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Authors: Lope de Vega

Tags: #Drama, #Teatro

El caballero de Olmedo (6 page)

BOOK: El caballero de Olmedo
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ALONSO: ¿Cómo no?

TELLO: Pues, ¿qué me has dado?

ALONSO: Ya te entiendo; luego saca

a tu elección un vestido.

TELLO: Ésta es la banda.

ALONSO: Extremada.

TELLO: Tales manos la bordaron.

ALONSO: Demos orden que me parta.

Pero ¿ay, Tello!

TELLO: ¿Qué tenemos?

ALONSO: De decirte me olvidaba

unos sueños que he tenido.

TELLO: ¿Agora en sueños reparas?

ALONSO: No los creo, claro está;

pero dan pena.

TELLO: Eso basta.

ALONSO: No falta quien llama a algunos

revelaciones del alma.

TELLO: ¿Qué te puede suceder

en una cosa tan llana

como quererte casar?

ALONSO: Hoy, tello, al salir el alba,

con la inquietud de la noche,

me levanté de la cama,

abrí la ventana aprisa,

y mirando flores y aguas

que adornan nuestro jardín,

sobre una verde retama

veo ponerse un jilguero,

cuyas esmaltadas alas

con lo amarillo añadían

flores a las verdes ramas.

Y estando al aire trinando

de la pequeña garganta

con naturales pasajes

las quejas enamoradas,

sale un azor de un almendro,

adonde escondido estaba,

y como eran en los dos

tan desiguales las armas,

tiñó de sangre las flores,

plumas al aire derrama.

Al triste chillido, Tello,

débiles ecos del aura

respondieron, y, no lejos,

lamentando su desgracia,

su esposa, que en un jazmín

la tragedia viendo estaba.

Yo, midiendo con los sueños

estos avisos del alma,

apenas puedo alentarme;

que con saber que son falsas

todas estas cosas, tengo

tan perdida la esperanza,

que no me aliento a vivir.

TELLO: Mal a doña Inés le pagas

aquella heroica firmeza

con que atrevida contrasta

los golpes de la fortuna.

Ven a Medina, y no hagas

caso de sueños ni agüeros,

cosas a la fe contrarias.

Lleva el ánimo que sueles,

caballos, lanzas y galas,

mata de envidia los hombres,

mata de amores las damas.

Doña Inés ha de ser tuya

a pesar de cuantos tratan

dividiros a los dos.

ALONSO: Bien dices. Inés me aguarda;

vamos a Medina alegres.

Las penas anticipadas

dicen que matan dos veces,

y a mí sola Inés me mata,

no como pena, que es gloria.

TELLO: Tú me verás en la plaza

hincar de rodillas toros

delante de sus ventanas.

ACTO TERCERO

(Suenan atabales y entran con lacayos y rejones don RODRIGO y don FERNANDO)

RODRIGO: Poca dicha.

FERNANDO: Malas suertes.

RODRIGO: ¡Qué pesar!

FERNANDO: ¿Qué se ha de hacer?

RODRIGO: Brazo, ya no puede ser

que en servir a Inés aciertes.

FERNANDO: Corrido estoy.

RODRIGO: Yo, turbado.

FERNANDO: Volvamos a porfïar.

RODRIGO: Es imposible acertar

un hombre tan desdichado.

Para él de Olmedo, en efeto,

guardó suertes la Fortuna.

FERNANDO: No ha errado el hombre ninguna.

RODRIGO: Que la ha de errar os prometo.

FERNANDO: Un hombre favorecido,

Rodrigo, todo lo acierta.

RODRIGO: Abrióle el amor la puerta,

y a mí, Fernando, el olvido.

Fuera de esto, un forastero

luego se lleva los ojos.

FERNANDO: Vos tenéis justos enojos.

Él es galán caballero,

mas no para escurecer

los hombres que hay en Medina.

RODRIGO: La patria me desatina;

mucho parece mujer

en que lo propio desprecia,

y de lo ajeno se agrada.

FERNANDO: De ser de ingrata culpada

son ejemplos Roma y Grecia.

Dentro ruido de pretales y voces

VOZ 1: ¡Brava suerte!

VOZ 2: ¡Con qué gala

quebró el rejón!

FERNANDO: ¿Qué aguardamos?

Tomemos caballos.

RODRIGO: Vamos.

VOZ 1: Nadie en el mundo le iguala.

FERNANDO: ¿Oyes esa voz?

RODRIGO: No puedo

sufrirlo.

FERNANDO: Aun no lo encareces.

VOZ 2: ¡Vítor setecientas veces

el caballero de Olmedo!

RODRIGO: ¿Qué suerte quieres que aguarde,

Fernando, con estas voces?

FERNANDO: Es vulgo, ¿no le conoces?

VOZ 1: Dios te guarde, Dios te guarde.

RODRIGO: ¿Qué más dijeran al rey?

Mas bien hacen; digan, rueguen

que hasta el fin sus dichas lleguen.

FERNANDO: Fue siempre bárbara ley

seguir aplauso vulgar

las novedades.

RODRIGO: Él viene

a mudar caballo.

FERNANDO: Hoy tiene

la Fortuna en su lugar.

(Sale TELLO con rejón y librea, y don ALONSO)

TELLO: ¡Valientes suertes, por Dios!

ALONSO: Dame, Tello, el alazán.

TELLO: Todos el lauro nos dan.

ALONSO: ¿A los dos, Tello?

TELLO: A los dos;

que tú a caballo y yo a pie,

nos habemos igualado.

ALONSO: ¡Qué bravo, Tello, has andado!

TELLO: Seis todo desjarreté,

como si sus piernas fueran

rábanos de mi lugar.

FERNANDO: Volvamos, Rodrigo, a entrar,

que por dicha nos esperan,

aunque os parece que no.

RODRIGO: A vos, don Fernando, sí;

a mí no, si no es que a mí

me esperan para que yo

haga suertes que me afrenten,

o que algún toro me mate,

o me arrastre o me maltrate

donde con risa lo cuenten.

(Vanse los dos)

TELLO: Aquéllos te están mirando.

ALONSO: Ya los he visto envidiosos

de mis dichas y aun celosos

de mirarme a Inés mirando.

TELLO: ¡Bravos favores te ha hecho

con la risa! Que la risa

es lengua muda que avisa

de lo que pasa en el pecho.

No pasabas vez ninguna

que arrojar no se quería

del balcón.

ALONSO: ¡Ay, Inés mía!

¡Si quisiese la Fortuna

que a mis padres les llevase

tal prenda de sucesión!

TELLO: Sí harás, como la ocasión

de este don Rodrigo pase;

porque satisfecho estoy

de que Inés por ti se abrasa.

ALONSO: Fabia se ha quedado en casa;

mientras una vuelta doy

a la plaza, ve corriendo,

y di que esté prevenida

Inés, porque en mi partida

la pueda hablar; advirtiendo

que se esta noche no fuese

a Olmedo, me han de contar

mis padres por muerto, y dar

ocasión, si no los viese,

a esta pena, no es razón;

tengan buen sueño, que es justo.

TELLO: Bien dices; duerman con gusto,

pues es forzosa ocasión

de temer y de esperar.

ALONSO: Yo entro.

TELLO: Guárdete el cielo.

Vase don ALONSO

Pues puedo hablar sin recelo

a Fabia, quiero llegar.

Traigo cierto pensamiento

para coger la cadena

a esta vieja, aunque con pena

de su astuto entendimiento.

No supo Circe, Medea,

ni Hécate lo que ella sabe;

tendrá en el alma una llave

que de treinta vueltas sea.

Mas no hay maestra mejor

que decirle que la quiero,

que es el remedio primero

para una mujer mayor;

que con dos razones tiernas

de amores y voluntad,

presumen de mocedad,

y piensan que son eternas.

Acabóse. Llego, llamo.

Fabia… Pero soy un necio;

que sabrá que el oro precio,

y que los años desamo,

porque se lo ha de decir

el de las patas de gallo.

(Sale FABIA)

FABIA: ¡Jesús, Tello! ¿Aquí te hallo?

¡Qué buen modo de servir

a don Alonso! ¿Qué es esto?

¿Qué ha sucedido?

TELLO: No alteres

lo venerable, pues eres

causa de venir tan presto;

que por verte anticipé

de don Alonso un recado.

FABIA: ¿Cómo ha andado?

TELLO: Bien ha andado,

porque yo le acompañé.

FABIA: ¡Extremado fanfarrón!

TELLO: Pregúntalo al rey, verás

cuál de los dos hizo más;

que se echaba del balcón

cada vez que yo pasaba.

FABIA: ¡Bravo favor!

TELLO: Más quisiera

los tuyos.

FABIA: ¡Oh, quién te viera!

TELLO: Esa hermosura bastaba

para que yo fuera Orlando.

¿Toros de Medina a mí?

¡Vive el cielo! Que les di

reveses, desjarretando,

de tal aire, de tal casta,

en medio de regocijo,

que hubo toro que me dijo,

"Basta, señor Tello, basta."

"No basta," le dije yo,

y eché de un tajo volado

una pierna en un tejado.

FABIA: ¿Y cuántas tejas quebró?

TELLO: Eso al dueño, que no a mí.

Dile, Fabia, a tu señora,

que ese mozo que la adora

vendrá a despedirse aquí;

que es fuerza volverse a casa,

porque no piensen que es muerto

sus padres. Esto te advierto.

Y porque la fiesta pasa

sin mí, y el rey me ha de echar

menos, que en efeto soy

su toricida, me voy

a dar materia al lugar

de vítores y de aplauso,

si me das algún favor.

FABIA: ¿Yo favor?

TELLO: Paga mi amor.

FABIA: ¿Que yo tus hazañas cause?

Basta, que no lo sabía.

¿Qué te agrada más?

TELLO: Tus ojos.

FABIA: Pues daréte mis antojos.

TELLO: Por caballo, Fabia mía,

quedo confirmado ya.

FABIA: Propio favor de lacayo.

TELLO: Más castaño soy que bayo.

FABIA: Mira cómo andas allá,

que esto de ne nos inducas

suelen causar los refrescos;

no te quite los gregüescos

algún mozo de San Lucas;

que será notable risa,

Tello, que donde lo vea

todo el mundo, un toro sea

sumiller de tu camisa.

TELLO: Lo atacado y el cuidado

volverán por mi decoro.

FABIA: Para un desgarro de un toro,

¿qué importa estar atacado?

TELLO: Que no tengo a toros miedo.

FABIA: Los de Medina hacen riza,

porque tiene ojeriza

con los lacayos de Olmedo.

TELLO: Como ésos ha derribado,

Fabia, este brazo español.

FABIA: Mas, ¿qué? ¿Te ha de dar el sol

adonde nunca te ha dado?

(Vanse. Ruido de plaza y grita, y digan dentro)

VOZ 1: ¡Cayó don Rodrigo!

ALONSO: ¡Afuera!

VOZ 2: ¡Qué gallardo, qué animoso

don Alonso le socorre!

VOZ 1: Ya se apea don Alonso.

VOZ 2: ¡Qué valientes cuchilladas!

VOZ 1: Hizo pedazos el toro.

(Salgan los dos; y don ALONSO teniéndole)

ALONSO: Aquí tengo yo caballo;

que los nuestros van furiosos

discurriendo por la plaza.

Ánimo.

RODRIGO: Con vos le cobro.

La caída ha sido grande.

ALONSO: Pues no será bien que al coso

volváis; aquí habrá crïados

que os sirvan, porque yo torno

a la plaza. Perdonadme,

porque cobrar es forzoso

el caballo que dejé.

(Vase y sale don FERNANDO)

FERNANDO: ¿Qué es esto? ¡Rodrigo y solo!

¿Cómo estáis?

RODRIGO: Mala caída,

mal suceso, malo todo;

pero más deber la vida

a quien me tiene celoso

y a quien la muerte deseo.

FERNANDO: ¡Que sucediese a los ojos

del rey y que viese Inés

que aquel su galán dichoso

hiciese el toro pedazos

por libraros!

RODRIGO: Estoy loco.

No hay hombre tan desdichado,

Fernando, de polo a polo.

¡Qué de afrentas, qué de penas,

qué de agravios, qué de enojos,

qué de injurias, qué de celos,

qué de agüeros, qué de asombros!

Alcé los ojos a ver

a Inés, por ver si piadoso

mostraba el semblante entonces,

que, aunque ingrato, necio adoro;

y veo que no pudiera

mirar Nerón riguroso

desde la torre Tarpeya

de Roma el incendio, como

desde el balcón me miraba;

y que luego, en vergonzoso

clavel de púrpura fina

bañado el jazmín del rostro,

a don Alonso miraba;

y que por los labios rojos

pagaba en perlas el gusto

de ver que a sus pies me potro,

de la Fortuna arrojado

y de la suya envidioso.

Mas, ¡vive Dios!, que la risa,

primero que la de Apolo

alegre el oriente y bañe

el aire de átomos de oro,

se le ha de trocar en llanto,

si hallo al hidaguillo loco

entre Medina y Olmedo.

FERNANDO: Él sabrá ponerse en cobro.

RODRIGO: Mal conocéis a los celos.

FERNANDO: ¿Quién sabe que no son monstruos?

Mas lo que ha de importar mucho

no se ha pensar tan poco.

(Vanse. Salen el REY, el CONDESTABLE y criados)

REY: Tarde acabaron las fiestas;

pero ellas han sido tales

que no las he visto iguales.

CONDESTABLE: Dije a Medina que aprestas

para mañana partir;

mas tiene tanto deseo

de que veas el torneo

con que te quiere servir,

que me ha pedido, señor,

que dos días se detenga

vuestra alteza.

REY: Cuando venga,

pienso que será mejor.

CONDESTABLE: Haga este gusto a Medina

vuestra alteza.

REY: Por vos sea,

aunque el infante desea,

con tanta prisa camina,

estas visitas de Toledo

para el día concertado.

CONDESTABLE: Galán y bizarro ha estado

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