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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (30 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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Marcus regresó con el agua. Me quité el gorro y bebí con avidez.

—El ADN de un vampiro está lleno de mutaciones similares como resultado de la resistencia a la enfermedad. Esos cambios podrían estar llevándonos lentamente a nuestra extinción. — Matthew parecía preocupado—. Ahora estamos tratando de concentrarnos en qué es lo que hace que en la sangre de los vampiros se creen nuevos cromosomas. La respuesta podría estar en las mitocondrias.

Miriam sacudió la cabeza.

—De ninguna manera. La respuesta está en el ADN nuclear. Cuando un cuerpo es atacado por sangre de vampiro, debe provocar una reacción que haga posible que el cuerpo capture y asimile los cambios.

—Puede ser, pero si es así, tenemos que estudiar con mayor atención el ADN basura también. Todo debe estar ahí para generar nuevos cromosomas —insistió Marcus.

Mientras ellos tres discutían, yo me remangué. Cuando la tela dejó a la vista mi codo y las venas en mi brazo quedaron expuestas al aire fresco del laboratorio, los tres dirigieron su helada atención a mi piel.

—Diana —dijo Matthew fríamente mientras se tocaba el símbolo de Lázaro—, ¿qué estás haciendo?

—¿Todavía tienes tus guantes a mano, Marcus? —pregunté, y seguí remangándome.

Marcus sonrió.

—Sí. —Se puso de pie y sacó un par de guantes de látex de una caja cercana.

—No tienes que hacerlo. —La voz de Matthew parecía atrapada en su garganta.

—Lo sé. Quiero hacerlo. —Mis venas parecían todavía más azules bajo la luz del laboratorio.

—Buenas venas —comentó Miriam con una inclinación de cabeza en señal de aprobación, provocando un ronroneo de advertencia en el vampiro alto que estaba de pie junto a mí.

—Si esto va a ser un problema para ti, Matthew, espera fuera —dije tranquilamente.

—Antes de que hagas esto, quiero que lo pienses —sugirió Matthew inclinándose sobre mí de manera protectora, como hizo cuando Peter Knox se me había acercado en la Bodleiana—. No tenemos ninguna manera de pronosticar qué revelarán las pruebas. Es toda tu vida y la historia de tu familia, todo expuesto en blanco y negro. ¿Estás completamente segura de que quieres que eso sea examinado?

—¿Qué quieres decir con eso de toda mi vida? —La intensidad de su mirada me hizo estremecerme.

—Estas pruebas nos dicen mucho más que el color de tus ojos y de tu pelo. Mostrarán qué otros rasgos te transmitieron tu madre y tu padre. Por no mencionar los rasgos de todos tus antepasados de sexo femenino. —Intercambiamos una larga mirada.

—Precisamente por eso quiero que toméis una muestra —expliqué con paciencia. Una expresión de confusión cruzó su rostro—. Toda mi vida me he preguntado qué hacía la sangre de los Bishop al correr por mis venas. Todos aquellos que conocían a mi familia se preguntaban lo mismo. Ahora lo sabremos.

Me parecía muy simple. Mi sangre podía revelarle cosas a Matthew que yo no quería arriesgarme a descubrir por casualidad. No quería prender fuego a los muebles, o salir volando por entre los árboles, o tener malos pensamientos sobre alguien y descubrir que a los pocos días esa persona caía mortalmente enferma. Matthew podía opinar que dar sangre era peligroso. Pensándolo bien, a mí me parecía algo tan seguro como una casa.

—Además, acabas de decirme que las brujas se están extinguiendo. Soy la última de las Bishop. Tal vez mi sangre te ayude a descubrir por qué.

Nos miramos fijamente el uno al otro, el vampiro y la bruja, mientras Miriam y Marcus esperaban pacientemente. Hasta que por fin Matthew dejó escapar un ruido que indicaba exasperación.

—Tráeme el instrumental para tomar muestras —le dijo a Marcus.

—Puedo hacerlo yo —exclamó Marcus a la defensiva, haciendo sonar sus guantes de látex. Miriam trató de sujetarlo, pero Marcus siguió acercándose a mí con una caja de tubos y agujas.

—¡Marcus! —dijo Miriam en tono de advertencia.

Matthew cogió el equipo de las manos de Marcus y detuvo al vampiro más joven con una impresionante y mortal mirada.

—Lo siento, Marcus, pero si alguien le va a sacar sangre a Diana, ése voy a ser yo.

Sostuvo mi muñeca con sus fríos dedos, flexionó mi brazo hacia arriba y hacia abajo varias veces antes de estirarlo totalmente y dejar mi mano suavemente apoyada sobre la superficie inmaculada. Había algo innegablemente escalofriante en eso de que un vampiro estuviera poniendo una aguja en mi vena. Matthew ató un tubo de goma por encima de mi codo.

—Cierra el puño —pidió en voz baja mientras se colocaba los guantes y preparaba la aguja y el primer tubo.

Hice lo que me pedía. Apreté la mano y observé cómo se hinchaban las venas. Matthew no se preocupó por la advertencia acostumbrada de que iba a sentir un pinchazo o una picadura. Se limitó a inclinarse sin ceremonia alguna y deslizó el afilado instrumento metálico en mi brazo.

—Muy buena maniobra. —Aflojé el puño para dejar que la sangre fluyera libremente.

Matthew apretó su boca mientras cambiaba los tubos. Cuando terminó, retiró la aguja y la arrojó en un recipiente sellado para desechos biológicos. Marcus juntó los tubos y se los dio a Miriam, que los etiquetó con letra diminuta y precisa. Matthew puso un cuadrado de gasa sobre el sitio del pinchazo y lo sujetó con sus dedos fuertes y fríos. Con la otra mano, cogió un rollo de esparadrapo y lo pegó sobre la gasa para que no se moviera de su sitio.

—¿Fecha de nacimiento? —preguntó Miriam resueltamente, con el bolígrafo listo sobre una probeta.

—13 de agosto de 1976.

Miriam me miró.

—¿13 de agosto?

—Sí. ¿Por qué?

—Sólo quería confirmarlo —murmuró.

—En la mayoría de los casos tratamos de tomar una muestra de la boca también. —Matthew abrió un paquete y sacó dos objetos blancos de plástico. Tenían la forma de remos en miniatura, con los anchos extremos ligeramente ásperos.

Sin decir una palabra, abrí la boca y dejé que Matthew hiciera girar el primer hisopo, y luego el otro, contra el interior de mi mejilla. Cada hisopo fue colocado dentro de un tubo de plástico sellado.

—Listo.

Al observar el laboratorio en el que me encontraba, la serenidad silenciosa de acero inoxidable y luces azules, recordé a mis alquimistas, afanándose con fuegos de carbón, débil iluminación, equipo improvisado y crisoles de arcilla rotos. Qué no habrían dado por tener la oportunidad de trabajar en un lugar así, con herramientas que podrían haberles ayudado a comprender los misterios de la creación.

—¿Estás buscando al primer vampiro? —pregunté, señalando hacia los cajones de archivos.

—A veces —respondió Matthew con lentitud—. Principalmente investigamos de qué manera la comida y las enfermedades afectan a la especie, y también cómo y cuándo ciertas líneas familiares se van extinguiendo.

—¿Y es realmente verdad que somos cuatro especies distintas o los daimones, los humanos, los vampiros y las brujas comparten algún ancestro común? —Yo siempre me había preguntado si la insistencia de Sarah en que las brujas compartían cosas de escaso interés con los humanos o con otras criaturas no se basaría más que en tradición e ilusiones. En los tiempos de Darwin muchos pensaban que era imposible que un par de antepasados humanos comunes hubieran producido tantos tipos raciales diferentes. Cuando algunos europeos blancos observaban a los negros africanos, se inclinaban más bien por la teoría del poligenismo, que argumentaba que las razas descendían de antepasados diferentes, sin vínculos entre sí.

—Daimones, humanos, vampiros y brujas varían considerablemente en el nivel genético. —La mirada de Matthew era penetrante. Él entendía por qué yo preguntaba, pero, de todos modos, se negó a darme una respuesta clara.

—Si demuestras que no somos especies diferentes, sino sólo diferentes líneas dentro de la misma especie, cambiará todo —le advertí.

—Con el tiempo podremos descubrir, si es que es así, de qué manera los cuatro grupos están relacionados. Pero todavía estamos muy lejos de ello. —Se puso de pie—. Creo que por hoy ya basta de ciencia.

Después de despedirnos de Miriam y Marcus, Matthew me llevó a la residencia. Fue a cambiarse y regresó a buscarme para ir a la clase de yoga. Fuimos hasta Woodstock casi sin hablar, cada uno sumergido en sus propios pensamientos.

En el Viejo Pabellón, Matthew me abrió la puerta para que bajara, como de costumbre, sacó las esterillas del maletero y se las colgó del hombro.

Un par de vampiros pasó cerca de nosotros. Uno de ellos me rozó al pasar y Matthew movió su mano veloz como un relámpago para entrelazar sus dedos con los míos. El contraste entre nosotros era notable, con su piel tan pálida y fría, y la mía tan vivaz y cálida.

Matthew mantuvo agarrada mi mano hasta que entramos. Después de la clase, regresamos a Oxford, hablando primero de algo que Amira había dicho, luego sobre algo que uno de los daimones había hecho o dejado de hacer sin querer. Una vez atravesados los portones de la residencia, Matthew apagó el motor del coche, cosa rara en él, antes de abrirme la puerta para que yo bajara.

Fred levantó la vista de sus monitores de seguridad cuando el vampiro se acercó a la ventanilla de cristal del habitáculo. El portero la abrió.

—¿Sí?

—Me gustaría acompañar a la doctora Bishop a sus habitaciones. ¿Está bien si dejo el coche aquí, y las llaves también, por si acaso tuviera usted que moverlo?

Fred miró la placa del John Radcliffe y asintió con la cabeza. Matthew le pasó las llaves por la ventanilla.

—Matthew —dije, impaciente—, está sólo a unos pasos de aquí, no tienes que acompañarme.

—Pero lo haré —replicó en un tono que ponía fin a cualquier discusión. Más allá de las entradas abovedadas y del vigilante, fuera de la vista de Fred, cogió de nuevo mi mano. Esta vez, la impresión de su piel fría estuvo acompañada por una perturbadora sensación de tibieza en la boca del estómago.

Al pie de la escalera, miré a Matthew, con su mano todavía aferrada.

—Gracias por llevarme a la clase de yoga… otra vez.

—No hay de qué. —Apartó mi imposible mechón de pelo detrás de la oreja y sus dedos se detuvieron sobre mi mejilla—. Ven a cenar mañana —dijo en voz baja—. Me toca cocinar a mí. ¿Te paso a buscar por aquí a las siete y media?

Mi corazón se sobresaltó. «Di que no», me dije a mí misma con firmeza a pesar de este salto repentino.

—Me encantará —me salió, en cambio.

El vampiro apretó sus labios fríos primero en una mejilla, luego en la otra.

—Ma vaillante fille —me susurró al oído. Su atractivo y embriagador olor inundó mi nariz.

Arriba, alguien había ajustado el pomo de la puerta como yo había pedido, y me costó meter la llave en la cerradura. La luz intermitente del contestador automático me dio la bienvenida, indicando que había otro mensaje de Sarah. Crucé hacia la ventana y miré hacia abajo. Matthew estaba mirando hacia arriba. Saludé con la mano. Sonrió, se metió las manos en los bolsillos y volvió a la portería, deslizándose hacia la oscuridad de la noche como si le perteneciera.

Capítulo
14

M
atthew me estaba esperando en la portería a las siete y media, inmaculado como siempre, vestido con una mezcla de grises y negros, y su pelo oscuro echado hacia atrás. Con paciencia soportó la inspección del portero de guardia del fin de semana, que me despidió con una inclinación de cabeza y un deliberado:

—La veré más tarde, doctora Bishop.

—Inspiras instintos protectores en la gente —murmuró Matthew mientras pasábamos por los portones.

—¿Adónde vamos? —Por ninguna parte se veía su coche en la calle.

—Vamos a cenar en mi residencia universitaria esta noche —contestó, señalando hacia la Bodleiana. Yo había creído que me llevaría a Woodstock, o a un apartamento en alguna mansión victoriana en North Oxford. Nunca se me había ocurrido que podría vivir en la universidad.

—¿En el comedor, en la mesa principal? —Me dio la sensación de ir muy mal vestida para eso y tiré hacia abajo del dobladillo de mi top negro de seda.

Matthew echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Evito ir al comedor siempre que puedo. Y no voy a llevarte allí, a que te pongas en el punto de mira y seas observada por los universitarios.

Dimos la vuelta a la esquina y nos dirigimos hacia la Cámara Radcliffe. Cuando pasamos por la entrada del Hertford College sin detenernos, puse mi mano sobre su brazo. Había un solo
college
en Oxford conocido por su exclusividad y rígida observación del protocolo.

Ese mismo
college
era famoso por sus brillantes miembros.

—No me digas que eres miembro.

Matthew se detuvo.

—¿Qué importa a qué
college
pertenezco? —Apartó la mirada—. Si uno quiere estar con otras personas, por supuesto, lo comprendo.

—No me preocupa que vayas a
comerme a mí
en tu cena, Matthew. Simplemente nunca he entrado. —Un par de ornamentadas puertas protegían su
college
como si fuera el País de las Maravillas. Matthew soltó un bufido de impaciencia y agarró mi mano para impedirme que mirara a través de ellas.

—Es sólo un grupo de personas en un escenario compuesto por antiguos edificios. —Su aspereza no hizo nada para desmerecer el hecho de que era uno de las seis docenas más o menos de miembros de un
college
sin estudiantes—. Además, vamos a mis habitaciones.

Seguimos caminando y Matthew se fue relajando en la oscuridad a cada paso, como si estuviera en compañía de un viejo amigo. Pasamos por una puerta de madera baja que mantenía al público fuera de los confines silenciosos de su
college.
No había nadie en la portería, salvo el portero, ningún estudiante ni ningún graduado en los bancos del primer patio interior. Era tan silencioso como si de verdad sus miembros fueran «las almas de todos los difuntos fieles en la universidad de Oxford».

Matthew me miró con una sonrisa asustadiza.

—Bienvenida a All Souls, el
college
de Todas las Almas.

El All Souls College era una obra maestra de la arquitectura gótica tardía y parecía engendrado por el amor entre un pastel de bodas y una catedral, con sus delicados chapiteles y su delicada sillería. Suspiré con placer, incapaz de decir nada…, por lo menos de momento. Pero Matthew iba a tener mucho que explicar después.

—Buenas noches, James —saludó al portero, que miró por encima de sus gafas bifocales y movió la cabeza a modo de bienvenida. Matthew estiró la mano.

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