»Tuve que servirle de espía. Tuve que informarle acerca de la ruta que Starr y Bigman iban a seguir en las minas. Le mantuve informado de todo lo que Mindes hacía. Cuantos más favores le hacía más dominado me tenía. Y al cabo de un tiempo me di cuenta de que algún día me perdería, sin tener en cuenta lo mucho que yo le ayudara. Era esta clase de hombre. Empecé a pensar que la única manera de escapar era matarle. Pero no se me ocurría cómo...
»Entonces fue cuando Bigman vino a comunicarme su plan de pelearse con Urteil en un campo de baja gravedad. Pensé que podría... Las posibilidades eran de una contra ciento, quizá de una contra mil, pero pensé que no había nada que perder. Así que me quedé junto a los mandos de seudo gravedad y esperé mi oportunidad. Esta llegó y Urteil murió. Todo fue a la perfección. Me imaginé que se consideraría un accidente. Incluso si Bigman resultaba perjudicado, el Consejo no tenía más que intervenir y solucionarlo. Nadie saldría malparado excepto Urteil, y él se lo merecía más de cien veces. Bueno, eso es todo.
En el estupefacto silencio que siguió, el doctor Peverale dijo con voz ronca:
—En vista de las circunstancias, Cook, puede usted considerarse relevado de su puesto y bajo ar...
—Espere, espere —exclamó Bigman—. La confesión aún no está completa. Oiga, Cook, ésta fue la segunda vez que trataba de matar a Urteil, ¿verdad?
—¿La segunda vez? —Cook alzó trágicamente los ojos.
—¿Qué me dice del traje aislante rasgado? Urteil nos advirtió del peligro, así que él debió pasar por un trance semejante. Acusó a Mindes, pero ese Urteil era un mentiroso y no-se podía creer nada de lo que decía. Lo que yo digo es que usted intentó matar a Urteil de esa manera, pero él se dio cuenta a tiempo y le obligó a trasladar el traje a nuestra habitación cuando llegamos. Después nos advirtió para que creyéramos que estaba de nuestro lado y sospecháramos de Mindes. ¿No es así?
—No —gritó Cook—. ¡No! No tuve nada que ver con ese traje aislante. Nada.
—Oh, vamos —empezó Bigman—. No vamos a creer que...
Pero en este momento Lucky Starr se levantó.
—Está bien, Bigman. Cook no tuvo nada que ver con el traje aislante. Puedes creerle. El responsable del traje aislante rasgado es el responsable del robot.
Bigman contempló incrédulamente a su amigo.
—¿Te refieres a los sirianos, Lucky?
—Nada de sirianos —repuso Lucky—. No hay sirianos en Mercurio. Nunca los ha habido.
La profunda voz del doctor Peverale sonó ronca de decepción:
—¿Nada de sirianos? ¿Sabe lo que está diciendo, Starr?
—Desde luego. —Lucky Starr se acercó a la mesa del doctor Peverale, se sentó en una esquina, y se encaró con los espectadores—. El doctor Peverale confirmará lo que he dicho cuando les haya explicado todo el razonamiento.
—¿Que yo confirmaré todo eso? Ni lo piense —replicó el anciano astrónomo, cuyo rostro expresaba la más amarga desaprobación—. Si ni siquiera vale la pena comentarlo... Por cierto, tenemos que arrestar a Cook. —Hizo ademán de levantarse.
Lucky le obligó amablemente a sentarse de nuevo.
—No se preocupe, señor. Bigman se asegurará que Cook no se escape.
—No pienso moverme de aquí —dijo el desesperado Cook con voz ahogada. Sin embargo, Bigman acercó su silla a la de Cook. Lucky, dijo:
—Remóntese a la noche del banquete, doctor Peverale, y recuerde sus propias palabras respecto a los robots sirianos... Por cierto, doctor Peverale, usted sabía desde hacía tiempo que había un robot en el planeta, ¿verdad?
El astrónomo respondió con desasosiego. —¿Qué quiere decir?
—El doctor Mindes acudió a usted con el relato de que había visto unas figuras que parecían humanas, revestidas con algo similar a un traje espacial metálico, que también parecían resistir la radiación solar mucho mejor que cualquier humano.
—Claro que lo hice —intervino Mindes—, y tendría que haberme dado cuenta de que era un robot.
—Usted no tiene la misma experiencia que el doctor Peverale en cuanto a robots se refiere —dijo. Lucky. Se volvió de nuevo hacia el anciano astrónomo—. Estoy seguro de que usted sospechó la existencia de robots sirianos en el planeta en cuanto Mindes le informó de lo que había visto. Su descripción no deja lugar a dudas.
El astrónomo asintió lentamente.
—Yo mismo —prosiguió Lucky— no pensé que fuera un robot cuando Mines me contó su historia, del mismo modo que él no lo hizo. Sin embargo, después del banquete, cuando, doctor Peverale, usted empezó a hablar de Sirio y sus robots comprendí que ésta era la única explicación posible. Usted también debió comprenderlo así.
El doctor Peverale asintió lentamente de nuevo. Dijo:
—Sabía que nosotros solos no podríamos hacer nada contra una incursión siriana. Por eso desanimé a Mindes.
(En este punto, Mindes se puso pálido y murmuró rabiosamente entre dientes)
Lucky dijo:
—¿No se le ocurrió informar de ello al Consejo de la Ciencia?
El doctor Peverale titubeó.
—Tenía miedo de que no me creyeran y con ello sólo habría logrado que me sustituyeran. Francamente, no sabía qué hacer. Era evidente que no podía recurrir a Urteil; él no estaba interesado en otra cosa que no fueran sus planes. Cuando usted llegó, Starr —su voz se hizo más grave, más fluida—, me pareció que podría contar con un aliado, y por vez primera me decidí a hablar de Sirio, sus peligros y sus robots.
—Sí —dijo Lucky—, ¿y recuerda cómo describió el afecto de los sirianos hacia sus robots? Empleó la palabra «amar» Dijo que los sirianos mimaban a sus robots; los amaban; nada era demasiado bueno para ellos. Dijo que consideraban que un robot valía tanto como cien hombres de la Tierra.
—Naturalmente —dijo el doctor Peverale—. Eso es cierto.
—Y, queriendo tanto a sus robots, ¿iban a enviar uno de ellos a Mercurio, sin aislarlo ni adaptarlo a la radiación solar? ¿Iban a condenar a uno de sus robots a una muerte lenta y dolorosa bajo la acción del Sol?
El doctor Peverale guardó silencio, mientras el labio inferior le temblaba.
Lucky dijo:
—Ni yo mismo pude decidirme a eliminar al robot de un disparo, a pesar de hallarme en peligro de muerte y no ser un siriano. ¿Acaso un siriano podría haber sido tan cruel?
—La importancia de la misión... —empezó el doctor Peverale.
—Concedido —dijo Lucky—: No estoy afirmando que un siriano no fuera capaz de enviar un robot a Mercurio con propósitos de sabotaje, pero, Gran Galaxia, primero habría aislado su cerebro. Incluso prescindiendo de su amor por los robots, es cuestión de sentido común; le habrían extraído más rendimiento.
Un murmullo de aprobación y conformidad recorrió a los asistentes.
—Pero —tartamudeó el doctor Peverale—, si no son los sirianos, ¿quién...?
—Bueno —dijo Lucky—, revisemos las pistas que están en nuestro poder. Pista número uno: Mindes divisó al robot dos veces, y éste se desvaneció las dos veces que Mindes trató de acercarse. El robot me informó después que había recibido instrucciones de evitar a la gente. Evidentemente, había sido avisado que Mindes estaba buscando al saboteador. También es evidente que el aviso procedía del Centro. No fue avisado de mi presencia porque yo anuncié que bajaba a las minas.
»Pista número dos: cuando el robot se hallaba moribundo, volví a preguntarle quién le había dado sus instrucciones. Sólo pudo decir: "Ter... ter..." Después su radio enmudeció, pero los movimientos de su boca me dieron a entender que pronunciaba dos sílabas.
Bigman, con el cabello rojizo despeinado, lanzó un grito repentino:
—¡Urteil! ¡El robot trataba de decir Urteil! Esa asquerosa alimaña era el saboteador. ¡No me extraña! No me...
—Quizá —dijo Lucky—, ¡quizá! Ya veremos. A mí me dio la impresión de que el robot intentaba decir «terrícola»
—También es posible —dijo secamente el doctor Peverale— que sólo fuera un sonido vago proferido por un robot moribundo y que no significara absolutamente nada.
—Es posible —convino Lucky—. Pero ahora llegamos a la pista número tres y ésta sí que es concluyente. Es ésta: el robot era de fabricación siriana y, ¿qué miembro del Centro podría haber tenido la oportunidad de hacerse con un robot siriano? ¿Ha estado alguno de nosotros en los planetas sirianos?
El doctor Peverale entornó los ojos. —Yo.
—Exactamente —dijo Lucky Starr—, usted y nadie más. Usted mismo lo ha dicho.
Se produjo una verdadera confusión y Lucky pidió silencio. Su voz era autoritaria y su rostro severo.
—Como consejero de la ciencia —dijo— declaro que este Observatorio pasa a mi cargo desde este momento. El doctor Peverale es reemplazado como director. Me he puesto en comunicación con el cuartel general del Consejo en la Tierra, y ya hay una nave en camino. Se tomarán las medidas pertinentes.
—Exijo que se me escuche —exclamó el doctor Peverale.
—Así será —dijo Lucky—, pero primero escuche usted el cargo que se le hace. Usted es el único de todos nosotros que tuvo la oportunidad de robar un robot siriano. El doctor Cook nos contó que le proporcionaron un robot para su servicio personal durante su estancia en Sirio. ¿Es eso cierto?
—Sí, pero...
—Le ordenó que fuera a su nave cuando estuvo harto de él. Se las arregló para que los sirianos no sospecharan nada. Probablemente ni siquiera se les ocurrió pensar que alguien fuera capaz de cometer un crimen tan horrible, para su manera de ser, como la sustracción de un robot. Es posible que por esa razón no tomaran las debidas precauciones.
»Lo que es más, resulta lógico suponer que el robot estuviera intentando decir "terrícola" cuando le pregunté de quién recibía instrucciones. Usted era el único terrícola que había en Sirio. Probablemente se referían a usted como al «terrícola» cuando el robot fue destinado a su servicio. Él le llamaba también "terrícola".
»Finalmente, ¿quién mejor que usted iba a saber cuándo se dirigía alguien hacia el lado solar? ¿Quién mejor iba a informar al robot por radio cuándo estaba a salvo y cuándo debía esconderse?
—Lo niego todo —dijo el doctor Peverale con expresión hermética.
—Es inútil negarlo —repuso Lucky—. Si insiste en declararse inocente, el Consejo tendrá que pedir informes a Sirio. El robot me dijo que si número de serie era RL-726. Si las autoridades sirianas confirman que el robot asignado a su servicio durante su estancia en Sirio era el RL-726 y que desapareció en la misma época que usted abandonó Sirio, será suficiente para condenarle.
»Además, el delito que supone el robo del robot fue cometido en Sirio, y como existe un tratado de extradición entre la Tierra y los planetas sirianos podemos vernos obligados a ponerle bajo su custodia. Le aconsejo, doctor Peverale, que confiese y deje que la justicia de la Tierra siga su curso antes que mantener su inocencia y correr el riesgo de que Sirio le juzgue por robar uno de sus amados robots y torturarlo hasta la muerte.
El doctor Peverale contempló lastimosamente a los allí reunidos con mirada inexpresiva. Después perdió el conocimiento y cayó al suelo.
El doctor Gardoma corrió a su lado y le puso una mano sobre el corazón.
—Está vivo —dijo—, pero creo que es conveniente trasladarlo a la cama.
Dos horas más tarde, con el doctor Gardoma y Lucky Starr a la cabecera de su cama, y en contacto permanente con el cuartel general del Consejo, el doctor Lance Peverale dictó su confesión.
Mientras se alejaban rápidamente de Mercurio y a pesar de su seguridad en que los emisarios del Consejo dominaban ahora la situación, relevándole de toda responsabilidad, Lucky seguía estando inquieto. Su expresión era pensativa y reconcentrada.
Bigman, con el rostro fruncido de ansiedad, dijo:
—¿Qué pasa, Lucky?
—Siento lástima hacia el viejo Peverale —repuso Lucky—. A su manera, tenía razón. Los sirianos son un peligro, aunque no tan inmediato como él cree.
—El Consejo no le hubiera entregado a Sirio, ¿verdad?
—Probablemente no, pero el temor a Sirio fue suficiente para arrancarle la confesión. Fue un truco cruel, pero necesario. Por muy patrióticos que fueran sus motivos, éstos le hicieron cometer una tentativa de asesinato. Cook también llegó hasta el crimen, aunque éste no pueda considerarse como tal, por poco que pensemos en Urteil.
Bigman preguntó:
—¿Qué era lo que tenía en contra del Proyecto Luz, Lucky?
—Peverale lo dijo claramente en el banquete —contestó Lucky con aspecto sombrío—. Todo quedó muy claro aquella noche. ¿No recuerdas que se quejó de que la Tierra se estaba debilitando con su dependencia de los alimentos importados y las fuentes de energía? Dijo que el Proyecto Luz haría que la Tierra dependiera de las estaciones espaciales en cuanto a la forma en que recibiese la luz del sol. Quería que la Tierra fuera autosuficiente para resistir mejor el peligro siriano.
»En su mente ligeramente desequilibrada, debía abrigar el pensamiento de que contribuiría a esta autosuficiencia tratando de sabotear el Proyecto Luz. Es posible que originariamente trajera el robot como una dramática demostración del poder siriano. Al encontrar el Proyecto Luz tan adelantado a su regreso, se decidió a utilizarlo como saboteador.
»Cuando Urteil llegó debió temer que investigara el asunto del Proyecto Luz y le desenmascarase. Así que puso un traje aislante rasgado en la habitación de Urteil, pero Urteil lo descubrió a tiempo. Quizá Urteil creyera realmente que Mindes había sido el responsable.
Bigman dijo:
—Es posible, ahora que lo pienso. La primera vez que hablamos con el viejo no quiso decir una sola palabra de Urteil, de tan exaltado que estaba.
—Exacto —repuso Lucky—, y no existía ninguna razón para ello, como en el caso de Mindes, por ejemplo. Entonces pensé que había alguna razón que yo ignoraba.
—¿Fue esto lo que te hizo sospechar de él, Lucky?
—No, fue otra cosa; ni más ni menos que el traje aislante rasgado que encontramos en nuestra habitación. El que tenía más oportunidades para hacerlo era el mismo Peverale. Él era también el que estaba en mejor disposición para hacer desaparecer el traje una vez que éste hubiera cumplido su objetivo. Era el que mejor sabía la habitación que nos habían asignado, y por lo tanto podía asignarnos también un traje aislante. Sin embargo, lo que me preocupaba era el motivo. ¿Por qué iba a querer matarme?