El círculo (19 page)

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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

BOOK: El círculo
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—Entra.

Cissi la mira de un modo que pretende expresar compasión, pero deja entrever su curiosidad. Su padre le pone la mano en el hombro advirtiendo con la mirada a Cissi, que sale del despacho apresuradamente.

—Ha habido un accidente… —comienza su padre.

No sabe adónde mirar. Minoo nota el calor que hace allí dentro. Un calor sofocante. El perfume de Cissi aún flota en el aire.

—Tu amiga Rebecka… ha fallecido.

—¿Qué?

Ha sonado absurdo, pero no es capaz de decir otra cosa.

—Está muerta.

Minoo siente deseos de tranquilizarlo. Es un malentendido. Alguien ha muerto y eso es horrible, pero no es Rebecka. Acaba de despedirse de ella hace un momento, antes de irse a la cita con la directora.

—No puede ser ella —dice sonriendo tanto como puede para demostrar que no pasa nada, que está equivocado.

—Ya sé que es difícil de aceptar…

—No, si es que no puede ser ella. Es imposible, de verdad. Acabo de verla hace un momento.

—Acaba de ocurrir —confirma su padre.

Minoo siente que la sonrisa empieza a dolerle.

—No quería que te enteraras así. Pensaba…

Minoo niega con la cabeza.

—No puede ser ella.

—Parece como si… No se encontraba bien. Como si hubiera decidido que no quería seguir viviendo.

Minoo recuerda lo que Linnéa le dijo aquel día en el patio: «Él no se quitó la vida».

Recuerda que entonces no creyó a Linnéa, que creyó que simplemente no era capaz de aceptar la verdad.

—¿Qué ha pasado?

Su padre duda.

—Me voy a enterar de todos modos —advierte Minoo.

—Ha saltado del tejado del instituto. Lo siento muchísimo, hija.

Su padre le pone la mano en el hombro y la mira a los ojos.

Y Minoo lo sabe. Sabe que es verdad.

—Hija mía —dice su padre con la voz quebrada.

La abraza con fuerza. Al principio ella se queda quieta, pero luego se aferra a él y, de pronto, está a punto de echarse a llorar y de contárselo todo. De hablarle de Elías, de Rebecka, de las Elegidas. De contarle que todas van a morir, una tras otra.

Pero ¿qué podría hacer su padre? ¿Qué podría hacer
nadie?
Nadie puede ayudarles. Salvo una persona, quizá.

Nota en su fuero interno el clic de un interruptor e inhibe todos los sentimientos. Tiene que actuar, resolver el problema, advertir a las demás.

—¿Puedo usar un ordenador?

Su padre la mira dudoso.

—Hay que mantener la noticia en secreto hasta que informen a los familiares, lo comprendes, ¿verdad?

Minoo asiente y su padre le indica un puesto vacío. Ella hace una búsqueda rápida de una dirección, la memoriza y borra el historial del navegador.

—Tengo que ir a los servicios.

Nota la mirada de su padre en la espalda mientras se aleja.

En cuanto se encuentra fuera de su vista, abre y cierra la puerta de los servicios sin entrar y continúa por el pasillo hasta la salida de emergencia. Sale a la calle por una puerta lateral.

Minoo echa una ojeada a las ventanas de la redacción, pero no ve a su padre. Sabe que se preocupará cuando descubra que no está. Pero no hay otro remedio.

Empieza a correr.

Cruza Storvallstorget y entra en la calle Gnejsgatan. El corazón le late desbocado. Empieza a correr más rápido y casi se le pasa el número 7, un edificio de tres plantas con la fachada pintada de color verde. El portal se abre con un simple empujón.

Allí está el nombre, Elingius, en la única puerta del bajo.

Llama al timbre y oye unos pasos que se arrastran. Quitan la cadena. Se abre la puerta y allí está Nicolaus, con un albornoz negro. Está tan pálido que casi parece transparente y sus grandes ojos azul hielo se ven sin brillo. Se asemeja a un animal nocturno que no haya visto el sol jamás.

—Tengo que hablar contigo —dice Minoo entrando sin esperar respuesta.

Es un apartamento de decoración sencilla, las paredes del salón son de color marrón claro y solo cuentan con lo imprescindible. No hay alfombras en el suelo, no hay cortinas. De una de las paredes cuelga una cruz de plata muy bonita junto a un plano antiguo de la ciudad enmarcado, igual que el que hay colgado en el cuarto de baño de Minoo.

—¿Minoo? —dice Nicolaus.

Ella se da la vuelta y ve su expresión de extrañeza.

—Rebecka está muerta —anuncia Minoo.

No hay tiempo para contemplaciones.

Nicolaus se queda estupefacto. Parpadea. Minoo está a punto de estallar de impaciencia. Tiene que conseguir que Nicolaus entre en razón inmediatamente para que se les ocurra alguna salida.

—Dicen que se ha suicidado —explica—. Pero ya sabemos que no es verdad.

Nicolaus se desploma en una silla.

—Otra más —dice él.

—¿Qué hacemos? —pregunta Minoo.

—Es culpa mía —murmura Nicolaus—. Debería haberla protegido.

Minoo está a punto de venirse abajo. Lo único que la puede mantener en pie es no detenerse. Seguir avanzando. No pensar para nada en lo que le ha ocurrido a Rebecka. No hundirse.

—Tú sabes tan poco como nosotras qué es lo que nos persigue —dice Minoo obligándose a hablar con calma—. No puedes reprocharte nada.

—He fracasado…

—¡Ya está bien! —le grita Minoo—. He venido porque necesito tu ayuda.

—¿Cómo voy a ayudarte si no…?

—Ya lo sé —lo interrumpe Minoo—. No sabes quién eres. Pero ¿quién coño lo sabe?

Nicolaus la mira fijamente.

—No puedes escapar de esto sin más —insiste Minoo—. Ninguno de nosotros puede.

Nicolaus parpadea como si acabara de despertar de un largo sueño.

—Tienes razón. Me he dejado llevar por la autocompasión. Me he dejado poseer por el demonio de la melancolía…

—Exacto —dice Minoo rápidamente para que deje de hablar—. Tenemos que reunir a las demás e idear una estrategia. Pero sola no lo voy a conseguir. Necesito tu ayuda.
Todas
necesitamos tu ayuda.

19

—¿Hola?

Anna-Karin entra en el recibidor. Se oye un leve tarareo procedente de la cocina. Es su madre que está cantando un éxito de antaño alegre y rítmico.

Anna-Karin siente que se le encienden las mejillas, pero Julia y Felicia sonríen tan solícitas como de costumbre.

—¡Ay, qué casa más bonita! —exclama Julia.

—Qué agradable es vivir en el campo —añade Felicia—. Y, además, me encanta que criéis vacas. Tienen los ojos así como muy inteligentes. Como si supieran mucho.

Anna-Karin ha pensado lo mismo muchas veces pero, al oírselo decir a Felicia, le parece una estupidez.

Anna-Karin nunca ha llevado a casa a ningún compañero desde que empezó en la escuela. Aunque sabe que ejerce un control total sobre la situación, el corazón le bombea de nerviosismo. Cuando su madre sale de la cocina, se le acelera un poco más.

—Hola, chicas. Vosotras sois Julia y Felicia, ¿no?

Julia y Felicia saludan, sonríen y le hacen la pelota.

—He hecho bollos —dice la madre—. ¡Venid a la cocina!

Se sientan en torno a la mesa de la cocina y la madre pone una bandeja de bollos de canela y una jarra de refresco de grosella.

—Bueno, pues ahí os quedáis, chicas —gorjea su madre—. Las vacas también tienen que comer.

Cuando sale de la cocina, se pone a cantar otra vez.

—Servíos —dice Anna-Karin, empujando la bandeja hacia Julia y Felicia.

Las dos obedecen enseguida y empiezan a masticar.

—O sea, Anna-Karin, para mí que Jari está enamorado de ti —dice Julia una vez que la madre ha cerrado la puerta.

Anna-Karin sonríe.

—Pues yo también lo creo —responde Anna-Karin y las tres sueltan una risita con la boca llena de bollo de canela a medio masticar.

No se ha atrevido a utilizar sus poderes con Jari. Lleva tantos años siguiéndolo a distancia… Pero hoy, después de la última clase, se armó de valor cuando él pasó por delante de su taquilla.

—Jari, se me ha olvidado la mochila en la sala de fotografía. ¿Te importa ir a buscármela? —preguntó.

Julia y Felicia estaban a unos metros. Soltaron otra risita estridente.

Durante un instante de terror, Anna-Karin pensó que Jari se iba a burlar de ella, que el poder no surtiría efecto con él. Pero entonces le sonrió del mismo modo en que todos le sonríen últimamente, alegre y como sorprendido de que ella quisiera hablar con él.

—Por supuesto que sí —respondió.

Tres minutos después volvía con la mochila. Tenía la frente un poco sudorosa.

—Pero no sé, casi no nos conocemos —añade Anna-Karin.

—Bueno, está clarísimo que le interesas —insiste Julia.

—Clarísimo —remata Felicia.

Anna-Karin está empezando a comprender cómo funciona esto.
Es
un placer oír a los amigos afirmar cosas de las que es imposible que tengan conocimiento.
No, no se te ve gorda para nada. Que sí, claro que te quiere a ti. Por supuesto que va a ir bien.

Se oye un discreto carraspeo en la puerta de la cocina.

—Hola.

Anna-Karin no se ha dado cuenta de que el abuelo ha entrado en casa. Y ahora les sonríe amable desde el umbral.

—Hola —responden Felicia y Julia al unísono.

—Estas son Julia y Felicia —las presenta Anna-Karin.

—Me alegro de conoceros —dice el abuelo, y le lanza a su nieta una mirada fugaz antes de marcharse.

Se aprecia un atisbo de interrogación en esa mirada tan breve. El abuelo se preguntará qué le está pasando a Anna-Karin. Y qué le pasa a su madre. Las últimas semanas se han prodigado ese tipo de miradas.

—¿Ese era tu abuelo?

Anna-Karin asiente absorta y piensa que el abuelo vio que la luna estaba roja. Puede que él lo
sepa.

—Qué mono es. Como un abuelete de verdad —continúa Julia.

—De verdad —opina también Felicia, mientras mastica el último bocado del segundo bollo de canela. Traga con tanta ansia que emite un sonido repugnante desde el fondo de la garganta.

Se quedan calladas.

Julia y Felicia miran nerviosas a su alrededor. Cuando el pitido de un mensaje suena en el móvil de Anna-Karin, todas lo agradecen.

Ella coge el móvil.

Es de Minoo.

Al principio no lo entiende. Es como si estuviera escrito en otra lengua. Se queda mirando el texto.

—Tenéis que iros —les dice a Julia y a Felicia—. A la de ya.

Vuelven a estar todas reunidas. La primera vez desde la noche en que todo empezó. Hasta Ida está allí. Está apoyada en la baranda de la pista de baile, jugueteando con la gargantilla de plata entre los dedos. Lleva unos pantalones de montar de color beis oscuro, un jersey de lana verde y las botas de montar negras. El casco asoma por la abertura de la bolsa que hay a su lado en el suelo. Minoo no tenía ni idea de que Ida fuera una fan de los caballos. De pronto se da cuenta de que sabe muy poco de su vida, en general.

Ya solo quedan cinco Elegidas. La ausencia de Rebecka es tan patente que sienten su presencia más que nunca. Minoo advierte que las demás piensan igual. Es como si un actor se hubiera esfumado en plena representación. El resto de la compañía se queda allí, impotente, sin posibilidad de réplica.

Minoo gira la cabeza y se da cuenta de que el gato sarnoso acaba de deslizarse hacia la pista de baile. Se ha sentado junto a los peldaños y está lamiéndose una pata. Parece observarlas a todas con su único ojo de color verde.

—¡Zape! —exclama Nicolaus, pero el gato no se mueve.

—Déjalo —dice Anna-Karin—. Si no está haciendo nada.

El gato le devuelve el favor dirigiéndole un bufido.

Minoo cruza la mirada con Nicolaus. Él asiente una vez. Ella se vuelve hacia las demás.

—Bueno, pues quien asesinó a Elías ha asesinado también a Rebecka.

—¿Cómo sabes que no se quitó la vida? —pregunta Ida—. Es muy posible que lo hiciera. Era anoréxica perdida, eso lo sabía todo el mundo.

Minoo nota cómo surge la ira en su fuero interno. Es agradable. Es una sensación que puede permitirse manifestar.

—Cierra el pico —dice pausadamente.

Ida pone los ojos como platos. Unas lágrimas empiezan a correrle por las mejillas.

—¡Pues yo me niego a creerme esa basura! —grita—. ¡No quiero morir! ¡No quiero estar aquí con vosotras! —Su voz corta el claro aire otoñal.

—Pues tú dirás —pregunta Linnéa con frialdad—. Tendrás que elegir entre lo uno o lo otro.

Minoo siente una oleada de gratitud al ver que al menos Linnéa lo ha captado.

—¿De qué me estás hablando? —replica Ida.

—Solo podemos estar seguras de una cosa —advierte Minoo.

Hace una breve pausa y va posando la mirada sobre las demás, una a una. Tienen que comprenderlo, y tienen que comprenderlo
ya.

—Si no nos mantenemos unidas, moriremos.

Ida se seca las lágrimas con la manga del jersey, con tanta fuerza que se le quedan rojas las mejillas.

—Nos hemos estado comportando como idiotas. Nos lo advirtieron y, aun así, no hemos hecho caso —continúa Minoo—. Rebecka fue la única que lo pilló. Nos decía una y otra vez que era un error que no estuviéramos unidas y el hecho de que ahora… ya no esté es la prueba de que tenía razón.

Las demás sienten que las ha puesto en evidencia. Todas desoyeron los esfuerzos de Rebecka por que se reunieran, porque empezasen a colaborar.

—Yo no entiendo nada… —dice Ida en voz baja—. ¿Cómo es posible que haya muerto?

Minoo traga saliva para deshacer el nudo que tiene en la garganta, el mismo que le impide respirar y pronunciar esas palabras tan importantes.

—Tenemos que empezar a colaborar —afirma—. Eso es lo que habría querido Rebecka. ¿Alguien tiene algún problema?

Ida se queda mirándose las botas.

—¿Podemos contar contigo, Ida? —pregunta Minoo.

—Sí —responde con un susurro.

—Conmigo sí —dice Linnéa.

—Y conmigo —añade Vanessa.

—Conmigo también —dice Anna-Karin.

—Y yo haré todo lo posible por apoyaros —termina Nicolaus.

Minoo los mira y recuerda lo que dijo Rebecka:
¿Qué las hará comprender? ¿Es que tiene que morir alguien más? ¿No basta con
Elías
?

Pues no, no bastaba. Pero no puede ponerse a acusar a las demás. No conduce a nada.

—Rebecka me contó esta mañana que alguien la estaba siguiendo —dice—. Yo creo que esa misma persona ha estado merodeando delante de mi casa. ¿Alguna de vosotras ha notado algo raro?

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