Desde donde se domine la llanura (16 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Entonces, todos la observaron con gesto grave. ¿Cómo podía decir aquello estando recién casada? Al darse cuenta de lo que había dicho, cerró los ojos y maldijo en silencio. Niall la cogió del brazo y, tras darle un tirón para acercarla a él, le siseó al oído:

—Recuerda, mujercita mía, no me enfades y no tendré que azotarte.

—¡Ja! Atrévete —exclamó, levantando el mentón. Incrédulo por su reacción, y enfadado por cómo sus guerreros lo miraban, Niall le exigió sin apenas mover los labios:

—Bésame y discúlpate.

—¡¿Qué?!

—Bésame. Todos nos miran.

Resoplando, se puso de puntillas, le echó los brazos al cuello y, clavándole puñales con los ojos, le dijo:

—Tesorito, disculpa lo que he dicho. Estoy nerviosa y… Él la agarró por la cintura, la alzó y, atrapando aquellos labios que tanto deseaba besar, se los devoró. Segundos después, oyó a sus hombres aplaudir. Abrió un ojo y vio a su cuñada Megan sonriendo. Pero también se percató de que uno de los ladrones se levantaba y, antes de desplomarse muerto, lanzaba una daga hacia ellos. Sin pensar en él, giró a su mujer para evitar que le alcanzara, pero con el movimiento, la estampó contra un árbol.

—¡Maldita sea! —gruñó ella—. Pretendes abrirme la cabeza, ¡so bestia! Él no contestó, pero la soltó. Gillian, entonces, vio la daga clavada en el hombro de su esposo y gritó, asustada:

—¡Ay, Niall!, ¡ay, Dios! ¡Te han herido!

—No me llames tesorito —respondió él, dolorido. Megan le atendió con rapidez y le hizo una primera cura después de sacarle la daga con delicadeza. Niall apenas cambió su gesto mientras la mujer le curaba, y Gillian, horrorizada, escuchaba a los hombres de su marido relatar cómo él la había protegido con su cuerpo, de modo que se sintió fatal.

Una vez que comprobaron que todos los apresores estaban muertos, los subieron a un par de caballos y regresaron al castillo, donde Axel se indignó al saber lo que había ocurrido en sus tierras. Duncan, preocupado por su hermano, le obligó, pese a las continuas negativas, a subir a la habitación para que su mujer pudiera terminar la cura. Allí, Megan y Shelma, bajo la atenta mirada de Gillian, le curaron y le cosieron la herida. Cuando acabaron se marcharon, dejándolos solos en la habitación.

Niall se encontraba desnudo de cintura para arriba, a excepción del vendaje que le cubría parte del hombro. Estaba sentado en el borde de la cama, con la espalda muy recta, mientras Gillian, apoyada en la ventana, se recreaba admirando la esplendorosa espalda de su marido. Sus hombros anchos, fuertes y morenos brillaban a la luz de las velas, y su musculosa espalda, plagada de cicatrices, le conmovió. Con deleite, bajó la vista hasta donde los pantalones comenzaban y suspiró al notar la sensualidad que aquel cuerpo transmitía.

—¿Quieres un poco de agua? —preguntó, cautelosa.

—No.

Intentando entablar conversación con él, volvió a preguntar:

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

Al ver lo difícil que Niall se lo ponía, volvió a atacar:

—¿Te duele el hombro?

—Esto para mí no es dolor.

Escuchar el dulce tono de la voz de Gillian lo destrozaba. Deseaba salir de aquella habitación, pero si lo hacía, su propio hermano o el de ella se le echarían encima, y no estaba de humor para discutir con nadie.

Con la respiración entrecortada por lo que sentía al tenerlo medio desnudo ante ella, tras un breve silencio dijo con voz aterciopelada:

—Gracias por no haber permitido que la daga se clavara en mí. Sé que… —Tú no sabes nada, Gillian. Cállate.

Pero pocos segundos después ella percibió un encogimiento del cuerpo de su marido.

—Niall, si te duele, a mí me lo puedes decir —murmuró. Primero, la miró con curiosidad, y luego quiso decir algo, pero no pudo. Ella era tan bonita, tan preciosa, que lo que menos quería hacer con ella era hablar. Al sentir su mirada, Gillian se movió, se puso delante de él y se agachó sin rozarle.

—Niall, déjame darte las gracias por no haber permitido que me ahogara en el lago y por impedir que la daga me alcanzara. —Al comprobar que él no respondía y deseosa de verlo sonreír, cuchicheó—: ¿Eres consciente de que hoy te podrías haber librado de mí?

Mirándola a los ojos fue consciente, sin embargo, de otra cosa: lo que más deseaba en aquel momento era hacerle el amor. Pero aquello era querer un imposible y, sonriendo por lo que ella había dicho, murmuró:

—Debería haberlo recordado. Creo que la próxima vez lo tendré en cuenta. Olvidando sus fricciones, ella le devolvió la sonrisa y él, hechizado por su preciosa mujer, dijo para acabar con aquella tortura:

—Descansa, Gillian. Mañana al amanecer partimos para Skye, y el viaje es largo. —Al ver que lo miraba asustada, añadió cerrando los ojos—: No te preocupes, duerme tranquila. No voy a propasarme.

Una mezcla de alivio y decepción inundó el interior de la joven, quien, incorporándose, se dirigió al hogar y encendió un par de velas más.

—Por el amor de Dios, Gillian, deja de iluminar la estancia o no podremos dormir. Ella se detuvo y, mirando con resignación las velas aún apagadas, murmuró: —Es que yo no puedo dormir a oscuras.

—¡¿Cómo?!

—No…, no me gusta la oscuridad.

—¿Te asusta?

Sin importarle qué pudiera pensar él, respondió con sinceridad:

—Sí, Niall. Nunca me ha gustado la oscuridad. Sorprendido por aquella revelación, dio unos golpes en la cama con la mano y en un tono más afable le indicó:

—Acuéstate. Yo estoy aquí, y nada tienes que temer. Con las pulsaciones a mil, deseó salir corriendo de allí, e incapaz de hacerle caso, buscó una excusa.

—Niall, yo me muevo mucho en la cama y no quiero hacerte daño en el hombro. Lo mejor será que yo duerma en la silla. —Y sentándose en ella, dijo—: Es muy cómoda.

—Ni lo pienses, mujer.

Se levantó, tiró de ella y la obligó a tumbarse a su lado.

—Dormirás en la cama conmigo, y no se hable más.

Al ver que ella lo miraba con la cabeza apoyada encima de la almohada, no pudo evitarlo y rozándole con su callosa mano el óvalo de la cara le susurró, poniéndole la carne de gallina:

—Duerme, Gillian. Confía en mí.

Una vez que dijo aquello, Niall con todo el dolor de su corazón se volvió hacia la puerta, y Gillian intentó dormir, aunque no lo consiguió.

Capítulo 20

Gillian cabalgaba sobre
Thor más callada de lo normal, mientras observaba en la lejanía
cómo uno de aquellos
highlanders
barbudo trataba con mimo a
Hada
. Todavía cuando cerraba los ojos oía el sonido regular de la respiración de Niall en su cama. Eso la hizo suspirar. Aquella noche había sido la primera que había compartido lecho con un hombre. Con su marido. Con Niall. Durante años había imaginado ese momento lleno de ternura y pasión, y no como lo que fue: una noche llena de sentimientos contradictorios y soledad.

Megan y Shelma, que cabalgaban junto a ella, intentaron entablar conversación, pero rápidamente comprobaron que no estaba muy habladora. ¿Qué le pasaba a Gillian? Tras cuchichear entre ellas llegaron a la conclusión de que la tristeza por alejarse de su hogar y su familia era lo que la mantenía tan abstraída.

Para Gillian, haberse despedido de su hermano Axel, de su abuelo Magnus y de todas las personas que en el castillo habían convivido con ella desde que nació había sido lo más duro que había tenido que hacer en su vida. Y como no quiso dejarlos tristes, hizo caso del consejo de Niall, y con una fantástica sonrisa de felicidad, se despidió de ellos, prometiendo volver pronto a visitarlos.

Durante las largas horas de cabalgada se fijó con curiosidad en los hombres de su marido. Todos iban sucios y eran espeluznantes, groseros y sin ninguna clase. Nada que ver con los guerreros de Duncan o Lolach. Tiempo atrás había oído que la mayoría de ellos eran asesinos, pero cuando Cris le dijo que aquello no era verdad quiso creerla. Sin embargo, al sentir sus miradas y cómo le sonreían con sus toscos modales, lo comenzó a dudar.

Llegada la tarde, los lairds ordenaron parar. Todos estaban hambrientos. Con rapidez, varios hombres, tras encender una fogata, comenzaron a cocinar. En todo aquel tiempo, Niall no la había mirado ni una sola vez, ni había hablado con ella, y cuando Gillian vio que se bajaba de su imponente caballo e iba hacia la carreta de Diane, blasfemó. Entonces, ambos se dirigieron juntos hacia el bosque y quiso degollarlos.

«¡Malditos…, malditos sean!», pensó, furiosa. Indignada por aquella humillación ante todos, clavó sus talones en
Thor
, pero al sacar la espada el bueno de Ewen atrapó las riendas del caballo y la detuvo.

<—No es buena idea, milady.

Tan ofuscada estaba que no respondió y, finalmente, dejó que el hombre la guiara hasta donde estaban los caballos de su nuevo clan. El clan de Niall.

Malhumorada por aquel desplante, descabalgó de un salto del caballo y, de pronto, se encontró en medio de todos aquellos barbudos malolientes. Sin querer asustarse por la pinta que tenían, levantó el mentón y comenzó a caminar; pero una rama traicionera le hizo dar un traspié; y si no hubiera sido porque Ewen la sujetó, habría acabado en el suelo. Como era lógico, los hombres prorrumpieron en carcajadas.

—¡Qué te estampas, mujer! —gritó uno.

—Un poco más y besas el suelo, rubita —se carcajeó otro. Ewen, al ver cómo ella resoplaba, la miró y le indicó:

—No son malas personas, señora, pero no saben cómo trataros. Dadles tiempo y os aseguro que terminaréis sintiéndoos orgullosa de ellos. Gillian se alisó la falda, dispuesta a darles el voto de confianza que Ewen le pedía.

—Como sabéis, me he casado con vuestro laird y me debéis un respeto. Mi nombre es Gillian. No rubita, ni mujer, ni nada por el estilo. Por lo tanto, os ruego, caballeros, que me llaméis milady.

—¡Oh, cuánta delicadeza! —rió uno de ellos, y los otros lo imitaron. Gillian, mirándolos, se convenció de que aquellos brutos sólo entenderían las cosas si los trataba con brutalidad, así que decidió cambiar el tono:

—Al próximo al que le oiga llamarme rubita, muchacha o cualquiera de los calificativos que estáis acostumbrados a usar cuando veis a una mujer, os juro por mis padres que se las tendrá que ver conmigo.

Sorprendidos por la osadía de aquella pequeña mujer de pelo claro, se miraron y prorrumpieron en carcajadas. Gillian, volviendo sobre sus pasos, llegó hasta el caballo, cogió la espada y la alzó ante todos.

—¿Quién quiere ser el primero en medir su gallardía conmigo? —preguntó. Ewen, acercándose a ella, dijo:

—Milady, creo que no deberíais…

Gillian lo miró y, tras pedirle silencio, se volvió de nuevo hacia aquellos barbudos.

—Acaso creéis que me dais miedo porque yo soy una mujer, o pretendéis que me sienta inferior porque soy más pequeña y delicada que vosotros.

—No, guapa; sólo pretendemos que no te hagas daño —voceó un hombre de incipiente barba rubia.

Gillian le clavó sus fríos y azules ojos y se acercó a él.

—Dime tu nombre.

Incómodo por cómo todos lo miraban, respondió:

—Donald Howard.

Gillian, al observar la corpulencia del hombre, bajó la espada, y le tendió la mano.

—Encantada de conocerte, Donald. —Y asiéndose la falda, hizo una pequeña genuflexión.

El
highlander
, desconcertado, miró a sus compañeros, que se encogieron de hombros. Al ver que ella seguía con la mano tendida hacia él, miró a Ewen, y éste, con un gesto rápido, le indicó que le besara la mano.

—Lo mismo digo, gua…, digo, milady —respondió, besándosela, mientras hacía el mismo movimiento con la pierna que ella.

Divertida, Gillian comprendió que aquel salvaje no sabía lo que tenía que hacer.

—No debes agacharte como yo. Cuando un hombre saluda a una dama con educación, tras besarle la mano, sólo tiene que inclinar la cabeza. Donald seguía perplejo.

—Ewen, ¿podrías indicarles a estos caballeros cómo se saluda a una mujer? —pidió Gillian.

El aludido se acercó a ella hasta quedar enfrente, y al ver su gesto pícaro, sonrió. A pesar de que habían pasado seis años desde la última vez que la había visto, aquella joven seguía siendo una criatura encantadora.

—¿Cómo os llamáis? —preguntó ella amablemente.

—Pero ¡mujer! Si lo acabas de llamar por su nombre —gritó uno al escucharla.

—Quizá se ha dado un mal golpe en la cabeza y ha perdido la memoria —se mofó otro.

—O bebió demasiada agua del lago —gritó un pelirrojo, que consiguió que todos soltaran una nueva carcajada.

Gillian maldijo lo catetos que eran.

—Ya sé, maldita panda de salvajes, que Ewen se llama Ewen —gritó—. Sólo quería demostraros cómo se hace, malditos estúpidos.

Rieron de nuevo, pero Gillian no se rindió.

—¿Cómo os llamáis, caballero? —volvió a preguntar a Ewen.

—¿¡Caballero!? Pero si Ewen es un maldito
highlander
; ¡qué dice esta mujer de caballero! —gritó una voz al lado de Gillian.

Con una rapidez espectacular, Gillian se revolvió y, dejándolos a todos boquiabiertos, pasó su acero a tan escasos centímetros de la cara del que había hablado, que le arrancó un buen trozo de barba.

—Si alguno más vuelve a interrumpirme —tronó—, os juro que lo próximo que haréis será cavar su tumba, ¿entendido?

Todos se quedaron mudos, incluso parecía que no respiraban, y Gillian, tras pasar su mirada por encima de ellos, se volvió a un jovial Ewen y preguntó de nuevo:

—¿Cómo os llamáis, caballero?

—Ewen McDermont.

—Encantada de conoceros.

Gillian flexionó las rodillas, inclinó con gracia la cabeza y levantó su mano, y Ewen, cogiéndosela con suavidad, inclinó también la cabeza y le dio un delicado beso en los nudillos.

—El honor es mío, milady —dijo.

Una vez que acabaron la representación, Gillian se volvió hacia los hombres y les gritó:

—A partir de este momento no pretendo que me beséis la mano cada vez que me veáis, pero sí quiero que aprendáis por lo menos a tratarme, porque no voy a consentir que ninguno me vuelva a llamar por otro nombre que no sea el que me corresponde, ¿lo habéis entendido?

Todos la miraron, pero ninguno respondió. De pronto, Gillian se percató de que uno de aquellos salvajes se daba la vuelta para marcharse sin más. Rápidamente se sacó la daga de la bota y la lanzó con destreza; el arma pasó rozando la oreja del hombre y se clavó en un árbol. Sorprendido, se paró y, tras tocarse la oreja y ver sangre, se volvió para encontrarse con las caras de confusión de los otros y el gesto de enfado de Gillian.

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