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Authors: Miquel Esteve

Tags: #Intriga, #Erótico

El juego de Sade (35 page)

BOOK: El juego de Sade
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¡Eres un bilioso, Jericó! Tan solo se trata de una indefensa perrita. Resérvate la mala leche para cuando la necesites y no la malgastes con un pobre animalito.

Has tardado nada menos que una hora en llegar al despacho de Niubó, junto a la plaza Francesc Macià. Los lunes por la mañana suelen ser días de colapso, seguramente por el reinicio de la actividad. Pili, la recepcionista, te indica que pases directamente al despacho del gran jefe, Jaume Niubó, un par de años mayor que tú y con una visión amplia y profunda del mundo empresarial.

Sin más ceremonias, y después de un breve apretón de manos —Jaume es de los que van al grano—, te sientas en el lugar habitual, la mesa redonda auxiliar de reuniones, y él lo hace seguidamente, acompañado del famoso bloc de notas: la libreta que usa Niubó, el hombre que ha liquidado más empresas de la ciudad, es una especie de tótem en el mundo de los negocios. Precisamente, está pasando las hojas para situarse en tu asunto: la adquisición de Jericó Builts S. L. por parte de Wilhelm Krause.

Se rasca la cabeza y te observa fugazmente, devolviendo la mirada al bloc.

—¿Y esa corbata? —te pregunta.

—Es especial.

Sonríe.

—No sabía que estuvieran de moda las corbatas
retro
. En fin, no perdamos el tiempo: Krause te compra la empresa, esa es la buena noticia, pero hay dos detalles que hay que tener en cuenta: lo primero y más urgente es que necesitas la firma de tu esposa conforme renuncia a las participaciones del bungaló de Dubái y el
loft
de París. Recuerda que son los únicos elementos patrimoniales de la empresa en los que figura.

Resoplas. La relación con Shaina es tensa. Querrá una contrapartida por la renuncia. Se lo comentas.

—¿No estás bien con ella? ¿Hasta qué punto? —te pregunta.

—Estaba esperando deshacerme de todo para iniciar la separación y el divorcio. No había pensado en el detalle de su participación en estas dos propiedades.

—Tú lo quisiste, ¿recuerdas?

—Sí, entonces aún estaba narcotizado.

—¿Y por qué no la compensas con el ático donde vives? La tasación de tu casa bastará para comprarle la renuncia, ya lo arreglaré…

—Lo malo es que en ese caso tendré que pedirle el divorcio antes de liquidar, y es capaz de no firmar la renuncia solo para extorsionarme.

—No es preciso que le cuentes que quieres divorciarte. Simplemente que la venta de Jericó Builts os libera de una carga inmensa y que tú le compensas su renuncia con la donación total del ático donde vive.

Vuelves a resoplar.

—No siempre se puede ganar, Jericó. La oferta de Krause, tal como están las cosas, es un milagro, ¡créeme! Te quedan los dos fondos y la caja fuerte. Supongo que no le habrás mencionado nada acerca de eso, ¿no?

—No, no sabe nada.

—Se lo propones y, si acepta, me lo haces saber hoy mismo, ¿de acuerdo?

—Sí.

—El segundo es un detalle que te concierne únicamente a ti. El señor Wilhelm Krause en persona me ha indicado que deberás aceptar un paquete que custodian en Recasens, la notaría, en el momento de la firma. Sí, no pongas esta cara, yo tampoco lo entiendo, pero
Herr
Krause es un tipo estrafalario, como casi todos los millonarios, y no tengo ni la más remota idea de qué puede contener el paquete. ¿Tal vez las medias de Marlene Dietrich? ¡Yo qué sé! En realidad no tiene importancia.

No conoces personalmente a
Herr
Krause. Has oído las leyendas urbanas que circulan por el gremio y has leído la entrevista que concedió a
Forbes
, la revista donde se exhiben los más ricos del mundo, pero nada más.

—¿Me das el visto bueno? —te pregunta, retrepándose en la silla y cruzando las manos en la nuca.

—Sí. Hoy mismo te respondo sobre lo de Shaina. Supongo que no pondrá ningún impedimento. El ático, continente y contenido, es una perita en dulce.

—Esperemos —sentencia él.

Os levantáis, lanza el bloc sobre su mesa y te acompaña a la puerta. Durante el brevísimo trayecto, te ha cogido por el hombro.

—Jericó, date por afortunado de poder cerrarlo todo así. Podrás comenzar de nuevo otra vez, sin deudas, embargos, procesos judiciales… ¡Olvídate del valor del ático! Si no hubieras recibido la oferta de Krause, habría acabado en manos del banco y tú, atrapado. Mejor en manos de Shaina y tú libre como un pájaro, ¿no te parece?

—Sí, tienes razón.

Cuando estáis en la puerta, a punto de despediros, se acuerda de algo que quería comentarte:

—¡Por cierto, me olvidaba! ¿Sabes de qué me he enterado cerrando el caso de Jericó Builts?

Como respuesta, te encoges de hombros.

—El grupo de Krause participa en Minginal S. A.

Minginal S. A. es una de las empresas de Gabo. El nombre resulta obvio. Proviene de «mingitorio», la obsesión coleccionista de Gabriel. El fetichismo urinario marca de la casa.

No emites ningún comentario. Es poco probable que Niubó haya captado tu sorpresa. Una casualidad más, y ya van no sé cuántas. Quizá deberías dudar de las casualidades, Jericó, ¿no crees?

En la calle el aire es denso. La ciudad en lunes en una hora punta. Las doce y media. Te preguntas si vas a llamar a Gabo para almorzar juntos, pero al final decides no hacerlo. No tienes ganas. De hecho, estás deseando que sean las siete para recoger a Isaura en el aeropuerto. ¡Tienes tantas ganas de verla, de oír su voz! Ojalá pudieras explicarle que estás a un paso de ser feliz, que te separarás de su madre, pero que esto no afectará al amor que sientes por ella y que le procurarás el mejor futuro que puedas.

Sonríes mientras caminas, porque ya te parece estar oyendo todo lo que tendrá que contarte.

La Black suena.

—¿Sí?

—Hola, Jericó, soy Eduard.

La voz es triste y apagada.

—¡Dime!

Tienes que taparte el otro oído para aislarte del ruido.

—Tengo buenas y malas noticias.

El corazón se te acelera.

—¿Cómo ha salido el análisis? —le preguntas, impaciente.

—La buena noticia es que no te has contagiado. Estás limpio.

Apartas un momento el móvil y sueltas un grito de alegría. ¡Enhorabuena, Jericó! Has salvado la situación y ya no tienes que preocuparte por tu salud. Estás limpio. ¡Limpio! Podrás comenzar una nueva vida con la salud intacta.

—La mala noticia, amigo mío, es que esta madrugada Paula nos ha dejado.

Ha fingido bien el muy cabrón. La voz apenada te perfila una imagen compungida de Eduard, pero el corazón te dibuja, efímera, en un pedestal de bruma, a Paula, sentada en el comedor de la casa de los Magrinyà.

—¿Cómo ha sido?

—El corazón se le ha parado mientras dormía. Tú no la veías desde hace tiempo, pero a pesar de sus ánimos estaba muy débil. La metástasis afectaba completamente órganos vitales como el corazón.

¿Que no la veías desde hace tiempo? Ayer mismo estuviste con ella y te confirmó quién era la auténtica persona que disfrazaba este aspecto elegante, deportista, jovial, académico…

Déjalo correr, Jericó. La vida es así. Unos mueren —Paula—, otros nacen: tú, limpio de todo contagio y pronto de deudas. Ella descansa, por fin, en el éter que sostiene el silencio dulzón de las viñas. Descanse en paz, Paula Magrinyà.

—Te acompaño en el sentimiento, Eduard, ¿cuándo es el entierro?

—Por expreso deseo, el funeral de cuerpo presente será mañana, martes, a las once, en la iglesia de Capçanes, su pueblo natal. Con Alfred hemos hablado de celebrar la semana que viene, aquí, en la ciudad, una misa funeral en nuestra parroquia.

—Ya me lo confirmarás. Me gustaría asistir.

—Gracias, Jericó.

—Gracias a ti. A pesar de la noticia de la muerte de Paula, tengo que confesarte que me has quitado un gran peso de encima.

—Te creo. Discúlpame, pero tengo que hacer algunas llamadas y debo salir hacia Capçanes para ayudar a Isabel, la hermana de Paula, a prepararlo todo.

Te imaginas la cara adusta de Isabel al ver llegar a su
cuñadísimo
. Recuerdas la mirada severa del viejo Magrinyà en el retrato de la chimenea. Llegado a este punto, te estremece la aprensión con que ambas hermanas hablaban de la maldición que planeaba sobre el linaje de Magrinyà debido a que el patriarca no siguió las instrucciones de la carta del juego de Sade. Un juego que ahora se presenta como el único obstáculo para tu felicidad. Porque la venta de tu empresa está al caer y sabes que la imprudencia del Donatien con una mujer promiscua no ha tenido consecuencias sobre tu salud. El divorcio con Shaina es cosa de tiempo y algo de pasta. Por tanto, lo único que te agobia en este momento es la participación en un juego absurdo y peligroso que, de momento, se ha cobrado una víctima.

El doble sentimiento, de felicidad y pena, te acompañan hasta el párking donde has dejado el coche. Te planteas seriamente mandar el juego a hacer puñetas, olvidarlo todo. No mirar más hacia atrás, pasar página. Al fin y al cabo, a Magda ni la conocías y, además, no olvides que fue capaz de engañar al pobre Alfred con su suegro. Aunque este también la engañaba a su vez con Ivanka, la prostituta de La Cueva de los Amos. Sabes de qué pie cojea Eduard y también que, casi con seguridad, él ha sido el asesino de Magda. ¿Por qué motivo? Eso lo ignoras, pero más vale dejarlo correr. Hay demasiada pimienta en esta salsa. ¿Y qué me dices de Gabo y Jota, su hipotético hijo ilegítimo? ¿O de Shaina y su papel en este juego? ¿Cuántas pollas ha probado hasta ahora tu esposa?

Bajas hasta la segunda planta, donde tienes aparcado el Cayenne. Respiras hondo con los ojos cerrados antes de abrir la puerta. Te reconfortas. «Ánimo, todo irá bien —te repites—. Además, dentro de unas horas recogeré a Isaura.» Cuando estás a punto de subir, oyes una voz detrás de ti. Te vuelves. Es Josep, el dependiente de la tienda de ropa, el tipo que se tira a Shaina.

—¡Josep! ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estaba sentado en el Sandor y te he visto pasar. Te he seguido. Hace días que quiero hablar contigo y no sé cómo.

—¿Hablar tú y yo? ¿De qué? —le sueltas con displicencia.

—De Shaina.

—Ya sé que te la tiras, ¿y qué?

—No es eso. Te está preparando una trampa. Quiere arruinarte la vida. Y me ha utilizado como un objeto.

¿Has oído bien, Jericó? Shaina te la está jugando. Te lo dice el tipo que tiene una verdadera obra de arte entre las piernas, al que has estado manteniendo durante una buena temporada.

—¡Claro que te ha utilizado! Para follar y poco más. ¿Te sorprende?

—No se trata de eso. Desde el primer momento ha querido que tú conocieras nuestra relación. Hay alguien que la domina, la manipula como si fuera un títere. Y creo que quieren jugár- tela.

¡Perfecto! Mira por dónde, ahora resulta que el tipo a quien al principio odiaste, el que luego protagonizó tus fantasías eróticas en las que Shaina se acostaba con él, el mismo al que maldecías por el gasto que te ocasionaba, ahora viene a salvarte la vida.

Lo miras fijamente. Es un buen actor, eso ya lo sabes del Donatien, pero jurarías que su gesto de preocupación es sincero.

—Vamos a comer algo y me lo cuentas, ¿te parece?

—¡De acuerdo!

Cierras el vehículo y salís casi a la plaza de Francesc Macià.

—¿Alguna preferencia?

—Aquí cerca, en la calle Laforja, está el Kat Kit.

—Lo conozco, estuve allí con Shaina. Se come correctamente.

—Se lo descubrí yo —añade con cierta timidez.

Prescindes del comentario.

—Vamos, pues —te limitas a decir.

 

Apenas habéis hablado durante el trayecto al restaurante de ambiente moderno en el que el rosa pastel combina con la oscuridad del suelo y el negro de la sillería. Le dejas escoger la mesa y echas un vistazo rápido a la carta.

—¡Bueno, ya lo tengo!

Él tarda un poco más en decidirse. Cuando lo hace, deja la carta sobre la mesa y con voz mustia te deja caer:

—Ante todo, quiero que sepas que lo siento. Lamento haberte engañado.

Lo interrumpes.

—No es preciso que te disculpes. Solo me afectó al principio. Después, incluso te habría dado las gracias, porque ya no veía en Shaina, mi esposa, la madre de mi hija, más que a una zorra a la que me follaba más a gusto que nunca.

Josep se queda perplejo.

—¿Cómo os conocisteis?

—Nos presentó Berta en una cafetería del paseo de Gràcia. Su marido es cliente de la tienda donde trabajo. Coincidimos por casualidad. Yo estaba solo en una mesa y ellas dos entraron con las bolsas de la compra. Berta me saludó. Las invité a sentarse. Aceptaron. Shaina me atrajo enseguida, es bellísima y muy sexy…

—¿Cuándo estuvisteis juntos por primera vez?

El tipo se ruboriza. La intervención del camarero lo ha salvado, porque está claro que tu pregunta lo avergüenza.

Os toman nota y después tú insistes:

—¿Cuándo iniciasteis la relación?

Él responde sin mirarte a los ojos.

—Esa misma tarde. De hecho, estuvo provocándome desde el primer momento. Cuando llevábamos un buen rato, me guiñó un ojo disimuladamente, se disculpó y fue al lavabo. Esperé un minuto y entonces hice lo mismo, me disculpé con Berta y me encaminé hacia los servicios. Ella me esperaba en el lavabo de mujeres con la puerta abierta. Me hizo una señal y me hizo pasar. Lo hicimos allí mismo.

¡Caramba, Jericó! ¡Ya es suficiente!

—Está bien, no es necesario que sigas. ¿Qué es lo que tienes que explicarme?

—Tu esposa es adicta al sexo. Es una patología con la que lleva años batallando, está en manos de un psicólogo. Te es infiel desde siempre, Jericó, no puede evitarlo. Desde follar con un tipo en el váter de una gasolinera hasta hacérselo con tres hombres distintos en un día.

—¿Shaina es ninfómana?

—No, son cosas distintas. Ella misma me lo aclaró. La adicción al sexo tiene más que ver con el riesgo, el tabú o la aventura que con la necesidad de tener orgasmos.

¿Lo ves, Jericó? Adicta al sexo. Y después tiene la jeta de soltarte cosas como: «Las mujeres no pensamos siempre en lo mismo, como hacéis vosotros.»

—¿Y qué?

—En un encuentro de
swingers
donde participamos los dos estaba Gabriel Fonseca. A lo largo de la noche se tomó un par de copas y cuando bebe se le suelta la lengua, supongo que ya sabes que enseguida se le sube a la cabeza. Hablamos de ti. Gabriel presumía de haberte comprado el alma y haberla usado a ella para tal fin. Ella le seguía el juego hasta que surgió el tema de una caja fuerte.

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