Drácula (46 page)

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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

BOOK: Drácula
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No tenía tanto sueño como debería; por consiguiente, antes de que se fueran le pedí al doctor Seward que me diera alguna pastilla para dormir, de cualquier tipo, ya que no había dormido bien la noche anterior. Con mucha habilidad, me preparó una droga adormecedora y me la dio, diciéndome que no me causaría ningún daño, ya que era muy ligera… La he tomado y estoy esperando a que el sueño me venza, lo cual me parece todavía algo lejano. Espero no haber hecho mal, ya que cuando el sueño comienza a apoderarse de mí, me asalta un nuevo temor; es posible que haya cometido una tontería al privarme del poder de despertar. Es posible que lo necesite. Ya tengo sueño. ¡Buenas noches!

XX
Del diario del Jonathan Harker

1 de octubre, por la noche.
Encontré a Thomas Snelling en su casa, en Bethnal Green; pero, desafortunadamente, no estaba en condiciones de recordar nada. El aliciente mismo de la cerveza que mi esperada visita había abierto ante él, resultó demasiado fuerte, y comenzó a beber demasiado pronto, antes de mi llegada. Sin embargo, supe, gracias a su esposa, una persona decente y tímida, que era solamente el asistente de Smollet, que de los dos era el responsable. De modo que me dirigí hacia Walworth y encontré al señor Joseph Smollet en su casa, en mangas de camisa, tomando una taza de té tardía, que levantaba de un platillo. Es un tipo honrado e inteligente, un trabajador de confianza y con una inteligencia y una personalidad que le son propias. Recordaba todo respecto al incidente de las cajas, y, sacando de un lugar misterioso de la parte posterior de su pantalón una libreta con las puntas de las hojas dobladas y las páginas cubiertas de jeroglíficos trazados con un lápiz de punta gruesa y con una escritura muy apoyada, me comunicó el punto de destino de las cajas. Había seis que había tomado en Carfax y las había depositado en el número ciento noventa y siete de Chicksand Street, en Mile End New Town, y otras seis que había depositado en Jamaica Lane, Bermondsey. En el caso de que el conde deseara distribuir sus fantasmales refugios por todo Londres, esos lugares habrían sido escogidos como punto de partida, de tal modo que a continuación pudiera distribuir completamente las cajas.

El modo sistemático en que todo aquello estaba siendo llevado a cabo me hizo pensar que eso no podría significar que el monstruo deseaba confinarse en dos lugares de Londres. Estaba situado ya en la parte este de la ribera norte, al este de la costa sur y al sur de la ciudad. Era seguro que no pensaba dejar fuera de sus planes diabólicos el norte y el oeste…, por no hablar de la City misma, y el corazón mismo del Londres elegante, al sudoeste y al oeste. Volví a ver a Smollet y le pregunté si podría decirnos si había sido sacada alguna otra caja de Carfax.

Entonces respondió:

—Bueno, señor, se ha portado usted muy bien conmigo —le había dado medio soberano y voy a decirle todo lo que sé. Oí a un hombre llamado Bloxam que decía hace cuatro noches en el Are and Ounds de Pincer’s Alley, que él y su compañero habían tenido un trabajo sucio y raro en una vieja casa de Purfleet. No son frecuentes aquí los trabajos de esa índole, y creo que Sam Bloxam podrá decirle algo más al respecto.

Le pregunté si le era posible indicarme donde podría encontrarlo. Le dije que si podía conseguirme la dirección, tendría mucho gusto en entregarle otro medio soberano.

De modo que tomó de un trago el resto de su té y se puso en pie, diciendo que iba a iniciar sus averiguaciones. En la puerta se detuvo, y dijo:

—Escuche, señor, no tiene sentido que espere usted aquí. Es posible que encuentre pronto a Sam, o que no lo haga, pero, de todos modos, no creo que se encuentre en condiciones de decirle muchas cosas esta noche. Sam es un tipo raro cuando saca los pies de sus casillas. Si puede usted darme un sobre con un sello de correos y su dirección, veré donde es posible encontrar a Sam y le enviaré los datos por correo esta misma noche. Pero será preciso que vaya a verlo muy de mañana si quiere encontrarlo, puesto que Sam se levanta temprano, por muy prolongada que haya sido la juerga de la noche anterior.

Eso resultó práctico, de modo que uno de los niños salió con un penique a comprar un sobre y una hoja de papel, y le di el cambio. Cuando regresó, le puse la dirección al sobre y le pegué el sello, y cuando Smollet me prometió otra vez que me enviaría la dirección por correo en cuanto la descubriera, me dirigí a casa. De todos modos, estamos sobre la pista. Esta noche me siento cansado y deseo dormir. Mina está profundamente dormida y tiene un aspecto demasiado pálido; sus ojos dan la impresión de que ha estado llorando. Pobre mujer, estoy seguro de que le es muy duro permanecer en la ignorancia y que eso puede hacer que se sienta doblemente ansiosa por mí y por todos los demás. Pero es mejor así. Es mejor sentirse decepcionado y ansioso, que tener los nervios destrozados. Los médicos tenían razón al insistir en que ella debía permanecer fuera de todo este terrible asunto. Debo mantenerme firme, puesto que la carga del silencio debe pesar sobre todo en mí. Ni siquiera puedo mencionar el tema ante ella, por ninguna circunstancia. En realidad, no creo que resulte una tarea difícil y dura, después de todo, ya que ella misma se ha hecho reticente en lo relativo a ese tema y no ha vuelto a hablar del conde ni de sus actos desde que le comunicamos nuestra decisión.

2 de octubre, por la noche.
Fue un día largo, emocionante, y de los que resultan una verdadera prueba. Por el primer correo he recibido la carta que me era destinada y que contenía una hoja sucia de papel, sobre el que habían escrito con un lápiz de carpintero y una mano demasiado pesada: «Sam Bloxam, Korkrans, 4, Poters Cort, Bartel Street, Walworth. Pregunte por el algacil».

Recibí la carta en la cama y me levanté, sin despertar a Mina. Estaba pálida y parecía dormir pesada y profundamente. Pensé no despertarla, pero en cuanto volviera de esa investigación, tomaría las disposiciones pertinentes para que regresara a Exéter. Creo que estará más contenta en nuestra propia casa, interesándose en sus tareas cotidianas, que estando aquí, entre nosotros, en la ignorancia de todo lo que está sucediendo. Vi solamente al doctor Seward durante un momento y le dije adónde me dirigía, prometiéndole regresar a explicarle todo el resto en cuanto pudiera descubrir algo. Me dirigí a Walworth y encontré con ciertas dificultades Potter’s Court. La ortografía del señor Smollet me engañó, debido a que pregunté primeramente por Poter’s Court en lugar de Potter’s Court. Sin embargo, cuando encontré la dirección, no tuve dificultades en encontrar la casa de huéspedes Corcoran. Cuando le pregunté al hombre que salió a la puerta por el «algacil», movió la cabeza y dijo:

—No lo conozco. No hay ningún tipo así aquí; no he oído hablar de él en toda mi vida. No creo que haya nadie semejante que viva aquí o en las cercanías.

Saqué la carta de Smollet y al leerla me pareció que la lección sobre la ortografía con que estaba escrito la dirección podría ayudarme.

—¿Quién es usted? —le pregunté.

—Soy el alguacil —respondió.

Comprendí inmediatamente que estaba en terreno seguro.

La ortografía con que estaba escrita la carta me volvió a engañar.

Una propina de media corona puso los conocimientos del alguacil a mi disposición y supe que el señor Bloxam había dormido en la casa
Corcaran
, para que se difuminaran los vapores de la cerveza que había tomado la noche anterior, pero que se había ido a su trabajo en Poplar a las cinco de la mañana. No pudo indicarme donde se encontraba el lugar exacto en que trabajaba, pero tenía una vaga idea de que se trataba de algún almacén nuevo y con ese indicio tan sumamente ligero me puse en camino hacia Poplar. Eran ya las doce antes de que lograra indicaciones sobre un edificio similar y fue en un café donde me dieron los datos. En el salón había varias mujeres comiendo. Una de ellas me dijo que estaban construyendo en Cross Angel Street un edificio nuevo de «almacenes refrigerados», y puesto que se apegaba a la descripción del alguacil, me dirigí inmediatamente hacia allá. Una entrevista con un guardián bastante hosco y con un capataz todavía más malhumorado que el guarda, cuyo humor hice que mejorara un poco con la ayuda de unas monedas, me puso sobre la pista de Bloxam; mandaron a buscarlo cuando sugerí que estaba dispuesto a pagarle al capataz su sueldo del día íntegro por el privilegio de hacerle unas cuantas preguntas sobre un asunto privado. Era un tipo bastante inteligente, aunque de maneras y hablar un tanto bruscos.

Cuando le prometí pagarle por sus informes y le di un adelanto, me dijo que había hecho dos viajes entre Carfax y una casa de Piccadilly y que había llevado de la primera dirección a la última nueve grandes cajas, «muy pesadas», con una carreta y un caballo que había alquilado para el trabajo. Le pregunté si podría indicarme el número de la casa de Piccadilly, a lo cual replicó:

—Bueno, señor, me he olvidado del número, pero estaba a unas cuantas puertas de una gran iglesia blanca, o algo semejante, que no hace mucho que ha sido construida. Era una vieja casona cubierta de polvo, aunque no tan llena de polvo como la casa de la que saqué las cajas.

—¿Cómo logró usted entrar, si estaban desocupadas las dos casas?

—Me estaba esperando el viejo que me contrató en la casa de Purfleet. Me ayudó a levantar las cajas y a colocarlas en la carreta. Me insultó, pero era el tipo más fuerte que he visto. Era un anciano, con unos bigotes blancos, tan finos que casi no se le notaban.

¡Esa frase hizo que me sobresaltara!

—Tomó uno de los extremos de la caja como si se tratara de un juego de té, mientras yo tomaba el otro, sudando y jadeando como un oso. Me costó un gran trabajo levantar la parte que me correspondía, pero lo conseguí y… no soy tampoco un debilucho.

—¿Cómo logró usted entrar en la casa de Piccadilly?

—Me estaba esperando también allí. Debió salir inmediatamente y llegar allí antes que yo, puesto que cuando llamé a la puerta, salió él mismo a abrirme y me ayudó a descargar las cajas en el vestíbulo.

—¿Las nueve? —le pregunté.

—Sí; llevé cinco en el primer viaje y cuatro en el segundo. Era un trabajo muy pesado, y no recuerdo muy bien cómo regresé a casa.

Lo interrumpí:

—¿Se quedaron las cajas en el vestíbulo?

—Sí; era una habitación muy amplia, y no había en ella nada más.

Hice otra tentativa para saber algo más al respecto.

—¿No le dio ninguna llave?

—No tuve necesidad de ninguna llave. El anciano me abrió la puerta y volvió a cerrarla cuando me fui. No recuerdo nada de la segunda vez, pero eso se debe a la cerveza.

—¿Y no recuerda usted el número de la casa?

—No, señor. Pero no tendrá dificultades en encontrarla. Es un edificio alto, con una fachada de piedra y un escudo de armas y unas escaleras bastante altas que llegan hasta la puerta de entrada. Recuerdo esas escaleras debido a que tuve que subir por ellas con las cajas, junto con tres muchachos que se acercaron para ganarse unos peniques. El viejo les dio chelines y, como vieron que les había dado mucho, quisieron más todavía, pero el anciano agarró a uno de ellos por el hombro y poco faltó para que lo echara por las escaleras; entonces, todos ellos se fueron, insultándolo.

Pensaba que con esos informes no tendría dificultades en encontrar la casa, de modo que después de pagarle a mi informante, me dirigí hacia Piccadilly. Había adquirido una nueva y dolorosa experiencia. El conde podía por lo visto manejar las cajas solo. De ser así, el tiempo resultaba precioso, puesto que ya que había llevado a cabo ciertas distribuciones, podría llevar a cabo el resto de su trabajo, escogiendo el tiempo oportuno para ello, pasando completamente inadvertido. En Piccadilly Circus me apeé y me dirigí caminando hacia el oeste; después de pasar el junior Constitutional, llegué ante la casa que me había sido descrita y me satisfizo la idea de que se trataba del siguiente refugio que había escogido Drácula. La casa parecía haber estado desocupada durante mucho tiempo. Las ventanas estaban llenas de polvo y las persianas estaban levantadas. Toda la estructura estaba ennegrecida por el tiempo, y de las partes metálicas la pintura había desaparecido. Era evidente que en el balcón superior había habido un anuncio durante cierto tiempo, que había sido retirado bruscamente, de tal modo que todavía quedaban los soportes verticales. Detrás de la barandilla del balcón vi que sobresalían varias tablas sueltas, cuyos bordes parecían blancos. Hubiera dado mucho por poder ver intacto el anuncio, puesto que quizá me hubiera dado alguna indicación en cuanto a la identidad de su propietario. Recordaba mi experiencia sobre la investigación y la compra de la casa de Carfax y no podía dejar de pensar que si podía encontrar al antiguo propietario era posible que descubriera algún medio para entrar en la casa.

Por el momento, no había nada que pudiera descubrir del lado de Piccadilly y tampoco podía hacerse nada, de modo que me dirigí hacia la parte posterior para ver si podía verse algo de ese lado. Las caballerizas estaban llenas de actividad, debido a que la mayoría de las casas estaban ocupadas. Les pregunté a un par de criados y de encargados de las cuadras, que pude encontrar, si podían decirme algo sobre la casa desocupada. Uno de ellos me dijo que había oído decir que alguien la había comprado en los últimos tiempos, pero no sabía quién era el nuevo propietario. Uno de ellos, sin embargo, me dijo que hasta hacía muy poco tiempo había habido un anuncio que decía «se vende» y que era posible que podrían facilitarme más detalles
Mitchell, Sons & Cand
y, los agentes de mudanzas, puesto que me dijo que creía recordar que ese era el nombre que figuraba en el anuncio para todos los informes. No deseaba parecerle demasiado ansioso a mi informador, ni dejar que adivinara demasiado, por lo cual, luego de darle las más cumplidas gracias, me alejé. Estaba oscureciendo y la noche otoñal estaba errándose, de modo que no quise perder el tiempo. Después de buscar la dirección de
Mitchell, Sons & Candy
en un directorio telefónico de Berkeley, me dirigí inmediatamente a sus oficinas, que se encontraban en Sackville Street.

El caballero que me recibió tenía unos modales particularmente suaves, pero no era muy comunicativo. Después de decirme que la casa de Piccadilly, que en nuestra conversación llamó «mansión», había sido vendida, consideró que mi interés debía concluir allí. Cuando le pregunté quién la había comprado, abrió los ojos demasiado y guardó silencio un momento antes de responder:

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