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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (32 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—Está estupendo. ¿Lo has preparado tú?

—No —precisó—. Lo ha hecho el chef del restaurante Old Parsonage… y me dio instrucciones precisas para no quemarlo ni secarlo al recalentarlo.

—Puedes recalentar mi cena cuando quieras. —Dejé que la calidez del estofado penetrara mi cuerpo—. Pero veo que tú no estás comiendo.

—No, pero no tengo hambre. —Siguió mirándome comer durante unos momentos, luego volvió a la cocina a buscar otro vino. Era la botella sellada con cera roja. Rompió la cera y sacó el corcho de la botella—. Perfecto —sentenció, vertiendo el líquido escarlata cuidadosamente en una licorera que tenía a mano.

—¿Ya puedes notar el olor? —Todavía no estaba demasiado segura del alcance de sus poderes olfativos.

—Oh, sí. Y el de este vino en particular. —Me sirvió un poco y dejó caer unas gotas en su copa—. ¿Estás lista para probar algo maravilloso? —preguntó. Asentí con la cabeza—. Éste es un Château Margaux de una extraordinaria cosecha. Algunas personas lo consideran el mejor vino tinto que jamás se haya hecho.

Levantamos nuestras copas e imité cada uno de los movimientos de Matthew. Puso la nariz en su copa y yo en la mía. El olor de violetas me envolvió. La primera sensación que tuve fue la de estar bebiendo terciopelo. Luego había chocolate con leche, cerezas y una oleada de sabores que no tenían sentido y me trajo recuerdos de un olor de hacía mucho tiempo, el del estudio de mi padre después de haber fumado y vaciado las virutas del sacapuntas cuando yo estaba en segundo curso. Lo último que percibí fue un sabor muy especiado que me hizo pensar en Matthew.

—¡Esto tiene el mismo sabor que tú! —exclamé.

—¿Cómo es eso? —quiso saber.

—Especiado —dije, mientras mis mejillas se enrojecían hasta la línea del cuero cabelludo.

—¿Sólo especiado?

—No. Primero pensaba que iba a tener sabor a flores…, a violetas…, porque ése era su olor. Pero luego he percibido muchos sabores diferentes. ¿Qué has sentido tú?

Esto iba a ser mucho más interesante y menos incómodo que mi reacción. Olfateó, giró la copa y saboreó.

—Violetas…, coincido contigo en eso. Esas violetas moradas recubiertas de azúcar. Isabel Tudor adoraba las violetas azucaradas y éstas le estropearon los dientes. —Probó otra vez—. Humo de tabaco, de buenos cigarros, como los que solían fumar en el Marlborough Club cuando el príncipe de Gales pasaba por allí. Moras silvestres recogidas en los setos fuera de los establos del Viejo Pabellón y grosellas maceradas en brandi.

Observar a un vampiro usando sus poderes sensoriales debe de ser una de las experiencias más surrealistas que alguien puede tener. No se trataba sólo de que Matthew pudiese ver y oír cosas que a mí me resultaba imposible…, era que cuando percibía algo, su percepción era muy aguda y precisa. No se trataba de cualquier mora, sino que era una mora especial, de un sitio en especial o en un momento en particular.

Matthew siguió bebiendo su vino y yo terminé mi estofado. Cogí mi vino con un suspiro de satisfacción, jugueteando con el pie de la copa para que reflejara la luz de las velas.

—¿Qué gusto crees que tendría yo? —pregunté en voz alta, en tono juguetón.

Matthew se puso de pie de un salto, su cara se puso blanca y furiosa. Su servilleta cayó, sin que él se diera cuenta, al suelo. Una vena en su frente palpitó una vez antes de serenarse.

Yo había dicho algo que no debía.

Se colocó a mi lado en el lapso de tiempo que duró un parpadeo y me levantó de la silla. Sus dedos se clavaron en mis codos.

—Hay una leyenda sobre vampiros de la que no hemos hablado, ¿verdad? —Su mirada era extraña, su rostro aterrador. Traté de liberarme retorciéndome, pero sus dedos se clavaron más profundamente—. La de un vampiro que está tan hechizado por una mujer que no puede contenerse.

Repasé mentalmente lo ocurrido. Él me había preguntado qué sabor había sentido yo. Y el sabor que experimenté fue el de él. Luego me dijo lo que él estaba sintiendo y yo dije…

—Oh, Matthew —susurré.

—¿Te preguntas cómo sería si yo te probara a ti? —La voz de Matthew bajó de un ronroneo hacia tono más profundo y peligroso. Por un momento sentí repugnancia.

Antes de que esa sensación pudiera crecer, me soltó los brazos. No había tiempo de reaccionar o de alejarme. Matthew había enredado sus dedos entre mi pelo, con los pulgares apretándome la base del cráneo. Estaba atrapada otra vez, y me dominó una sensación de inmovilidad que arrancaba del contacto frío de sus dedos. ¿Estaba borracha con dos vasos de vino? ¿Me había drogado? ¿Qué otra cosa podría explicar la sensación de que no podía escapar?

—No es sólo tu olor lo que me agrada. Puedo
escuchar
tu sangre de bruja cuando corre por tus venas. —Los labios fríos de Matthew estaban cerca de mi oreja y su aliento era dulce—. ¿Sabías que la sangre de una bruja produce música? Como una sirena que le canta al marinero, pidiéndole que conduzca su embarcación hacia las rocas; la llamada de tu sangre podría suponer mi destrucción… y la tuya. —El tono de sus palabras era tan bajo y profundo que parecía estar hablando directamente en mi mente.

El vampiro empezó a mover los labios con lentitud a lo largo de mi maxilar. Cada lugar que su boca tocaba, se congelaba, para luego arder cuando mi sangre regresaba veloz a la superficie de la piel.

—Matthew —susurré a través de mi garganta atrapada. Cerré los ojos, esperando sentir sus dientes sobre mi cuello, y a la vez imposibilitada para moverme, o no queriendo hacerlo.

En cambio, los labios hambrientos de Matthew se encontraron con los míos. Sus brazos me envolvieron y las puntas de sus dedos balancearon mi cabeza. Mis labios se abrieron bajo los suyos, con mis manos atrapadas entre su pecho y el mío. Debajo de las palmas de mi mano su corazón latió… una vez.

Con el ruido sordo de su corazón, el beso cambió. Matthew no se volvió menos exigente, pero el hambre en su tacto se convirtió en algo agridulce. Sus manos avanzaron suavemente hasta cubrir con ellas mi cara, para luego apartarlas de mala gana. Por primera vez, escuché un sonido suave, disonante. No era como la respiración de un ser humano. Era el sonido de pequeñas cantidades de oxígeno que pasaban a través de los poderosos pulmones de un vampiro.

—Me he aprovechado de tu miedo. No he debido hacerlo —susurró.

Yo tenía los ojos cerrados y todavía me sentía intoxicada, su olor a canela y clavo alejó el aroma a violetas del vino. Intranquila, me revolví entre sus manos.

—Quédate quieta —me dijo con severidad—. Podría no controlarme si te apartas de mí.

Él me había advertido en el laboratorio acerca de la relación entre depredador y presa. En ese momento estaba tratando de conseguir que yo me hiciera la muerta para que el depredador que había en él perdiera el interés por mí.

Pero yo no estaba muerta.

Abrí los ojos de golpe. No había posibilidad de confundirse ante la expresión de su rostro. Era de avidez, de hambre. Matthew era en ese momento una criatura de instintos. Pero yo también tenía instintos.

—Estoy a salvo contigo. —Pronuncié esas palabras con mis labios helados y al mismo tiempo quemaban, no acostumbrados a la sensación del beso de un vampiro.

—Una bruja… a salvo con un vampiro? Nunca estés segura de eso. Sólo se necesitaría un momento. Tú no podrías detenerme si te atacara, y yo no podría detenerme a mí mismo. —Nuestros ojos se encontraron y no se apartaron; ninguno de los dos parpadeó. Matthew dejó escapar un sonido sordo de sorpresa—. ¡Qué valiente eres!

—Nunca he sido valiente.

—Cuando diste sangre en el laboratorio, la manera en que miraste a los ojos a un vampiro, la manera en que expulsaste a las criaturas de la biblioteca, incluso el hecho de que vas día tras día a ese lugar, negándote a permitir que nadie te impida hacer lo que quieres hacer…, todo eso es valentía.

—Eso es terquedad. —Sarah me había explicado la diferencia hacía mucho tiempo.

—He visto antes coraje como el tuyo…, sobre todo en mujeres. —Matthew continuó como si yo no hubiera dicho nada—. Los hombres no lo tienen. Nuestro arrojo nace del miedo. Es pura bravuconería.

Parpadeó y miles de copos de nieve cayeron sobre mí transformándose en simple frescura en cuanto me tocaron. Estiró un dedo frío para recoger una lágrima que había aparecido en las puntas de mis pestañas. Su rostro tenía una profunda expresión de tristeza cuando me bajó suavemente al asiento y se agachó junto a mí, apoyando una mano sobre mi rodilla y la otra sobre el brazo del sillón en el que me había sentado precipitadamente formando un círculo protector.

—Prométeme que nunca harás bromas con un vampiro…, ni siquiera conmigo…, sobre la sangre o sobre qué gusto podrías tener tú.

—Lo siento —susurré, obligándome a no apartar la mirada.

Sacudió la cabeza.

—Me dijiste antes que no sabes mucho acerca de los vampiros. Lo que tienes que comprender es que ningún vampiro es inmune a esta tentación. Los vampiros con conciencia pasan la mayor parte del tiempo tratando de no imaginar a qué sabe cada persona. Si llegas a encontrarte con alguno sin conciencia (y hay muchos que están en esa categoría), entonces, que Dios te ayude.

—No lo pensé. —Todavía no podía pensarlo. Mi mente seguía girando con el recuerdo de su beso, de su furia y de su hambre palpable.

Inclinó la cabeza, apoyando la parte de arriba sobre mi hombro. La
ampulla
de Betania salió del cuello de su jersey y se balanceó como un péndulo y el diminuto ataúd brilló a la luz de las velas.

Habló en voz tan baja que tuve que hacer un esfuerzo para escucharlo.

—No es normal que brujas y vampiros sientan de esta manera. Siento emociones que nunca… —Se interrumpió.

—Lo sé. —Con sumo cuidado apoyé la mejilla contra su pelo. La sensación fue de algo sedoso—. Yo también tengo esas emociones.

Matthew no había movido todavía los brazos, una mano reposaba sobre mi rodilla y la otra en el brazo del sillón. Ante mis palabras los movió lentamente y envolvió mi cintura. La frialdad de su piel atravesó mi ropa, pero no temblé. En cambio, me acerqué para poder apoyar mis brazos en sus hombros.

Un vampiro, evidentemente, podría haberse quedado cómodo en esa posición durante días. Pero para una simple bruja eso no era posible. Cuando me moví un poco, me miró confundido, y luego su rostro se iluminó al darse cuenta.

—Lo había olvidado —dijo, poniéndose de pie suave y rápidamente alejándose de mí. Moví primero una pierna y luego la otra para que volviera la circulación a mis pies.

Me alcanzó mi vino y regresó a su asiento. Una vez que se puso cómodo, traté de darle algo para que pensara, aparte del sabor que yo tendría.

—¿Cuál fue la quinta pregunta que tuviste que responder para la beca de All Souls? —A los candidatos se los invitaba a presentarse a un examen que consistía en cuatro preguntas que combinaban una provocadora amplitud y profundidad con una endiablada complejidad. Si sobrevivían a las primeras cuatro preguntas, se les hacía la famosa «quinta pregunta». En realidad, no era una pregunta, sino una sola palabra como «agua» o «ausencia». Dependía del candidato la decisión de cómo responder, y sólo la respuesta más brillante le abría a uno las puertas de All Souls.

Estiró la mano por encima de la mesa —sin quemarse— y sirvió un poco más de vino en mi copa.

—«Deseo» —dijo, evitando deliberadamente mis ojos.

Vaya. Mi plan de distracción no había sido precisamente acertado.

—¿«Deseo»? ¿Qué escribiste?

—Hasta donde yo sé, hay sólo dos emociones que hacen que el mundo gire, año tras año. — Vaciló; luego continuó—: Una es el miedo. La otra es el deseo. Sobre eso escribí.

El amor no había ocupado lugar alguno en su respuesta, observé. Era una imagen brutal, un tira y afloja entre dos impulsos iguales pero opuestos. Tenía un cierto toque de verdad, sin embargo, que era mucho más de lo que se podía decir del falaz «el amor es lo que hace que el mundo se mueva». Matthew no dejaba de insistir en que su deseo —de sangre, principalmente— era tan fuerte que ponía todo lo demás en peligro.

Pero los vampiros no eran las únicas criaturas que tenían que controlar impulsos tan fuertes. Gran parte de lo que era considerado como mágico era sólo deseo en acción. La brujería era diferente…, eso requería hechizos y rituales. Pero la magia? Un deseo, una necesidad, un hambre demasiado poderosa como para ser ignorada… eran cosas que podían convertirse en actos cuando cruzaban la mente de una bruja.

Y si Matthew iba a contarme sus secretos, no parecía justo mantener los míos escondidos.

—La magia es el deseo convertido en realidad. Así fue como hice bajar
Notas e Investigaciones
la tarde en que nos conocimos —dije lentamente—. Cuando una bruja se concentra en algo que quiere, y luego imagina cómo podría conseguirlo, puede hacer que se haga realidad. Ésa es la razón por la que tengo que ser tan cuidadosa con mi trabajo. —Tomé un sorbo de vino. Mi mano temblaba sobre la copa.

—Entonces pasas la mayor parte de tu tiempo tratando de no desear cosas, igual que yo. También por algunas razones parecidas. —La mirada como copos de nieve de Matthew recorrió mis mejillas.

—Si te refieres al miedo de saber que si llegara a empezar no habría manera de detenerme…, sí. No quiero recordar aquella parte de mi vida en la que simplemente cogía las cosas en lugar de ganármelas.

—Entonces todo te lo ganas dos veces. Primero, te lo ganas por no cogerlo sin más ni más, y luego te lo ganas otra vez por medio del trabajo y el esfuerzo. —Se rió amargamente—. Las ventajas de ser una criatura de otro mundo no son muchas, ¿verdad?

Sugirió que nos sentáramos junto a la chimenea sin fuego. Me acomodé en el sofá y él puso algunas galletas con nueces en la mesa a mi lado, antes de desaparecer en la cocina otra vez. Cuando regresó, traía una pequeña bandeja con la botella negra antigua en ella —ya sin corcho— y dos copas con un líquido color ámbar. Me dio una.

—Cierra los ojos y dime lo que hueles —me pidió con su voz de profesor de Oxford. Cerré mis párpados, obediente. El vino parecía a la vez añejo y vibrante. Olía a flores, a nueces, a limones azucarados y a algún otro mundo remoto en el tiempo sobre el que yo, hasta ese momento, sólo había podido leer e imaginar.

—Huele como el pasado. Pero no el pasado muerto. Está muy vivo.

—Abre los ojos y bebe un sorbo.

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