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Authors: Mariano Gambín

Tags: #histórico, intriga, policiaco

El Círculo Platónico (24 page)

BOOK: El Círculo Platónico
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—Tenemos un problema —la voz del serbio no sonaba tan firme como en otras ocasiones—. Una mujer nos ha seguido al garaje. Está neutralizada. ¿Qué hacemos con ella?

—¿Está muerta?

—No, solo inconsciente.

—¿Sabes quién es?

—Creo que es una de las amigas de Ariosto, la arqueóloga.

La arqueóloga. Marta Herrero, la novia del inspector Galán
, se repitió mentalmente el jefe.
¿Era un desastre o era una baza inesperada que se podría ex
plotar?
No lo pensó más, se trataba de un señuelo que se le ponía en bandeja. Un signo favorable de la diosa Fortuna. Otro elemento más que desviaría la atención de la policía, con el inspector a la cabeza.

—Vujadin, creo que sobra alguna dosis de narcótico, ¿cierto?

—Sí, quedan dos. ¿Le aplicarnos una a la bella durmiente?

—No conviene que se despierte en bastante tiempo. Metedla en el maletero del coche. Puede servir de salvoconducto si algo falla. ¿Algo más?

—Todo según el plan, jefe.

—Sincronicemos los relojes. Tres minutos a partir de la señal.

—Tres minutos —repitió el serbio antes de colgar.

Sí, Marta Herrero podía entrar en el plan. Sería como la guinda en el pastel. Distraería aún más a la policía.

Una mueca semejante a una sonrisa surcó su oscuro rostro justo antes de dar media vuelta y comenzar a caminar por la desierta calle.

45

La Laguna, sábado. 05:53 horas.

—Nunca habría podido imaginármelo —dijo Enriqueta, presa de una gran excitación—, ¡es un pentáculo! Un pentagrama, una estrella de cinco puntas entrelazadas, dentro de un círculo. Y en pleno centro de La Laguna.

Doña Enriqueta había respondido por fin a la llamada de Ariosto, después de que Olegario —
qué clase tenía aquel chófer, a pesar de su cara de boxeador
, había pensado—, le indicase que el teléfono estaba mal colgado.
Qué inoportuno, el teléfono, no Olegario
.

La señora se había quedado pasmada a medida que su sobrino adoptivo le relataba los sucesivos éxitos logrados en las distintas iglesias al resolver las pistas del enigma. Efectivamente, era asombroso que la mano izquierda del Señor del Huerto señalara a la ermita o Capilla de la Cruz Verde. Si se regresaba a la segunda pista, el arcángel Rafael señalaba a su vez con su brazo derecho al noroeste. Si se unía esa dirección con el desarrollo lógico del trazado del pentagrama, se llegaba a la quinta punta del dibujo, localizada en la iglesia de San Agustín, en la calle de su mismo nombre, la que se quemó por completo en 1964. De ahí la frase
«desde donde se atisba el fuego consumido»
. La plasmación del pentagrama sobre el plano finalizaba dirigiendo la última línea desde la capilla de la Cruz Verde al lugar del incendio, a San Agustín. Se cerraba así el misterioso polígono que les había traído de cabeza durante toda la noche.

—Pero es que además, querido Luis —Enriqueta explicaba a Ariosto sus conclusiones—, acuérdate de la frase inicial que desechamos, la de que
«el bautista te indica el espíritu»
. La imagen de san Juan en su iglesia señalaba al norte, exactamente a San Agustín. Allí es donde comienza realmente el pentagrama. En el lenguaje esotérico, el espíritu es la punta que no está orientada a ninguno de los puntos cardinales. Fíjate, San Miguel al oeste, Santa Clara al norte, la Cruz Verde al sur, y Los Plateros al oeste. San Agustín es el espíritu. ¿Y queréis tener más coincidencias? —Sus oyentes abrieron más los ojos de puro suspense—. ¿Sabéis que a San Agustín se le conoció como el monasterio del Espíritu Santo? No sé cómo se me escapó ese detalle hace un par de horas.

—¿Y qué significado puede tener? —preguntó Ariosto al otro lado de la línea telefónica.

—Todo está lleno de simbolismos. En el pentagrama, los cinco triángulos entrelazados representan la fuerza de los cinco sentidos del ser humano y el sexto sentido que está representado por el centro de la estrella. Los cuatro elementos básicos del universo están asociados con los puntos cardinales. La tierra, que simboliza la seguridad, crecimiento, alimento, con el norte. El aire, que representa el pensamiento, la inteligencia, con el este. El fuego, que simboliza la razón que reemplaza al intelecto, con el sur. Y el agua, que representa el ciclo de la vida, es el elemento que calma el fuego, combina la emoción con la razón, con el oeste. Finalmente, la punta sobrante, el espíritu, representa la supremacía del espíritu sobre el cuerpo.

A Ariosto le costó seguir aquella catarata de datos. Estaba maravillado de cómo se le podía sacar punta a todo aquello. Dejó seguir a Enriqueta, que hablaba entusiasmada.

—Esto es lo referente al pentagrama, pero no olvidemos que está rodeado por un círculo, por lo que se convierte en pentáculo. El círculo del pentáculo une todos los aspectos del hombre. El círculo representa la totalidad de la sabiduría. Une el cuerpo con la mente, lo espiritual con lo profano. La propiedad más sorprendente del pentáculo está en el origen gráfico de su vínculo con Venus. Este planeta traza una figura similar en la eclíptica cada ocho años. Como tributo a la magia de Venus, los griegos tomaron como medida su ciclo de cuatro años para organizar sus olimpiadas.

Enriqueta se detuvo un momento para tomar aire. Ariosto notó que su oreja comenzaba a calentarse, a pesar del frío de la calle.

—El pentáculo es muy antiguo, hay referencias a él en Uruk, en Mesopotamia, desde el tercer milenio antes de Cristo. Entre los hebreos el símbolo fue adscrito a la Verdad y a los cinco libros del Pentateuco. Los pitagóricos en el siglo V antes de nuestra era lo consideraron un emblema de la perfección. Los primeros cristianos veían en el pentagrama las cinco heridas de Cristo. Fue con la Inquisición cuando el pentáculo fue visto como un símbolo del diablo bajo la forma de Bafumet. Pero en realidad, no era para nada un símbolo satánico.

—Pero, ¿cuál es su significado final? —preguntó Ariosto—. ¿Por qué lo ha utilizado el secuestrador?

—¿No lo entiendes? —respondió Enriqueta—. Es un pentagrama de invocación. Se dibuja de la frente al pie izquierdo, de ahí al hombro derecho, después al hombro izquierdo, al pie derecho y vuelta a la frente. El autor te está invocando. Te desafía para que descubras su secreto, la verdad.

—¿Y dónde está la verdad?

—Lo dice el enigma,
«Busca profundamente en el interior y hallarás la verdad!»
. Ya tienes el pentágono central, el centro de la estrella. En cada pentágono se puede dibujar otro pentagrama en su interior, y dentro de éste otro, y así hasta el infinito. Sólo tienes que hacerlo.

—Es otra localización geográfica —dijo Ariosto. Se volvió al archivero, que lo acompañaba expectante, sin conocer el contenido de la conversación—. Pedro, dibuja un pentagrama dentro del pentágono central.

Pedro sacó el plano donde habían dibujado el trazado oculto e hizo lo que le pidió Ariosto.

—Ya está —dijo—, dentro del pentagrama resultante hay un cruce de calles, la calle Viana con Deán Palahí.

—Traza otro pentagrama dentro de ese pentágono —pidió Ariosto con ansiedad no disimulada.

Pedro se afanó de nuevo. La luz de la farola bajo la que estaban, a la puerta de Santa Clara, apenas les dejaba ver los detalles del plano, pero bastaba para lo que necesitaban.

—Es un edificio en la calle Deán Palahí, en el tramo entre Viana y Tabares de Cala.

—Pero —repuso Ariosto—, ¿cómo cuadra la siguiente frase del enigma,
«Justo donde se cruzan los excéntricos»
?

—¿Qué pueden ser los excéntricos? —Se dijo Pedro, en voz alta—. ¿Unos tipos raros?

—Excéntrico significa algo que está fuera del centro o que tiene un centro diferente —caviló Ariosto—. Todas estas referencias del enigma son geográficas. Deben ser puntos del plano de la ciudad.

—Son lugares que quedan fuera del centro —continuó Pedro—, es decir, fuera del círculo.

—¿Qué lugares religiosos quedan fuera del círculo?

Pedro levantó un poco el plano, para ver mejor.

—Al norte tenemos el santuario del Cristo, donde ya estuvimos —Pedro ilustraba sus palabras indicando con el dedo el lugar en el mapa—. Al sur hay dos, la ermita de San Cristóbal y la de los Peraza de Ayala, en la avenida de la Trinidad.

—Une con una línea las dos posibilidades, por favor —solicitó Ariosto.

Pedro lo hizo sin dilación.

—La primera línea pasa de largo y no toca el pentagrama, pero la segunda, ¡lo corta por el medio! ¡Y pasa por un lugar concreto del edificio de la calle Deán Palahí!

—¡Ahí está la verdad! ¡Ahí se cruzan los excéntricos! —la chillona voz de Enriqueta se oyó a través del auricular—. ¡Ve a buscarla!

Los dos hombres se miraron. Era posible.
¡Sí, aquella era la solución al enigma!
Demasiadas coincidencias para plantearse otra cosa. Ariosto decidió que el tiempo de pensar había acabado, tocaba actuar.

—Querida Enriqueta —respondió Ariosto—, tengo que colgar, debo llamar a la policía.

—De acuerdo, querido —dijo la mujer—, pero no te olvides de una cosa.

—¿Qué cosa? —preguntó Ariosto.

—De que queda todavía una línea del enigma por descifrar.

Ariosto colgó y marcó el número del móvil de Galán. A su pesar, admitió que su tía tenía razón. Estaba equivocado, había que actuar, pero no podía dejar de pensar.

46

La Laguna, sábado. 05:55 horas.

Galán valoraba el gran avance que había significado la aparición del teléfono móvil. Quince años atrás no hubiera podido llamar desde el coche policial —que circulaba por la autovía del Norte a mayor velocidad de la permitida—, a los teléfonos que figuraban en el periódico del hotel. Y no hubiera podido averiguar, después de insistir mucho en las llamadas, que en ninguno de los tres números continuaba la pista de los secuestradores. Las tres viviendas se mantenían en alquiler.

Su decepción se traslucía en el rostro. La investigación había avanzado algo, pero poco. Ahora sabían que los delincuentes que buscaban habían tanteado la posibilidad de establecerse en un piso de La Laguna. Pero ahí acababa el camino que se les había abierto con el
rent-a-car
. Habría que volver al sistema tradicional de búsqueda detectivesca, y eso les llevaría varios días. No había tiempo.

De cualquier manera, el plazo dado por el secuestrador se terminaba y él debía estar en La Laguna en ese momento.

El teléfono móvil de Galán comenzó a sonar. Galán no hubiera respondido a una llamada telefónica en aquellos momentos que no proviniera de la comisaría salvo en el caso de que fuera Ariosto quien llamara. Y era el caso.

—Dígame Luis, ¿tiene algo nuevo?

—Amigo Antonio —la voz de Ariosto se escuchaba clara, aunque hablara rápido—, nuestras pesquisas son largas de relatar, pero le adelanto que tengo fundadas sospechas de que los secuestradores tienen un piso franco en un edificio situado entre las calles de La Carrera y de Deán Palahí, a la altura de Tabares de Cala. Y posiblemente esté allí el nuncio.

Galán dio un respingo al escuchar aquella información. De nuevo se abría la posibilidad que daba por agotada apenas un par de minutos antes.

—¡Sí! —respondió el policía—. Hay un edificio alto en la calle de La Carrera en el que me acuerdo de un cartel que ofrecía una vivienda en alquiler. Lleva varios meses puesto, aunque no sé si recientemente lo han quitado.

—Dada la hora que es, amigo mío, creo que no se pierde nada por investigarlo —dijo Ariosto—. Yo me dirijo hacía allí.

Galán cortó la comunicación y participó a sus compañeros de la noticia mientras marcaba de nuevo el teléfono de Blázquez. Ramos, que conducía, pisó el acelerador y pasó rápidamente el control policial existente en la rotonda que presidía la estatua del Padre Anchieta —uno de los principales accesos a La Laguna— enseñando la placa y soltando un par de juramentos. El automóvil se desplazó rápidamente por una desierta avenida de la Trinidad y sin pensárselo dos veces, el subinspector se metió por la calle Tabares de Cala en dirección prohibida, era el camino más rápido para llegar a la calle de La Carrera. Al terminar la primera manzana, giró a la derecha y detuvo el automóvil. Los refuerzos de la comisaría no habían tenido tiempo de llegar aún.

Galán indicó a sus compañeros que bajaran y les señaló el segundo edificio a la izquierda. Una alta construcción amarilla de tres plantas intentaba simular una rehabilitación —poco afortunada— de un casona antigua, excusa que explicaba que los constructores dejaran ver en las esquinas sillares de piedra. No había armonía en los vanos, diseñados un tanto caóticamente. Altos ventanales en la planta baja alojaban escaparates de tiendas de ropa. En el centro, una puerta de madera acristalada que necesitaba una mano de pintura dejaba ver el interior, un pasillo que desembocaba en un patio con jardín. En la fachada lucían varias placas de médicos y abogados.

Galán echó un vistazo al portero eléctrico. Casi todo el edificio estaba ocupado por oficinas. A aquella hora no había nadie dentro.

—Morales —dijo Galán—, ¿puedes abrir la puerta?

El subinspector sacó de un bolsillo un juego de pequeñas ganzúas y se puso a trastear en la cerradura. Ramos miró a ambos lados de la calle, inquieto. Le parecía estar en el papel de los cacos. La ganzúa necesitó la ayuda de una tarjeta Visa y la puerta se abrió. Los tres policías entraron, dejándola entornada. Todo un detalle para que los que vinieran detrás no se encontraran con el mismo problema.

Al final del pasillo comenzaba una escalera de dos tramos. ¿Dónde buscar? Galán miró en derredor y salió al patio de luces, ahora iluminado por dos tenues bombillas. En una de las puertas vio un pequeño cartel que le infundió optimismo:
Portería
.

Tal vez fuera la vivienda del portero. Todavía quedaban edificios así. Pulsó el timbre repetidamente. Ramos y Morales habían subido las escaleras y estaban en los pasillos de los pisos superiores, en busca de signos de actividad dentro de alguna de las viviendas.

Al cabo de unos segundos, Galán notó que una luz se encendía al otro lado de la puerta.

—¿Quién es? —una voz pastosa y apagada se escuchó dentro—. Todavía no he empezado la jornada.

—¡Policía! ¡Abra! —exclamó Galán, presa de ansiedad.

La puerta se abrió con timidez y un tipo en pijama sin afeitar, con cara de pocos amigos, se asomó por detrás. Una cadenita limitaba la apertura, pero ambos hombres podían verse. Galán exhibió su placa.

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