El Cortejo de la Princesa Leia (48 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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—¿Tienes alguna idea de dónde está Luke? —preguntó Han.

—Le vimos perseguir a unas cuantas Hermanas de la Noche cuando empezó el ataque —respondió Augwynne—. Saltó hacia los riscos.

—Luke puede cuidar de sí mismo —dijo Han, intentando que su voz sonara firme y segura en bien de Leia—. Le daremos unos cuantos minutos más... Estoy seguro de que volverá.

Pero Leia había fruncido el ceño, y estaba vuelta hacia el valle con los ojos clavados en la negrura.

Augwynne fue cojeando hasta la grieta en el muro de piedra y examinó el cielo con temor.

—Casi todos nuestros hombres están bien, y podemos dar gracias por eso —dijo—. Me temo que esta oscuridad es lo que nos ha salvado... Hizo que las Hermanas de la Noche interrumpieran su ataque.

»Estaré en la sala de guerra —añadió—. Esperaré a que mis hermanas se hayan reagrupado.

La anciana bajó la escalera con paso lento y cansado.

Han y Leia esperaron la llegada de la curandera. Cuando llegó, la anciana pasó las manos por tres veces sobre el cuerpo de Teneniel y canturreó en voz baja, y después se sentó al lado de la joven y le cogió la mano. Teneniel abrió los ojos.

—Tienes que descansar —le dijo la anciana—. Diste una parte de tu vida para salvar otra. ¿Quién era?

—Una Hermana de la Noche —respondió Teneniel con un hilo de voz, y se volvió hacia las sombras—. Allí...

La curandera fue hacia la Hermana de la Noche, le tocó el cuello buscando el pulso y luego permaneció en silencio contemplándola con expresión pensativa durante unos momentos. Después se levantó y empezó a bajar la escalera sin haber hecho nada por la mujer.

—¿Es que piensas dejarla así? —le gritó Leia mientras se alejaba—. ¿Vas a permitir que muera?

La anciana se detuvo y su espalda se envaró de repente.

—No dispongo de mucho talento que gastar, y hay otras de mi clan que necesitan mis servicios —dijo sin volverse—. Si Gethzerion desea revivir a esa criatura, puede enviar a otra curandera; pero yo no pondría muchas esperanzas en que lo haga.

Una chispa de ira brilló en los ojos de Leia, y Han le puso la mano en el hombro para consolarla.

—Voy a hablar con Augwynne de esto —dijo Leia.

Isolder cogió a Teneniel en brazos, y Leia se volvió hacia Han.

—Llévala abajo —dijo señalando a la Hermana de la Noche.

Han levantó a la Hermana de la Noche del suelo, y la llevó escalera abajo hasta la sala de guerreras siguiendo a Isolder. Las ropas de la Hermana de la Noche olían a suciedad y a moho, como si estuvieran impregnadas de grasa que se había echado a perder. Han la dejó encima de unos almohadones cerca del fuego mientras Leia discutía en voz alta e iracunda con Augwynne. Las brujas restantes se habían ido reuniendo alrededor del fuego, y todas parecían aturdidas y muy cansadas. Los hombres trajeron los cadáveres a la sala, y empezaron a lavarlos y vestirlos preparándolos para la pira funeral.

Augwynne acabó consintiendo en curar a la Hermana de la Noche y puso la palma de la mano sobre aquel rostro seco y correoso.

Después canturreó en voz baja durante un buen rato hasta que la Hermana de la Noche abrió los ojos. La criatura permaneció inmóvil sobre sus almohadones, contemplándolos con sus ojos verdes casi totalmente cerrados que parecían un par de rendijas. Han no pudo decidir si estaba realmente grave o si se limitaba a fingirlo. Parecía tan traicionera como una víbora, y de repente Han comprendió que habría preferido que estuviese muerta.

—Han, estoy muy preocupada por Luke —dijo Leia con voz un poco temblorosa mientras contemplaba a la Hermana de la Noche—. Ya tendría que haber vuelto.

—Sí —dijo Han—. Yo también estoy preocupado.

—Yo... No puedo sentirle. No puedo captar su presencia en ningún lugar... —murmuró Leia, y se le quebró la voz—. He de ir en su busca.

—No puedes hacerlo —dijo Isolder—. En estos momentos hay demasiado peligro ahí fuera. El que Gethzerion se haya ido no significa necesariamente que las otras brujas se hayan marchado. Las Hermanas de la Noche no pueden estar muy lejos.

Augwynne contempló a Leia con ojos enturbiados por la fatiga.

—Isolder tiene razón —dijo—. No puedes salir de la fortaleza. El Jedi saltó por el acantilado, y dudo mucho que haya podido sobrevivir. Aun suponiendo que sólo esté herido, sigue estando más allá de nuestro alcance.

Erredós apareció en el umbral, hizo girar su ojo y emitió un sonoro silbido.

—¿Qué ocurre, Erredós? —preguntó Han—. ¿Has obtenido alguna lectura sobre lo que está causando esta oscuridad?

Escuchó con gran atención los silbidos y pitidos del androide, incapaz de descifrar su respuesta, pero Erredós se levantó sobre sus ruedas, se inclinó hacia adelante y le mostró un holograma dividido en dos imágenes.

Gethzerion estaba inmóvil debajo de una fuente de luz con los ojos clavados en su holocámara. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si acabara de hacer algún esfuerzo físico considerable.

—¿Qué significa esto, Zsinj? —preguntó alzando las manos hacia el cielo.

El Señor de la Guerra Zsinj, un humano regordete, estaba reclinado en un gran sillón de capitán mientras detrás de él se encendían y se apagaban las luces multicolores de las hileras de monitores.

Zsinj se estaba quedando, calvo y tenía un gran bigote canoso y la mirada penetrante.

—Saludos, Gethzerion —dijo sonriendo—. ¡Cómo me alegra volver a verte después de tantos años! Esta... oscuridad... es el regalo que te hago: se la conoce como capa de noche orbital, y pensé que algo llamado «capa de noche» sonaba como un regalo muy adecuado para las Hermanas de la Noche. En realidad, es muy divertido... La capa consiste en millares de satélites unidos formando una gran cadena. Cada uno de ellos ha sido diseñado para distorsionar la luz y deformarla dirigiéndola hacia el satélite. Son unos juguetes realmente maravillosos.

Gethzerion le miró fijamente pero no dijo nada, y Zsinj siguió hablando.

—Hace dos días dijiste a mis hombres que tenías a Han Solo. Hoy me lo entregarás. Si no lo haces, la capa de noche seguirá activada y Dathomir no tardará en empezar a enfriarse. Mañana a esta misma hora, ya tendrás nieve en tus valles. Dentro de tres días, toda la vida vegetal se marchitará y morirá. Dentro de dos semanas, la temperatura habrá descendido hasta los doscientos grados bajo cero. Tú y todo lo que hay en tu mundo moriréis.

Gethzerion inclinó la cabeza admitiendo que Zsinj decía la verdad, y el gesto hizo que el capuchón ocultara su rostro.

—Y si te entregamos a Han Solo, ¿apartarás la capa de noche de Dathomir?

—Te doy mi palabra de soldado —respondió Zsinj.

—Tu reputación es ampliamente conocida... y apreciada —dijo Gethzerion—. ¿Has pensado en la oferta de ponernos a tu servicio que te hicimos?

—Desde luego —replicó Zsinj, inclinándose hacia adelante en su sillón con evidente interés—. He estado pensando en qué lugar podríais ocupar dentro de mi organización, y lamento decirte que no consigo encontrar ninguna posición adecuada para vosotras.

—Entonces quizá puedas tomar en consideración la posibilidad de ofrecernos una posición fuera de tu organización —dijo Gethzerion.

—No te entiendo...

—Estás en guerra con la Nueva República galáctica, y la Nueva República es un enemigo tan extendido que no puedes derrotarlo. Lo he previsto, Zsinj. En consecuencia, quizá podrías tomar en consideración la posibilidad de darnos acceso a los mundos de la Nueva República. Podrías escoger el cúmulo estelar al que quisieras enviarnos, y una vez allí las Hermanas de la Noche se harían un lugar en ese cúmulo e irían devorando poco a poco a tus enemigos hasta acabar con ellos, haciendo que nunca más volvieran a molestarte.

Zsinj cruzó las manos sobre su regazo y permaneció sumido en un silencio pensativo durante unos momentos mientras estudiaba el rostro de Gethzerion.

—Es una oferta muy interesante —dijo por fin—. ¿Cuántas de tus hermanas necesitarían transporte?

—Sesenta y cuatro —respondió Gethzerion.

—¿Y cuándo estaríais preparadas para partir?

—Sólo necesitaríamos cuatro horas.

—Bien, te explicaré de qué manera llevaremos a cabo el intercambio —dijo Zsinj—. Enviaré dos transportes a vuestros dominios dentro de cuatro horas. Una nave estará desarmada, y la otra armada hasta los dientes.

»Llevarás a Han Solo al transporte armado, y no irá acompañado por nadie. El transporte partirá con el general Solo a bordo, y después podréis subir a la otra nave para salir de Dathomir con rumbo a un destino que yo escogeré. ¿Trato hecho?

Gethzerion acabó asintiendo después de un momento de reflexión.

—Sí, sí... Me parece perfectamente adecuado. Gracias, Señor Zsinj.

Los dos hologramas se esfumaron, y Han se volvió y contempló los rostros de las brujas.

—¡Bah! —gruñó una anciana—. Los dos son unos mentirosos... Gethzerion no tiene a Han ni nada más que ofrecer a Zsinj, y Zsinj no tiene ninguna intención de apartar la capa de noche del planeta o de permitir que Gethzerion se vaya.

—¿Has leído sus emociones o es una conjetura por tu parte? —preguntó Augwynne.

—No, claro que no he podido leer sus emociones —respondió la anciana—, pero Zsinj miente tan mal que no es necesario hacerlo.

—No es ningún diplomático, eso está claro —dijo Leia.

Augwynne la miró con curiosidad.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Sencillamente que se rumorea que Zsinj es un mentiroso patológico, pero que resulta de lo más transparente a pesar de toda la práctica que tiene en mentir.

—Sí, estoy de acuerdo contigo —dijo Augwynne—. Engaños ocultos dentro de más engaños... Quizá Zsinj sea más astuto y retorcido de lo que imaginas.

—Puede que todo sea un farol de Zsinj —dijo Isolder—. Ha creado su capa de noche orbital, pero esos satélites de ahí arriba deberían resultar bastante fáciles de derribar.

—Tienes razón —murmuró Leia—. ¿Qué fue lo que dijo Zsinj...? Habló de una cadena de satélites.

—Lo cual significa que es posible romperla —dijo Han—. Como una hilera de luces en secuencia... Derribas uno o dos satélites, y el sistema entero se derrumba.

—Podría subir y derribar unos cuantos satélites con mi caza —dijo Isolder.

Han sabía que Isolder se estaba ofreciendo voluntario para una misión muy dura y peligrosa. Zsinj contaba con más de una docena de destructores en órbita alrededor del planeta para proteger su capa de noche. Un caza solitario no tendría muchas posibilidades, a menos que consiguiese derribar unos cuantos satélites y huir al hiperespacio inmediatamente después de haberlo hecho.

—No parece un arma demasiado temible —dijo Leia con expresión pensativa—. Cualquier planeta cuyos habitantes estuvieran en condiciones de viajar por el espacio, o incluso que tuvieran una radio mediante la cual solicitar ayuda...

—Sería capaz de enfrentarse a ella —dijo Augwynne—. En consecuencia, su arma sólo sirve para subyugar a planetas como Dathomir, mundos primitivos carentes de tecnología. Aquí resulta muy adecuada.

—Tres días... —gruñó Isolder, y clavó la mirada en las llamas.

—¿Qué es lo que ocurrirá dentro de tres días? —preguntó Augwynne.

—Nos basta con aguantar tres días más y mi flota habrá llegado —dijo Isolder—. Si conseguimos tomar el control de este planeta aunque sólo sea durante un día, podremos evacuarlo.

—No disponemos de tanto tiempo —dijo Han—. Si esa capa de noche orbital sigue ahí arriba, dentro de tres días este planeta empezará a parecer un trozo de hielo. Ah, y no olvidéis que sigue siendo mi planeta... ¡No voy a permitir que eso suceda!

—Sí, estoy seguro de que ya se te ocurrirá alguna idea —dijo Isolder—. Pero aunque no se te ocurra ninguna, por lo menos podríamos evacuar a la gente.

—¿Lo crees de veras? —preguntó Augwynne con voz esperanzada—. Nuestro pueblo está tan disperso...

—Y cuando las temperaturas rocen los cien grados bajo cero se esconderán en las cavernas a la mayor profundidad posible —dijo Leia.

Han pensó a toda velocidad. No podían esperar tres días, y eso quería decir que alguien debía despegar pronto y acabar con unos cuantos satélites, eliminando la capa de noche durante el tiempo suficiente para impedir que Zsinj se saliera con la suya. «Con un montón de suerte, incluso podría sacar a Leia de aquí», pensó. Se imaginó volando a través de la red de satélites, destruyendo unos cuantos y después intentando alejarse del planeta. Pero el gran problema era que en cuanto hubiese empezado a disparar contra esos satélites, tendría que adoptar un vector que siguiera su ruta orbital, y después estaría obligado a mantener una velocidad de ataque no muy elevada para que sus disparos pudieran dar en el blanco.

Teniendo en cuenta toda la potencia de fuego que había allí arriba, quien intentara derribar esos satélites estaría cometiendo un suicidio.

Miró a Isolder y el príncipe le miró, y Han comprendió que cada uno estaba esperando a que el otro se ofreciera voluntario.

—¿Y si lo echamos a suertes con pajitas? —preguntó por fin.

—Sí, me parece justo —admitió Isolder, y se mordió el labio inferior.

—Esperad un momento —dijo Leia—. ¡Tiene que haber otra respuesta! Isolder, ¿qué hay de tu flota? Te pusiste en camino al mismo tiempo que ellos. ¿No existe ninguna posibilidad de que puedan llegar más pronto de lo que has dicho?

Isolder meneó la cabeza.

—Si utilizan la ruta prescrita, no. Esas naves valen billones de créditos... Nadie pilota esa clase de equipo por rutas llenas de peligros.

Isolder tenía razón, naturalmente. Más de un general de la historia había enviado flotas por rutas prohibidas, con la esperanza de ahorrar unos cuantos parsecs en el trayecto a fin de poder obtener una cierta ventaja mediante la sorpresa, para acabar viendo cómo toda su flota era destruida al atravesar un cinturón de asteroides.

Han volvió la mirada hacia la puerta de piedra, comprendió que estaba esperando ver aparecer a Luke y meneó la cabeza. No era propio de un Jedi permanecer ausente durante tanto tiempo cuando todos le necesitaban, y Han estaba empezando a sentirse bastante preocupado y tuvo que reprimir el impulso de bajar corriendo por la montaña gritando el nombre de Luke. Leia cruzó los brazos sobre el estómago en un gesto casi fetal.

Han sentía deseos contradictorios que tiraban de él en varias direcciones a la vez. Quería dar con Luke, aunque sólo fuese para descubrir que estaba muerto; y también quería despegar de Dathomir y derribar unos cuantos satélites. Pero lo que hizo fue ir hacia Leia y rodearle los hombros con los brazos.

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