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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (77 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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Kalan posó una mano sobre el hombro de Meliadus y señaló hacia una máquina que se hallaba cerca de ambos y a la que nadie atendía. —¿Recordáis la máquina de la mentalidad? ¿La que utilizamos para probar la mente de Hawkmoon?

—Sí, la recuerdo —gruñó Meliadus—. Fue la que os indujo a creer que podíamos confiar en Hawkmoon.

—En aquella ocasión tuvimos que enfrentarnos con factores que no pudimos anticipar —dijo Kalan a modo de justificación—. Pero no es ésa la razón por la que os he mencionado mi pequeño invento. Se me ha pedido que la utilice esta mañana. —¿Quién os lo ha pedido?

—El mismo rey–emperador. Me ha llamado al salón del trono y me ha dicho que quería poner a prueba a un miembro de la corte. —¿A quién? —¿En quién se os ocurre pensar, milord? —¡Yo mismo! —exclamó Meliadus con expresión colérica.

—Exacto. Creo que, de una forma u otra, sospecha de vuestra lealtad, lord barón… —¿Hasta qué punto?

—No demasiado. Al parecer, Huon cree que podéis estar concentrando demasiado vuestros esfuerzos en planes excesivamente personales, y no lo suficiente en los intereses de sus propios planes. Creo que sólo le gustaría saber la fuerza de vuestra lealtad y si habéis abandonado vuestros planes personales… —¿Tenéis intenciones de obedecer sus órdenes, Kalan? —¿Me sugerís acaso que las ignore? —replicó Kalan encogiéndose de hombros.

—No… pero, ¿qué podemos hacer?

—Tendré que poneros en la máquina de la mentalidad, claro, pero creo que puedo obtener los resultados que más se adapten a nuestros propios intereses. —Kalan sonrió con una mueca, a modo de hueco susurro, cuyo sonido surgió de la máscara que llevaba puesta—. ¿Empezamos, Meliadus?

De mala gana, Meliadus avanzó, contemplando con nerviosismo la reluciente máquina de metal rojo y azul, con sus misteriosas proyecciones, sus pesados brazos laterales e instrumentos de aplicación desconocida para él. Su característica principal, sin embargo, era la gran campana que pendía sobre el resto de la máquina, y que colgaba de un complicado andamio.

Kalan apretó un conmutador y le hizo un gesto, con una expresión de disculpa.

—Antes teníamos esta máquina en una sala para ella sola, pero últimamente disponemos de muy poco espacio. Ésa es, desde luego, una de mis mayores quejas. Se nos pide que hagamos demasiadas cosas y se nos proporciona muy poco espacio para conseguirlas.

La máquina produjo un sonido parecido a la respiración de una bestia gigantesca.

Meliadus retrocedió un paso. Kalan volvió a sonreír con una mueca e hizo una seña a unos servidores con máscaras de serpiente para que acudieran a ayudarle a manejar la máquina de la mentalidad.

—Si sois tan amable de permanecer debajo de la campana, Meliadus, la haremos bajar en seguida —sugirió Kalan.

Moviéndose con lentitud y desconfianza, Meliadus ocupó un lugar situado bajo la campana y ésta descendió sobre él hasta cubrirle del todo, con sus lados carnosos adaptándosele al cuerpo hasta amoldarse a él por completo. Después, Meliadus sintió como si unos hilos calientes se le introdujeran en el cerebro, tanteándolo. Trató de gritar, pero su voz sonó apagada. Tuvo alucinaciones, visiones y recuerdos de su vida pasada, compuestas sobre todo de batallas y derramamientos de sangre, en las que el odiado rostro de Dorian Hawkmoon surgió a menudo ante sus ojos, adquiriendo miles de formas distintas, así como el rostro dulce y hermoso de la mujer a la que deseaba por encima de todo: Yisselda de Brass. Poco a poco, como a través de una eternidad, toda su vida pasó ante él hasta que hubo recordado todo lo que le sucedió en ella, todo aquello en lo que hubo pensado o soñado alguna vez, aunque eso no sucedió secuencialmente, sino por orden de importancia. Por encima de todas las cosas estaba el deseo que sentía por Yisselda, su odio contra Hawkmoon y los planes que abrigaba por destronar al rey Huon.

Después, la campana se elevó y Meliadus se encontró mirando una vez más la máscara de Kalan. Por alguna razón, el barón se sentía mentalmente purgado y de muy buen humor.

—Y bien, Kalan, ¿qué habéis descubierto?

—Por el momento, nada que no supiera ya. Pero tardaremos una hora o dos en procesar los resultados completos. —Se echó a reír y añadió—: Al emperador le divertiría mucho verlos.

—Sí. Pero espero que no llegue a conocerlos.

—Bueno, le enseñaremos algo, Meliadus. Algo que le demuestre que el odio que sentís contra Hawkmoon está disminuyendo, y que vuestro amor por el emperador es inconmovible y profundo. ¿No se nos dice que el amor y el odio están muy juntos? En consecuencia, y con un poco de ayuda por mi parte, vuestro odio contra Huon se convertirá en amor.

—Bien. Y ahora discutamos el resto de nuestro proyecto. En primer lugar, tenemos que encontrar un medio para conseguir que el castillo de Brass regrese a esta dimensión, o bien para llegar nosotros hasta donde esté. En segundo lugar tenemos que hallar el medio de reactivar la Joya Negra que Hawkmoon lleva incrustada en su frente, ya que de ese modo volveremos a tener poder sobre él. En último término, debemos diseñar armas y todo aquello que nos ayude a superar a las fuerzas de Huon.

—Desde luego —asintió Kalan—. Ya disponemos de los nuevos motores que inventé para las naves… —¿Las naves con las que se marchó Trott?

—En efecto. Esos motores impulsan las naves a velocidades muy superiores a las alcanzadas mediante cualquier otra cosa que se haya inventado. Por el momento, las naves de Trott son las únicas que están equipadas con ellos. Pero Trott no tardará en regresar para informar. —¿Adonde fue?

—No estoy seguro. Eso es algo que sólo conocían él y el rey Huon… Pero tiene que haber sido a bastante distancia, por lo menos a varios miles de kilómetros. Quizá en dirección a Asiacomunista.

—Parece probable —asintió Meliadus—. No obstante, olvidémonos por el momento de Trott y hablemos de los detalles de nuestro plan. Taragorm también está trabajando en un invento que puede ayudarnos a llegar al castillo de Brass.

—Quizá sería mejor que Taragorm se concentrara en esa línea de investigación, puesto que ésa es su especialidad, mientras yo me ocupo de intentar reactivar la Joya Negra —sugirió Kalan.

—Quizá —murmuró Meliadus—. Pero creo que será mejor consultar antes con mi cuñado. Os dejaré ahora y regresaré dentro de poco.

Y, diciendo esto, Meliadus llamó por señas a sus esclavas, que trajeron la litera. Subió a ella, le hizo un gesto de despedida a Kalan y ordenó a las jóvenes que le llevaran al palacio del Tiempo.

3. Taragorm del palacio del Tiempo

En el extraño palacio de Taragorm, que tenía la forma de un reloj gigantesco, el aire resonaba con los crujidos y los gongs de los péndulos y las ruedas dentadas. Taragorm, cuyo rostro aparecía cubierto por una enorme máscara reloj que indicaba el tiempo con la misma exactitud que todos los demás relojes del palacio, tomó a Meliadus por el brazo y lo condujo a través del salón del Péndulo donde, a corta distancia por encima de sus cabezas, el enorme péndulo de latón parecía latir de un lado a otro, balanceando pesadamente sus cincuenta toneladas de peso en forma de sol refulgente.

—Bien, hermano —casi tuvo que gritar Meliadus por encima del ruido—, me enviasteis un mensajero para decirme que teníais un mensaje que me gustaría escuchar, pero del que todavía no sé nada.

—En efecto. Me pareció mejor decíroslo en privado. —Taragorm condujo a Meliadus a lo largo de un corto pasillo y ambos entraron en una pequeña sala donde sólo había un reloj antiguo. Indicándolo con un gesto, dijo—: He aquí el que probablemente es el reloj más antiguo del mundo, hermano… Se le conoce como «el abuelo» y fue construido por Thomas Tompion.

—Jamás había oído ese nombre.

—Un maestro artesano…, el mayor de su época. Vivió mucho antes del inicio del Milenio Trágico. —¿De veras? ¿Y tiene esto algo que ver con vuestro mensaje?

—Desde luego que no.

Taragorm dio unas palmadas y se abrió una puerta lateral. En el umbral apareció una figura enjuta, con el rostro cubierto por una máscara de cuero sencilla y algo agrietada. La figura se inclinó de un modo extravagante ante Meliadus. —¿Quién es éste?

—Es Elvereza Tozer, hermano. ¿Recordáis su nombre? —¡Claro que sí! ¡El mismo que robó el anillo de Mygan y luego desapareció!

—Exacto. Decidle a mi hermano, el barón Meliadus, dónde habéis estado todo este tiempo maese Tozer…

Tozer volvió a inclinarse y después se sentó sobre el borde de la mesa, extendiendo los brazos. —¡He estado en el castillo de Brass, milord!

De pronto, Meliadus casi dio un salto para atravesar la estancia y agarró al sorprendido Tozer por la pechera de la camisa. —¿Que habéis estado dónde? —rugió.

—En… en el castillo de Brass, honorable…

Meliadus lo sacudió, casi levantándolo del suelo. —¿Cómo?

—Llegué a ese lugar por accidente… Fui capturado por Hawkmoon de Colonia… Fui hecho prisionero…, me quitaron el anillo… y me las arreglé para recuperarlo… Escapé… y regresé aquí —balbuceó Tozer. Amedrentado.

—Ha traído consigo cierta información que resulta de lo más interesante —intervino Taragorm—. Repetidla, Tozer.

—La máquina que los protege, lo que los mantiene en otra dimensión…, está guardada en las mazmorras del castillo…, cuidadosamente protegida. Se trata de un artefacto de cristal que obtuvieron de un lugar llamado Soryandum. Fue eso lo que los llevó allí, y es eso lo que les garantiza su seguridad. Lo que digo es cierto, milord…

—Es verdad, Meliadus —insistió Taragorm echándose a reír—. Le he sometido a prueba una docena de veces. Ya había oído hablar de esa máquina de cristal, pero no sospechaba que existiera todavía. Y eso, junto con el resto de la información que Tozer me ha proporcionado, creo que me permitirá conseguir algunos resultados. —¿Podéis hacernos llegar hasta el castillo de Brass?

—Oh, creo que podrá hacerse algo mucho más conveniente que eso, hermano…, dentro de muy poco tiempo, pues estoy bastante seguro de que podré traer hasta nosotros el mismo castillo de Brass.

Por un momento, Meliadus miró en silencio a Taragorm. Después, se echó a reír. Sus risotadas fueron tan grandes que amenazaron con apagar el increíble ruido producido por los relojes. —¡Por fin! ¡Por fin! ¡Gracias, hermano! ¡Gracias, maese Tozer! ¡Es evidente que el destino está de mi parte!

4. Una misión para Meliadus

Al día siguiente, sin embargo, Meliadus fue llamado ante la presencia del rey Huon, en la sala del trono.

Mientras se dirigía al palacio, Meliadus reflexionaba, sumido en sus propios pensamientos. ¿Le habría traicionado Kalan? ¿Acaso el científico le había comunicado al rey Huon los verdaderos resultados de la prueba efectuada con la máquina de la mentalidad? ¿O había sospechado algo el propio rey Huon? Después de todo, el monarca era inmortal. Había vivido durante dos mil años y, sin duda alguna, había aprendido mucho. ¿Eran los resultados falsificados de Kalan demasiado burdos como para engañar a Huon? Meliadus experimentó una sensación de pánico. ¿Significaba esto el fin de todo? ¿Ordenaría Huon a los guerreros de la orden de la Mantis que lo destruyeran en cuanto llegara a la sala del trono?

Las grandes puertas se abrieron ante él. Los guerreros mantis se situaron a ambos lados. En el extremo más alejado se encontraba el globo del trono, negro y misterioso.

Meliadus empezó a caminar hacia él.

Al llegar cerca, se inclinó, pero el globo del trono permaneció misteriosamente negro y sólido durante un rato. ¿Es que Huon estaba jugando con él?

Finalmente, el globo empezó a adquirir un tono azul oscuro, después verde y a continuación rosado, hasta que se puso blanco, dejando al descubierto una figura en forma de feto, cuyos ojos incisivos y malevolentes contemplaron intensamente a Meliadus.

—Barón…

—Señor, el más noble de los gobernantes.

—Nos agrada volver a veros.

Meliadus levantó la mirada, algo sorprendido. —¿Gran emperador?

—Nos alegra volver a veros, y deseamos honraros. —¿Noble príncipe?

—Sabéis que Shenegar Trott emprendió una expedición especial.

—Lo sé, poderoso monarca. —¿Y sabéis también adonde fue?

—No lo sé, luz del universo.

—Se dirigió a Amahrek para descubrir allí todo lo que pudiera sobre ese continente…, para comprobar si encontraríamos resistencia en caso de desembarcar nuestras fuerzas allí. —¿Queréis decir, inmortal gobernante, que al parecer encontró resistencia…?

—En efecto. Hace ya una semana o más que tendría que haber estado de vuelta para informarnos. Estamos preocupados. —¿Pensáis que ha muerto, noble emperador?

—Nos gustaría descubrir eso…, y descubrir también quién lo mató si ése fuera el caso.

Barón Meliadus, deseamos confiaros el mando de una segunda expedición.

Al principio, Meliadus se sintió lleno de furia. ¡Él en segundo lugar, por detrás de aquel grueso bufón de Trott! ¡Él perdiendo el tiempo, dedicado a recorrer las costas de un continente en busca del paradero de Trott! ¡No quería saber nada al respecto! Habría atacado el globo del trono ahora mismo si aquel senil estúpido no le hubiera podido despedazar en un instante. Controló su rabia lo mejor que pudo y un nuevo plan empezó a adquirir forma en su mente. —¡Me siento muy honrado, rey todopoderoso! —dijo con una burlona humildad—. ¿Puedo escoger a mis hombres?

—Si así lo deseáis…

—En tal caso llevaré conmigo a hombres en los que pueda confiar. Serán miembros de la orden del Lobo y de la orden del Buitre.

—Pero ellos no son marinos.

—Entre los buitres hay algunos marinos, emperador del mundo, y ésos serán precisamente los hombres que seleccione.

—Como digáis, barón Meliadus, como digáis.

Meliadus estaba sorprendido al saber que Trott había viajado hasta Amarehk, lo que le hizo experimentar más resentimiento, pues eso quería decir que Huon había confiado al duque de Sussex una misión que le habría correspondido a él por derecho. Otra cuenta que saldar, se dijo a sí mismo. Ahora se alegraba de haber esperado su momento, de modo que aceptó o pareció aceptar las órdenes del rey. De hecho, la misma persona a la que ahora consideraba como su mayor enemigo, después de Hawkmoon, acababa de poner entre sus manos una oportunidad de oro.

Meliadus aparentó reflexionar por un momento y después dijo:

—Si creéis que no se puede confiar en los buitres, monarca del espacio y del tiempo, me permito sugerir que podría llevarme entonces a su jefe… —¿Su jefe? Asrovak Mikosevaar está muerto… ¡Hawkmoon lo mató!

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