Drácula (17 page)

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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

BOOK: Drácula
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2 de agosto, medianoche.
Me desperté después de pocos minutos de dormir escuchando un grito, que parecía dado al lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a cubierta y choqué contra el primer oficial. Me dice que escuchó el grito y corrió, pero no había señales del hombre que estaba de guardia. Otro menos. ¡Señor, ayúdanos! El primer oficial dice que ya debemos haber pasado el estrecho de Dover, pues en un momento en que se aclaró la niebla alcanzó a ver North Foreland, en el mismo instante en que escuchó el grito del hombre. Si es así, estamos ahora en el Mar del Norte, y sólo Dios puede guiarnos en esta niebla, que parece moverse con nosotros; y Dios parece que nos ha abandonado.

3 de agosto.
A medianoche fui a relevar al hombre en el timón y cuando llegué no encontré a nadie ahí. El viento era firme, y como navegamos hacia donde nos lleve, no había ningún movimiento. No me atreví a dejar solo el timón, por lo que le grité al oficial. Después de unos segundos subió corriendo a cubierta en sus franelas. Traía los ojos desorbitados y el rostro macilento, por lo que temo mucho que haya perdido la razón. Se acercó a mí y me susurró con voz ronca, colocando su boca cerca de mi oído, como si temiese que el mismo aire escuchara: «Está aquí; ahora lo sé. Al hacer guardia anoche lo vi, un hombre alto y delgado y sepulcralmente pálido. Estaba cerca de la proa, mirando hacia afuera. Me acerqué a él a rastras y le hundí mi cuchillo; pero éste lo atravesó, vacío como el aire». Al tiempo que hablaba sacó su cuchillo y empezó a moverlo salvajemente en el espacio. Luego, continuó: «Pero como está aquí, lo encontraré. Está en la bodega, quizá en una de esas cajas. Las destornillaré una por una y veré. Usted, sujete el timón». Y, con una mirada de advertencia, poniéndose el dedo sobre los labios, se dirigió hacia abajo. Se estaba alzando un viento peligroso, y yo no podía dejar el timón. Lo vi salir otra vez a cubierta con una caja de herramientas y una linterna y descender por la escotilla delantera. Está loco; completamente delirante de locura, y no tiene sentido que trate de detenerlo. No puede hacer daño a esas grandes cajas: están detalladas como «arcilla», y que las arrastre de un lado a otro no tiene ninguna importancia. Así es que aquí me quedo, cuido del timón y escribo estas notas.

Sólo puedo confiar en Dios y esperar a que la niebla se aclare. Entonces, si puedo pilotear la nave hacia cualquier puerto con el viento que haya, arriaré las velas y me quedaré descansando, haciendo señales, pidiendo auxilio…

Ya casi todo ha terminado. Justamente cuando estaba comenzando a pensar que el primer oficial podría regresar más calmado, pues lo escuché martillando algo en la bodega, y trabajar le hace bien, subió por la escotilla un grito repentino que me heló la sangre; y apareció él sobre cubierta como disparado por un arma, completamente loco, con los ojos girando y el rostro convulso por el miedo. «¡Sálvame, sálvame!»., gritó, y luego miró a su alrededor al manto de neblina. Su horror se volvió desesperación, y con voz tranquila dijo: «Sería mejor que usted también viniera, capitán, antes de que sea demasiado tarde.
Está
aquí. Ahora conozco el secreto. ¡El mar me salvará de él, y es todo lo que queda!».. Antes de que yo pudiera decir una palabra, o pudiera adelantarme para detenerlo, saltó a la amura, y deliberadamente se lanzó al mar. Supongo que ahora yo también conozco el secreto. Fue este loco el que despachó a los hombres uno a uno y ahora él mismo los ha seguido. ¡Dios me ayude! ¿Cómo voy a poder dar parte de todos estos horrores cuando llegue a puerto? ¡Cuando
llegue
a puerto! ¿Y cuándo será eso?

4 de agosto.
Todavía niebla, que el sol no puede atravesar. Sé que el sol ha ascendido porque soy marinero, pero no sé por qué otros motivos. No me atrevo a ir abajo; no me atrevo a abandonar el timón; así es que pasé aquí toda la noche, y en la velada oscuridad de la noche lo vi, ¡a él! Dios me perdone, pero el oficial tuvo razón al saltar por la borda. Era mejor morir como un hombre; la muerte de un marinero en las azules aguas del mar no puede ser objetada por nadie. Pero yo soy el capitán, y no puedo abandonar mi barco. Pero yo frustraré a este enemigo o monstruo, pues cuando las fuerzas comiencen a fallarme ataré mis manos al timón, y junto con ellas ataré eso a lo cual esto —¡él! no se atreve a tocar; y entonces, venga buen viento o mal viento, salvaré mi alma y mi honor de capitán. Me estoy debilitando, y la noche se acerca. Si puede verme otra vez a la cara pudiera ser que no tuviese tiempo de actuar… Si naufragamos, tal vez se encuentre esta botella, y aquellos que me encuentren comprenderán; si no… Bien, entonces todos los hombre sabrán que he sido fiel a mi juramento. Dios y la Virgen Santísima y los santos ayuden a una pobre alma ignorante que trata de cumplir con su deber…

Por supuesto, el veredicto fue de absolución. No hay evidencia que aducir; y si fue el hombre mismo quien cometió los asesinatos, o no fue él, es algo que nadie puede atestiguar. El pueblo aquí sostiene casi universalmente que el capitán es simplemente un héroe, y se le va a enterrar con todos los honores. Ya está arreglado que su cuerpo debe ser llevado con un tren de botes por un trecho a lo largo del Esk, y luego será traído de regreso hasta el muelle de Tate Hill y subido por la escalinata hasta la abadía; pues se ha dispuesto que sea enterrado en el cementerio de la iglesia, sobre el acantilado. Los propietarios de más de cien barcazas ya han dado sus nombres, señalando que desean seguir el cortejo fúnebre del capitán.

No se han encontrado rastros del inmenso perro; por esto hay mucha tristeza, ya que, con la opinión pública en su presente estado, el animal hubiera sido, creo yo, adoptado por el pueblo. Mañana será el funeral, y así terminará este nuevo «misterio del mar».

Del diario de Mina Murray

8 de agosto.
Lucy pasó toda la noche muy intranquila, y yo tampoco pude dormir. La tormenta fue terrible, y mientras retumbaba fuertemente entre los tiestos de la chimenea, me hizo temblar. Al llegar una fuerte ráfaga de viento, parecía el disparo de un cañón distante. Cosa bastante rara, Lucy no se despertó; pero se levantó dos veces y se vistió. Por fortuna, en cada ocasión me desperté a tiempo y me las arreglé para desvestirla sin despertarla, metiéndola otra vez en cama. Es cosa muy rara este su sonambulismo, pues tan pronto como su voluntad es frustrada de cualquier manera física, su intención, si es que la tiene, desaparece, y se entrega casi exactamente a la rutina de su vida.

Temprano esta mañana nos levantamos las dos y bajamos hasta el puerto para ver si había sucedido algo durante la noche. Había muy poca gente en los alrededores, y aunque el sol estaba brillando y el aire estaba claro y fresco, las grandes olas amenazantes, que parecían más oscuras de lo que eran debido a que la espuma las coronaba con penachos de nieve, se abrían paso a través de la estrecha boca del puerto, como un hombre que camina a codazos entre una multitud. Sin razón aparente me sentí contenta de que Jonathan no hubiera estado en el mar, sino en tierra. Pero, ¡oh!, ¿está en tierra o en mar? ¿Dónde está él, y cómo? Me estoy poniendo verdaderamente ansiosa por su paradero. ¡Si sólo supiera lo que debo hacer, y si pudiera hacer algo!

10 de agosto.
Los funerales del pobre capitán, hoy, fueron de lo más conmovedor. Todos los botes del puerto parecían estar ahí, y el féretro fue llevado en hombros por capitanes todo el camino, desde el muelle de Tate Hill hasta el cementerio de la iglesia. Lucy vino conmigo, y nos fuimos muy temprano a nuestro viejo asiento, mientras el cortejo de botes remontó el río hasta el viaducto y luego descendió nuevamente. Tuvimos una vista magnífica, y vimos la procesión casi durante todo el viaje. Al pobre hombre lo pusieron a descansar cerca de nuestro asiento, de tal manera que nosotras nos paramos y, cuando llegó la hora, pudimos verlo todo. La pobre Lucy parecía estar muy nerviosa. Estuvo todo el tiempo inquieta y alterada, y no puedo sino pensar que sus sueños de la noche le están afectando. Hay algo muy extraño: no quiere admitirme a mí que hay alguna causa para su desasosiego; o si hay alguna causa, ella misma no la comprende. Hay un motivo adicional en el hecho de que el pobre anciano, el señor Swales, fue encontrado muerto esta mañana en nuestro asiento, con la nuca quebrada. Evidentemente, como dijo el médico, cayó de espaldas sobre el asiento, presa de miedo, pues en su rostro había una mirada de temor y horror, que los hombres decían los hacía temblar. ¡Pobre querido anciano! ¡Quizá ha visto a la muerte con sus ojos moribundos! Lucy es tan dulce y siente las influencias más agudamente que otra gente.

Ahora mismo está muy excitada por un pequeño detalle al que yo no le presté mucha atención, aunque yo misma quiero mucho a los animales. Uno de los hombres que siempre subía aquí para mirar los botes era seguido por su perro. El perro siempre estaba con él. Los dos son muy tranquilos, y yo nunca vi al hombre enojado, ni escuché que el perro ladrara. Durante el servicio el perro no quiso acercarse a su dueño, que estaba sobre el asiento con nosotras, sino que se mantuvo a unos cuantos metros de distancia y ladrando y aullando. Su dueño le habló primero suavemente, luego en tono más áspero, y finalmente muy enojado; pero el animal no quiso acercarse ni cesó de hacer ruido. Estaba poseído como por una especie de rabia, con sus ojos brillándole salvajemente, y todos los pelos erizados como la cola de un gato cuando se está preparando para la pelea. Finalmente, también el hombre se enojó, y saltando del asiento le dio puntapiés al perro, y luego, tomándolo por el pescuezo, lo arrastró y lo tiró sobre la lápida en la cual está montado el asiento. En el momento en que tocó la lápida la pobre criatura recobró su actitud pacífica, pero comenzó a temblar desesperadamente. No trató de irse, sino que se enroscó, temblando y agachándose, y se encontraba en tal estado de terror que yo traté de calmarlo, aunque sin efecto, Lucy también sintió compasión, pero no intentó tocar al perro sino que sólo lo miró con lástima. Temo mucho que tenga una naturaleza demasiado sensible como para que pueda andar por el mundo sin problemas. Estoy segura de que esta misma noche soñará con todo lo que ha sucedido. Toda la acumulación de hechos extraños (el barco piloteado hasta el puerto por un hombre muerto; su actitud, atado al timón con un crucifijo y rosarios; el emotivo funeral; el perro, unas veces furioso y otras aterrorizado) le dará abundante material para sus sueños.

Creo que para ella lo mejor sería retirarse a su cama, cansada físicamente, por lo que la llevaré a dar una larga caminata por los acantilados de la bahía de Robin Hood, y luego de regreso. No creo que después le queden muchas inclinaciones para caminar dormida.

VIII
Del diario de Mina Murray

Mismo día, 11 p.m.
¡Oh, cómo estoy cansada! Si no fuera porque he tomado como un deber escribir en mi diario todas las noches, hoy no lo abriría. Tuvimos un paseo encantador. Después de un rato, Lucy estaba de mejor humor, debido, creo, a unas pacíficas vacas que llegaron a olfatearnos en el campo cerca del faro, y nos sacaron completamente de quicio. Creo que lo olvidamos todo, excepto, por supuesto, el temor personal, y esto pareció borrarlo todo y damos la oportunidad de comenzar de nuevo.

Tomamos un magnífico «té a la inglesa» en una pequeña y simpática posada, de antiguo estilo, en la bahía de Robin Hood, con una ventana arqueada que daba a las rocas cubiertas de algas marinas en la playa. Creo que hubiéramos asustado a la «Nueva Mujer» con nuestros apetitos. ¡Los hombres son más tolerantes, benditos sean! Luego, emprendimos la caminata de regreso a casa, haciendo alguna o más bien muchas paradas para descansar, y con nuestros corazones en constante temor por los toros salvajes. Lucy estaba verdaderamente cansada, y teníamos la intención de escabullirnos a cama tan pronto como pudiéramos. Sin embargo, llegó el joven cura, y la señora Westenra le pidió que se quedara a cenar. Lucy y yo, ambas, tuvimos una pelea por ello con el molendero; yo sé que de mi parte fue una pelea muy dura, y soy bastante heroica.

Creo que algún día los obispos deben reunirse y ver cómo crían una nueva clase de curas, que no acepten a quedarse a cenar, sin importar cuánto se insista, y que sepan cuándo las muchachas están cansadas. Lucy está dormida y respira suavemente. Tiene más color en las mejillas que otras veces, ¡y su aspecto es tan dulce! Si el Señor Holmwood se enamoró de ella viéndola solamente en la sala, me pregunto qué diría si pudiera verla ahora. Algunas de las escritoras de la «Nueva Mujer» pondrían en práctica algún día la idea de que los hombres y las mujeres deben poder verse primero durmiendo antes de hacer proposiciones o aceptar. Pero yo supongo que la «Nueva Mujer» no condescenderá en el futuro a aceptar; ella misma hará la propuesta por su cuenta. ¡Y bonito va a ser el trabajo que tendrá! En esto hay alguna consolación. Esta noche estoy muy contenta porque mi querida Lucy parece estar bastante mejor.

Realmente creo que ya ha doblado la esquina, y que los problemas motivados por su sonambulismo han sido superados. Estaría completamente feliz con sólo tener noticias de Jonathan… Dios lo bendiga y lo guarde.

11 de agosto, 3 a.m.
No tengo sueño, por lo que mejor será que escriba. Estoy demasiado agitada para poder dormir. Hemos tenido una aventura extraordinaria; una experiencia muy dolorosa. Me quedé dormida tan pronto como cerré mi diario…

Repentinamente desperté del todo, y me senté, con una terrible sensación de miedo en todo el cuerpo; con un sentimiento de vacío alrededor de mí. El cuarto estaba a oscuras, por lo que no podía ver la cama de Lucy; me acerqué a ella y la busqué a tientas. La cama estaba vacía. Encendí un fósforo y descubrí que ella no estaba en el cuarto. La puerta estaba cerrada, pero no con llave como yo la había dejado. Temí despertar a su madre, que últimamente ha estado bastante enferma, por lo que me puse alguna ropa y me apresté a buscarla. En el instante en que dejaba el cuarto se me ocurrió que las ropas que ella llevara puestas me podrían dar alguna pista de sus sonámbulas intenciones. La bata significaría la casa; un vestido, la calle. Pero tanto la bata como sus vestidos estaban en su lugar. «Dios mío», me dije a mí misma, «no puede estar lejos, ya que sólo lleva su camisón de dormir». Bajé corriendo las escaleras y miré en la sala. ¡No estaba allí! Entonces busqué en los otros cuartos abiertos de la casa, con un frío temor siempre creciente en mi corazón. Finalmente llegué a la puerta del corredor y la encontré abierta. No estaba abierta del todo, pero el pestillo de la cerradura no estaba corrido. La gente de la casa siempre es muy cuidadosa al cerrar la puerta todas las noches, por lo que temí que Lucy se hubiera ido tal como andaba. No había tiempo para pensar en lo que pudiera ocurrir; un miedo vago, invencible, oscureció todos los detalles. Tomé un chal grande y pesado, y corrí hacia afuera. El reloj estaba dando la una cuando estaba en la Creciente, y no había ni un alma a la vista. Corrí a lo largo de la Terraza Norte, pero no pude ver señales de la blanca figura que esperaba encontrar. Al borde de West Cliff, sobre el muelle, miré a través del puerto hacia East Cliff, con la esperanza o el temor, no sé cuál, de ver a Lucy en nuestro asiento favorito. Había una luna llena, brillante, con rápidas nubes negras y pesadas, que daban a toda la escena una diorama de luz y sombra a medida que cruzaban navegando; por unos instantes no pude ver nada, pues la sombra de una nube oscurecía la iglesia de Santa María y todo su alrededor. Luego, al pasar la nube, pude ver las ruinas de la abadía que se hacían visibles; y cuando una estrecha franja de luz tan aguda como filo de espada pasó a lo largo, pude ver a la iglesia y el cementerio de la iglesia aparecer dentro del campo de luz. Cualquiera que haya sido mi expectación, no fue defraudada, pues allí, en nuestro asiento, la plateada luz de la luna iluminó una figura a medias reclinada, blanca como la nieve. La llegada de la nube fue demasiado rápida para mí, y no me permitió ver mucho, pues las sombras cayeron sobre la luz casi de inmediato; pero me pareció como si algo oscuro estuviera detrás del asiento donde brillaba la figura blanca, y se inclinaba sobre ella. Si era hombre o bestia, es algo que no puedo decir. No esperé a poder echar otra mirada, sino que descendí corriendo las gradas hasta el muelle y me apresuré a través del mercado de pescado hasta el puente, que era el único camino por el cual se podía llegar a East Cliff. El pueblo parecía muerto, pues no había un alma por todo el lugar. Me regocijó de que fuera así, ya que no deseaba ningún testigo de la pobre condición en que se encontraba Lucy. El tiempo y la distancia parecían infinitos, y mis rodillas temblaban y mi respiración se hizo fatigosa mientras subía afanosamente las interminables gradas de la abadía. Debo haber corrido rápido, y sin embargo, a mí me parecía que mis pies estaban cargados de plomo, y como si cada coyuntura de mi cuerpo estuviera enmohecida.

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