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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El bosque de los susurros (17 page)

BOOK: El bosque de los susurros
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—Ya habéis jugado bastante, niños. Es hora de irse a la cama.

Gaviota rodó sobre sí mismo, soltó un gemido y logró quedar sentado en el suelo. Kem ya no estaba encima de la hoguera, pero había un par de pies sobresaliendo de debajo de una rueda. Gaviota se arrastró hasta ella y reconoció a otro guardia, un hombre moreno y apuesto al que la cocinera llamaba Chico Guapo.

—Es Chad, un amigo de Kem —dijo Morven—. Probablemente es el único amigo que tiene. Es muy rápido con el lazo de estrangular.

—¿Qué...? —Gaviota tosió y tragó fuego—. ¿Qué... ha ocurrido?

Morven soltó una risita y alzó una ballesta.

—Estaba recorriendo el perímetro de vigilancia cuando oí un ruido junto al carro de los suministros, y pensé que algún ladrón quería echar mano a los pasteles de Felda. Le aticé con esto. ¿Quién hubiera podido imaginarse que sería uno de los nuestros? En fin, siempre acabo metiendo la pata de alguna manera u otra...

Morven empezó a arrancar los pelitos pegajosos que se habían quedado adheridos a la empuñadura de la ballesta.

Gaviota se frotó la garganta.

—¿Y Liante aprueba... que sus empleados intenten asesinarse los unos a los otros?

Morven clavó los ojos en una estrella lejana.

—Liante ya tiene demasiadas preocupaciones para prestar atención a las nuestras. Siempre resolvemos nuestros pequeños problemas entre nosotros.

—Creo que no tardarán mucho en... quedar resueltos. Mataré a esos dos, y después ya no tendrán más preocupaciones.

—Liante contrataría nuevos matones. Vive con lo que tienes. A partir de ahora se mantendrán lo más lejos posible de ti.

Morven apoyó la ballesta en el barril del agua, agarró a Chad, lo alzó en vilo como si fuese un niño y lo dejó caer en la parte de atrás del carro de los hombres.

—¡En! —protestó alguien dentro del carro.

—Lo siento —replicó el marinero.

Después Morven cogió su ballesta y volvió a montar guardia.

Lirio salió de las sombras para quitar el polvo y la tierra de la espalda de Gaviota.

—Eres duro de matar.

—Siempre que... Morven esté detrás de mí.

La joven se arrodilló para limpiarle las piernas y ponerle bien el faldellín.

—Ahora habrá más gente detrás de ti. Kem y Chad no le caen bien a nadie.

—Me gustaría... poder dormir un rato, para... variar.

Lirio le cogió de la mano y le acompañó hasta debajo del carro de los suministros. Después se puso de rodillas y le arregló la manta.

—No —dijo—. Preferirías tener compañía: la mía.

Gaviota abrió la boca para protestar, pero Lirio le tapó con la manta y se deslizó junto a él.

—Lo sé, lo sé. Nada de hacer el amor, sólo abrazarse. Y tal vez unos cuantos besos...

La joven posó sus rojos labios sobre los morados que cubrían los maltrechos labios del leñador y le metió la lengua dentro de la boca.

Y esta vez Gaviota se encontraba demasiado débil para rechazarla.

* * *

Todos los días que siguieron fueron iguales.

Levantar el campamento, viajar, comer, viajar, montar el campamento, dormir. Descansaban un día de cada siete, pero eso significaba toda una jornada de reparaciones. Gaviota había vivido toda su existencia en una tranquila aldea de campesinos, con tiempo de sobras para echar la siesta, jugar y charlar. Todo aquel ajetreo le resultaba agotador y un poco mareante, y se preguntó por qué el hechicero se movía tan deprisa e insistía tanto en que avanzaran a la mayor velocidad posible. ¿Cuáles eran aquellos secretos o tesoros que le llamaban y que no podían esperar ni siquiera un par de días?

Gaviota conducía, cuidaba de las recuas, se preocupaba por los carros, comía, dormía y volvía a hacer todo eso en sus sueños. De vez en cuando su padre o su madre surgían de entre las nieblas y repetían algún viejo chiste o historia, y Gaviota se despertaba con el corazón lleno de dolor y echándoles de menos, pero cada vez que ocurría eso enseguida volvía a estar ocupado.

El terreno se fue volviendo más abrupto a medida que se aproximaban a las comarcas montañosas del norte. Las suaves ondulaciones se convirtieron en cañadas demasiado hondas para poder ser cruzadas, por lo que hubo que rodearlas. Las extensiones de granito se volvieron más gruesas y dejaron de ser simples losas planas, transformándose en riscos que tenían la mitad de la altura de un carro. A veces los conductores tenían que cortar abetos jóvenes y emplearlos como palancas para subir los carros. Las rocas y un terreno más abrupto significaban árboles más pequeños y de troncos más nudosos y retorcidos, y de vez en cuando Gaviota tenía que cortar ramas, o ponerse en cuclillas y serrar a la altura de los tobillos para que los carros pudieran pasar por encima del tocón. La velocidad de su avance se fue reduciendo hasta unos pocos kilómetros al día.

Los exploradores seguían encontrando rutas transitables, pero necesitaban más tiempo para hacerlo. Los carros solían esperar a que volvieran, y luego tenían que retroceder y probar suerte por otro camino. Hubo algunos días en los que se desplazaron por todos los puntos cardinales de la brújula, viajando kilómetros y más kilómetros en un largo círculo para avanzar un solo kilómetro en dirección noroeste.

Lirio iba con Gaviota siempre que podía hacerlo. Mientras respondiera a las llamadas de Liante y cumpliera con sus tareas en el campamento, nadie se preocupaba de lo que hiciera con el resto de su tiempo. Mangas Verdes vagabundeaba por el bosque, encontrando flores, lagartos y huevos de pájaro, pero siempre se mantenía lo suficientemente cerca para ser visible, como si supiera que Gaviota se preocuparía en el caso de que no la viera.

Kem conducía su carro con las manos vendadas, y Chad sufría mareos de vez en cuando. Los dos se mantenían lo más lejos posible del mulero. Otros integrantes de la caravana se hicieron amigos de él, y las nuevas amistades incluyeron algunas bailarinas, la cocinera Felda y su ayudante Stiggur, el secretario Knoton y el enfermero Haley. Todos se daban animadamente los buenos días cada mañana, excluyendo a Kem y Chad mediante el silencio. Otros permanecieron dentro de sus mundos privados, como Oles, el guardia que nunca hablaba, Ranon Voz de los Espíritus, la cantora, y la vieja Kakulina, la astróloga.

Y Liante, por supuesto.

—¿Qué hace dentro de ese carro todo el día y toda la noche? —preguntó Gaviota—. Debe de apestar a cerrado, y estará muy incómodo teniendo tan poco espacio. ¿Con qué se distrae?

Lirio enarcó una ceja.

—Bueno, podría contarte lo que hace con nosotras las bailarinas, pero seguirías sabiendo tan poco como antes. Sus otros intereses son un secreto. Sé que tiene un cristal mágico. Suele estar tan fascinado por él que no me ve entrar.

—¿Y qué ve dentro de ese cristal mágico?

—No lo sé. Una vez estuve mirándolo fijamente un buen rato, pero no vi nada.

Gaviota estuvo pensando en eso durante unos momentos.

—Pero ¿qué más hace? Un hombre no puede pasarse el día entero contemplando burbujitas dentro de un cristal, ¿verdad?

Lirio bostezó, se deslizó sobre el pescante y apoyó la cabeza en el muslo de Gaviota.

—Tú hablas de hombres, y él es un hechicero. No es como nosotros. Juguetea con cosas, o las estudia. Una caja llena de frasquitos apestosos, libros, pequeños artefactos de relojería... Incluso tiene una caja llena de conchas como esas que los niños recogen en la playa, y también tiene ensalmos, hojas, polvo de hadas y esas cosas. Pero no creo que haya demasiados objetos de valor. No los tiene ordenados, y se limita a meter cosas en agujeros. Siempre se están cayendo de los estantes y entrechocando encima de su mesa. Creo que si perdiera todo el carro eso no le afectaría en lo más mínimo... —Lirio se estaba adormilando, pero de repente abrió un ojo maquillado—. No, hay algo que tiene muchísimo valor: su grimorio.

—¿Su grim-qué?

—Su grimorio. Su libro de magia... El que está encadenado a su cinturón.

—Oh, ese libro... ¿Está lleno de hechizos mágicos? ¿Significa eso que si leo algunos, y eso suponiendo que pudiera leer, sería capaz de hacer magia?

Lirio meneó la cabeza sobre el muslo cubierto de cuero de Gaviota.

—No. Por lo poco que he visto de él, sólo contiene unos diagramas que ha dibujado Liante. Creo que le recuerdan hechizos que ya conoce. De la misma forma que la cocinera tiene esos dibujos en su cajón de las especias, ¿sabes?

—Ah. Oh, bueno, de todas maneras no quiero hacer magia. Me sentiría muy ridículo llevando una túnica a rayas.

Lirio soltó una risita y le palmeó la rodilla.

—No, tus talentos apuntan en una dirección muy distinta.

—¿Cómo lo sabes? —Gaviota tiró de las riendas y le revolvió el cabello, haciéndola chillar—. Hasta el momento sólo has padecido mis besos.

Lirio chasqueó la lengua, se irguió y empezó a ponerse pequeñas horquillas en el pelo.

—Una mujer siempre sabe esas cosas.

—¡Una mujer! —se burló Gaviota—. ¡Pero si apenas consigues hacerle una curva decente a tus ropas!

—¡Tengo dieciocho años, abuelo, y he visto y hecho muchas más cosas que tú!

—Ya me lo imagino. —Gaviota animó a sus mulas con un sonoro chasquido de la lengua—. Dentro de treinta años contarán grandes historias sobre eso cuando seas una abuela gorda.

—Espero que lo hagan. —Lirio suspiró—. Pero ¿qué hombre decente se casaría con una ramera?

—Te sorprendería saber cuántos estarían dispuestos a hacerlo.

—¿Te casarías con una ramera?

Gaviota la miró de soslayo pensando que volvía a tomarle el pelo, pero Lirio se había puesto muy seria.

—No. Antes tendría que dejar de ejercer la profesión, y además debería saber cocinar. Yo cocino fatal.

Lirio curvó sus dedos sobre la mano con la que Gaviota sujetaba las riendas.

—Las otras bailarinas están celosas, ¿sabes? Me envidian porque ven que siempre estoy contigo.

—Bueno, pues diles que no se están perdiendo gran cosa. —Gaviota se sintió repentinamente enfadado consigo mismo. Lirio estaba llena de dulzura y consideración, pero Gaviota no podía dedicarle toda su atención mientras su mente siguiera siendo un caos de emociones encontradas. El leñador decidió cambiar de tema—. Bien, así que estamos viajando sólo para que Liante pueda seguir escribiendo en un libro, ¿eh?

Lirio le contempló con el ceño fruncido, no muy segura de qué le estaría pasando por la mente, y acabó meneando la cabeza.

—No. Viajamos para que pueda acumular maná. Por lo que tengo entendido, todas las tierras poseen magia, y algunas más que otras. Liante va recogiendo su energía al cruzar el país. La utiliza para aprender cosas, y para enfrentarse a otros hechiceros.

Gaviota chasqueó la lengua.

—¿Y por qué no la usa para ayudar a la gente?

Un encogimiento de hombros. La joven alzó la mirada hacia el cielo.

—No tardará en llover. Hay muy pocos hombres como tú, Gaviota... En el oeste existe una gran ciudad llamada Estark, que según he oído decir es uno de los lugares de poder, donde los hechiceros llevan a cabo sus extrañas magias. Una vez al año se enfrentan en un torneo, a veces luchando hasta la muerte. El ganador se marcha con un hechicero supremo, un Caminante que desciende de los cielos igual que un dios. Toda la ciudad existe únicamente para conjurar la magia, y para hacer apuestas sobre quién ganará los torneos. Los exploradores recorren todas las comarcas y campos, y descubren a cualquier persona que tenga la capacidad de usar la magia. Es como si los Dominios no fuesen más que una granja, con los hechiceros controlándolo todo y el resto de nosotros sólo fuéramos ganado.

Gaviota soltó un bufido.

—Pues este toro no se dejará llevar al matadero así como así.

Lirio le miró fijamente, y de repente sus ojos parecieron pertenecer a una anciana en vez de a una muchacha.

—Pero trabajas para un hechicero, al igual que yo.

—Cierto —suspiró el leñador. El carro tembló al pasar por encima de una roca, y Gaviota hizo chasquear las riendas—. ¡Eh, calma! Mi padre solía decir que no hay cosa que guste más a los dioses que el conseguir que un hombre viole un juramento.

—¿Un juramento? ¿Hiciste un juramento?

—Así es. Juré matar a cualquier hechicero con el que me encontrara. ¡Y mírame ahora!

Enfurecido de nuevo, consigo mismo y con todo lo demás, Gaviota no volvió a abrir la boca.

* * *

Un rato después Oles, el guardia callado al que le había tocado explorar el terreno aquel día, alzó la mano e hizo señas al leñador para que se reuniera con él. Gaviota le pasó las riendas a Lirio y bajó al suelo de un salto.

El guardia estaba inmóvil delante de un macizo de arbolillos. Gaviota miró por entre el encaje de sus ramas y vio que el suelo del bosque se convertía en una masa de turba pantanosa. El leñador dejó escapar un gemido.

—Es así por todo el noroeste —murmuró Oles. Tenía un frondoso bigote y una abundante cabellera que siempre estaba despeinada, y vestía un chaquetón de piel de oveja y unos pantalones muy holgados. El guardia espantó una mosca que se había posado en su oreja—. Yo diría que no hay forma de pasar, pero Liante no estará de acuerdo conmigo. Ese hechicero permanecerá cómodamente sentado dentro de su carro mientras el suelo intenta devorarnos.

Gaviota movió la mano de un lado a otro, ahuyentando a las moscas y los pequeños insectos surgidos del pantano que zumbaban a su alrededor.

—¿Y qué me dices del oeste?

—Todavía más cenagoso. Me hundí hasta las rodillas.

Oles señaló las numerosas manchas de barro seco que cubrían sus pantalones.

—¿El norte?

Hablar con Oles hacía que Gaviota también tendiera a emplear pocas palabras.

—Cuesta arriba. Seco, pero no podrías pasar. Los árboles son enormes.

Gaviota espantó una mosca y soltó un juramento.

—¿Qué infiernos...? Oh, Mangas Verdes.

Su hermana acababa de materializarse ante ellos, surgiendo de entre los arbolillos tan silenciosamente como un gamo. Mangas Verdes sostenía en las manos algo largo, flácido y gris: otro tejón. Oles contempló a la muchacha que acunaba una bestia salvaje sobre su seno.

Gaviota acarició la cabeza de su hermana.

—Tienes mucha suerte —dijo—. No puedes perderte, porque siempre estás perdida. O quizá sea que nunca lo estás...

Mangas Verdes emitió un burbujeo de interrogación. Después volvió la mirada hacia los carros y el pantano con su muralla de arbolillos, y dejó escapar un suave zureo de paloma.

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