El bokor (19 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
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—¿Me habla de exorcismos?

—Así es, y no debería decirlo usted con sorna, como si se tratara de algo que no existe.

—Es solo que me viene a la mente la imagen de la chica de la película lanzando vómito…

—¿Es usted un hombre de fe, señor Bronson?

—A mi manera…

—No hay maneras, se es o no se es.

—En ese caso debo ser de los que usted excluiría.

—No lo excluyo yo, lo hará el Cordero cuando regrese para reinar.

—Querida —dijo Alexander que no le gustaba la forma en que su mujer miraba al agente Bronson— el agente es solo un hombre más, al igual que yo y que miles…

—No necesitas disculparlo, aunque en algo tienes razón, ustedes dos son iguales.

—Lo dice usted como si fuera algo malo, señora McIntire.

—Creo que será mejor que suba a cambiarme las vendas —dijo con un aire infantil que desconcertó al policía.

—Vaya usted señora.

Una vez que Jenny había subido las escaleras, Alexander tomó a Bronson por los hombros quien pudo sentir la enorme fuerza que debía tener aquel hombre.

—Lo siento mucho agente, mi esposa no se encuentra bien y todo esto ha sido solo un lamentable encuentro, estoy seguro de que en otras circunstancias no actuaría como lo ha hecho.

—No se preocupe señor McIntire, comprendo bien a su mujer, perder un hijo debe ser algo desastroso.

—Pero no todos lo enfrentan de esta manera tan particular. Estoy seguro de que ha podido notar que mi esposa sufre cambios bruscos de estado de ánimo.

—Lo he notado. Debe ser muy duro para usted…

—Pues en algunas ocasiones se comporta como la mujer que he conocido toda la vida, la Jenny tierna y gentil, incapaz de romper un plato.

—Y en otras parece ser enérgica.

—Así es. Llega a asustarme con las cosas que dice, pero sé bien que no es lo que verdaderamente siente.

—¿Kennedy le ha ayudado en algo?

—No quiere verla como psiquiatra, de hecho me ha recomendado que la lleve donde un colega suyo, quiere evitar que mi esposa lo siga viendo como sacerdote y malinterprete las cosas que le sugiera.

—Señor McIntire, respecto al padre Kennedy…

—Es verdad, ha venido usted a preguntarme algo al respecto y casi no le hemos dado oportunidad.

—Quería preguntarle sobre la primera vez que vino a hablar con usted, cuando lo habían asaltado. ¿Diría usted que venía temeroso?

—¿Kennedy? Por supuesto que no, es un hombre de temperamento fuerte y venía de darle una paliza a esos hombres.

—¿Cómo describiría su estado de ánimo?

—Tendría que decir que venía sobre excitado, usted sabe, con una buena dosis de adrenalina corriendo por sus venas.

—Supongo que al marcharse ya se habría calmado.

—Creo que no ayudamos en eso, como le indiqué hace un rato, Jenny se puso algo insolente y reñimos en presencia del sacerdote, incluso Jenny intentó atacarme y creo que de alguna forma hizo daño al sacerdote.

—¿Se refiere a que lo golpeó?

—No ha llegado a tanto, pero si recuerdo que lo insultó sin razón.

—Eso no habrá ayudado sin duda a que el padre se calmara.

—Supongo que no, pero conociendo al sacerdote, de seguro golpeó la bolsa de arena hasta el cansancio y con eso alivió su estado de ánimo.

—Es probable.

—Teniente, ¿El que indague a Kennedy significa que puede estar involucrado de alguna forma con la muerte de esos hombres?

—Fue uno de los últimos que los vio con vida, así que debemos indagar cualquier relación.

—Sinceramente no me parece que Kennedy sea un guardián que por las noches se escapa a ajusticiar a los malhechores.

—Tampoco yo lo creo, pero no puedo dejar cabos sueltos. ¿Sabe usted si el padre ingiere con regularidad alcohol?

—Es una lástima, pero hace poco murió su amigo, un viejo compañero de Haití y sé que el hombre lo ha pasado mal. No me extrañaría que recurriera al licor. ¿Por qué lo pregunta?

—Cuando fuimos a visitarlo había una botella…

—Será de los que se embriaga en casa.

—Supongo que sí, no estaría bien visto a un sacerdote que ande de carnaval.

—Como no sería bien visto a un agente de policía. ¿Va usted a los carnavales?

—No tengo mucho tiempo y los carnavales solo significan más trabajo.

—A mi tampoco me gustan, demasiado tipo ebrio.

—¿No bebe usted?

—Como se habrá dado cuenta, cultivo mi cuerpo agente, nunca lo dañaría con alcohol o drogas.

—Un buen marine.

—Lo intento, aunque ya hace muchos años de eso.

—Bien señor McIntire, agradezco su gentileza de atenderme.

—Ha sido un placer.

—¡Ah, lo olvidaba! La segunda visita del padre. La que le hizo hace unas horas, ¿diría usted que estaba preocupado o nervioso?

—No, no lo diría, quizá un poco cansado.

—¿Cansado físicamente?

—Si se refiere al cansancio de alguien que mató a dos tipos y luego los subió para dejarlos colgando por los pies, pues no, tendría que decir que no.

—Lamento que la pregunta le resultara tan obvia.

—Supongo que es solo su trabajo, no podía dejar de preguntarlo si es que ha venido a mi casa para saber de Kennedy.

—Bueno señor McIntire, no lo molestaré más por ahora y hágame caso, busque ayuda para su mujer.

—Así lo haré.

Bronson salió de la casa de los McIntire e instintivamente miró hacia la ventana quebrada. Le pareció ver a Jenny asomándose por la ventana contigua pero el reflejo del sol en el vidrio le impidió fijar la mirada lo suficiente, cuando se acostumbró al destello, ya no había nada en la ventana.

Johnson refunfuñaba por tener que ir a la iglesia de nuevo, pero quería hablar con el padre Ryan sin que estuviera presente Kennedy. No sabía bien por qué, pero el sacerdote le daba mala espina, sentía que le estaba ocultando algo importante para su investigación y debía confrontarlo cuanto antes, sobre todo ahora que no estaba Bronson con él, de seguro a su compañero no le gustaría que acosara a un hombre de Dios.

Al llegar a la iglesia ya todo parecía estar en completa normalidad. Se veía que luego de recogidas las evidencias y apenas fue separado el cordón de no traspasar, se habían apurado a quitar aquellas manchas del piso y las huellas que dejara la vieja al caerse. No los podía culpar por eso, nada alejaría más a la gente de una iglesia que saber de aquel atroz crimen que se había cometido allí. Sintió que quizá habían liberado la escena del crimen muy pronto y que detrás de eso debía estar el arzobispo y sus contactos políticos.

—Buenas tardes agente —salió Ryan a recibirlo extendiéndole la mano.

Johnson no pudo evitar sentir un sentimiento de rechazo al estrechar aquellas manos femeninas, libres de callosidades y que parecía que habían visitado a la manicura ese mismo día.

—Buenas tardes padre Ryan, le agradezco que me reciba de nuevo.

—Estoy para servirles hijo, y entre más pronto aclaren esta monstruosidad tanto mejor.

—Veo que se han esmerado en limpiar.

—Estamos cerca de la cuaresma y la iglesia tendrá miles de visitantes, Monseñor se ha empeñado en que todo se hiciera cuanto antes.

—Además a la iglesia no le agradará un escándalo como éste supongo.

—Supone usted bien, a ningún negocio le viene bien la mala publicidad y aunque no nos anime el dinero…

—Tampoco desea que su competencia se valga de eso.

—Lo dice usted bien, joven, estamos compitiendo por el alma de los fieles y es una lucha encarnizada.

—Espero que esos dos tipos hayan tenido tiempo de arrepentirse y entregarle su alma a Dios.

—No puedo evitar oír que lo dice usted como algo divertido.

—Discúlpeme padre, no fue mi intención molestarlo.

—No lo ha hecho, supongo que su falta de fe es comprensible en alguien que ve tantas cosas como esta a diario.

—Tampoco exagere, los más de los casos no son tan macabros.

—Me alegra saber eso, aunque no se si debería, siendo que nos han elegido para dejar a estos hombres.

—Padre Ryan, ¿Conoce bien al padre Kennedy?

—Yo diría que bastante bien, a pesar de que no nos vimos por muchísimo tiempo. Ambos estudiamos juntos, aunque después tomamos caminos diferentes, él se hizo misionero en Haití y yo tomé el camino de oficiar y hacer caridad en mi propia tierra, algo que es menos loable pero igualmente importante.

—Ser misionero en Haití debe requerir un alto grado de sacrificio.

—No tiene usted idea de las penalidades que puede significar ir a ese lugar o a cualquier otro donde los misioneros van a llevar la fe.

—Eso habla bien de Kennedy.

—Es un buen sacerdote.

—Padre Ryan, ¿notó usted cambiado a su amigo cuando volvió de Haití?

—¿Cómo no cambiar luego de vivir lo que él vivió?

—Puede ser más explicito.

—No creo necesitarlo, usted debe saber que la vida en esa isla, lleno de privaciones, enfrentando a brujos y santeros, es algo espantoso.

—Aun así me gustaría que me hablara de los cambios que mostró.

—Pues Adam nunca fue muy comunicativo, pero luego de volver de Haití se hizo casi un ermitaño, éramos pocos los que conversábamos con él.

—¿Algunos nombres que pueda decirme?

—Pues los McIntire, alguno que otro sacerdote y por supuesto su amigo, el hombre que murió.

—¿Se refiere al chico Jeremy Sanders?

—No, me refería a Jean, se me escapa su apellido, el hombre que vivió con él en Haití, fue lamentable su deceso. Pero es verdad, también estaba el chico McIntire, no sabía que Sanders era su apellido.

—No han sido buenos días para Kennedy.

—Creo que no.

—¿Lo ha notado usted alterado últimamente, antes de la muerte de Jean?

—Lo normal, Adam es un hombre con mucho coraje.

—¿Violento?

—Podría decir que sí, pero es una violencia muy controlada, casi siempre enfocada hacia el bien.

—¿Casi siempre?

—Somos seres humanos joven, y el ser sacerdotes no nos priva de sentir enojo al igual que lo puede sentir usted o su compañero.

—¿Riñeron ustedes alguna vez?

—Muchas.

—Algún golpe.

—Válgame Dios, por supuesto que no, no aguantaría un solo puñetazo de ese hombre.

—Es como un toro ¿no?

—Es alguien que practicaba el boxeo en sus ratos libres, muchos decían que habría tenido un futuro como boxeador, hasta decían que tenía cierto parecido con Rocky Marciano.

—Pero nunca peleó profesionalmente…

—Ni siquiera como aficionado, solo hacía sombras y golpeaba la bolsa y pera, pero lo hacía con gran maestría.

—Padre, ¿ha hablado Kennedy con usted después de que encontraron estos cuerpos?

—Pues solo en presencia de ustedes y un poco más que se quedó hablando conmigo una vez ustedes se fueron.

—¿Algo en particular?

—Pues lo lógico, hablar de lo que había ocurrido en nuestra iglesia, era un tema obligado ¿No cree?

—Por supuesto. ¿Algo que pueda parecernos de interés, quizá algo que haya recordado?

—Eso es algo que debería preguntárselo a Adam.

—Si claro. Padre… —dijo luego de una pausa— ¿le pareció el padre Kennedy excesivamente preocupado o tal vez…?

—Adam es un hombre de bien, agente Johnson, no diré nada que pueda hacerlo pensar que Adam oculta algo.

—No era mi intención.

—Creo que si lo era y no lo culpo, es su trabajo…

—En fin, supongo que no hay mucho que pueda decirme.

—Creo que Adam buscará hablar con ustedes muy pronto.

—¿Qué lo hace pensar eso?

—No se, es solo un presentimiento —dijo Ryan sin poder evitar jugar con el crucifijo que colgaba de su cuello.

—Padre, el crucifijo…

—¿Qué hay con el? —dijo soltándolo y metiéndolo por dentro de su camisa.

—¿Tiene el padre Kennedy uno igual?

—No lo sé, han pasado muchos años desde que nos lo dieron y puede que lo haya perdido en Haití o que incluso lo haya vendido para hacer la caridad.

—Entiendo.

—¿Tiene usted alguna otra pregunta que hacerme? No quiero ser descortes, debo terminar de alistarme, no oficiaré hoy en esta iglesia y debo recorrer varias cuadras.

—Ha sido muy amable al atenderme.

—Para servirle agente Johnson y está invitado a venir a nuestra congregación cuando guste.

Johnson sonrió forzadamente, sabía perfectamente que ir a la iglesia no sería un acto que haría con gusto. Vio al sacerdote alejarse dentro de la iglesia y decidió aprovechar la cercanía para visitar de nuevo a Kennedy.

Capítulo XII

Puerto Príncipe, Haití, 1971

—El padre ha vuelto —dijo Nomoko a los gritos. Mama Candau salió de la cocina mientras se secaba las manos en un viejo delantal, parecía molesta aún y Kennedy prefirió no decir una sola palabra mientras la vieja se acercaba con unas compresas frías. Mirándolo muy fijo a los ojos, como si quisiera escrutarle el alma, le dijo:

—Ha tenido usted suerte.

—¿Qué me pasó? —dijo Kennedy finalmente con un hilo de voz.

—Es usted un hombre testarudo.

—Mama Candau, deseo pedirle que me disculpe, no debí…

—No se ocupe usted padre, Nomoko está bien, es usted quien me preocupaba.

—No sé qué me pasó, debí comer algo descompuesto o quizá haya sido otra vez un mosquito como cuando llegué a la isla…

—Piense lo que quiera, pero no vuelva usted a visitar a ese hombre.

—¿También usted piensa que la Mano me hechizó o algo por el estilo?

—Ese hombre tiene una magia poderosa, apenas si he podido volverlo al mundo de los vivos.

—A decir verdad, si me siento como debió sentirse Lázaro cuando el Señor lo resucitó de entre los muertos.

—Otros no han tenido tanta suerte como usted.

—¿A qué se refiere?

—A que todo esto que le ha pasado desde su llegada a la isla ya antes había sucedido. Diez años antes de que usted llegara, un hombre de Europa, un doctor, había venido a la isla a practicar su profesión, a su modo era una especie de misionero, creo que trabajaba para Médicos sin Fronteras. No bien vino a la isla empezó como usted a tener problemas con la Mano de los Muertos, se atrevió a desafiarlo, a enfrentarse a su forma de hacer medicina. El hombre montó una especie de hospital de campaña donde atendía a quienes se atrevían a desafiar a Doc. Muy pronto comenzó a correr por el pueblo el rumor de que Doc mataría al médico y a todos aquellos que osaran enfrentársele yendo a consulta donde el joven. Con el médico venía una chica guapa, creo que se trataba de su prometida, una mujer de pelo rubio y ensortijado, con grandes ojos verdes como esmeraldas. Pasados unos cuantos días, la mujer enfermó tal como lo ha hecho usted ahora, comenzó a vomitar y a tener convulsiones que espantaban a todos cuantos aun acudían al hospital. Una semana después la mujer moría sin despertar de una pesadilla atroz.

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