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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (28 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—¿Intentó morderte?

Aparté la vista de fuera y miré a Jenks. Contemplé cómo sus alas se iluminaban con los faros del coche de atrás y se quedaban inmóviles, luego se convertían en un borrón para volver a quedarse quietas. Jenks miró la cara avergonzada de Nick y luego a mi expresión preocupada.

—Oooohh —dijo abriendo los ojos de par en par—, ahora lo pillo. Quería vincularte a ella para que solo ella pudiese hacer responder tu cicatriz a las feromonas de vampiro. Y tú la rechazaste. Dios mío, debe de estar avergonzada. No me extraña que esté disgustada.

—Jenks, cállate —le dije, reprimiendo las ganas de agarrarlo y tirarlo por la ventana, aunque nos alcanzaría en el próximo semáforo en rojo.

El pixie revoloteó hasta el hombro de Nick y se quedó observando las luces del salpicadero.

—Bonita furgoneta.

—Gracias.

—¿De producción?

—Modificada —contestó Nick cambiando la mirada de las luces traseras del coche de delante a Jenks, cuyas alas se agitaron rápidamente y luego se calmaron.

—¿Cuál es la velocidad punta?

—Doscientos cuarenta con el sistema de óxido nitroso.

—¡Joder! —juró el pixie admirado, volando de nuevo hasta el retrovisor—. Compruébale los conductos, huelo una fuga.

Los ojos de Nick saltaron a una mugrienta palanca que obviamente no venía de fábrica situada bajo el salpicadero y luego volvió a mirar a la carretera.

—Gracias. Ya me parecía a mí. —Lentamente entreabrió la ventanilla.

—De nada.

Abrí la boca para preguntar, pero luego la cerré. Debían ser cosas de chicos.

—Bueeeeeno —dijo Jenks alargando las vocales—, ¿vamos a casa de tu mamá?

Asentí.

—Sí, ¿quieres venir?

Jenks se elevó tres centímetros al pasar por un bache y se mantuvo en el aire con las piernas cruzadas.

—Claro, gracias. Su croco debe de estar en flor todavía. ¿Crees que le importará que me lleve un poco de polen a casa?

—¿Por qué no se lo preguntas a ella?

—Lo haré. —Una sonrisa llenó su cara—. Será mejor que te pongas un poco de maquillaje en ese chupetón.

—¡Jenks! —exclamé llevándome la mano al cuello para tapármelo. Se me había olvidado. Me puse roja mientras Jenks y Nick intercambiaban estúpidas miraditas de macho. Que Dios me perdone, pero me parecía haber vuelto a la edad de las cavernas: «Yo marcar mujer para que Glurg aparte sus peludas manos de ella».

—Nick —le rogué añorando enormemente mi bolso—, ¿me prestas algo de dinero? Tengo que parar en una tienda de amuletos.

Si había algo más embarazoso que comprar un hechizo de complexión era tener que hacerlo con un chupetón en el cuello. Especialmente cuando la mayoría de los dueños de las tiendas de hechizos me conocían. Así que opté por la autonomía y le pedí a Nick que parase en una gasolinera. Por supuesto la estantería de hechizos junto a la caja estaba vacía, así que acabé por cubrirme el cuello con maquillaje tradicional. ¿Cobertura perfecta? Ni por asomo. Nick dijo que estaba bien, pero Jenks se rió tanto que se le pusieron las alas rojas. Se sentó en el hombro de Nick y parloteó sobre los atributos de las chicas pixie que había conocido antes que a Matalina, su esposa. El pixie de mente calenturienta no paró hasta las afueras de Cincinnati, donde vivía mi madre, mientras yo intentaba retocarme el maquillaje en el espejo de la visera.

—A la izquierda por esa calle —dije limpiándome los dedos frotándolos unos contra otros—. Es la tercera casa a la derecha.

Nick no dijo nada y paró junto al bordillo frente a mi casa. La luz del porche estaba encendida y juro que vi moverse una cortina. Hacía varias semanas que no venía y el árbol que había plantado junto con las cenizas de mi padre estaba cambiando ya de color. El frondoso arce casi daba sombra a todo el garaje tras los doce años que llevaba allí.

Jenks ya había salido zumbando por la puerta abierta de Nick y este se disponía a salir cuando lo sujeté por el brazo.

—¿Nick? —lo llamé. Él se detuvo ante el tono de preocupación en mi voz y se volvió a recostar en la gastada tapicería de plástico mientras yo retiraba la mano y me miraba fijamente las rodillas—.
Mmm
, quiero disculparme en nombre de mi madre antes de presentártela —le solté.

Él sonrió, adoptando una expresión amable en su rostro alargado. Se inclinó sobre el asiento delantero y me dio un rápido beso.

—Las madres son todas terribles, ¿no? —salió y esperé impacientemente a que diese la vuelta y tirase de la puerta para abrírmela.

—¿Nick? —dije y él me cogió de la mano y juntos avanzamos por el caminito de entrada—, lo digo en serio. Está un poco tocada. La muerte de mi padre la trastornó de verdad. No es ninguna psicópata ni nada de eso, pero no piensa lo que dice. Por su boca sale lo primero que se le ocurre.

—¿Por eso no me la habías presentado todavía? —dijo relajando su expresión angustiada—. Creía que era por mí.

—¿Por ti? —exclamé haciendo una mueca para mí misma—. Oh, ¿el tema de que tú seas humano y yo bruja? —dije en voz baja—. No.

En realidad, me había olvidado de eso. Repentinamente me sentí nerviosa y comprobé cómo tenía el pelo y me llevé la mano al ausente bolso. Tenía los pies fríos y las chanclas hacían un ruido desagradable sobre los escalones de cemento. Jenks planeaba junto a la luz del porche y parecía una polilla gigante. Toqué el timbre y me quedé de pie junto a Nick. Por favor, que sea uno de sus días buenos.

—Me alegro de que no fuese por mí —dijo Nick.

—Sí —dijo Jenks aterrizando en su hombro—. Tu madre debería conocerlo, teniendo en cuenta que se está zumbando a su hija y todo eso.

—¡Jenks! —exclamé y luego me puse seria al ver que se abría la puerta.

—¡Rachel! —gritó mi madre, abalanzándose sobre mí para darme un abrazo. Cerré los ojos y le devolví el abrazo. Era más bajita que yo y quedaba raro. El olor a laca para el pelo se me pegó a la garganta por encima del débil tufillo a secuoya. Me sentía mal por no haberle dicho toda la verdad cuando dejé la SI y sobre la amenaza de muerte a la que había sobrevivido. No quería preocuparla.

—Hola, mamá —dije dando un paso atrás—. Este es Nick Sparagmos y ¿te acuerdas de Jenks?

—Claro que sí. Me alegro de verte de nuevo, Jenks. —Entró de nuevo en casa, llevándose la mano brevemente a su pelo liso y rojo desvaído y luego a su vestido de punto por debajo de la rodilla Se me relajó el nudo de preocupación. Tenía buen aspecto, mejor que la última vez. El brillo pícaro había vuelto a sus ojos y se movía con rapidez cuando nos invitó a pasar dentro.

—Pasad, pasad —dijo poniendo su pequeña mano sobre el hombro de Nick—, antes de que los bichos os sigan.

La luz del vestíbulo estaba encendida, pero servía de poco para iluminar el oscuro pasillo verde. El estrecho espacio estaba abarrotado de cuadros y sentí claustrofobia cuando volvió a darme otro intenso abrazo, sonriendo de oreja a oreja al soltarme.

—Estoy tan contenta de que hayas venido —dijo y luego se volvió hacia Nick—. Así que tú eres Nick —dijo echándole una ojeada y mordiéndose el labio inferior. Movió la cabeza con brusquedad al ver sus zapatos de vestir gastados y luego frunció los labios pensativamente al ver mis chanclas.

—Señora Morgan —dijo Nick sonriendo y ofreciéndole la mano.

Ella se la estrechó y no pude evitar una mueca al ver que tiraba de él para darle un abrazo. Era bastante más bajita que él y tras un primer momento de sobresalto, Nick me sonrió por encima de su cabeza.

—Me alegro muchísimo de conocerte —dijo mi madre soltándolo y girándose hacia Jenks. El pixie había volado hasta el techo.

—Hola, señora Morgan. Está muy guapa esta noche —dijo con cautela a la vez que descendía ligeramente.

—Gracias. —Sonrió y sus escasas arrugas se hicieron más profundas. La casa olía a salsa para espaguetis y me preguntaba si tenía que haber advertido a mi madre de que Nick era humano—. Bueno, pasad adentro. ¿Os quedáis a comer? Estoy haciendo espaguetis y no es ningún problema añadir un poco más.

No pude evitar suspirar mientras nos conducía a la cocina. Lentamente comencé a relajarme. Parecía que mi madre estaba controlando su lengua más que de costumbre. Entramos en la cocina iluminada por la lámpara del techo y respiré más tranquila. Todo parecía normal, normal para un humano. Mi madre ya no hacía muchos hechizos y únicamente la cubeta de disoluciones con agua salada junto a la nevera y el caldero de cobre en la hornilla daban algunas pistas. Había asistido al instituto durante la Revelación y su generación era muy discreta.

—Solo hemos venido a recoger mi material de líneas luminosas —dije sabiendo que mi intención de entrar y salir pitando era una causa perdida al ver que el caldero estaba lleno de agua hirviendo para la pasta.

—No es ninguna molestia —dijo y añadió un puñado de espaguetis, miró a Nick de arriba abajo y añadió otro—. Son más de las siete. Tendréis hambre, ¿verdad, Nick?

—Sí, señora Morgan —dijo, a pesar de mi mirada suplicante.

Mi madre le dio la espalda a la hornilla, satisfecha.

—Y para ti, Jenks, no tengo gran cosa en el jardín, pero sírvete lo que encuentres. O si quieres puedo mezclarte un poco de azúcar con agua.

Jenks se entusiasmó.

—Gracias, señora —dijo revoloteando tan cerca que le levantó las puntas de su pelo rojo—. Echaré un vistazo en el jardín. ¿Le importa si recojo el polen de su croco? A mis niños les vendría divinamente a estas alturas de la temporada.

Mi madre sonrió ampliamente.

—Por supuesto, sírvete tú mismo. Esas malditas hadas han acabado con todo buscando arañas. —Arqueó las cejas y me quedé helada durante un momento de pánico. Se le había ocurrido algo y no había forma de saber qué era—. ¿Es posible que alguno de tus niños estuviera interesado en un trabajo de verano? —le preguntó y solté el aire aliviada.

Jenks aterrizó en la mano que ella le ofrecía con las alas brillando en un tono rosa de satisfacción.

—Sí, señora, mi hijo Jax estaría encantado de trabajar en su jardín. Él y mis dos hijas mayores mantendrán a esas hadas alejadas. Se los mandaré mañana, antes del amanecer si lo desea. Para cuando se tome su primera taza de café, no quedará ni un hada a la vista.

—¡Maravilloso! —exclamó mi madre—. Esas malditas cabronas llevan en mi jardín todo el verano. Me sacan de quicio.

Nick se sobresaltó al oír una palabrota en boca de una señora tan afable y me encogí de hombros.

Jenks salió volando describiendo un arco desde la puerta trasera hasta mí, indicándome que se la abriese.

—Si no le importa —dijo suspendido en el aire sobre el pomo—, solo voy a echar un vistazo. No quiero que se tope con algo inesperado. No es más que un niño y quiero asegurarme de que sabe con qué tiene que tener cuidado.

—Excelente idea —dijo mi madre taconeando sobre el suelo de linóleo. Encendió la luz trasera y lo dejó salir—. ¡Bueno! —dijo al volverse mirando a Nick—. Por favor, siéntate. ¿Quieres algo de beber? ¿Agua? ¿Café? Creo que tengo una cerveza en algún sitio.

—Un café sería estupendo, señora Morgan —dijo Nick sacando una silla de debajo de la mesa y sentándose en ella. Abrí la nevera para sacar el café y mi madre me quitó el paquete de las manos, protestando con quejas maternas en voz baja hasta que me senté junto a Nick. Arrastré la silla y deseé que no armase tanto alboroto. Nick sonrió, obviamente disfrutando de verme tan inquieta.

—Café —dijo revoloteando por la cocina—, admiro a los hombres a los que les gusta el café con la comida. No tienes ni idea de lo contenta que estoy de conocerte, Nick. Hace mucho tiempo desde la última vez que Rachel trajo a un chico a casa. Incluso en el instituto no estaba muy por labor de salir con chicos. Empezaba a preguntarme si iba a inclinarse hacia la otra acera, ya sabes a qué me refiero.

—¡Mamá! —exclamé y sentí que se me ponía la cara tan roja como el pelo.

—No digo que sea nada malo —rectificó parpadeando hacia mí mientras llenaba el filtro de cucharadas de café. No podía mirar a Nick, que se aclaraba la garganta, divirtiéndose. Apoyé los codos en la mesa y dejé caer la cabeza entre las manos.

—Pero ya me conoces —añadió mi madre dándonos la espalda mientras guardaba el café. Me temí lo peor esperando que saliera por su boca cualquier cosa—. Soy de la opinión de que es mejor no tener novio que uno inadecuado. Tú padre, por ejemplo era el adecuado. —Suspiré y levanté la vista. Al menos mientras hablaba de mi padre no estaba hablando de mí—. Era un hombre tan bueno… —dijo moviéndose lentamente hacia la hornilla. Se detuvo de lado para vernos mientras levantaba la tapa de la salsa y la removía—. Hay que encontrar al hombre adecuado con el que tener hijos. Nosotros tuvimos suerte con Rachel —dijo—. Aun así, casi la perdemos.

Nick se sentó derecho mostrando interés.

—¿Cómo es eso, señora Morgan?

Su cara se alargó reflejando una antigua preocupación y me levanté para enchufar la cafetera, ya que a ella se le había olvidado. La historia que iba a contar era embarazosa, pero ya la conocía y la prefería a lo que pudiese ocurrírsele, especialmente después de mencionar lo de tener hijos. Me senté junto a Nick cuando mi madre empezó con su habitual apertura de la historia.

—Rachel nació con una extraña enfermedad de la sangre —dijo—. No teníamos ni idea de que estaba ahí, esperando una combinación inoportuna para revelarse.

Nick se volvió hacia mí con las cejas arqueadas.

—No me habías hablado de eso.

—Bueno, es que ya no la tiene —dijo mi madre—. La amable señora de la clínica nos lo explicó todo diciendo que habíamos tenido suerte con el hermano mayor de Rachel y que teníamos una probabilidad entre cuatro de que nuestro siguiente hijo fuese como Rachel.

—Eso suena a una enfermedad genética —dijo Nick—. Normalmente uno no se recupera de una enfermedad así.

Mi madre asintió y bajó el fuego de la olla hirviendo con la pasta.

—Rachel respondió a una serie de remedios de hierbas y medicina tradicional. Es nuestro bebé milagro.

Nick no parecía muy convencido, así que añadí:

—Mis mitocondrias producían una enzima rara y mis glóbulos blancos creían que era una infección. Atacaban a las células sanas como si fuesen invasores, especialmente a mi medida ósea y a cualquier cosa relacionada con la producción de sangre lo único que sé es que estaba cansada todo el tiempo. Los remedios naturales ayudaron, pero no fue hasta que entré en la pubertad cuando todo pareció arreglarse. Ahora estoy bien, excepto por una sensibilidad hacia el azufre, aunque la enfermedad me ha acortado la esperanza de vida en unos diez años. Al menos eso es lo que me dijeron.

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