—¿Y este Mohammed vio a Wilson trabajar con sus propios ojos? —quiso saber Holiday.
—Pues sí, hasta medianoche. Luego Mohammed se fue a su casa. Pero aunque no lo hubiera visto, hay pruebas. Tiene una cámara de seguridad rodando constantemente, porque por lo visto le han robado un par de veces. He echado un vistazo a la cinta. Tal como está la cámara, enfoca directamente a quien esté en la caja, siempre que se encuentre detrás del mostrador. Si Wilson hubiera abandonado el puesto de trabajo, habría aparecido en la grabación.
—Hijo de puta —masculló Cook.
—Puedo hablar con su oficial de la condicional-se ofreció Ramone—, para confirmar su horario y todo eso. Pero no creo que sea necesario, ¿no?
Cook negó con la cabeza.
—¿Y ahora qué? —preguntó Holiday.
—Voy a necesitar una declaración tuya en algún momento. No tienes de qué preocuparte. Estás limpio —indicó Ramone.
—No estaba preocupado —dijo Holiday.
—Por lo menos puede quedarse tranquilo, sargento —dijo Ramone.
Cook no contestó.
—Vamos a tomar una birra o algo —sugirió Holiday.
—A mí déjame en mi coche —pidió Ramone.
—Venga ya, Ramone. ¿Cuántas veces nos vemos tú y yo?
—Yo sí me tomo una cerveza —terció Cook.
Ramone le miró. Parecía muy pequeño, apoyado contra la puerta en el asiento delantero.
—Está bien —cedió por fin—. Una cerveza.
Ramone estaba acabando la tercera cerveza cuando Holiday volvió de la barra con otras tres y unos chupitos. Estaban sentados en una mesa cerca del pasillo que llevaba a los servicios, escuchando a Laura Lee cantar
Separation Line
en la jukebox. El bar era el Leo's, lo cual le parecía bien a Ramone, puesto que estaba cerca de su casa. Qué demonios, si hacía falta podía volver andando. Pero esperaba que la cosa no llegara a tanto. Había recogido el Tahoe del jardín de Oglethorpe y pensaba volver a su casa en coche.
—¿Qué es eso? —preguntó cuando Holiday dejó los chupitos en la mesa atestada de botellas vacías.
—No es Alizé ni Crown ni esas mariconadas de fruta que están de moda. Es Jackie D del bueno —contestó Holiday.
—Hacía mucho, pero qué demonios. —Cook se bebió el chupito de un trago, sin esperar un brindis.
Ramone bebió un buen sorbo. El fuerte sabor amargo era agradable. Holiday apuró el suyo y lo regó con cerveza. Él y Cook bebían Michelob, mientras que Ramone tomaba una Beck's.
—¿Qué hora es, Danny? —preguntó Cook.
Holiday miró el reloj de la pared, a la vista de todos. Entonces se acordó del reloj de casa de Cook, atrasado varias horas, y se dio cuenta de que el hombre no llevaba reloj. No podía leer la hora.
—¿No lo ve? —preguntó Holiday.
—Todavía tengo problemas con los números —contestó Cook.
—Pensé que podía leer.
—Un poco, titulares de prensa, y los artículos principales, si me esfuerzo. Pero los números no he podido recuperarlos.
—¿Tuvo usted un derrame? —preguntó Ramone, sabiendo la respuesta por el aspecto de Cook, pero queriendo ser cortés.
—No fue muy grave. Me machacó un poco, nada más —repuso Cook.
—¿Y cómo utiliza el teléfono?
—Me resulta muy difícil llamar. Mi hija se pasó unas horas programando la agenda de mi móvil y mi fijo, y luego está el botón para devolver las llamadas. También tengo una mujer de El Salvador que viene una vez a la semana a hacer las cosas que no puedo hacer yo. Forma parte de mis prestaciones como veterano. Ella es la que organiza mis citas, escribe los cheques y esas cosas.
—Pero ahora hay teléfonos que se activan por voz, ¿no? —dijo Holiday.
—Puede, pero tampoco me apetece. Todo este rollo es bastante frustrante, pero hay gente que tiene más problemas de salud que yo. Cuando voy a las revisiones en el hospital de veteranos, veo a muchos peor que yo de largo, y más jóvenes además.
—Usted está bien —dijo Holiday.
—Comparado con algunos, sí.
Holiday encendió un Marlboro y exhaló el humo sobre la mesa. Ya no le cortaba fumar delante de Cook. El local estaba lleno de humo.
—Ha estado bien trabajar hoy —comentó Cook.
Holiday sentía lo mismo, pero no pensaba admitirlo delante de Ramone.
—Era usted uno de los mejores —declaró Ramone, señalándole con el vaso.
—Era el mejor, en mis tiempos. Y no lo digo por presumir, es un hecho. —Cook se inclinó sobre la mesa—. Te voy a preguntar una cosa, Gus. ¿Cuántos casos resuelves?
—¿Yo? Pues en torno a un sesenta y cinco por ciento.
—Eso es mejor que la media del departamento, ¿no?
—Ahora mismo sí.
—Pues yo, en mis mejores tiempos, resolvía casi el noventa por ciento. Claro que ahora no sería tanto. Yo ya me lo vi venir cuando llegó el crack a la ciudad en el ochenta y seis. Podría haber trabajado unos cuantos años más, pero me jubilé poco después de aquello. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque el trabajo cambió. Los federales amenazaban con cortar el grifo al distrito a menos que el departamento de policía pusiera más patrullas en las calles y empezara a hacer más detenciones relacionadas con la droga. Pero ya sabéis que lo único que se consigue encerrando a la gente sin ton ni son es destruir familias y poner a los ciudadanos en contra de la policía. Y no hablo de los criminales, sino de ciudadanos honrados. Porque parece que prácticamente todo el mundo de clase humilde en D.C. tiene algún pariente o algún amigo que ha ido a la cárcel por asunto de drogas. Antes la gente podía ser amiga de la policía, y ahora somos el enemigo. La guerra de las drogas acabó con el trabajo de policía, eso es lo que yo pienso. Y las calles se hicieron más peligrosas para los agentes. Se mire como se mire, la cosa está fatal.
—Cuando yo empecé en Homicidios —terció Ramone—, había veinte detectives trabajando en cuatrocientos casos de asesinato al año. Es decir, veinte casos al año por agente. Ahora tenemos cuarenta y ocho detectives en la brigada, todos con cuatro o cinco asesinatos al año. Y resolvemos menos casos que cuando yo entré.
—Es porque nadie quiere testificar —explicó Holiday—. A menos que la víctima sea un niño o un viejo. E incluso entonces, tampoco está claro que se vaya a presentar nadie.
—Ya nadie habla con la policía —convino Cook, dando unos golpecitos con el dedo en la mesa—. Es lo que decía. Un barrio sólo es seguro si los vecinos trabajan con la ley.
—Eso se acabó. —Holiday dio un largo trago a la cerveza y una calada al cigarrillo, antes de sacudir la ceniza.
Tomaron otra ronda. Ramone empezaba a notar los efectos del alcohol. Hacía mucho tiempo que no pasaba tanto tiempo en un bar.
—
Monkey Jump
—dijo Cook, cuando empezó a sonar un tema instrumental—. De Junior Walker y los All-Stars.
—Está bien el local —comentó Ramone, mirando alrededor los distintos grupos de edades y clases en la sala.
—A Gus le gustan todas las razas —terció Holiday.
—Calla, Doc.
—Una cosa que tiene el Leo's es que aquí de verdad puedes conocer chicas. Mira, justo ahí.
Una joven atravesaba el bar. Era alta y tenía un culo que en ese momento atraía muchas miradas.
—A ésa me la tiraba yo ahora mismo.
—Hablas como un catedrático.
—Soy un hombre al que le gustan las golosinas. No sé qué tiene de malo.
Ramone vació la cerveza hasta la mitad de la botella.
—¿Qué pasa, Giuseppe, te he ofendido? ¿O es que crees que una «mujer de color» no querría nada con un tío como yo?
Ramone apartó la mirada.
—Gus está casado con una hermana, ¿no se lo ha dicho? —Holiday se volvió hacia Cook.
—Calla la boca de una puta vez, Holiday —le espetó Ramone, con tono cansado.
—¿Que se ha casado con tu hermana? —dijo Cook, queriendo relajar la tensión.
—Mi hermana murió de leucemia a los once años.
—Es una broma —explicó Ramone—. A mí ya me la gastó cuando íbamos de uniforme. Y ya entonces no tenía ninguna gracia.
—No es broma.
Ramone y Cook aguardaron a que prosiguiera. Pero Holiday no dijo nada más.
Cook carraspeó.
—¿Así que tu mujer es negra, Gus?
—Eso creo.
—¿Y qué tal os va?
—Supongo que de momento no me va a abandonar.
—¿Un camino sin baches? —preguntó Holiday.
—Algunos —repuso Ramone.
—¿Sólo algunos? Pues por ahí se contaba que hace tiempo tuvisteis… ¿cómo lo llamaban? Problemas de fidelidad.
—Rumores de mierda. ¿Quién te lo ha contado, tu amiguito Ramirez?
—No me acuerdo. Podría ser. La gente hablaba del tema.
—Chorradas.
—Johnny dice que has ido hoy a verle a la academia.
—Sí, le he visto. Llevaba su cinturón rosa. Estaba enseñando a los novatos a bloquear un puñetazo, con la postura adecuada y todo eso. Otro tipo que ha subido a lo más «alto».
—Como yo, quieres decir.
—Yo no he dicho eso.
—Aunque trabajaras otros veinte años, jamás serías el policía que yo era.
—No deberías beber tanto, Doc. Cuando bebes hablas con el culo.
—¿Y tu excusa cuál es?
—Voy a mear. —Ramone se levantó y se encaminó hacia el pasillo.
Cook les había observado mientras ellos discutían entre forzadas sonrisas y mentones tensos. Y ahora Holiday estaba relajado, rodeando con la mano la botella de cerveza.
—Has estado algo duro con él.
—Es un tipo duro. Sabrá asimilarlo.
—¿Conoces a su mujer?
—La conocí hace mucho tiempo. Fue policía unos meses. Una tía guapa, y lista. Y me han contado que tienen un par de hijos bastante guapos también.
—Entonces ¿cuál es el problema?
—No hay ningún problema. Que me gusta meterme con él. El tío se casa con una negra y se cree Hubert H. Humphrey o no sé qué coño.
—No ha sido él quien ha sacado el tema.
—Bah, sólo me estoy divirtiendo un poco a su costa. No pasa nada.
Ramone volvió del servicio, pero no se sentó ni tocó lo que le quedaba de cerveza. Sacó la cartera y dejó veinticinco dólares sobre la mesa.
—Eso será lo mío. Me marcho.
—Por curiosidad —le detuvo Cook—, no nos has dicho si tenéis algún sospechoso.
—Todavía no sabemos gran cosa, es la verdad. Pero vosotros habéis acabado con esto, ¿no?
Holiday y Cook asintieron sin convicción. Aquello estaba muy lejos de ser una promesa.
—Ha sido un placer, sargento. —Ramone tendió la mano a Cook.
—Lo mismo digo, detective.
Holiday tendió también la mano y Ramone se la estrechó.
—Gus.
—Doc.
Le vieron alejarse con pasos algo escorados.
—Sabe más de lo que cree saber —comentó Cook—. Lo que pasa es que todavía no se ha dado cuenta.
—Aun así, no me importaría llegar antes que él.
—Bueno, tampoco hemos prometido apartarnos del caso.
—¿Nos estaba haciendo una pregunta? Porque yo sólo asentía con la cabeza por seguir el ritmo de la música.
—Yo también.
—¿Otra cerveza?
—He llegado a mi límite. —Cook miró a la mujer sobre la que Holiday había hecho comentarios, que ahora hablaba con un tipo en la barra—. Tú a lo tuyo. Yo me quedo aquí sentado, soñando.
Ramone conducía con cierta imprudencia por las calles secundarias que llevaban a su casa, dando bruscos giros, demasiado deprisa. Hay quien con unas cuantas cervezas pone más cuidado al volante, pero a Ramone el alcohol siempre lo había tornado agresivo y descuidado. Qué coño, que lo parase la policía. Les enseñaría la placa y en paz.
No estaba enfadado con Holiday. Es cierto que los estúpidos comentarios sobre su mujer no venían a cuento, pero no iban en contra de Regina, sino contra él, insinuando que se había casado con una mujer negra para demostrar algo. Lo cual no podría ser menos cierto. Ramone se había enamorado de Regina por casualidad. Luego habían tenido la suerte de llevarse bien, como cualquier otra pareja, y su matrimonio sobrevivió.
Ramone ni siquiera había pensado en la diferencia de raza en mucho tiempo, desde luego no desde que nacieron sus hijos. Diego y Alana habían borrado cualquier diferencia. No era que Ramone no «viera el color», aquella ridícula declaración que algunos blancos se sentían obligados a hacer. Era que no lo advertía en sus hijos. Excepto, por supuesto, para notar lo guapos que eran con aquel tono de piel.
Cierto que a finales de los ochenta, cuando se casaron, se habían encontrado con prejuicios en algunas reuniones familiares o por la calle. Desde muy pronto Ramone y Regina acordaron deshacerse de cualquier pariente o «amigo» que fuera por esos derroteros, puesto que ninguno de los dos tenía ganas de «comprender» a la gente que todavía pensaba de esa manera.
No es que ellos mismos estuvieran totalmente libres de culpa. Ramone no tenía empacho en admitir que todavía conservaba restos de prejuicios raciales que jamás desaparecerían del todo. Igual que Regina. Eran productos de su época y su educación. Pero también sabían que la siguiente generación estaría mucho más libre de tales limitaciones, y gracias a eso era probable que su familia fuera fuerte y estable. Y así parecía ser. Ahora casi nunca encontraban a nadie en la zona de D.C. que les mirara raro cuando Ramone paseaba con su mujer y sus hijos. Y si sucedía, tampoco se le ocurría pensar que era por la diferencia de color de piel. Lo primero que pensaba siempre era: «¿Llevaré abierta la bragueta?» o «¿Tengo comida entre los dientes?»
Eso no significaba que sus hijos no fueran a encontrar racismo en el mundo. Él lo veía casi todos los días. Era difícil quedarse de brazos cruzados cuando a su hijo lo despreciaban por su color o por su manera de vestir. Pero ¿qué podía hacer, liarse a tortas con cada dependiente que echara a su hijo de la tienda, o amenazar a todos los polis de vía estrecha que intentaban detener a Diego? Había que elegir las causas por las que luchar, si uno no quería volverse loco de rabia.
Ramone no pretendía demostrar nada. Ya era bastante difícil sencillamente salir adelante en el día a día.
Se detuvo delante de su casa. El Volvo de Regina estaba en la puerta. Había dejado encendida la luz del porche y la del pasillo del primer piso. Alana dormía mejor sabiendo que el pasillo estaba iluminado. En la ventana de Diego también había luz. El chico seguramente estaría despierto, tumbado en la cama oyendo música con sus auriculares, pensando en la chica que le gustaba o soñando con atrapar un buen pase en el momento clave del partido. Todo eso estaba bien.