Read El hombre que confundió a su mujer con un sombrero Online
Authors: Oliver Sacks
Tags: #Ciencia,Ensayo,otros
Y si nos preguntamos si hay analogías, al menos, con esta «iconicidad», la hallamos, en mi opinión, en ciertas inteligencias científicas. Dmitri Mendeleiev, por ejemplo, llevaba consigo, escritas en tarjetas, las propiedades numéricas de los elementos, hasta que se le hicieron completamente «familiares», tan familiares que no pensaba ya en ellas como conjuntos de propiedades, sino (según nos cuenta) «como rostros familiares». Veía los elementos, ¿cónicamente, fisonómicamente, como «rostros»… rostros que se relacionaban, como miembros de una familia, y que componían, in toto, dispuestos periódicamente, el rostro formal completo del universo. Esta inteligencia científica es básicamente «icónica» y «ve» toda la naturaleza como rostros y escenas, quizás también como música. Esta «visión», interior, impregnada de lo fenoménico, tiene de todos modos una relación integral con lo físico, y devolviéndolo, pasando de lo psíquico a lo físico, constituye la tarea secundaria o externa de esa ciencia. («El filósofo procura oír dentro de sí mismo los ecos de la sinfonía del mundo», escribe Nietzsche, «y reproyectarlos en forma de conceptos».) Los Gemelos, aunque retardados, oían la sinfonía del mundo, supongo, pero la oían enteramente en forma de números.
El alma es «armónica» sea cual sea el índice de inteligencia del individuo, y para algunos, como los matemáticos y los físicos, el sentido de armonía quizá sea primordialmente intelectual. Y sin embargo no se me ocurre nada intelectual que no sea también, en cierto modo, sensible… en realidad el mismo término «sentido» tiene siempre esta connotación doble. Sensible y, en cierto modo, «personal» también, porque no podemos sentir nada, hallar nada «sensible», a menos que esté relacionado, de algún modo, o sea relacionable con nosotros mismos. Así, la majestuosa estructura arquitectónica de Bach aporta, como en el caso de Martin A., «una oculta lección jeroglífica del mundo entero», pero esa estructura es también identificable, exclusiva, cálidamente, Bach. Y esto también lo sentía de un modo profundo Martin A. y lo relacionaba con el amor que le profesaba a su padre.
Yo creo que los Gemelos no tienen sólo una «facultad» extraña, sino una sensibilidad armónica, aliada quizás con la de la música. Podríamos calificarla, sin grave problema, de sensibilidad «pitagórica»… y lo extraño no es que exista sino que sea al parecer tan poco frecuente. El alma del individuo es «armónica» sea cual sea su índice de inteligencia, y puede que la necesidad de hallar o sentir un orden o armonía básicos sea una condición universal de la mente, independientemente de sus potencias y de la forma que adopte. Siempre se ha llamado a las matemáticas la reina de las ciencias, y los matemáticos han considerado siempre el número como el gran misterio, y han considerado que el mundo estaba organizado, misteriosamente, por el poder del número. Esto lo expuso maravillosamente Bertrand Russell en su
Autobiografía
:
Yo he buscado el conocimiento con la misma pasión. He deseado comprender el corazón del hombre. He deseado saber por qué brillan las estrellas, y he intentado entender el poder pitagórico por el que los números dominan el flujo.
Resulta extraño comparar a estos Gemelos deficientes mentales con una inteligencia, un espíritu, como el de Bertrand Russell. Y sin embargo no es, creo yo, tan insólito. Los Gemelos viven exclusivamente en un mundo-pensamiento de números. No les interesan ni el brillo de las estrellas ni el corazón del hombre. Y sin embargo los números son para ellos, en mi opinión, no «sólo» números, sino significaciones, significadores cuyo «significando» es el mundo.
Los Gemelos no abordan los números a la ligera, como hacen la mayoría de los calculadores. No les interesan los cálculos, no tienen capacidad para ellos, no pueden comprenderlos. Son, más bien, contempladores serenos de los números… y los abordan con una actitud de reverencia y sobrecogimiento. Los números son para ellos sagrados, están preñados de significación. Éste es su modo (como la música es el de Martin) de captar al Primer Compositor.
Pero los números no son sólo sobrecogedores para ellos, son también amigos, puede que los únicos amigos que hayan conocido en sus vidas aisladas y autísticas. Se trata de un sentimiento bastante frecuente entre las personas que tienen un don para los números… y Steven Smith, aunque considere el «método» como algo decisivo, da varios ejemplos deliciosos de ello: George Parker Bidder, que escribió sobre su primera infancia numérica: «llegué a familiarizarme perfectamente con los números hasta el cien; llegaron a ser como amigos míos, y conocía a todos sus parientes y conocidos»; o el contemporáneo Shyam Marathe de la India: «Cuando digo que los números son amigos míos, quiero decir que en una época del pasado traté con un número concreto de diversos modos, y en varias ocasiones he hallado ocultas en él cualidades nuevas y fascinantes… Así que si en un cálculo me tropiezo con un número conocido lo miro inmediatamente como a un amigo».
Hermann von Helmholtz dice, hablando de la percepción musical, que aunque los tonos compuestos pueden analizarse y descomponerse en sus componentes, suelen oírse normalmente como cualidades, cualidades únicas de tono, todos indivisibles. Habla en este caso de una «percepción sintética» que trasciende el análisis y es la esencia inanalizable de todo sentido musical. Compara esos tonos con rostros y aventura la hipótesis de que podemos identificarlos de un modo personal y similar en cierta forma. En suma, medio sugiere que los tonos musicales, y desde luego las melodías, son, en realidad, «rostros» para el oído, y son reconocidos, sentidos de forma inmediata como «personas» (o «personalidades»), una identificación que entraña calidez, emoción, relación personal.
Lo mismo parece sucederles a los que aman los números. También para ellos se hacen identificables como tales en un «¡Te conozco!» único, intuitivo, personal
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. El matemático Wim Klein lo ha expresado muy bien: «los números son para mí como amigos, más o menos. ¿Para usted no significa lo mismo, verdad, 3844? Para usted es sólo un tres y un ocho y un cuatro y un cuatro. Pero yo digo: «¡Qué hay, 62 al cuadrado!».
Yo creo que los Gemelos, en apariencia tan aislados, viven en un mundo lleno de amigos, que tienen millones, billones de números a los que les dicen «¡Qué hay!» y que les contestan «¡Qué hay!». Estoy seguro. Pero ninguno de los números es arbitrario como 62 al cuadrado ni se llega a él (y éste es el misterio) por ninguno de los métodos habituales, por ningún método que yo haya podido determinar hasta la fecha. Los Gemelos parecen servirse de una cognición directa… como los ángeles. Ven, directamente, un universo y un cielo de números. Y esto, aunque singular, aunque extraño (pero, ¿qué derecho tenemos a llamarlo «patológico»?), aporta a sus vidas una serenidad y una autonomía singulares, y podría ser trágico alterarlas o destruirlas.
Esta serenidad fue, de hecho, interrumpida y alterada diez años después, cuando se consideró que había que separar a los Gemelos «por su propio bien», para impedirles su comunicación patológica, y con el fin de que pudiesen «salir y afrontar el mundo… de un modo adecuado, socialmente aceptable» (según la jerga médica y sociológica). Así pues los separaron en 1977 con resultados que podrían considerarse satisfactorios o terribles. Ambos han sido trasladados ahora a «instituciones intermedias» y hacen trabajos serviles, para ganar un poco de dinero, bajo estrecha supervisión. Son capaces de coger un autobús, si se les dan instrucciones detalladas y un billete, y de mantenerse moderadamente presentables y limpios, aunque su carácter psicótico y deficiente sigue siendo identificable a simple vista.
Éste es el lado positivo… pero hay también un lado negativo (que no se menciona en sus fichas porque no se ha admitido nunca), privados de su mutua «comunión» numérica y de tiempo y de posibilidad de «contemplación» o «comunión» (se los agobia y apremia continuamente haciéndoles pasar de una tarea a otra) parecen haber perdido su extraña capacidad numérica, y con ello la principal alegría y el principal sentido de sus vidas. Pero esto se considera, sin duda, un precio pequeño, a cambio de haber llegado a ser semiindependientes y «socialmente aceptables».
Esto recuerda en cierto modo el tratamiento que se aplicó a Nadia, una niña autista con un talento excepcional para el dibujo (ver más adelante, pag. 273). Nadia fue sometida también a un régimen terapéutico «para encontrar medios de que sus aptitudes en otras direcciones pudiesen potenciarse al máximo». La consecuencia básica fue que empezó a hablar… y dejó de dibujar. Nigel Dennis comenta: «Nos dejan un genio al que se le ha extirpado el talento, sin que quede atrás más que una deficiencia general. ¿Qué hemos de pensar de una curación tan extraña?».
Habría que añadir (es una cuestión sobre la que se explaya F. W. H. Myers, cuyo análisis de los prodigios numéricos inicia su capítulo sobre «Genio») que la facultad es «extraña», y puede desaparecer espontáneamente aunque persista con igual frecuencia toda la vida. Desde luego en el caso de los Gemelos no era sólo una «facultad» sino el centro personal y emotivo de sus vidas
[5]
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POSTDATA
Israel Rosenfield dijo, cuando se le mostró el manuscrito de este artículo, que existe otra aritmética, superior y más simple que la aritmética «convencional» de operaciones, y preguntó si las facultades (y limitaciones) singulares de los Gemelos no podrían indicar que éstos utilizaban esta aritmética «modular». En una nota que me escribió exponía la hipótesis de que quizás los algoritmos modulares, del tipo de los descritos por Ian Stewart en
Concepts of Modern Mathematics
(1975) explicasen las habilidades calendáricas de los Gemelos:
Su capacidad para determinar los días de la semana a lo largo de un período de ochenta mil años parece apuntar a un algoritmo bastante simple. Se divide el número total de días entre «ahora» y «entonces» por siete. Si no queda ningún resto, la fecha cae el mismo día que «ahora»; si el resto es uno, la fecha es un día después; y así sucesivamente. Adviértase que la aritmética modular es cíclica: consiste en pautas repetitivas. Puede que los Gemelos visualizasen esas pautas, bien en forma de gráficos de fácil construcción o de algún tipo de «paisaje», como la espiral de enteros que aparece en la página 30 del libro de Stewart.
Esto deja sin aclarar por qué los Gemelos se comunican en números primos. Pero la aritmética del calendario exige el primo de siete. Y si se piensa en la aritmética modular en general, la división modular dará por resultado pautas cíclicas netas sólo si uno utiliza números primos. Dado que el número primo 7 ayuda a los Gemelos a obtener las fechas, y en consecuencia los acontecimientos de días concretos de sus vidas, otros primos, que puedan haber hallado, producen pautas similares a las que son tan importantes para sus operaciones de recuerdo. (Cuando dicen de las cerillas «111 — 37 tres veces» adviértase que toman el primo 37 y lo multiplican por tres.) En realidad, sólo podrían «visualizarse» las pautas primas. Las diferentes pautas producidas por los diferentes números primos (por ejemplo, tablas de multiplicación) pueden ser los elementos de información visual que se comunican entre ellos cuando repiten un número primo determinado. En suma, la aritmética modular puede ayudarles a recuperar su pasado, y en consecuencia las pautas creadas al utilizar esos cálculos (que sólo se dan con los primos) pueden adquirir para los Gemelos un significado especial.
Ian Stewart indica que con la utilización de esa aritmética modular se puede llegar rápidamente a una solución única en situaciones insuperables con cualquier aritmética «ordinaria»… en particular en el cálculo (a través de un llamado «principio de casillero») de primos extremadamente grandes e incalculables (por métodos convencionales).
Si estos métodos, estas visualizaciones, se consideran algoritmos, se trata de algoritmos de un tipo muy especial, organizados no algebraica sino espacialmente, como árboles, espirales, arquitecturas, «paisajes-pensamiento», configuraciones de un espacio mental formal pero casi sensorial. Me han emocionado los comentarios de Israel Rosenfield y las consideraciones de Ian Stewart sobre una aritmética «superior» (y especialmente modular) pues parecen prometer, si no una «solución», sí al menos una aclaración poderosa de potencias por lo demás inexplicables, como las de los Gemelos.
Esta aritmética superior o más profunda la formuló, en principio, Gauss en su libro
Disquisitiones Arithmeticae
, en 1801, pero hasta fechas recientes no se ha aplicado a realidades prácticas. Uno se pregunta si no podría existir una aritmética «convencional» (es decir, una aritmética de operaciones), a menudo irritante para profesor y alumno, «antinatural» y difícil de aprender, y además una aritmética del tipo de la que describe Gauss, que puede ser en realidad algo innato en el cerebro, tan innato como la gramática generativa y la sintaxis «profunda» de Chomsky. Esa aritmética, en mentes como las de los Gemelos, podría ser algo dinámico y casi vivo, nebulosas y enjambres estelares globulares de números girando y evolucionando en un cielo mental en expansión perenne.
Como ya he explicado, después de publicar «Los Gemelos» recibí gran número de comunicaciones tanto personales como científicas. Algunas abordaban los temas específicos de la «visión» o captación de números, otras el sentido o la significación que podría atribuirse a este fenómeno, otras el carácter general de la sensibilidad y disposición autistas y cómo podrían inhibirse o estimularse, y otras el tema de los Gemelos idénticos. Eran especialmente interesantes las cartas de padres de niños de este tipo, y dentro de ellas las más insólitas y más destacables las de los padres que se habían visto forzados a reflexionar e investigar y que habían conseguido combinar el sentimiento y la entrega más profundas con la objetividad plena. Dentro de esta categoría se incluían los Park, padres muy inteligentes de una niña sumamente dotada pero autista (ver C. C. Park, 1967 y D. Park, 1974, págs. 313-23). La hija de los Park, «Ella», era una dibujante de mucho talento y estaba también especialmente dotada para los números, sobre todo en el primer período de su vida. Esta sensibilidad peculiar para los números primos no es algo excepcional ni mucho menos. C. C. Park me escribió explicándome el caso de otro niño autista al que conocía, que llenaba cuartillas con números que escribía «compulsivamente». «Todos eran números primos», me indicaba, y añadía: «Son ventanas a otro mundo». Más adelante mencionó una experiencia reciente con un joven autista que estaba también fascinado por múltiplos y primos, y me decía que este joven percibía instantáneamente estos números como «especiales». De hecho la palabra «especial» debe utilizarse para provocar una reacción: