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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (74 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—¿Ella fuma? —Matthew olió profundamente el aire.

—Cuando está estresada. Em la obliga a fumar fuera, pero el olor se percibe igualmente. ¿Te molesta? —pregunté, perfectamente consciente de lo sensible que podría ser él a ese olor.

—Dieu, Diana, he olido cosas peores —respondió.

La cavernosa cocina conservaba sus hornos con paredes de ladrillo y una gigantesca chimenea en la que se podía entrar. También había aparatos modernos, y antiguos suelos de piedra que habían soportado dos siglos de caídas de ollas, animales mojados, zapatos embarrados y otras sustancias más propias de las brujas. Lo conduje a la adyacente sala de trabajo de Sarah. Originalmente era una cocina de verano separada, pero había sido unida a la casa y todavía seguía equipada con ganchos para sujetar calderos de estofado y asadores para la carne. Del techo colgaban hierbas y en una despensa había frutas secándose y frascos con lociones y pociones. Una vez terminado el recorrido, regresamos a la cocina.

—Esta habitación es tan… marrón. —Estudié la decoración mientras encendía y apagaba la luz del porche una y otra vez, la antigua señal de los Bishop que indicaba que se podía entrar sin peligro. Había una nevera marrón, armarios de madera marrones, cálidos ladrillos marrón rojizo, un teléfono marrón con un dial para marcar y el papel pintado de cuadros marrones—. Lo que hace falta es una mano de pintura blanca.

Matthew levantó la barbilla y dirigió sus ojos a la puerta trasera.

—Febrero sería ideal para ese trabajo, si te estás ofreciendo —dijo una voz gutural desde el vestíbulo. Sarah apareció por un rincón, vestida con vaqueros y una camisa de franela a cuadros más grande de lo que correspondía. Su pelo rojo estaba alborotado y tenía las mejillas brillantes por el frío.

—Hola, Sarah —saludé, retrocediendo para apoyarme en el fregadero.

—Hola, Diana. —Sarah fijó su mirada en el cardenal debajo de mi ojo—. Supongo que éste es el vampiro, ¿no?

—Sí. —Avancé otra vez, cojeando, para hacer las presentaciones. La mirada aguda de Sarah se dirigió a mi tobillo—. Sarah, éste es Matthew Clairmont. Matthew, mi tía, Sarah Bishop.

Matthew tendió su mano derecha.

—Sarah —dijo, mirándola a los ojos sin vacilar.

Sarah frunció los labios a modo de respuesta. Como yo, ella tenía la barbilla de los Bishop, que era un poco prominente en relación al resto de su cara. Y en ese momento sobresalía todavía más.

—Matthew. —Cuando sus manos se encontraron, Sarah se estremeció—. Está claro —dijo, girando un poco su cabeza—, decididamente es un vampiro, Em.

—Gracias por la información, Sarah —masculló Em, que entraba con una brazada de troncos pequeños y una expresión de impaciencia. Era más alta que yo y que Sarah, y su cabeza plateada de canas brillantes por alguna razón la hacía parecer más joven de lo que el color podría indicar. Su cara pequeña se inundó con una sonrisa encantadora cuando nos vio a todos en la cocina.

Matthew se apresuró a coger la leña de sus brazos.
Tabitha,
que había estado ausente durante la primera etapa de los saludos, dificultó su avance hacia la chimenea dibujando ochos entre sus pies. Milagrosamente, el vampiro llegó al otro lado de la habitación sin tropezar con ella.

—Gracias, Matthew. Y gracias también por traerla a casa. Estábamos muy preocupadas. —Em se sacudió los brazos y restos de corteza volaron desde la lana de su jersey.

—No hay de qué, Emily —replicó él, con su voz irresistiblemente cálida y generosa. Em ya parecía encantada. Sarah iba a ser más difícil, aunque observaba con asombro los esfuerzos de
Tabitha
para escalar por el brazo de Matthew.

Traté de retirarme a las sombras antes de que Em pudiera ver bien mi cara, pero tardé demasiado. Ella abrió la boca horrorizada.

—¡Oh, Diana!

Sarah acercó un taburete.

—Siéntate —ordenó.

Matthew cruzó los brazos con fuerza, como si estuviera resistiendo a la tentación de intervenir. Su lobuna necesidad de protegerme no había disminuido sólo porque estuviéramos en Madison, y su fuerte aversión a que las criaturas se acercaran demasiado a mí no estaba reservada a los demás vampiros.

La mirada de mi tía pasó de mi cara a mis clavículas.

—Vamos a quitarte la camisa —dijo.

Obedecí diligentemente llevando mis manos hacia los botones.

—Tal vez deberías revisar a Diana arriba. —Em dirigió una expresión de preocupación a Matthew.

—No creo que vaya a ver nada que no haya visto ya. No tienes hambre, ¿verdad? —dijo Sarah sin mirar hacia atrás.

—No —replicó secamente Matthew—, ya he comido en el avión.

Los ojos de mi tía hicieron que yo sintiera un hormigueo en el cuello. Al igual que los de Em.

—¡Sarah! ¡Em! —Me sentía indignada.

—Sólo estoy echando una ojeada —dijo Sarah con suavidad. Ya me había quitado la camisa y se ocupaba de las vendas que envolvían mi antebrazo, mi torso momificado y los demás cortes y hematomas.

—Matthew ya me ha mirado. Es médico, ¿recuerdas?

Recorrió mi clavícula con sus dedos. Hice una mueca de dolor.

—Pero no ha visto esto. Es una fisura ancha como un cabello. —Alzó el pómulo. Hice una mueca de dolor otra vez—. ¿Qué pasa con su tobillo? —Como de costumbre, no había podido ocultarle nada a Sarah.

—Una fea torcedura acompañada por quemaduras de primer y segundo grado. —Matthew miraba con atención las manos de Sarah, listo para apartarla de mi lado si me producía excesivo dolor.

—¿Cómo es posible que haya quemaduras y una torcedura en el mismo lugar? —Sarah estaba tratando a Matthew como a un estudiante de Medicina de primer año en una ronda médica.

—Eso se produce cuando una es colgada cabeza abajo por una bruja sádica —respondí en lugar de él, retorciéndome un poco cuando Sarah pasó a revisarme la cara.

—¿Qué hay debajo de eso? —quiso saber Sarah señalando mi brazo, como si yo no hubiera hablado.

—Una incisión lo suficientemente profunda como para requerir sutura —respondió Matthew pacientemente.

—¿Qué le estás dando?

—Calmantes, un diurético para minimizar la hinchazón y un antibiótico de amplio espectro. —Había un ligero rastro de fastidio en su voz.

—¿Por qué está envuelta como una momia? —preguntó Em, mordiéndose el labio.

La sangre desapareció de mi cara. Sarah dejó de hacer lo que estaba haciendo y me dirigió una profunda mirada antes de decir:

—Eso puede esperar, Em. Vayamos paso a paso. ¿Quién te hizo esto, Diana?

—Una bruja llamada Satu Järvinen. Creo que es sueca. —Crucé los brazos sobre mi pecho como gesto de protección.

Matthew tensó los labios, y se apartó de mi lado por un momento para echar más leña en el fuego.

—No es sueca, es finlandesa —explicó Sarah—, y muy poderosa. La próxima vez que la vea, sin embargo, deseará no haber nacido.

—No quedará mucho una vez que yo termine con ella —murmuró Matthew—, de modo que si quieres hacerle algo, tendrás que encontrarla antes de que yo lo haga. Y soy famoso por mi velocidad.

Sarah le dirigió una mirada para calibrarlo. Las palabras de ella eran solamente una amenaza. Las de Matthew eran otra cosa. Eran una promesa.

—¿Quién ha curado a Diana además de ti?

—Mi madre y su ama de llaves, Marthe.

—Conocen los viejos remedios de hierbas. Pero puedo hacer algo más. —Sarah se arremangó.

—Es un poco temprano aún para brujerías. ¿Has tomado bastante café? —Miré a Em con un gesto de súplica, pidiéndole en silencio que detuviera a Sarah.

—Deja que Sarah lo arregle, querida mía —dijo Em, tomándome la mano y apretándola—. Cuanto antes lo haga, más pronto estarás restablecida completamente.

Los labios de Sarah ya estaban moviéndose. Matthew se acercó más a ella, fascinado. Sarah puso las puntas de sus dedos sobre mi cara. El hueso vibró con electricidad debajo de la piel antes de que la herida se cerrara con un crujido.

—¡Ay! —Me cubrí la mejilla.

—Te arderá durante un instante solamente —explicó Sarah—. Has sido lo suficientemente fuerte como para soportar la lesión…, no tendrás ningún problema con la cura. —Examinó mi mejilla un momento e hizo un gesto de satisfacción con la cabeza antes de volver a mi clavícula. La punzada eléctrica requerida para arreglarla fue más fuerte, sin duda porque los huesos eran más gruesos.

—Quítale el zapato —le ordenó a Matthew mientras se dirigía a la despensa de la cocina. Él resultó ser el ayudante de enfermería con más títulos médicos que jamás se hubiera conocido, pero obedeció las órdenes sin rechistar.

Cuando Sarah regresó con un frasco de uno de sus ungüentos, Matthew tenía mi pie apoyado sobre su muslo.

—Hay tijeras en mi maletín, arriba —le dijo a mi tía, olfateando con curiosidad cuando ella desenroscó la tapa del frasco—. ¿Voy a buscarlas?

—No las necesito. —Sarah farfulló algunas palabras y señaló mi tobillo. La gasa empezó a desenrollarse sola.

—¡Eso sí que resulta útil! —exclamó Matthew con envidia.

—¡Presumida! —dije entre dientes.

Todas las miradas volvieron a dirigirse a mi tobillo cuando la gasa terminó de enrollarse hasta formar una pelota. Todavía tenía mal aspecto y estaba empezando a sangrar. Sarah recitó tranquilamente nuevos hechizos, aunque el rubor de sus mejillas revelaba su cólera escondida. Cuando terminó, las manchas negras y blancas habían desaparecido, y aunque aún se veía una irritación en forma de anillo alrededor del tobillo, el tamaño de la articulación era perceptiblemente más pequeño.

—Gracias, Sarah. —Flexioné el pie mientras ella untaba un nuevo ungüento sobre la piel.

—No vas a hacer nada de yoga durante una semana más o menos, y no correrás durante tres, Diana. Esto necesita reposo y tiempo para recuperarse completamente. —Farfulló algo más y le hizo señas a un nuevo rollo de gasa, que empezó a envolverse alrededor del pie y del tobillo.

—Asombroso —dijo Matthew otra vez, sacudiendo la cabeza.

—¿Te molesta si miro el brazo?

—De ninguna manera. —Por su tono, daba la sensación de que era eso lo que deseaba—. El músculo estaba ligeramente dañado. ¿Puedes arreglar eso, y también la piel?

—Probablemente —respondió Sarah, con apenas una pizca de presunción. Quince minutos y algunos conjuros murmurados más tarde, sólo quedaba una delgada línea roja a lo largo de mi brazo que indicaba el lugar donde Satu lo había cortado y abierto.

—Buen trabajo —dijo Matthew, haciendo girar mi brazo para admirar la habilidad de Sarah.

—El tuyo también. La has cosido muy bien. —Sarah bebió con avidez un vaso de agua.

Busqué la camisa de Matthew.

—Habría que mirar también su espalda.

—Eso puede esperar. —Le dirigí a él una mirada irritada—. Sarah está cansada, y yo también.

Sarah miró al vampiro.

—¿Matthew? —preguntó, relegándome a la parte inferior de la jerarquía.

—Quiero que mires su espalda —dijo él, sin apartar sus ojos de mí.

—No —susurré, apretando su camisa contra mi pecho.

Él se agachó ante mí, con sus manos en mis rodillas.

—Ya has visto lo que Sarah puede hacer. Tu recuperación será más rápida si dejas que te ayude.

¿Recuperación? Ninguna brujería podía ayudarme a recuperarme de La Pierre.

—Por favor,
mon coeur
. —Matthew liberó delicadamente su camisa hecha un ovillo de mis manos.

De mala gana, accedí. Sentí un hormigueo de miradas de brujas cuando Em y Sarah se movieron para estudiar mi espalda, y mis instintos me dijeron que comenzara a correr. En lugar de hacerlo, estiré las manos ciegamente hacia Matthew, quien las cogió entre las suyas.

—Estoy aquí —me aseguró mientras Sarah farfullaba su primer hechizo. Las vendas se abrieron a lo largo de mi columna vertebral cuando sus palabras las cortaron con facilidad.

La fuerte inspiración de Em y el silencio de Sarah me indicaron el momento en que las marcas se hicieron visibles.

—Éste es un hechizo para abrir —explicó Sarah con rabia, con la mirada atenta a mi espalda— . Esto no se usa en seres con vida. Pudo haberte matado.

—Estaba tratando de sacarme la magia de dentro, como si fuera una piñata. —Al tener mi espalda expuesta, mis emociones se revolvían desenfrenadamente otra vez y casi dejé escapar una risa nerviosa al pensar en mí colgada de un árbol mientras una Satu con los ojos vendados me golpeaba con un palo. Matthew se dio cuenta de que mi histeria iba en aumento.

—Sarah, cuando más rápido puedas hacer esto, mejor. No quiero meterte prisa, por supuesto —dijo él apresuradamente. Pude imaginar fácilmente la mirada que había recibido como respuesta—. Podemos hablar de Satu después.

Cada elemento de brujería que Sarah usaba me recordaba a Satu, y el hecho de tener a dos brujas detrás de mí me hacía imposible evitar que mis pensamientos volvieran a La Pierre. Me metí más profundamente dentro de mí misma como protección y dejé que mi mente se nublara. Sarah produjo más magia. Pero yo ya no podía soportar más y dejé mi alma a la deriva.

—¿Ya estás a punto de terminar? —dijo Matthew con la voz tensa por la preocupación.

—Hay dos marcas con las que no puedo hacer mucho. Dejarán cicatrices. Aquí —explicó Sarah, siguiendo las líneas de una estrella entre mis omóplatos— y aquí. —Movió sus dedos hacia la parte baja de mi espalda, pasando de una costilla a la otra, recorriendo mi cintura en el centro.

Mi mente ya no estaba en blanco, sino marcada por imágenes que se correspondían con los movimientos de Sarah.

«Una estrella suspendida encima de una luna creciente».

—¡Ellos sospechan, Matthew! —grité, paralizada y aterrorizada. El cajón con los sellos de Matthew se entremezcló con mis recuerdos. Habían estado tan escondidos que supe de manera instintiva que la orden de los caballeros debía estar oculta con igual profundidad. Pero Satu sabía de su existencia, lo cual significaba que las otras brujas de la Congregación probablemente también lo supieran.

—Amor mío, ¿qué ocurre? —Matthew me tomó en sus brazos.

Empujé contra su pecho, tratando de hacerlo escuchar.

—Cuando me negué a abandonarte, Satu me marcó… con tu sello.

Me envolvió en sus brazos, protegiendo mi carne expuesta lo más que pudo. Cuando vio lo que había grabado allí, Matthew se quedó inmóvil.

—Ellos ya no sospechan: lo saben con certeza.

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