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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Campeón Eterno (14 page)

BOOK: El Campeón Eterno
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—Mi señor Erekosë, perdóname por molestarte. Traigo un mensaje del rey Rigenos.

—¿Qué mensaje es ese? —pregunté sin interés.

—Le gustaría que te reunieras con él. Dice que todavía hay planes que discutir.

—Está bien —suspiré—. Bajaré en un momento.

El soldado se alejó apresuradamente por el corredor.

Por fin, a regañadientes, me reuní con los demás conquistadores. Allí estaban todos los mariscales, recostados entre cojines y celebrando su victoria. El rey Rigenos se hallaba con ellos, y tan borracho que le envidié. Y, para mi alivio, Katorn no estaba en la reunión.

Sin duda, debía de ir a la cabeza de los saqueadores.

Cuando llegué a la sala donde estaban reunidos, un gran Katorn hizo un gesto de negativa con la cabeza. —No, rey Rigenos. Al menos, todavía no. ¿Olvidas que es la hermana del príncipe Arjavh?

El rey asintió con una mueca de seriedad. —Sí, claro. La hermana de Arjavh.

—¿Ves las implicaciones del hecho, mi señor? Podemos mantenerla prisionera, ¿no te parece? Será un buen rehén. Una buena prenda para negociar, si la necesitamos.

—Naturalmente. Sí. Has hecho bien, Katorn. Mantenla prisionera. —El rey sonrió entonces con una mueca estúpida—. No... No es justo. Mereces seguir disfrutando de la noche. ¡Quién no desea divertirse...! Se volvió y me miró.

—Erekosë... —dijo—. Erekosë, a quien no hace efecto el vino. Que sea puesta a tu cargo, Campeón. Asentí.

—Acepto el encargo —dije.

Compadecía a la muchacha, por terribles que fueran los crímenes que le atribuían.

Katorn me miró con suspicacia.

—No te preocupes, lord Katorn —comenté—. Haz lo que dice el rey, sigue divirtiéndote. Mata a alguna otra, viola a quien te plazca. Deben quedar todavía muchas en la ciudad.

Katorn frunció el ceño, pero pronto su tensión empezó a decrecer.

—Quizá queden unas cuantas, pero casi hemos terminado. Cuando el sol salga, sólo quedará ella para verlo, me parece.

Dio un empujón a su prisionera y, a continuación, hizo una señal a sus hombres.

—¡Vamos! ¡Hemos de acabar nuestro trabajo!

Cuando Katorn y los suyos se hubieron ido, el conde Roldero se levantó lentamente y se acercó a donde me encontraba, con la mirada fija en la muchacha Eldren. El rey me dirigió una mirada.

—Bueno, Erekosë, cuídala bien —dijo con aire cínico—. Cuídala bien. Será una pieza útil para jugar con Arjavh.

—Llevadla a mis aposentos del ala este —dije a los guardianes—, y aseguraos de que nadie la moleste ni tenga oportunidad de escapar.

Los guardianes se la llevaron y, casi en el mismo instante en que desaparecieron, el rey Rigenos intentó ponerse en pie, se tambaleó y cayó de bruces al suelo. El conde Roldero le dedicó una leve sonrisa.

—Nuestro amo y señor está muy bebido —dijo—, pero Katorn tiene razón. Esa perra Eldren nos será útil.

—Comprendo su utilidad como rehén —intervine—, pero no he entendido esa referencia a «los Mundos Fantasmas». Ya he oído hablar de ellos en otra ocasión. ¿De qué se trata, conde Roldero?

. —¿Los Mundos Fantasmas? Bueno, todos nosotros sabemos perfectamente qué son, y creía que tú también lo sabías. Pero no hablamos de ellos a menudo...

—¿Por qué?

—La humanidad teme tanto a los aliados de Arjavh que casi nunca se atreve a mencionarlos, por temor a que ello les conjure de sus mundos, ¿comprendes?

—No, no comprendo nada.

Roldero se frotó la nariz y emitió una tosecilla.

—Yo tampoco soy supersticioso, Erekosë —dijo—. Igual que tú.

—Lo sé, pero ¿qué son los Mundos Fantasmas?

Roldero parecía muy agitado.

—Voy a decírtelo, pero me pone nervioso hacerlo en este maldito lugar. Los Eldren conocen mejor que nosotros qué son los Mundos Fantasmas. Al principio, creíamos que tú mismo estabas prisionero en ellos. Por eso me sorprendió tu llegada.

—¿Dónde están esos mundos?

—Los Mundos Fantasmas están más allá de la Tierra, más allá del tiempo y del espacio, unidos a la Tierra apenas por el más tenue de los lazos.

La voz de Roldero se hizo más ronca, pero continuó susurrando sus palabras.

—Allí, en los arrasados Mundos Fantasmas, habitan las serpientes de múltiples anillos que son el terror y el azote de las ocho dimensiones. Allí viven también fantasmas y hombres, tanto los que son parecidos a los humanos como los que no lo son, aquellos que saben que su destino es vivir sin tiempo, y aquellos que no tienen conciencia de su destino de perdición. Y allí moran también los Halflings, emparentados con los Eldren.

—Pero ¿qué son esos mundos? —pregunté impaciente.

Roldero se humedeció los labios con la lengua.

—Son unos mundos donde acuden a veces los hechiceros humanos en busca de la antigua sabiduría, y de los cuales traen ayudantes de terribles poderes y horrendas facultades. Se dice que en esos mundos el iniciado puede encontrar a sus camaradas muertos, que en ocasiones pueden ayudarle, o a sus amantes o parientes difuntos, y especialmente a sus enemigos, aquellos a quienes ha causado la muerte. Son enemigos malévolos de gran poder, o espectros que sólo tienen la mitad de su alma y están incompletos.

Sus palabras apenas susurradas me convencieron, quizá porque había bebido demasiado. ¿Acaso serían aquellos Mundos Fantasmas el origen de mis extraños sueños? Deseaba saber más.

—Pero, ¿qué son, Roldero? ¿Dónde están? Roldero hizo un gesto de negativa con la cabeza.

—Yo no me ocupo en tales misterios, Erekosë. Nunca he sido un místico. Creo en ellos, pero no pretendo profundizar. No conozco la respuesta a ninguna de tus preguntas. Son mundos llenos de sombras y de orillas tenebrosas donde mueren las olas de unos mares oscuros. Y sus pobladores pueden ser invocados en ocasiones mediante poderosos exorcismos para que visiten esta tierra, para ayudar, perseguir o aterrorizar a los hombres. Nosotros creemos que los Eldren provienen, en un principio, de estos semimundos aunque, según dice nuestra leyenda, son el fruto del vientre de una perversa reina que entregó su virginidad a Azmobaana a cambio de la inmortalidad, la inmortalidad que heredó su descendencia. Con todo, los Eldren son bastante materiales pese a que carezcan de alma, mientras que los Ejércitos Fantasmas rara vez son de carne y hueso.

—Y Ermizhad...

—¿La doncella de los Mundos Fantasmas? —¿Por qué la llamáis así?

—Se dice que tiene relaciones con espectros —murmuró el conde Roldero. Después, se encogió de hombros y tomó un nuevo trago de vino—. Y a cambio de entregarles sus favores, recibe poderes especiales sobre los Halflings, que son amigos de los fantasmas. Los Halflings la adoran, según me han dicho, si se puede decir que esas criaturas sienten amor por algo o alguien.

No podía creer todo aquello. La muchacha parecía joven. E inocente. Así lo afirmé.

—¿Cómo se puede saber la edad de un inmortal? —dijo haciendo un gesto de incredulidad—. Mírate tú mismo. ¿Qué edad tienes, Erekosë? ¿Treinta años? No aparentas más.

—Pero yo no he vivido siempre —repliqué—. Al menos, no creo que haya tenido siempre el mismo cuerpo.

—¿Cómo puedes saberlo?

Naturalmente, no tenía respuesta para su pregunta.

—Bueno, Roldero, opino que hay mucho de superstición en tu relato —dije al fin—. No me lo esperaba de ti, amigo mío.

—No me creas, si quieres —murmuró Roldero—. Pero sería preferible que lo hicieras hasta que se demuestre que miento, ¿no?

—Es posible que tengas razón.

—A veces me admiro de ti, Erekosë —añadió—. Mírate: debes tu existencia a un encantamiento y, pese a ello, eres el hombre más escéptico que conozco.

—Sí, Roldero, tienes razón —sonreí—. Debería tener más fe. Debería tener más fe...

—Vamos —dijo Roldero acercándose al rey que, caído en el suelo, yacía con el rostro en un charco de vino—. Llevemos a nuestro buen rey a la cama antes de que se ahogue.

Asimos entre los dos a Rigenos y llamamos a los soldados para que nos ayudaran a subir con él la escalera y acostarle en su cama. Roldero me puso después la mano en el hombro:

—Y deja de darle vueltas a esas cosas, amigo mío. No te hará ningún bien. ¿Crees que me gusta esa matanza de niños? ¿O la violación de esas niñas? —Se frotó los labios con el reverso de la mano, como si quisiera librarse de un sabor desagradable—. Pero si no se hace ahora, Erekosë, algún día se lo harían los Eldren a nuestros niños y a nuestras muchachas. Sucede lo mismo con algunos lobos que matan ovejas. Es mayor muestra de valor hacer lo que debe hacerse, que simular que no estás haciendo. ¿Me comprendes?

Ambos estábamos plantados en medio de la alcoba del rey, mirándonos fijamente.

—Eres muy amable, Roldero —murmuré.

—Es un consejo bienintencionado —añadió.

—Sé que lo es.

—No ha sido decisión nuestra matar a los niños.

—Pero sí lo ha sido no comentar el asunto con el rey Rigenos —repliqué.

Al escuchar la mención de su nombre, el rey se movió y empezó a murmurar, sumido en su sopor.

—Ven —sonrió Roldero—. Salgamos de aquí antes de que recuerde la letra de esa asquerosa canción que nos ha prometido.

Nos detuvimos en el pasillo, a la entrada de la alcoba. El conde Roldero me miró con cierta preocupación.

—Estas acciones deben llevarse a cabo —insistió—. Nos ha correspondido a nosotros ser instrumentos de una decisión tomada hace siglos. No te preocupes por cuestiones de conciencia. El futuro nos contemplará como carniceros sedientos de sangre, pero sabemos que no lo somos. Somos hombres, guerreros, y estamos en guerra con aquellos que nos querrían destruir.

No respondí, pero posé la mano en su hombro, di media vuelta y regresé a mis solitarios aposentos.

En mi inquietud mental, había olvidado completamente a la muchacha hasta que vi al guardián frente a la puerta.

—¿Está segura la prisionera? —le pregunté.

—No hay más salida —respondió el soldado—. Al menos, no hay otra que pudiera utilizar un ser humano, mi señor Erekosë. Pero si esa mujer se pone en contacto con sus aliados Halfling...

—Ya nos ocuparemos de ellos cuando se materialicen —respondí.

Me abrió la puerta y entré.

Sólo había una lámpara encendida y apenas distinguí nada en la penumbra. Tomé una cerilla de una mesa y con ella encendí otra lámpara.

La muchacha Eldren estaba acostada en la cama. Tenía los ojos cerrados, pero sus mejillas estaban bañadas en lágrimas.

Así que también lloraban como nosotros..., pensé.

Intenté no molestarla, pero abrió los ojos y creí apreciar miedo en ellos, aunque era difícil de decir pues sus ojos eran realmente extraños, sin órbitas y moteados de azul y dorado. Al ver aquellos ojos, recordé lo que me había dicho Roldero y empecé a creerle.

—¿Cómo estás? —pregunté neciamente.

La muchacha abrió los labios pero no pronunció palabra.

—No voy a hacerte daño —dije con voz débil—. Me gustaría haber salvado a los niños, pero no estaba en mi mano. Sólo tengo poder para mandar hombres a que maten y mueran. No tengo poder para salvar sus vidas.

Ella frunció el ceño.

—Soy Erekosë —dije.

—¿Erekosë?

Cuando pronunció mi nombre fue como si sonara una música. Lo repitió, y en sus labios pareció mucho más familiar que en los míos propios.

—¿Sabes quién soy?

—Sé quién eres.

—He renacido. No me preguntes cómo.

—No pareces contento de haber renacido, Erekosë.

Me encogí de hombros.

—Erekosë —musitó ella nuevamente.

Y luego su voz se convirtió en una risa suave y amarga.

—¿Por qué te ríes?

Pero no volvió a pronunciar palabra. Intenté continuar la conversación con ella, pero cerró los ojos. Salí de la habitación y me acosté en la sala contigua.

El vino había producido su efecto por fin, o alguna otra cosa lo había hecho en su lugar pues dormí razonablemente bien.

15. El regreso

A la mañana siguiente me levanté, me lavé y, tras vestirme, llamé a la puerta de Ermizhad.

No hubo respuesta.

Pensando que quizá se había escapado y que Katorn sospecharía inmediatamente que yo la había ayudado, abrí la puerta inmediatamente y entré.

No se había escapado. Seguía acostada, pero había vuelto a abrir los ojos y contemplaba el techo de la sala. Aquellos ojos me resultaban tan misteriosos como las profundidades tachonadas de estrellas del universo.

—¿Has dormido bien? —le pregunté.

No contestó.

—¿No te encuentras bien? —fue la siguiente estupidez que dije.

Sin embargo, ella había decidido con toda claridad no seguir comunicándose conmigo. Hice un último intento y me fui. Bajé al gran salón del difunto Guardián de la ciudad. Allí me esperaba Roldero junto a un puñado de mariscales con un aspecto lamentable, pero no estaban presentes ni Katorn ni el rey Rigenos.

A Roldero le brillaban los ojos.

—No parece por tu aspecto que te retumbe la cabeza tras la fiesta.

Tenía razón. No había caído en ello, pero no tenía la menor resaca tras las ingentes cantidades de vino que había tomado la noche anterior.

—Me siento muy bien.

—¡Ah!, ahora estoy convencido de que eres un inmortal —bromeó—. Yo no he tenido tanta suerte. Ni tampoco, al parecer, el rey Rigenos y lord Katorn, y algunos más que se divirtieron en exceso anoche. —Se acercó más a mí y dijo suavemente—: Y espero que hoy esté de mejor ánimo, amigo mío.

—Supongo que sí —repliqué.

De hecho, me sentía vacío de toda emoción.

—Bien. ¿Qué hay de la criatura Eldren? ¿Sigue a salvo?

—En efecto.

—¿No ha intentado seducirte?

—Al contrario. No me habla en absoluto.

—Tanto mejor. —Roldero echó un vistazo a su alrededor, inquieto—. Espero que se levanten pronto. Tenemos mucho que discutir. ¿Seguimos hacia el interior, o qué?

—Creía que habíamos decidido dejar aquí una poderosa guarnición, suficiente para defender la ciudad, y regresar a los Dos Continentes para reequiparnos y comprobar la posible amenaza de invadirnos mientras la flota está en Paphanaal.

Roldero asintió.

—Es el plan más correcto, pero no me gusta mucho. Aunque tiene su lógica, no se ajusta a mi impaciencia por caer sobre el enemigo lo antes posible.

Estuve de acuerdo con él y respondí:

—Yo también querría acabar con esto lo antes posible.

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