El imperio de los lobos (47 page)

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Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Policíaco, Thriller

BOOK: El imperio de los lobos
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Se dirigió hacia el palacio, uno de los últimos
yalis
de Yeniköy. Una residencia de verano construida con madera a ras de agua, sobre pilastras alquitranadas. Un palacio alto, realzado con torrecillas, que tenía un hieratismo de ciudadela, pero también una indolencia, una sencillez de cabaña de pescador.

Las tablillas del tejado, alabeadas por los años, lanzaban vivos reflejos, tan vibrantes como los de un espejo. Las fachadas, en cambio, absorbían la luz y devolvían brillos apagados pero de una suavidad in finita. En torno al edificio reinaba una atmósfera de tránsito, de pontón, de embarcadero; el aire marino, la madera vieja y el chapoteo del agua evocaban para el anciano un lugar de partida, de veraneo.

Sin embargo, a medida que se acercaba y distinguía los detalles orientales de la fachada, las celosías de las terrazas, los soles de los balcones, las estrellas y medias lunas de las ventanas, comprendía que aquel elegante palacio era todo lo contrario: un edificio trabajado, bien anclado, definitivo. La tumba que había elegido. Una sepultura de madera con rumor de concha marina, donde podía ver llegar la muerte escuchando el río…

En el vestíbulo, Ismail Kudseyi se quitó el impermeable y las botas. Luego se puso unas zapatillas de fieltro y una bata de seda india y se tomó unos instantes para contemplarse en el espejo.

Su cara era su único motivo de orgullo.

El tiempo había hecho sus inevitables estragos, pero, bajo la piel, la osamenta había resistido. Incluso había contraatacado tensando la carne y aguzando los rasgos. Más que nunca, tenía un perfil de ciervo, con aquellas mandíbulas acusadas y aquella perpetua mueca desdeñosa en la punta de los labios.

Sacó un peine de un bolsillo y se peinó. Alisó lentamente los mechones grises, pero, al comprender el significado de aquel gesto, se detuvo bruscamente: se estaba acicalando… para Ellos. Porque temía encontrarse con ellos. Porque temía enfrentarse al sentido profundo de todos aquellos años…

Tras el golpe de Estado de 1980, tuvo que exiliarse en Alemania. Cuando regresó, en 1983, la situación se había tranquilizado, pero la mayoría de sus compañeros de armas, los demás Lobos Grises, estaban en la cárcel. Pese a su aislamiento, Ismail Kudseyi se negó a abandonar la Causa. Por el contrario, decidió reabrir, en el mayor de los secretos, los campos de entrenamiento y formar su propio ejército. Crearía nuevos Lobos Grises. Mejor aún: formaría Lobos Grises superiores, que servirían a un tiempo a sus ideales políticos y a sus intereses criminales.

Empezó a recorrer los caminos de Anatolia para escoger personalmente a los pupilos de su fundación. Organizaba los campos, observaba a los adolescentes mientras se entrenaban, confeccionaba fichas para seleccionar un grupo de élite. La tarea no tardó en absorberlo.

En un momento en que estaba imponiéndose en el mercado del opio, explotando el hueco que había dejado libre el Irán de la Revolución, la auténtica pasión del
baba
era la formación de aquellos chicos.

Sentía nacer en su interior una complicidad visceral con aquellos muchachos campesinos, que le recordaban al chico de las calles que había sido. Prefería su compañía a la de sus propios hijos, que había tenido tarde, con la hija de un ex ministro, y que estudiaban en Oxford y en la Universidad Libre de Berlín; herederos favorecidos por la fortuna que habían acabado convirtiéndose en extraños para él.

Al regreso de sus viajes, se aislaba en su
yali
y estudiaba cada ficha, cada perfil. Buscaba talentos, dotes, pero también una cierta voluntad de superarse, de arrancarse del terruño… Buscaba los perfiles más prometedores, a los que dotaría con becas y, llegado el momento, integraría en su clan.

Poco a poco, la búsqueda se convirtió en enfermedad, en monomanía. La coartada de la causa nacionalista no bastaba para enmascarar sus propias ambiciones. Su auténtica pasión era modelar seres humanos a distancia. Manipular destinos, como un demiurgo invisible…

Pronto, dos nombres le interesaron particularmente.

Un chico y una chica.

Dos promesas en estado puro.

Azer Akarsa, originario de un pueblo próximo a las ruinas de Nemrut Dag, estaba especialmente dotado. A los dieciséis años era tanto un combatiente feroz como un brillante estudiante. Pero, sobre todo, sentía auténtica pasión por el pasado de Turquía y las convicciones nacionalistas. Se había inscrito en el hogar clandestino de Adiyaman y presentado voluntario para un comando. Estaba ansioso por alistarse en el ejército para batirse en el frente kurdo.

Pero tenía una desventaja: era diabético. Kudseyi decidió que aquel punto débil no debía impedirle cumplir su destino de Lobo y se prometió ofrecerle los mejores cuidados en todo momento.

El segundo expediente era el de Sema Hunsen, de catorce años. Nacida en los pedregales de Gaziantep, había conseguido ingresar en un colegio con una beca del Estado. En apariencia, era un chica turca inteligente deseosa de romper con sus orígenes. Pero no solo quería cambiar su destino, sino también el de su país. En el hogar de los Idealistas de Gaziantep era la única mujer. Había solicitado ingresar en el campo de Kayseri para estar con otro chico de su pueblo, Kürsat Milihit.

Aquella adolescente lo había atraído de inmediato. Le gustaba su férrea voluntad, su deseo de elevarse por encima de su condición. Físicamente, era una jovencita pelirroja, más bien gordita, con pinta de campesina. Nada dejaba adivinar sus dotes ni su pasión política. Salvo su mirada, que lanzaba a la cara de su interlocutor como si fuera una piedra.

Ismail Kudseyi lo sabía: Azer y Sema serían mucho más que simples becarios, soldados anónimos de la causa de la extrema derecha o de su red criminal. Serían, tanto el uno como la otra, sus protegidos. Sus hijos adoptivos. Pero ellos no lo sabrían. Les ayudaría a distancia, en la sombra.

Pasaron los años. Las jóvenes promesas se convirtieron en realidades. Azer había obtenido la licenciatura en Física y Química por la Universidad de Estambul con veintidós años y un diploma de Comercio Internacional en Munich, dos años después. A los dieciséis, Sema había acabado sus estudios en el liceo Galatasaray con honores e ingresado en la facultad de Filología Inglesa de Estambul; ahora dominaba cuatro lenguas: el turco, el francés, el inglés y el alemán.

Los dos estudiantes seguían siendo militantes políticos,
baskans
que habrían podido dirigir hogares de barrio; pero Kudseyi no quería precipitar las cosas. Tenía proyectos más ambiciosos para sus protegidos. Proyectos relacionados directamente con su narcoimperio.

También quería arrojar luz sobre ciertas zonas de sombra. El comportamiento de Azer sugería inclinaciones peligrosas. En 1986, cuando aún estaba en el liceo francés, había desfigurado a otro alumno durante una pelea. Las heridas, graves, no revelaban cólera, sino una determinación, una calma escalofriantes. Kudseyi tuvo que echar mano de toda su influencia para evitar que el colegial acabara detenido.

Dos años después, en la facultad de Ciencias, Azer había sido sorprendido despedazando ratones vivos. Por si fuera poco, algunas estudiantes quejosas de las obscenidades que les dirigía habían encontrado en sus taquillas del vestuario de la piscina gatos destripados, enredados en su ropa interior.

Las pulsiones criminales de Azer intrigaban a Kudseyi, que por lo demás trataba de encontrarles alguna utilidad. Pero seguía ignorando su auténtica naturaleza. Un azar médico lo iluminó por completo. Mientras estudiaba en Munich, Azer había sido hospitalizado por una crisis diabética. Los médicos alemanes habían elegido un tratamiento original: sesiones en una cámara de alta presión, para mejorar la absorción de oxígeno por el organismo.

Durante dichas sesiones, Azer había experimentado el vértigo de las profundidades, empezado a delirar y gritado a pleno pulmón que quería matar mujeres, «¡a todas las mujeres!», torturarlas y desfigurarlas hasta reproducir las máscaras antiguas que le hablaban en sueños. Una vez en su habitación, en pleno delirio a pesar de los sedantes que le habían administrado, se había puesto a rascar la pared, junto a la cabecera de la cama, para trazar apuntes de caras. Rostros mutilados, con la nariz cortada y los huesos aplastados, a cuyo alrededor había pegado manojos de su propio pelo pegados con su semen: estatuas sin vida, erosionadas por los siglos, pero con cabelleras muy vivas…

Los médicos alemanes alertaron a la fundación turca que pagaba los gastos médicos del estudiante. Kudseyi en persona se desplazó a Munich. Los psiquiatras le explicaron la situación y le recomendaron el internamiento inmediato. Kudseyi manifestó su acuerdo, pero a la semana siguiente mandó a Azer de vuelta a Turquía. Estaba seguro de que podría controlar, e incluso explotar, la locura asesina de su protegido.

Sema Hunsen daba otro tipo de problemas. Solitaria, reservada, obstinada, se salía constantemente del cuadro organizado por la fundación. Se había fugado del internado de Galatasaray en repetidas ocasiones. En una de ellas, la habían detenido en la frontera búlgara; en otra, en el aeropuerto Atatürk de Estambul. Su independencia y sus ansias de libertad, caracterizadas por la agresividad y la obsesión por la huida, se habían vuelto patológicas. Kudseyi también supo descubrir el lado positivo en su caso. La convertiría en una nómada, en una viajera, en una traficante de élite.

A mediados de los noventa, Azer Akarsa, pujante hombre de negocios, también se había convertido en un Lobo, en el sentido oculto del término. Por intermedio de sus lugartenientes, Kudseyi le había confiado misiones de intimidación o escolta, que había cumplido con brillantez. Cruzaría la línea sagrada -la del asesinato- sin la menor vacilación. Le gustaba la sangre. Demasiado, la verdad.

Pero había otro problema. Akarsa había fundado su propio grupo político. Con disidentes cuyas opiniones superaban en violencia y excesos todas las convicciones del partido oficial. Azer y sus correligionarios hacían gala de su desprecio por los viejos Lobos Grises que se habían enmendado y más aún por los nacionalistas mafiosos como Kudseyi. El anciano sentía una espina clavada en el corazón: su hijo se estaba convirtiendo en un monstruo, cada vez más difícil de controlar.

Para consolarse, volvía la mirada hacia Sema Hunsen. Aunque puede que «mirada» no sea la palabra adecuada, habida cuenta de que no había vuelto a verla desde que era niña; acabada la carrera, Sema había desaparecido, por así decirlo. Sabiéndose en deuda con la organización, aceptaba misiones de transporte, pero a cambio de mantener una distancia radical respecto a sus empleadores.

A Kudseyi no le gustaba aquello, pero la droga siempre llegaba a buen puerto. ¿Cuánto duraría el contrato recíproco? Fuera como fuese, la misteriosa personalidad de la chica lo fascinaba más que nunca. Seguía sus pasos, se extasiaba con sus proezas…

Sema no tardó en convertirse en una leyenda entre los Lobos Grises. Literalmente, se diluía en un laberinto de fronteras y lenguas. Daba pie a los rumores más peregrinos. Unos afirmaban haberla visto en la frontera de Afganistán, pero cubierta con un velo. Otros aseguraban que habían hablado con ella en un laboratorio clandestino, en la frontera siria, pero reconocían que no se había quitado la máscara quirúrgica. Y también los había que juraban y perjuraban habérsela encontrado en la costa del mar Negro, pero en el interior de una discoteca sin más iluminación que los destellos de los estroboscopios.

Kudseyi sabía que todos mentían: nadie la había visto jamás. Al menos, a la Sema original. Se había convertido en una criatura abstracta, de identidad, itinerarios, estilos y técnicas tan cambiantes como sus objetivos. Un ser escurridizo cuya única materialidad era la droga que transportaba.

Sema lo ignoraba, pero en realidad nunca estaba sola. El anciano siempre estaba a su lado. No había transportado un solo cargamento que no perteneciera al
baba
. No había hecho un solo trabajo sin que sus hombres la vigilaran a distancia. Llevaba a Ismail Kudseyi en su interior.

En 1987, sin que ella lo supiera, la había hecho esterilizar aprovechando una hospitalización por una crisis de apendicitis aguda. Ligadura de trompas: una mutilación irreversible, pero que no trastorna el ciclo hormonal. Los médicos habían utilizado instrumentos ópticos introducidos en el abdomen de la paciente a través de minúsculas incisiones. Ni cicatrices, ni recuerdos…

No tenía elección. Sus combatientes eran únicos. No debían reproducirse. Solo él podía crear y desarrollar -o destruir- a sus soldados. Pese a su convicción, aquella mutilación seguía inspirándole cierta preocupación, un temor casi sagrado, como si hubiera violado un tabú o profanado un territorio sagrado. En sus sueños aparecían a menudo unas manos blancas que sostenían vísceras. Confusamente, presentía que la catástrofe provendría de aquel secreto orgánico…

Kudseyi había acabado admitiendo su fracaso frente a sus dos hijos. Azer Akarsa se había convertido en un psicópata asesino al mando de una célula de acción autónoma: terroristas maquillados que se creían antiguos
turks
y proyectaban atentar contra el Estado turco y los Lobos Grises que habían traicionado la Causa. Puede que él también estuviera en su lista. En cuanto a Sema, era una mensajera más invisible que nunca, paranoica y esquizofrénica al mismo tiempo, que solo esperaba la ocasión propicia para desaparecer definitivamente. Solo había conseguido crear dos monstruos.

Dos lobos rabiosos impacientes por saltarle al cuello.

No obstante, había seguido confiándoles misiones importantes, esperando que no traicionaran a un clan que tanto crédito les concedía. Esperando, sobre todo, que el destino no se atreviera a hacerle semejante afrenta, a darle semejante mentís, después de todo lo que había invertido en aquella obra.

Y ese fue el motivo por el que, la primavera anterior, cuando hubo que organizar el envío que decidiría una alianza histórica en el Cuerno de Oro, Ismail Kudseyi había pronunciado un solo nombre: Sema.

El motivo por el que, cuando se produjo lo inevitable y la renegada desapareció con la droga, había elegido un solo asesino: Azer.

Nunca se había decidido a eliminarlos, pero los había lanzado el uno contra el otro rezando para que se mataran. Sin embargo, nada había ocurrido como estaba previsto. Sema seguía en paradero desconocido. Y Azer solo había conseguido provocar una carnicería tras otra en París. Sobre su cabeza pesaba una orden internacional de detención, y el cártel criminal de Kudseyi ya había pronunciado su sentencia de muerte. Azer se había vuelto demasiado peligroso.

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