Desde donde se domine la llanura (5 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Incrédula, Megan la miró. ¿Cómo era posible que Gillian dijera aquellas barbaridades? Con decisión, se volvió hacia donde Niall estaba sentado y le vio sonreír. Pero Megan le conocía, y sabía que, a pesar de su sonrisa, lo que había escuchado le dolía.

Duncan, herido por lo que había dicho Gillian, se acercó a la joven y desesperada muchacha y siseó:

—Por supuesto que no te casarás con mi hermano. Pero no porque tú no quieras, sino porque él ha rechazado la proposición. Niall tampoco quiere tener nada que ver contigo.

Megan, con rapidez, miró a su cuñado, y éste, con la misma sonrisa absurda, asintió. Gillian gimió; ahora entendía la discusión que habían presenciado. Al ver su gesto derrotado, Megan le tomó las manos.

—A mí me parece que Niall podría ser un buen esposo. Sé juiciosa y piensa. Él siempre te ha querido y creo que aún te puede querer. —Al oír aquello, Niall se puso en pie. ¿Qué hacía Megan diciendo aquellas mentiras? Pero no podía decir nada, así que continuó escuchando—. Niall es un buen hombre; siempre lo ha sido y siempre lo será. Sé que ahora piensas que él ha cambiado, pero… no es así. Niall sigue siendo el muchacho que conociste antaño, y estoy segura de que si tú se lo pidieras, él aceptaría.

Levantándose como una flecha, Gillian cogió a su amiga del brazo y, apartándose de las curiosas miradas y oídos de los hombres, bufó:

—¿Te has vuelvo loca, Megan? ¿Cómo puedes decir eso después de lo que pasó entre él y yo?

—No, no me he vuelto loca.

—¡Oh, Megan!…, ¿cómo puedes estar haciéndome esto? —¿Recuerdas cuando a ti te parecía buena idea que yo me casara con Duncan y a mí no?

Duncan sonrió. Nunca olvidaría aquel día. Megan estaba deliciosa con su cara de enfado, negando una y otra vez que quisiera ser su mujer.

—No es lo mismo, Megan —se defendió Gillian.

—¿Por qué no es lo mismo?

Gillian no podía creer que su mejor amiga le estuviera proponiendo aquello. —En tu caso —contestó—, yo sabía perfectamente que Duncan y tú estabais hechos el uno para el otro. —Eso hizo sonreír a Megan—. Además, recuerda que tu abuelo y Mauled le hicieron prometer que cuidaría de ti. Y tú, en ese momento, necesitabas de la protección de Duncan para que no te ocurriera algo peor.

—¿En qué se diferencia lo que yo necesitaba a lo que tú necesitas ahora? ¿Acaso deseas casarte con Ruarke?

—¡Oh, Dios, qué asco! Se me revuelven las tripas de sólo pensarlo.

—Lógico, no es para menos —asintió su amiga.

—No, no quiero casarme con ese memo, ni quiero que me toque ni me bese. —Entonces, al pensar en Niall, murmuró—. Pero, Megan, Niall ha venido acompañado por una mujer, ¿no lo recuerdas?

—Sí. Y sé perfectamente que esa boba no significa nada para él. Y ahora deja de decir y hacer tonterías, y asume que Niall es lo que tú necesitas, al igual que yo necesitaba a tu juicio a Duncan.

—Duncan acaba de decir que Niall ha dicho que no —escupió Gillian—. Pero yo creo que…

—¡Imposible! —gritó Gillian, volviendo junto a los hombres para sentarse—. El cretino, maleducado y estúpido de tu cuñado está descartado como lo están todos los que he nombrado. Antes muerta que ser su mujer.

Tras un silencio sepulcral, de pronto se alzó la voz de Niall y la dejó petrificada.

—Milady, ¿podríais indicarme por qué estoy descartado de tan encantadora proposición?

Megan y Gillian se miraron, y esta última maldijo antes de volverse para ver a Niall sentado en un butacón en el fondo de la estancia, junto al hogar. Como Gillian no respondía, Niall se levantó y se acercó lentamente hacia ella. Se paró y la contempló desde su imponente envergadura.

—¿Debo pensar, milady, que huelo a rancio? ¿O quizá soy un sinvergüenza encantador? —preguntó con burla.

Duncan, al comprender la ironía de su hermano y ver la cara de Gillian, supo que aquello no terminaría bien.

Gillian se levantó para encararse a Niall y éste se encendió. Aquella mujer con gesto descarado y peores modales siempre le había gustado, y aún continuaba gustándole; pero mirándola con fingida indiferencia, siseó:

—¡Ah, perdonad! Recuerdo haber escuchado que para vos soy ¡un patán barbudo y un cretino! —Y agachándose frente a su cara, murmuró—: Lo que no habéis escuchado es que yo pienso de vos que sois una malcriada, una consentida, una maleducada y un sufrimiento como mujer, además de insoportable.

Rabiosa por lo que Niall decía, tragó saliva y se encaró a él. No le importaba que fuera más alto o más grande que ella. Con su estatura sabía perfectamente defenderse, y poniendo las manos en las caderas y estirándose, dijo:

—¡Patán! Sí, sois un ¡patán y un cretino! Y un ¡sinvergüenza! Pero en vuestro caso no sois encantador ¡Oh…, no! —gritó, furiosa—. Y prefiero casarme con cualquiera, incluso con uno de esos salvajes que tenéis como guerreros, antes que con vos. Sólo pensarlo me pone enferma.

Niall, con una mezcla de furia y diversión, sonrió, y tras mirar a su hermano, señaló:

—¿Sabéis, milady? En eso estamos de acuerdo. Yo me casaría con cualquiera antes que con una mimada como vos. Por lo tanto, ya podéis buscar a un tonto que os aguante, porque yo no estoy dispuesto a ello. Valoro demasiado mi vida, mi paz y mi tranquilidad como para casarme con una grosera y desconsiderada como vos. «¿Desde cuándo se tratan con tanto formulismo?», pensó Megan, desconcertada.

Buscó ayuda en los hombres, pero ninguno movió un dedo. Con rabia en la cara, Gillian levantó los brazos y le golpeó en el pecho. Estaba furiosa con él desde que se había marchado a Irlanda. Niall, ante aquellos golpes, apenas se movió, pero la asió por el brazo con gesto tosco. Axel se movió ligeramente, pero su abuelo Magnus, sujetándolo, le indicó que no se metiera.

Con el enfado en los ojos y en la voz, Niall miró a Gillian, y agachándose para acercar su cara a la de ella, siseó mientras la sujetaba con fuerza:

—¡Nunca! Repito: ¡nunca volváis a hacer lo que habéis hecho! Y por supuesto, nunca volváis a tocarme sin que yo os dé mi consentimiento. Porque si volvéis a hacerlo os juro que me dará igual quién esté delante, Gata. —Escuchar aquel apelativo la desconcertó. Sólo él la llamaba de ese modo—. Porque os cogeré y os azotaré hasta que aprendáis que a mí no se me trata así. —Soltándola con desprecio, miró a los que allí estaban y dijo—: Ahora, si no os importa, regresaré a la fiesta. Hay una bonita mujer esperándome a la que no le parezco un tosco patán, y no quiero que se impaciente ni un instante más.

Sin decir nada más ni mirarla, Niall se dio la vuelta, y después de cruzar una mirada muy seria con su cuñada, abrió la puerta y se marchó dando un portazo. Duncan, con gesto duro, asió de la mano a Megan, que no protestó, y seguido por su abuelo Marlob, salieron también de la habitación.

Gillian se había quedado tan petrificada por aquella reacción de Niall que cuando Magnus, su abuelo, pasó por su lado y no la miró, no supo qué decir. Sólo oyó la voz de su hermano, que antes de cerrar la puerta y dejarla sola, dijo:

—Tú lo has querido, Gillian. Anunciaré tu enlace. Dentro de seis días te casarás con Ruarke Carmichael.

Capítulo 6

A la mañana siguiente, cuando se despertó, se puso un vestido grisáceo, se calzó las botas y guardó allí la daga. Odiaba recordar cómo, la noche anterior, tras lo ocurrido en la estancia de Axel, Niall se había divertido con la prima de Alana, Diane, y Ruarke, una vez que su hermano hubo anunciado el compromiso matrimonial, se había pavoneado como un idiota ante todos, mirándola como una posesión. Después de una terrible noche en la que no había podido dormir, al bajar al salón lo encontró vacío, y suspiró, aliviada. No deseaba recibir ni una sola felicitación más. Odiaba a Ruarke tanto como la boda. Tras tomar el desayuno que Helda le obligó a tragar, se encaminó hacia las caballerizas. Necesitaba dar un paseo para despejar la cabeza. Cuando entró, miró a sus magníficos caballos,
Thor y Hada
. Al final se decidió por la preciosa yegua blanca de crines oscuras.

—Buenos días,
Hada
. ¿Te apetece correr un ratito? La yegua movió la cabeza, y Gillian sonrió, mientras
Thor
, impaciente, resoplaba.

Agarrándose a las crines del animal con una agilidad increíble, se impulsó y se subió sobre él.

—Hoy no utilizaremos silla. Necesito desfogarme para olvidarme de mi futura horrible vida, ¿de acuerdo,
Hada
?

La yegua pateó el suelo, y cuando Gillian salió de las cuadras, se dirigió hacia el bosque. Comenzó a lloviznar. Pero sin importarle las inclemencias del tiempo, clavó los talones en los flancos de la yegua y ésta comenzó a galopar. Según se internaban en el bosque,
Hada
aceleraba su paso. A Gillian le encantaba saltar riachuelos y cualquier obstáculo que se encontrara, y aquel camino se lo conocía muy bien.

Durante bastante tiempo, Gillian galopó como una temeraria amazona por las tierras de los McDougall, consciente de que se estaba alejando demasiado y empapando con la lluvia. Sabía que aquello, cuando regresara al castillo, no iba a gustar, pero le daba igual. De hecho, no quería regresar al castillo. No quería pensar que en cinco días, si no hacía algo para remediarlo, su destino quedaría unido al papamoscas de Ruarke y a su tediosa existencia.

Finalmente, cerca de un riachuelo se tiró de la yegua y la dejó descansar. Se lo merecía. Se resguardó bajo un árbol de la lluvia y, sacando la daga que llevaba en la bota, cogió un trozo de madera y lo comenzó a tallar. Pero como no había dormido la noche anterior sus párpados cansados le pesaban, y antes de que se diera cuenta, se quedó dormida.

No supo cuánto tiempo había pasado cuando el rugir de sus tripas la despertó. Sobresaltada, se desperezó y se levantó. Era de noche. Y mirando a su alrededor, buscó a la yegua. ¿Dónde estaba?

—¡
Hada
! —gritó.

Instantes después, Gillian oyó un ruido a sus espaldas y, volviéndose, la vio aparecer. Pero soltó un grito de horror al ver que cojeaba.

—¡Maldita sea,
Hada
! ¿Qué te ha pasado?

Angustiada, corrió hacia ella.

—Tranquila, preciosa…, tranquila —dijo, besándola en el hocico. Con cuidado, se agachó y miró la sangre que brotaba de una de sus patas. Con rapidez le limpió la herida con la falda y comprendió que se trataba de un corte limpio que se había hecho con algo, pero ¿con qué? Clavando la daga en la falda, rasgó la tela para poder vendar la pata al animal, y una vez hecho el torniquete, emprendió la vuelta a casa despacio. Sabía que estaba demasiado lejos y que la noche se le había echado encima, pero no pensaba ni montar en la yegua ni abandonarla. Ver al animal así y no poder hacer nada la mortificaba. Se sentía culpable. Seguro que se había hecho el corte en su alocada carrera.

Horas después, Gillian estaba empapada, agotada y congelada de frío. No había parado de llover. Agachándose, observó el vendaje de la yegua, que cada vez cojeaba más. De pronto, oyó el ruido de los cascos de varios caballos acercándose, y antes de que pudiera reaccionar, Niall y su salvaje ejército la miraba.

Al verla, él suspiró, aliviado. Cuando se enteró de que ella había desaparecido, pensó en lo peor. Llevaban parte del día buscándola. Dado lo ocurrido la noche anterior, temía que aquella loca hubiera hecho una tontería. Por ello al encontrarla su corazón se había tranquilizado. Sin embargo, con gesto serio y desde su caballo, preguntó:

—Milady, ¿estáis bien?

Cansada y tiritando de frío, le miró y, en un tono nada altivo, dijo:

—Mi yegua está herida y apenas puede andar. Niall, conmovido, bajó del caballo, mientras sus hombres miraban la escena con gesto impasible. Aquélla era la mujer que le había puesto el acero a Sam en la garganta. El
highlander
, acercándose hasta ella, que aún continuaba agachada, se preocupó por la herida del animal, y tras quitar el vendaje y comprobar que era un corte profundo, dijo mirándola:

—Creo que deberíais regresar al castillo. Vuestro hermano y vuestro
prometido
están intranquilos. —Al decir aquello se le agrió la voz, pero continuó—: No os preocupéis por vuestra yegua, alguno de mis hombres la llevará de vuelta.

—No, no quiero dejarla. Quiero regresar con ella. La preocupación que vio en sus ojos hizo que la sangre de Niall se calentara.

Levantándose fue hacia su caballo, y tras cruzar una mirada con Ewen, su hombre de confianza, cogió el plaid, se lo llevó a Gillian, y se lo echó por encima para que dejara de temblar.

—Si permanecéis aquí lo único que haréis será enfermar. Vuestro caballo debería descansar un rato antes de continuar. Esa herida es bastante fea y, si sigue adelante, se le puede complicar.

—Creo que Hada se ha herido por mi culpa… Yo tengo la culpa.

—No debéis culparos —la interrumpió Niall—. Las cosas, a veces, pasan sin saber por qué. Quizá vuestra yegua haya tropezado con algo y vos no habéis tenido nada que ver con ello. Ahora abrigaos; se ve que tenéis frío.

El tono de voz de Niall y su masculina presencia hicieron que Gillian se estremeciera. Tenerle tan cerca le hacía rememorar momentos pasados y sin saber por qué lo miró y sonrió. Él, consciente de aquella sonrisa, empezó a curvar sus labios justo en el momento en que aparecía Ruarke, que al verla empapada, con el vestido roto y en aquellas circunstancias, sin bajarse del caballo, espetó:

—¡Por todos los santos, querida!, ¿dónde os habíais metido, y qué os ha pasado? Gillian estaba tan perturbada por la cercanía de Niall que no supo qué contestar.

Por ello fue éste quien habló.

—Su yegua ha sufrido un accidente y…

—¡No me extraña! —lo interrumpió el memo de Ruarke—. Seguro que ella ha tenido la culpa de lo ocurrido. Sólo hay que ver cómo monta. —Y reprendiéndola ante todos, dijo—: Eso dentro de cinco días se acabará. Cuando regresemos a mis tierras, no volveréis a montar sin silla, y menos aún, saldréis vos sola a cabalgar.

Gillian resopló. De pronto, sus fuerzas habían vuelto, y Niall, conocedor de aquellos ruiditos, se apartó a un lado.

—¡Ruarke! —gritó, enfurecida—, callad esa boca odiosa que tenéis si no queréis tener problemas conmigo. Y en cuanto a que dentro de cinco días me casaré con vos, ¡aún está por ver!

Los salvajes hombres de Niall se carcajearon al escucharla. Ruarke, molesto, se bajó con torpeza del caballo y se dirigió hacia Gillian con paso decidido. Niall clavó su mirada en él. ¿Qué iba a hacer aquel idiota?

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