El evangelio del mal (66 page)

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Authors: Patrick Graham

BOOK: El evangelio del mal
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Los encargados de la limpieza se habían deslomado para hacer desaparecer la capa de ceniza de las cúpulas del Vaticano. Habían pintado varios edificios a toda prisa, tapizado la plaza de rojo y blanco y organizado festejos y veladas de plegarias para animar a los fieles y ayudarlos a olvidar. Curiosamente, ni un solo peregrino se acordaba del evangelio que aquel monje surgido de ninguna parte llevó hasta el altar. Ni un solo fiel recordaba tampoco, al menos con precisión, el texto que el papa del Humo Negro leyó. Sabían vagamente que se hablaba de una gran mentira y de que Jesucristo no había resucitado de entre los muertos, pero el recuerdo de esas palabras no tardaría en diluirse en el olvido: palabras sin sentido, verdades tan inaceptables que había bastado un discurso del cardenal secretario de Estado Mendoza para ocultarlas.

Poco a poco, las cosas habían reanudado su curso. Dos semanas atrás, en las salas del Palacio Apostólico empezaron a celebrarse conciliábulos de cardenales a fin de preparar el cónclave que había empezado hacía dos días. Ya llevaban seis escrutinios sin haber elegido a nadie, seis columnas de humo negro por la chimenea. Pero hacia la mitad de la jornada había empezado a rumorearse que por fin había una mayoría coincidente y que esa noche habría un elegido. Así que la gente se había congregado de nuevo en la plaza de San Pedro para rezar, mientras que un bosque de cámaras seguía enfocando la chimenea de la capilla Sixtina.

* * *

Un murmullo recorre la multitud. Se alzan brazos, caen lágrimas. Las cámaras hacen un zoom de la chimenea, de la que sale un espeso humo blanco. Los comentaristas anuncian que el cónclave ha terminado. Las campanas repican. La gente se vuelve hacia el balcón de San Pedro, donde las puertas no tardarán en abrirse. Lo han olvidado todo. Ni siquiera piensan en ello.

Capítulo 224

Al salir del Sam Wong Hotel, Marie aspira los olores de toronjil que flotan en las callejas del barrio chino. Pese a ser tan temprano, Chinatown ya está llena de gente. Los puestos abren y exponen sus productos en las aceras. Marie cruza California Street y se detiene delante de una máquina expendedora de periódicos. La primera página del USA Today anuncia en grandes caracteres:

Suicidios y detenciones en cadena

en los medios financieros.

La gran limpieza prosigue.

Introduce un dólar por la ranura y levanta la tapa transparente. Tras coger un ejemplar, enciende un cigarrillo y pasa a la página 2 del periódico.

Varios magnates financieros y directores de multinacionales han sido encarcelados en los últimos días tras la aparición de un informe explosivo en los sitios de acceso gratuito de internet. El informe en cuestión presentaba los organigramas de una gigantesca red de malversación de fondos; sus ramificaciones al parecer han llegado a la mayoría de las grandes empresas que cotizan en Bolsa. Antes de que las sociedades afectadas hubieran tenido tiempo de reaccionar, millones de internautas se habían bajado el documento y comunidades enteras continúan enviándoselo a través de todo el mundo. Así pues, parece que el seísmo que ha sacudido los mercados financieros tras la quiebra en cadena de varios bancos internacionales continuará. Ya se ha perdido la cuenta de las detenciones y los suicidios de banqueros y empresarios implicados en este asunto. Un duro golpe asestado por el FBI contra lo que parece ser la mayor red de blanqueo del siglo y que, según nuestras fuentes, alimentaba al crimen organizado y a las organizaciones terroristas internacionales.

Marie arruga el periódico y lo tira a una papelera. Las famosas organizaciones terroristas internacionales… Así es como Crossman había conseguido que el Departamento de Estado efectuara detenciones selectivas contra la red. Nada definitivo. Bastarían unos meses o unos años para que Novus Ordo se reorganizara en profundidad y pasara de nuevo a la ofensiva.

Marie aplasta el cigarrillo con el pie y se vuelve hacia el sol. El resplandor la hace parpadear. Contempla a lo lejos los pilares del Golden Gate medio sumergido en la bruma. Hoy hará calor.

Echa de nuevo a andar hacia el centro. En el cruce de Hyde, monta en un viejo tranvía de cables que sube por Market Street en dirección a las colinas de San Francisco. Agarrada a la barra exterior, observa los viejos inmuebles y las casas victorianas pintadas de colores que desfilan ante sus ojos. El viejo negro que conduce el tranvía agita la campana y maldice como un demonio. La joven sonríe. El viento tibio y salado mueve sus cabellos. Se siente bien.

Capítulo 225

En la capilla Sixtina ha vuelto a hacerse el silencio. Mientras los cardenales electores se inclinan ante el cardenal Giovanni, que acaba de ser elegido, encienden los incensarios. El decano le pregunta si acepta el resultado de la votación. Giovanni asiente. Luego, el decano le pregunta su nombre de papa. Giovanni responde que ha escogido el de Matías I, en recuerdo del decimotercer apóstol. Un nombre original que sin duda marcará la ruptura con los terribles acontecimientos que han sacudido al Vaticano.

El nuevo papa se ha puesto sus hábitos sacerdotales y ahora avanza al lado del decano y del nuevo camarlengo por el laberinto de pasillos que conduce al balcón de San Pedro. Con el cayado de pastor en la mano, Matías I camina detrás de la pesada cruz pontificia que un protonotario lleva con los brazos en alto. A medida que la procesión se acerca al balcón, el Papa oye cada vez más fuerte el estruendo de la multitud. Tiene la impresión de avanzar hacia la arena ardiente de un circo lleno de fieras. Junto a él camina el cardenal secretario de Estado Mendoza, con una sonrisa en los labios. Matías I tiene tiempo de inclinarse hacia él para preguntarle en un susurro un detalle que el cónclave ha relegado en el orden de sus preocupaciones.

—Por cierto, eminencia, no me ha dicho si los equipos de socorro encontraron las cruces de las Bienaventuranzas entre los restos del incendio.

La pregunta parece pillar desprevenido al anciano cardenal; desaparece la sonrisa de sus labios.

—La Cámara de los Misterios ardió durante horas. Desgraciadamente, no encontramos ni rastro de los cadáveres, y las cruces tuvieron tiempo más que de sobra de fundirse.

—¿Está seguro?

—¿Quién puede estarlo razonablemente, Santidad?

Sintiendo latir la cruz de los Pobres bajo su hábito, Matías I no encuentra nada que responder a esa frase enigmática.

El Papa y su séquito se detienen en el balcón mientras, a través del micro, la voz del cardenal decano presenta a la multitud al nuevo jefe de la Iglesia. La cruz pontificia ya está en el balcón. Cuando sus nombres de pila y de papa se oyen por fin por los altavoces, Matías I sale al exterior. Los gritos de la multitud entusiasmada lo envuelven. Se inclina y mira la marea humana que ha invadido la plaza y las avenidas y que espera un gesto, una sonrisa, una palabra de esperanza. Entonces, lentamente, Matías I levanta el brazo y traza en el aire una amplia señal de la cruz. Mientras hace esto, oye en el fondo de sí mismo las palabras que el viejo camarlengo susurró en la basílica: «Esto no ha terminado, Giovanni. ¿Me oyes? Siempre vuelve a empezar».

Una sonrisa aparece en los labios de Matías I cuando levanta los brazos para saludar a la multitud. Campini tenía razón. Siempre vuelve a empezar.

Capítulo 226

Marie ha llegado al convento de Nuestra Señora del Sinaí. Deja que una anciana monja la guíe en silencio por los pasillos. Al pasar por delante de algunas puertas, oye el murmullo de los televisores: estruendo de multitud y repicar de campanas. El nuevo papa acaba de ser elegido.

—Es aquí.

Marie se sobresalta al oír la voz de la anciana religiosa; se parece a la de la recoleta que la acompañó a su celda en el convento de Denver. La monja señala una puerta. Marie entra.

La habitación está sumida en la penumbra. El resplandor de un televisor ilumina el rostro del padre Carzo, tendido en la cama. Ha estado tres semanas en coma, tres semanas durante las cuales Marie lo ha velado sin descanso.

El sacerdote le hace una seña con la mano. Está al teléfono y habla en italiano. Marie se vuelve hacia el televisor y contempla la plaza de San Pedro abarrotada de gente. En el balcón, el nuevo papa levanta los brazos y bendice a la multitud. Carzo cuelga. Sin volverse, Marie pregunta:

—¿Quién es?

—Matías I, antiguo cardenal Patrizio Giovanni. Será un gran papa.

Marie se vuelve hacia Carzo. El sacerdote está muy pálido.

—¿Y la llamada de quién era?

—Del Vaticano. Para anunciarme que he sido propuesto para el cargo de secretario particular de Su Santidad.

—¿Por servicios prestados a la patria?

—En cierto modo.

Un silencio. Marie se inclina para besar al padre Carzo. Ve un destello fugaz en el escote del pijama, una cadena de la que cuelga una joya en forma de cruz. Se envara imperceptiblemente mientras sus labios rozan la mejilla del sacerdote. Su piel está helada. Marie escruta su rostro. Parece agotado.

—Le dejo.

—¿Ya?

—Volveré.

El padre Carzo cierra los ojos. Marie se aleja caminando de espaldas. Al pasar junto al televisor, lo apaga. La pantalla difunde una extraña luz fosforescente por la habitación. Marie se detiene ante la puerta.

—Alfonso, esa joya que lleva colgada del cuello, ¿qué es?

No hay respuesta. Marie aguza el oído. El padre Carzo se ha dormido. Marie pone la mano sobre el pomo de la puerta.

—Adiós, Alfonso.

—Ave María.

La joven se queda inmóvil al oír la voz grave que acaba de pronunciar esas palabras y cierra la mano alrededor de la culata de su arma.

—¿Qué ha dicho?

Se vuelve lentamente hacia el padre Carzo, que se ha incorporado en la cama. Los ojos del sacerdote brillan débilmente en la penumbra. Sonríe.

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