drew le arrancaron los ojos y luego la estrangularon.

El general de los Carabinieri le pregunta a Benton, por medio de la intérprete:

—Entonces ¿es posible que haya una relación con el pancracio? ¿Que el asesino tuviera esa modalidad de lucha en mente cuando le extrajo los ojos y la estranguló?

—No lo creo.

—Entonces ¿qué explicación hay? —pregunta el general, que al igual que Poma, luce un espléndido uniforme, sólo que con más plata y adornos en torno a los puños y el cuello alto.

—Uno más íntimo. Más personal —señala Benton.

—¿Relacionado con las noticias, tal vez? —sugiere el general—. Tortura. Los escuadrones de la muerte en Irak que arrancan los dientes y sacan los ojos.

—Únicamente puedo suponer que lo hecho por este asesino es una manifestación de su propia psique. En otras palabras, no creo que lo padecido por esta joven sea una alusión a nada ni remotamente tan obvio —ataja Benton.

—Eso es una especulación —apunta el capitán Poma.

—Es una observación psicológica basada en los muchos años que he dedicado a la investigación de crímenes violentos —responde Benton.

—Pero sigue tratándose de su intuición.

—Quien hace caso omiso de la intuición, ha de asumir las consecuencias —señala Benton.

—¿Podemos ver la imagen de la autopsia en que se la ve frontalmente durante la revisión externa? —solicita Scarpetta—. Un primer plano del cuello. —Repasa la lista en el atril—. La número veinte.

Una imagen tridimensional llena la pantalla: el cadáver de Drew sobre una mesa de autopsia de acero, la piel y el pelo recién lavados y húmedos.

—Si miran aquí —Scarpetta señala el cuello con el láser—, verán una ligadura horizontal. —El punto se desplaza por el cuello. Antes de que pueda continuar, el jefe de la Oficina de Turismo de Roma la interrumpe.

—Los ojos se los sacó después. Una vez muerta —precisa—. No mientras seguía viva. Eso es importante.

—Así es —asiente Scarpetta—. Los informes que he revisado indican que las únicas heridas pre mórtem son contusiones en los tobillos y las provocadas por la estrangulación. La fotografía del cuello diseccionado, por favor, número treinta y ocho.

Espera, y las imágenes colman la pantalla: sobre la mesa de disección, la laringe y tejido blanco con áreas de hemorragia; la lengua.

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