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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (37 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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Khanam y Nahia permanecían en el mismo sitio en el que Ur'daar les había dejado desde que llegaron a la nave. Aunque ellos apenas lo notaban, estaban viajando ya en espacio abierto, a una elevada velocidad. Atrás quedaba Naarad, cada vez más pequeño en la distancia.

El científico se acercó de nuevo a su extraño anfitrión:

—Entiendo que esta es una nave preparada para alguien de tu especie. Pero, si vamos a estar aquí, necesitaremos un lugar en el que poder descansar.

—He tenido todo en cuenta. —Dijo Ur'daar.

Con un gesto de su mano, en el fondo de la sala en la que estaban, apareció un muro de energía dorada. Al cabo de unos segundos, ante ellos se materializaron habitaciones, muebles, camas, y sillas. Todo perfectamente colocado. Como si hubiera sido construido junto a la nave.

—Fascinante… —dijo Nahia.—. ¿Cómo lo has hecho?

—Somos seres de energía. Hemos aprendido a controlarla y modificarla para ajustarla a nuestras necesidades. En cierto modo, somos sus artesanos. Moldeamos aquello mismo que nos permite existir.

—Entonces, ¿por qué el bastón? —dijo, mirando al arma que le había acompañado desde que revelase su auténtica forma.

—Podemos controlar cómo nos afecta la energía. Pero al igual que el resto de especies del Universo, somos seres vivos. Sentimos dolor en combate. El bastón es mi arma en esas situaciones. Rara vez hemos luchado, y casi siempre en combate cuerpo a cuerpo, donde nuestras habilidades individuales son diferentes, a diferencia de nuestro manejo de la energía que es muy similar entre unos y otros.

—¿Podrías utilizar otro arma si quisieras? —preguntó de nuevo la joven curiosa.

—No. En el momento de nuestro paso a la adultez debemos elegir nuestra arma. A partir de ahí, esa manifestación de energía se convierte en nuestra seña de identidad. Algunos utilizan sables, otros lanzas. Pero cada uno tiene su propia arma. Es una de las cosas que nos permite diferenciarnos entre nosotros.

—¿La cinta de tu cabeza es real? ¿Es… ropa?

—No. Sólo es una manifestación más de energía, otra señal distintiva. Otros han preferido distinguirse mediante botas, o guantes, o chalecos. Al poder hacerlo así podemos conservar nuestra individualidad.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Khanam.

—Soy joven entre los de mi especie. Sólo tengo ciento catorce mil años.

—¿Joven? —dijo Nahia.—. Pero si eres más viejo que cualquier ser vivo de otras especies…

—Pero soy joven entre los míos. Algunos de los nuestros han superado los quinientos mil años de vida.

—Luego es cierto… —dijo de nuevo el científico.—. Esa es la edad que mencionan las leyendas. Decían que algunos de vosotros podíais vivir más de medio millón de años. Me pregunto si hubo alguien en el pasado que os encontrase.

—Hace millones de años hubo alguien. Sí. No es relevante hoy en día, pero fue una de las primeras veces que una especie creada por nosotros entró en contacto con los nuestros. Por eso siempre hemos evitado estar dentro de las áreas conocidas del Universo. Con los años, nuestras historias han ido convirtiéndose en leyendas. Vuestras breves vidas han ayudado a hacer que nadie pudiese saber siquiera cómo reconocernos.

—Esa metamorfosis… ¿es real? —preguntó de nuevo Khanam.—. ¿Puedes adoptar cualquier forma?

—Sí. Siempre que la replique bien, no serías capaz de ver la diferencia entre uno de tu especie y uno de la mía.

—Era fácil verla en ti, sin embargo. —Dijo Nahia.—. Tus ojos eran completamente negros. Los humanos no los tenemos así. —Se acercó a él dejándole ver sus bonitos ojos verdes—. ¿Lo ves?

—No había percibido ese detalle. —Se disculpó—. Se debe a mi falta de experiencia.

—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó Khanam.

—A un punto más allá de lo que vosotros denomináis universo conocido. Estaremos en una nave más grande. Allí podré mostraros lo que necesitáis comprender.

—¿Cuánto falta? —preguntó la joven.

—Todavía mucho. Deberíais descansar. —Les respondió.

Los dos se dirigieron a las habitaciones que les había preparado. Nahia se sentía emocionada. Iba a ser la primera mujer en descubrir a una especie completamente desconocida más allá de algunas leyendas. Ya había visto una pequeña muestra de su potencial, y se preguntaba hasta dónde podrían llegar las capacidades de aquellas fantásticas criaturas. Si sus palabras eran ciertas, estaban delante de sus padres cósmicos. Aquellos seres eran los responsables de la creación de la vida en la Tierra y en muchos otros planetas. Por tanto, eran responsables de que el Universo fuese tan variado.

Por su parte, Khanam se sentía todavía muy desestabilizado. La mayoría de las veces sólo podía limitarse a escuchar e intentar asimilar lo que aquel ser le contaba. Era evidente que había cosas que no podía comprender. No alcanzaba a imaginar cómo era posible que hubiera seres vivos hechos de energía pura. Mucho menos que pudiesen manipular ésta a su antojo para hacer con ella lo que les viniese en gana. Para colmo de males, clamaban ser los creadores de toda la vida del Universo. ¿Cómo se podía asimilar todo eso? Era cierto que la ciencia no había conseguido explicar satisfactoriamente de dónde había surgido la vida. Pero tampoco buscaban crearla. No era necesario preocuparse por aquel tipo de preguntas para poder hacer que sus especies avanzaran.

El viaje fue tranquilo. A juicio de Khanam, debían haber transcurrido dos días de travesía. No notaron ningún tipo de vibración o desplazamiento del transporte en el que se hallaban. Ni siquiera cuando finalmente entraron en la nave principal.

Fue el propio Ur'daar el que les guió por la gigantesca construcción. Aunque era una nave, era muchísimo más grande que ninguna construcción que hubiera podido imaginar. Sin embargo, sólo pudo ver un par de Ur'daeralmán en su interior.

—La mayoría no están aquí —dijo su compañero, leyendo sus pensamientos.—. Están buscando nuevos planetas que puedan ser candidatos a recibir la semilla.

—¿No les preocupa lo que pueda pasar a la Humanidad? —preguntó Nahia, mientras caminaban por un largo pasillo.

—Como os expliqué en Naarad, originariamente éramos neutrales. La mayoría lo siguen siendo. Aún sabiendo que algunos Tor'daeralmán están dispuestos a destruir lo que hemos creado.

—¿Y qué dicen a eso?

—Que pasará lo que tenga que pasar. Esa es nuestra filosofía. No interferir ante nada, ni siquiera ante otros de nuestra propia especie.

—La neutralidad del creador… —dijo Khanam.

—¿A qué te refieres? —preguntó su hija.

—Se dice que en la Tierra había muchas leyendas sobre nuestros antepasados. Muchos relatos fantásticos de seres con poderes divinos. Aquellos seres eran, según quienes los describían, benevolentes con los que les rendían pleitesía y crueles con los que se enfrentaban a ellos. Es decir, en esencia se les podía considerar neutrales, puesto que no tenían inconveniente en dispensar el bien o el mal según fuese necesario. Pero tú —dijo girándose hacia Ur'daar— me estás diciendo que vosotros sois puramente neutrales. Y que algunos de vosotros habéis ido hacia el bien, y otros hacia el mal. Es como si ahora tuviese que creer aquellas historias a pies juntillas y tuviese que arrodillarme a rendir pleitesía a alguno de esos dioses —dijo con un tono de rechazo.

—No somos… dioses. Ni lo pretendemos ser. Los míos solamente se dedican a cumplir con la misión que se nos encargó cuando vuestros mundos eran jóvenes. No pretendemos reinar sobre nada ni nadie.

—Y sin embargo, algunos de vosotros actuáis como si lo fueseis. Si me creo tus historias, ese tal Tor'ganil, sería el dios del mal, y tú lo serías del bien.

—Soy, por encima de todo, un guerrero de mi pueblo. Se me asignó proteger la semilla de la vida y extender su don por el Universo. Eso es lo que estoy haciendo. —Dijo Ur'daar.

Finalmente llegaron a una sala cuadrada de tamaño más reducido que las gigantescas instalaciones por las que habían caminado. Estaba completamente desprovista de cualquier adorno, y sus paredes eran totalmente lisas, de un tono grisáceo oscuro.

—Hemos llegado, Khanam. —Le dijo.

—¿Y ahora qué? —le preguntó el científico.

—Sé que a estas alturas tendrás cientos de preguntas en tu mente. Quitemos primero de en medio las que puedan nublar tu juicio. Pero antes… —se giró a Nahia— tengo algo especial para ti. Te servirá para poder tomar la elección correcta cuando llegue tu momento.

—¿Mi momento?

—No puedo decirte mucho, pero si todo sale como espero. Un día, te darás cuenta de que tienes una elección muy importante en tus manos. Espero que lo que descubras aquí estos días, sirva para que puedas decidir mejor.

Al cabo de unos segundos, pudieron ver a otro alienígena que se acercaba a ellos desde el extremo opuesto de la sala. Ante ellos se hallaba un ser idéntico en apariencia a Ur'daar. Pero éste blandía dos pequeños bastones, uno en cada mano, y su vestimenta distintiva era unos brazales blancos.

—Este es Ur'nodel. Igual que yo, es otro que ha abandonado su neutralidad. Los que compartimos ese hilo de pensamientos nos hacemos llamar Tarandún.

—Que significa guardianes de lo sagrado en nuestro idioma —dijo el nuevo visitante.

—¿Y vuestros nombres tienen significado? —preguntó de nuevo la joven.

—El mio —dijo Ur'daar— significa Guardián de las estrellas perdidas. El suyo, significa Guardián de un mañana incierto.

—¿Y… Tor'ganil?

Los dos seres guardaron silencio, finalmente, Ur'nodel desveló la respuesta:

—Significa Heraldo de la destrucción final.

—Se ha autoproclamado campeón del caos. Está dispuesto a llevarlo hasta el último confín del universo. —Añadió Ur'daar.

—¿También hay otros que piensan como él? —dijo Nahia.

—Sí… se hacen llamar Yerandil. Creen que el caos, en última instancia, tiene que ser lo que reine en todo el Universo.

Guardaron silencio durante unos incómodos minutos. Finalmente, Ur'nodel se dirigió a Nahia:

—Sígueme, tienes mucho que aprender todavía.

Khanam vio a su hija alejarse escoltada por aquella figura humanoide:

—No te preocupes, estará bien. Es mucho más fuerte de lo que aparenta.

—¿Qué vais a hacer con ella? —preguntó.

—Lo mismo que contigo. Ayudarla a entender el mundo que nos rodea. ¿Hay algo que me quieras preguntar?

El hombre guardó silencio durante unos instantes, para después dar rienda libre a sus pensamientos:

—¿Puedes ver el futuro?

—Podemos ver todos los futuros —replicó su improvisado mentor.

—¿Todos los futuros?

—Sí. El futuro no es una línea recta predefinida… Es como un gigantesco árbol cuyo tronco es el momento presente. Cada rama es una posibilidad, una elección. Puedo ver todas esas ramificaciones en el tiempo, pero no puedo saber cuáles se cumplirán porque esas decisiones no me corresponden.

—Entonces, la siguiente pregunta es obvia. ¿Qué es el tiempo?

—Es el fruto de las elecciones de todos los seres vivos del Universo. Estamos aquí, en esta sala, porque es hasta donde nos han llevado todas las elecciones que hemos hecho a lo largo de nuestras vidas. Si tú no hubieras abandonado Antaria, quizá nunca te hubiera encontrado. Aquel era un futuro posible. —Dijo Ur'daar.

—¿Cómo terminaba?

—En fracaso. En la victoria de Tor'ganil y el final de muchas especies inteligentes.

—¿Y ésta?

—No lo sé, porque todavía no has hecho una elección. —Respondió.

—¿Qué posibilidades hay? —preguntó de nuevo Khanam.

—Muchísimas. Casi infinitas. Pero resumiéndolo, podría describirte cinco posibilidades distintas de los millones que se abren ante nosotros: La primera, aceptas lo que te presento como una realidad que desconocías. La segunda, rechazas lo que ves e intentas escapar de esta nave por tus propios medios. En la tercera, tu rechazo te provoca hasta el punto de atacarme físicamente. En la cuarta, tus provocaciones son las que hacen que sea yo el que te ataque. En la quinta, por absurdo que te parezca, muere tu hija por culpa de un enfrentamiento entre ambos. Pero no puedo saber cuál de esas posibilidades, o de las otras, se cumple, hasta que tú lo hayas elegido. —Anticipándose a su siguiente pregunta, añadió.—. Por supuesto, algunas de ellas son menos probables que las demás.

—¿Y si no elijo nada?

—Entonces estás tomando una elección. La no elección es una en sí misma. Conduce al mismo camino, al triunfo de Tor'ganil.

Khanam guardó silencio durante unos segundos:

—No puedo aceptarlo. Me estás pidiendo que crea que tu especie puede ver todos los futuros posibles. Que nos has traído hasta aquí sólo porque creéis que algunas de esas elecciones nos llevarían al dominio de la raza humana a manos de un ser, que según vosotros es malísimo, pero del que nadie ha oído hablar. ¿Cómo se explica?

Ur'daar guardó silencio. El brillo dorado de su cuerpo desapareció, comenzó a cambiar de forma una vez más. Esta vez, ante el científico, había un hombre de su misma edad. En realidad, se dio cuenta de que se estaba viendo a sí mismo.

—¿Te parece una buena explicación?

—Metamorfosis, telepatía y algo similar a la precognición. —Dijo Khanam—. Todas esas cosas son físicamente imposibles. Sin embargo, aquí estás tú, haciéndolas como si fuesen un juego de niños…

—Nuestras habilidades pueden escapar a la comprensión de la mayoría de especies. Pero todo gira en torno a lo mismo. A la capacidad que hemos desarrollado de manipular la energía que nos rodea.

Tras unos segundos, Khanam pudo ver como su anfitrión regresaba a su forma normal:

—¿Qué otras habilidades tenéis?

—Muchas.

—¿Por ejemplo?

Ur'daar hizo un gesto con una de sus manos. Delante de ellos, a cierta distancia, apareció una esfera de energía. En tan sólo unos segundos, se había convertido en un bastón idéntico al que blandía en su mano derecha. Abrió la palma de su mano izquierda, y ante la sorpresa de Khanam, aquel objeto que yacía inerte en el suelo, salió volando hacia su mano.

—¿Cómo se supone que haces eso? —preguntó Khanam.

—Manipulamos la energía alrededor de los mismos objetos.

—A eso mi especie lo llamaba telekinesis. Mover objetos con el poder de la mente.

Ur'daar le miró extrañado:

—No lo has entendido. —Dijo—. Nuestras habilidades no vienen del poder de nuestra mente. Sólo usamos y manipulamos la energía que rodea nuestro mundo. Esa misma energía es la que nos permite ver los muchos caminos por los que puede fluir el tiempo. Somos uno con la energía del Universo. Por eso mismo es tan difícil para nosotros destruir a uno de los nuestros.

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