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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (19 page)

BOOK: El Aliento de los Dioses
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—Mira nuestra situación actual —dijo Denth—. Ya no tenemos jefe. Eso nos deja sin ninguna dirección real.

Vivenna vaciló. «¿Significa eso que su contrato ha terminado? Saben que soy una princesa de Idris. ¿Qué harán con esa información? ¿Por eso se quedaron aquí anoche, en vez de marcharse? ¿Planean chantajearme?»

Denth la miró.

—¿Ves eso? —preguntó, volviéndose hacia Tonk Fah.

—Sí. Lo está pensando.

Denth se acomodó más en su sillón.

—De eso exactamente estoy hablando. ¿Por qué asume todo el mundo que cuando el contrato de un mercenario se termina, los traicionarán? ¿Crees que vamos por ahí apuñalando a la gente sólo por diversión? ¿Crees que un cirujano tendrá este problema? ¿Le preocupa a la gente que en el momento en que dejan de pagar, el mercenario se ría como un maníaco y les corte los dedos de los pies?

—A mí me gusta cortar los dedos de los pies —apuntó Tonk Fah.

—Eso es diferente. No lo harías simplemente porque se te ha acabado el contrato, ¿verdad?

—No —admitió Tonk Fah—. Los dedos son los dedos.

Vivenna puso los ojos en blanco.

—¿Esto tiene algún sentido?

—El sentido es, princesa —respondió Denth—, que estabas pensando que íbamos a traicionarte. Tal vez desplumarte o venderte como esclava o algo así.

—Tonterías —dijo Vivenna—. No estoy pensando en nada de eso.

—Estoy seguro —replicó Denth—. El trabajo de mercenario es muy respetable… es legal en casi todos los reinos que conozco. Somos tan parte de la comunidad como el panadero o el pescadero.

—Pero no es que paguemos a los recaudadores de impuestos —precisó Tonk Fah—. Solemos apuñalarlos por diversión.

La princesa tan sólo sacudió la cabeza. Denth se inclinó hacia delante y habló en tono más serio.

—Lo que estoy intentando decir, majestad, es que no somos criminales. Somos trabajadores. Tu amigo Lemex era nuestro jefe. Ahora está muerto. Supongo que nuestro contrato pasa a ti, si lo quieres.

Vivenna sintió un leve atisbo de esperanza. ¿Pero podía confiar en ellos? A pesar de las palabras de Denth, le costaba tener fe en los motivos y el altruismo de un par de hombres que luchaban por dinero. Sin embargo, no se habían aprovechado de la enfermedad de Lemex, y se habían quedado incluso cuando podían haber desvalijado aquel lugar, marchándose mientras ella dormía.

—Muy bien —dijo—. ¿Cuánto os queda de contrato?

—Ni idea —contestó Denth—. Joyas se encarga de esas cosas.

—¿Joyas?

—El tercer miembro del grupo —dijo Tonk Fah—. Está haciendo sus cosas.

Vivenna frunció el ceño.

—¿Cuántos sois?

—Sólo tres —respondió Denth.

—A menos que cuentes las mascotas —puntualizó Tonk Fah, haciendo equilibrar al pájaro en su pie.

—Volverá dentro de poco —dijo Denth—. Se pasó anoche por aquí, pero estabas dormida. De todas formas, sé que nos quedan al menos pocos meses de contrato, y nos pagaron la mitad por adelantado. Aunque decidas no pagar el resto, probablemente te debemos unas semanas más.

Tonk Fah asintió.

—Así que si hay alguien a quien quieras matar, ahora es el momento.

Vivenna vaciló, y Tonk Fah se echó a reír.

—Vas a tener que acostumbrarte a nuestro terrible sentido del humor, princesa —dijo Denth—. Suponiendo, claro, que vayas a conservarnos.

—Ya he dado a entender que os conservaré —dijo ella.

—Muy bien. Pero ¿qué vas a hacer con nosotros? ¿Por qué has venido a la ciudad?

Vivenna no respondió inmediatamente. «No tiene sentido callarme —pensó—. Ya saben el secreto más peligroso: mi identidad.»

—He venido a rescatar a mi hermana —dijo—. A sacarla del palacio del rey-dios y encargarme de que regrese a Idris sana y salva.

Los mercenarios guardaron silencio. Finalmente, Tonk Fah silbó.

—Ambiciosa —comentó, mientras su loro remedaba el silbido.

—Es una princesa —le recordó Denth—. Tienden a serlo.

—Siri no está preparada para tratar con Hallandren —dijo Vivenna, inclinándose hacia delante—. Mi padre la envió en mi lugar, pero no soporto que tenga que servir como esposa del rey-dios. Por desgracia, si la cogemos y nos marchamos sin más, Hallandren probablemente atacará a mi patria. Tenemos que hacerla desaparecer de un modo que no se atribuya a mi pueblo. Si es necesario, podemos cambiarme por mi hermana.

Denth se rascó la barba.

—¿Bien? —preguntó Vivenna.

—Queda un poquito fuera de nuestra experiencia —dijo Denth.

—Lo nuestro normalmente es propinar tundas —dijo Tonk Fah.

Denth asintió.

—O, al menos, impedir que las personas reciban tundas. Lemex nos contrató en parte sólo como guardaespaldas.

—¿Por qué no pidió un par de soldados de Idris para que lo protegieran?

Denth y Tonk Fah intercambiaron una mirada.

—¿Cómo podría expresarlo con delicadeza? —dijo Denth—. Princesa, tu Lemex estaba sisando dinero al rey para gastárselo en aliento.

—¡Lemex era un patriota! —replicó Vivenna.

—Puede que sea así —respondió Denth—. Pero incluso un buen sacerdote no está a salvo de guardarse unas monedas del cepillo, como si dijéramos. Creo que tu Lemex pensó que sería mejor tener músculos de fuera, en vez de realistas de dentro, para su protección.

Vivenna se calló. Le seguía resultando difícil imaginar que el hombre reflexivo, astuto y apasionado que aparecía en las cartas de Lemex fuera un ladrón. Sin embargo, también era difícil imaginar a Lemex conteniendo tanto aliento como obviamente tenía. Pero ¿sisar? ¿Robar a la mismísima Idris?

—Siendo mercenario se aprende mucho —dijo Denth, acomodándose con las manos detrás de la cabeza—. Luchas contra un montón de gente, y te das cuenta de que empiezas a comprenderlos. Conservas la vida al adelantarte a ellos. La cosa es que la gente no es simple. Ni siquiera los idrianos.

—Aburridos, sí —observó Tonk Fah—, pero no simples.

—Tu Lemex estaba implicado en grandes proyectos —dijo Denth—. Creo sinceramente que era un patriota. Hay muchas intrigas en marcha en esta ciudad, princesa: algunos de los proyectos en que Lemex trabajaba tenían gran magnitud, y por lo que sé eran por el bien de Idris. Supongo que pensó que debería ser recompensado un poco por su patriotismo.

—Era un hombre amigable, por cierto —dijo Tonk Fah—. No quería molestar a tu padre. Así que hizo unos cuantos cálculos por su cuenta, se dio un ascenso, e indicó en sus informes que sus gastos eran más elevados de lo que en realidad eran.

Vivenna guardó silencio mientras asimilaba aquellas palabras. ¿Cómo podía alguien que robaba dinero a Idris ser también un patriota? ¿Cómo podía una persona fiel a Austre acabar con varios cientos de alientos biocromáticos?

Sacudió tristemente la cabeza. «He visto hombres que se situaban por encima de otros, y los he visto caer», citó para sí. Era una de las Cinco Visiones. No debería juzgar a Lemex, sobre todo ahora que estaba muerto.

—Esperad —dijo, mirando a los mercenarios—. Habéis dicho que sólo erais guardaespaldas. ¿Entonces qué hacíais ayudando a Lemex con sus «proyectos»?

Ambos hombres compartieron una mirada.

—Te dije que era lista —repuso Tonk Fah—. Es por no ser mercenaria.

—Somos guardaespaldas, princesa —dijo Denth—. Sin embargo, no carecemos de ciertas… habilidades. Podemos hacer que ocurran cosas.

—¿Cosas?

Denth se encogió de hombros.

—Conocemos gente. Es parte de lo que nos hace útiles. Déjame pensar en este asunto de tu hermana. Tal vez se me ocurra alguna idea. Es un poco como secuestrar…

—Cosa a la que no somos demasiado aficionados —dijo Tonk Fah—. ¿Lo hemos mencionado ya?

—Sí —contestó Vivenna—. Mal negocio. No hay dinero. ¿En qué «proyectos» estaba trabajando Lemex?

—No estoy exactamente seguro de conocerlos todos —admitió Denth—. Sólo vimos piezas: hacer encargos, preparar encuentros, intimidar a gente… Tenía algo que ver con trabajar para tu padre. Podemos averiguarlo, si quieres.

Ella asintió.

—Hacedlo.

Denth se puso en pie.

—Muy bien —dijo. Pasó junto al diván de Tonk Fah y dio un golpe en la pierna del hombretón, haciendo que el pájaro graznara—. Vamos, Tonk. Es hora de saquear la casa.

Tonk Fah bostezó y se sentó.

—¡Espera! —dijo Vivenna—. ¿Saquear la casa?

—Claro —respondió Denth, mientras empezaba a subir las escaleras—. Romper cualquier caja de seguridad oculta. Rebuscar en papeles y archivos. Descubrir en qué andaba el viejo Lemex.

—No le importará mucho —dijo el grandullón, poniéndose en pie—. Está muerto y todo eso, ya sabes.

Vivenna se estremeció. Seguía deseando haber podido dar a Lemex un funeral idriano adecuado, en vez de enviarlo al osario común de Hallandren. Hacer que un par de matones rebuscaran entre sus pertenencias parecía indecoroso.

Denth debió de advertir su incomodidad.

—No tenemos que hacerlo, si no quieres.

—Claro —dijo Tonk Fah—. Pero nunca sabremos qué preparaba Lemex.

—Continuad —ordenó Vivenna—. Pero voy a supervisaros.

—De hecho, dudo que lo hagas —dijo Denth.

—¿Y por qué?

—Porque no conozco a nadie que pida a un mercenario su opinión. Verás…

—Oh, seguid —dijo Vivenna, molesta, aunque inmediatamente se reprendió por su mal humor. ¿Qué le estaba pasando? Los últimos días debían de estar afectándola.

Denth tan sólo sonrió, como si encontrara divertido su estallido.

—Hoy es el día en que los Retornados celebran la Asamblea de la Corte, princesa.

—¿Y? —preguntó Vivenna con forzada calma.

—Pues que es también el día en que tu hermana será presentada a los dioses. Sospecho que querrás echarle un buen vistazo, para ver cómo le va. Si vas a hacerlo, tendrás que darte prisa. La Asamblea empezará dentro de poco.

La princesa se cruzó de brazos, sin moverse.

—Me han instruido sobre todas esas cosas, Denth. La gente corriente no puede entrar en la Asamblea. Si quieres ver los juicios, tienes que contar con el beneplácito de uno de los dioses, ser enormemente influyente, o tener suerte y ganar la lotería.

—Cierto —dijo él, apoyándose contra el pasamanos—. Si conociéramos a alguien con suficientes alientos biocromáticos para ser considerado inmediatamente importante, y por tanto ganara la entrada a la corte sin encontrarse con ninguna pega…

—Ah, Denth —dijo Tonk Fah—. ¡Hace falta tener al menos cincuenta alientos para ser considerado digno! Es un número altísimo.

Vivenna vaciló.

—Y… ¿cuántos alientos tengo yo?

—Oh, unos quinientos o así —dijo Denth—. Al menos, eso decía Lemex. Y lo creo. Después de todo, haces que brille la alfombra.

Ella bajó la mirada y vio por primera vez que estaba creando una zona de color aumentado a su alrededor. No era muy fuerte, pero se notaba.

—Será mejor que te pongas en marcha, princesa —dijo Denth, mientras continuaba subiendo las escaleras—. O llegarás tarde.

* * *

Siri estaba sentada, nerviosa, rubia de emoción, tratando de contenerse mientras las criadas la peinaban. La Celebración de la Boda, designación que le parecía inadecuada en este caso, había terminado por fin. Ahora tocaba su presentación formal ante los dioses de Hallandren.

Probablemente estaba demasiado nerviosa. No había pasado tanto tiempo. Sin embargo, la perspectiva de salir por fin, aunque sólo fuera para asistir a la corte, casi la mareaba. Por fin podría relacionarse con alguien aparte de sacerdotes, escribas y criados. Por fin conocería a algunos de los dioses de los que tanto había oído, hablar.

Además, el rey-dios estaría en la presentación. Las únicas veces que habría podido verlo, durante sus sesiones de miradas nocturnas, él estaba envuelto en sombras. Ahora, al menos lo vería a la luz.

Sonrió, examinándose en el gran espejo. Las criadas le habían arreglado el pelo de una manera sorprendentemente intrincada, parte trenzada, el resto suelto. Habían atado varios lazos a las trenzas y también los habían prendido al pelo suelto. Los lazos titilaron cuando volvió la cabeza. Su familia se habría sentido mortificada ante aquellos ostentosos colores. Siri sonrió con malicia, haciendo que su pelo se volviera un poco más dorado brillante para que contrastara mejor con los lazos.

Las mujeres sonrieron, satisfechas, y un par de ellas dejaron escapar contenidos «ooohs» ante la transformación. Siri se reclinó en su asiento, las manos en el regazo, para elegir los vestidos para su aparición ante la corte. Eran prendas elegantes, no tan complejas como las que llevaba al dormitorio, pero más formales que las que usaba cada día.

Los sacerdotes y criadas vestían de rojo. Eso hizo que Siri quisiera elegir otro color. Al final, se decidió por el dorado, y señaló dos vestidos de dicho tono, haciendo que las mujeres los acercaran para estudiarlos de cerca. Por desgracia, mientras lo hacía, las mujeres cogieron otros tres vestidos dorados de un armario rodante en el pasillo.

Siri suspiró. Era como si quisieran impedirle una elección irrazonablemente simple. Odiaba ver tantos modelos desaparecer cada día. Si tan sólo…

Hizo una pausa.

—¿Podría probármelos todos?

Las criadas se miraron unas a otras, un poco confundidas. Asintieron, transmitiendo con sus expresiones un sencillo mensaje: «Claro que puedes.» Siri se sintió como una tonta, pero en Idris nunca había tenido oportunidad de elegir antes. Sonrió, se puso en pie y dejó que le quitaran la bata y luego la vistieran con el primero de los atuendos, cuidando de no despeinarla. Se miró en el espejo y advirtió que el escote era bastante pronunciado. Estaba dispuesta a soportar el color, pero la cantidad de carne que las hallandrenses mostraban le seguía pareciendo escandalosa.

Asintió, dejando que le quitaran el vestido. Luego le pusieron el siguiente, un dos piezas con corsé separado. Cuando terminaron, Siri se miró en el espejo. Le gustaba, pero quería probarse también los otros. Así que, después de darse la vuelta e inspeccionar la espalda, asintió y pasó al siguiente.

Era una frivolidad. Pero ¿por qué le preocupaba tanto ser frívola? Su padre no estaba presente para mirarla con aquella cara severa y ceñuda. Vivenna estaba a un reino entero de distancia. Siri era la reina del pueblo de Hallandren. ¿No debería intentar aprender sus costumbres? Sonrió ante la ridícula justificación, pero se probó el siguiente vestido de todas formas.

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