Lentamente, con curiosidad, Mark abrió la túnica y sacó la tarjeta de comu de Gregor del bolsillo interior, junto al pecho. La colocó en el escritorio de la comuconsola. Miró con los ojos muy abiertos el pedacito anónimo de plástico, como si tuviera un mensaje en código para sus ojos solamente. Le parecía que lo tenía.
Tú sabías. Sabías, ¿no es cierto, Gregor, hijo de puta? Estuviste esperando que yo me diera cuenta por mí mismo
.
Con decisión súbita, metió la tarjeta en la ranura de la comuconsola.
Esta vez no hubo máquinas. Un hombre vestido de civil le contestó inmediatamente, pero no se identificó.
—¿Sí?
—Soy Lord Mark Vorkosigan. Supongo que estoy en su lista. Quiero hablar con Gregor.
—¿Ahora, milord? —dijo el hombre sin inmutarse. La mano le bailaba sobre las teclas a un lado.
—Sí. Ahora. Por favor.
—Le paso. —El hombre desapareció.
La placa de vídeo permaneció a oscuras, pero el audio transmitió una canción melodiosa. Sonó un buen rato y Mark empezó a sentir pánico. ¿Y si…? Pero entonces, la música se detuvo. Hubo un misterioso sonido metálico y después la voz de Gregor:
—¿Sí? —la voz exhausta. No había imagen.
—Soy yo. Mark Vorkosigan. Lord Mark.
—¿Sí?
—Usted me dijo que lo llamara.
—Sí, pero son… —una pausa breve—, ¡son las cuatro de la mañana, Mark!
—Ah. ¿Estaba durmiendo? —cantó Mark, frenético. Se inclinó hacia delante y se golpeó la cabeza sin mucha fuerza sobre el plástico fresco y duro del escritorio.
Mis tiempos. Mis tiempos
…
—Dios, con esas palabras parece la voz de Miles —musitó el emperador. La placa de vídeo se activó y apareció la imagen de Gregor que encendía la luz. Estaba en una especie de dormitorio medio borroso y no tenía puesta otra cosa que unos pantalones de pijama muy sueltos. Miró a Mark con los ojos entrecerrados, como si quisiera asegurarse de que no estaba hablando con un fantasma. Pero el
corpus
era demasiado corpulento para ser otro que el de Mark. El Emperador suspiró profundamente y trató de enfocar la imagen parpadeante—. ¿Qué necesita?
Qué maravillosamente sucinto. Si contestaba la verdad, tendría para seis horas por lo menos.
—Necesito participar en la búsqueda de Miles que lleva a cabo SegImp. Illyan no quiere dejarme. Usted es más poderoso que él.
Gregor se quedó sentado un segundo, luego dejó escapar una risita breve. Se pasó la mano por el cabello negro, revuelto en el sueño.
—¿Se lo ha preguntado usted?
—Sí. Acabo de hacerlo. Me rechazó.
—Mmm, bueno… Tiene que ser cauto por mí, es su trabajo. Así puede liberar completamente mi juicio.
—En su juicio, señor, sire, por favor, déjeme participar en la búsqueda.
Gregor lo estudió con cuidado, mientras se frotaba la cara.
—Sí… —dijo arrastrando las palabras después de un momento—. Veamos… veamos lo que pasa. —Ya no tenía los ojos borrosos.
—¿Puede llamar a Illyan ahora, sire?
—¿Qué es esto? ¿Una petición urgente? ¿Se ha roto el dique?
Estoy volcado hacia fuera, como agua
… ¿De dónde había sacado esa cita? Sonaba como una frase de la condesa.
—Todavía está despierto. Por favor, sire. Y que me llame a esta consola para confirmarlo. Espero.
—Muy bien. —Los labios de Gregor se retorcieron en una sonrisa extraña—. Lord Mark.
—Gracias, sire. Ah… buenas noches.
—Buenos días. —Gregor cortó.
Mark esperó. Los segundos pasaron, distorsionados, irreconocibles. Estaba empezando a sentir los efectos de la falta de alcohol pero todavía le quedaba algo de borrachera. Lo peor de ambos mundos. Había empezado a dormitar cuando sonó la comuconsola. Casi saltó del asiento.
Tocó los controles con urgencia.
—Sí. ¿Señor?
Sobre la placa de vídeo apareció la cara saturnina de Illyan.
—Lord Mark. —Apenas asintió—. Si viene al cuartel general de SegImp cuando abramos, en horario normal de trabajo, se le permitirá revisar los archivos de que hablamos. Mañana.
—Gracias, señor —dijo Mark con sinceridad.
—Sólo faltan dos horas y media —mencionó Illyan con un leve rastro de sadismo incomprensible. Illyan tampoco había dormido.
—Allí estaré.
Illyan asintió con un parpadeo y se desvaneció.
¿Perdición por las buenas obras o gracia solamente? Mark meditó sobre la gracia de Gregor.
Él lo sabía. Lo sabía antes que yo mismo
. Lord Mark Vorkosigan era una persona real.
La luz de la aurora convertía en oro la niebla nocturna que quedaba en el ambiente, una bruma otoñal que daba a la ciudad de Vorbarr Sultana un aire casi mágico. El edificio de Cuarteles Generales de Seguridad Imperial estaba allí, en esa luz, sin ventanas: un bloque totalmente utilitario con enormes portones y puertas diseñadas para humillar a cualquier suplicante humano lo suficientemente tonto como para intentar acercarse. En su caso, el efecto era redundante, consideró Mark.
—Qué arquitectura espantosa —le dijo a Pym, que maniobraba el coche de superficie del conde.
—El edificio más feo de la ciudad —corroboró el guardaespaldas—. Es de la época del Emperador Loco Yuri. De su arquitecto imperial, lord Domo Vorrutyer. Un tío del vicealmirante. Se las arregló para levantar cinco construcciones importantes antes de que mataran a Yuri y le impidieran seguir adelante. El Estadio Municipal le queda cerca. Y nunca pudimos tirarlos abajo. Todavía tenemos que aguantarlo y ya van sesenta años.
—Parece uno de esos edificios que tienen calabozos en los sótanos. Verde institucional. Y con un plantel de médicos sin escrúpulos de ningún tipo.
—Así era en un tiempo —dijo Pym mientras trataba de pasar por los portones y se detenía frente a una larga hilera de escalones.
—Pym… ¿esos escalones no son demasiado grandes?
—Eso parece —sonrió el hombre del conde—. Para cuando llegue arriba, tendrá calambres en las piernas, a menos que descanse a mitad. —Pym adelantó el auto y se detuvo para que Mark bajara—. Pero si dobla hacia la izquierda, hay una puertecita en la planta baja y luego un tubo elevador. Todo el mundo entra por ahí.
—Gracias. —Pym levantó la capota frontal y Mark salió del coche—. ¿Y qué le pasó a lord Domo cuando terminó el reinado de Yuri? Imagino que sería asesinado por la Liga de Defensa de la Arquitectura…
—No. Se fue al campo, vivió de su hija y su yerno y murió totalmente loco. Hizo una cantidad de torres rarísimas en el Estado de esa familia. Se cobra entrada para verlas. —Con un gesto de la mano, Pym bajó la capota y se alejó.
Mark trotó hacia la izquierda, como le habían indicado. Allí estaba… puntual, bien alerta… bueno, por lo menos puntual. Se había dado una larga ducha, había elegido ropas cómodas de civil, oscuras y sueltas, y se había tragado suficientes calmantes, vitaminas y medicinas para la resaca como para sentirse artificialmente normal. Más artificial que normal, pero estaba decidido a no dejar que Illyan le obligara a desperdiciar la única oportunidad que tenía.
Se presentó a los guardias de SegImp en el vestíbulo.
—Soy lord Mark Vorkosigan. Me esperan.
—No lo creo —gruñó una voz desde el tubo elevador. Era Illyan. Los guardias se pusieron firmes. Illyan les hizo un gesto nada militar para que se pusieran en descanso. Él también se había duchado y estaba vestido en su ropa verde de trabajo, el tipo de uniforme que siempre usaba cuando no estaba en ceremonias imperiales. Mark sospechaba que él también se había tomado pastillas con el desayuno—. Gracias, sargento. Yo me ocupo.
—Qué edifico más deprimente. Lástima tener que trabajar aquí —comentó Mark mientras se elevaba en el tubo elevador junto al jefe de Seguridad.
—Sí —suspiró Illyan—. Una vez fui al edificio de Investigatif Federale, en Escobar. Cuarenta y cinco pisos, todo vidrio… Nunca estuve más cerca de emigrar. Domo Vorrutyer debería haber muerto estrangulado al nacer. Pero… ahora todo esto es mío… —Illyan miró a su alrededor. Un gesto de dueño y señor lleno de dudas le cambió la cara.
Llevó a Mark bien adentro hacia las… entrañas. Sí, ese edifico tenía entrañas, sin duda alguna. Las entrañas de SegImp. Los pasos de los dos hacían eco sobre un corredor desnudo rodeado de habitaciones diminutas, más bien cubículos. Mark echó una mirada hacia algunas que tenían la puerta entreabierta. Comuconsolas de alta seguridad manejadas por hombres de uniforme verde. Uno por lo menos tenía un banco de luces de espectro completo, fuera de las reglas, brillando detrás de su asiento.
Había una máquina de café enorme al final del corredor. Illyan le llevó al cubículo número trece. A él no le pareció que fuera por casualidad.
—Esta comuconsola tiene todos los informes que he recibido sobre la búsqueda del teniente Vorkosigan —dijo Illyan con frialdad—. Si cree que puede hacerlo mejor que mis analistas entrenados, le invito a que lo intente.
—Gracias, señor —Mark se acomodó en su asiento y activó el monitor—. Esto es inesperadamente generoso.
—No quiero que tenga usted motivos de queja, mi señor —afirmó Illyan, en el tono de quien obedece directivas. Gregor le había encendido un fuego debajo de la silla: eso era obvio. Mark pensó en eso mientras Illyan hacía una reverencia y se alejaba con un movimiento de cabeza que no podía interpretarse sino como irónico. ¿Hostil? No. Eso era injusto. La hostilidad de Illyan no era ni la mitad de la que hubiera tenido derecho a demostrar.
No es sólo obediencia a su Emperador
, se dio cuenta Mark con un temblor. Si hubiera querido, Illyan hubiera podido discutir con Gregor en un tema de seguridad como ése.
Está empezando a desesperarse
.
Respiró hondo y se zambulló en los archivos. Leyó, escuchó, miró… Lo de todo no era una broma. Había cientos de informes, generados por cincuenta o sesenta agentes distintos esparcidos por todo el nexo del agujero de gusano. Algunos eran breves y negativos. Otros largos y negativos. Pero alguien había visitado, por lo menos una vez, todas las crío-instalaciones de Jackson's Whole, las estaciones orbitales y de salto que rodeaban el planeta y también las de varios sistemas espaciales vecinos. Había incluso informes recientes sobre investigaciones en Escobar.
Lo que faltaba, se dio cuenta Mark después de un buen rato, eran sinopsis o análisis finales. Le habían dado sólo los datos en bruto, una masa imponente. Pensó un poco y se dio cuenta de que en realidad lo prefería de ese modo.
Leyó hasta que se le secaron los ojos y le gruñó el estómago de hambre y de café podrido.
Hora de ir a almorzar
, pensó cuando un guardia llamó a la puerta.
—Lord Mark, ha venido a buscarlo su chófer —informó el guardia con amabilidad.
Mierda… entonces era hora de ir a cenar. El guardia lo escoltó por el edificio y se lo entregó a Pym. Fuera había oscurecido.
Me duele la cabeza
.
Mark volvió a la mañana siguiente, tenaz. Y a la otra. Llegaron más informes. En realidad, llegaban tan rápido que no le daba tiempo a leerlos. Cuanto más trabajaba, más se atrasaba. En la mitad del quinto día, se reclinó en el asiento de la comuconsola y se puso a pensar.
Esto es una locura
. Illyan lo estaba enterrando. De la parálisis de la ignorancia, había pasado con velocidad sorprendente a la parálisis de la sobreinformación.
Tengo que escapar o nunca voy a salir de este edificio repulsivo
.
—Mentiras, mentiras, todo mentira —le musitó enloquecido a su comuconsola. La cosa parecía como que le parpadeara y susurrara, astuta y recatada.
Con un golpe enérgico de la mano, la apagó, apagó todo el batiburrillo de voces y datos y se quedó sentado un rato en la oscuridad y el silencio, hasta que dejaron de zumbarle los oídos.
SegImp no lo hizo. No encuentran a Miles
. No necesitaba todos esos datos. Nadie los necesitaba. Necesitaba sólo uno.
Tengo que reducir el tamaño de todo esto
.
Empecemos con algunas suposiciones explícitas. Una. Miles es recuperable.
Que SegImp buscara un cuerpo podrido, una tumba sin marcas o un registro de desintegración si quería. A él no le servía esa búsqueda. No le servía aunque terminara en triunfo. Sobre todo si terminaba en triunfo.
Sólo le interesaban las crío-cámaras en bancos de almacenamiento permanentes o portátiles. O… lo cual era menos probable y mucho menos común, las instalaciones de crío-tratamiento. Si Miles hubiera revivido con éxito en manos amigas, lo primero que habría hecho hubiera sido informar dónde se encontraba. No lo había hecho… ergo todavía estaba congelado. O si estaba vivo, su estado no era bueno. O no estaba en manos amigas. Así que… ¿dónde?
La crío cámara de los Dendarii estaba en el Centro Hegen cuando la encontraron. Bueno, ¿y qué? Le habían mandado allí después de vaciarla. Mark se hundió en el asiento, con los ojos entrecerrados, y pensó en la otra punta del rastro. ¿Eran sus obsesiones personales las que lo impulsaban a creer lo que quería creer?
No, mierda. A la mierda con el Centro Hegen. Miles nunca ha salido del planeta
. De un solo golpe había eliminado las tres cuartas partes de la basura de datos que le nublaba la vista.
Sólo informes sobre Jackson's Whole. Bien. ¿Y qué más?
¿Cómo había hecho SegImp para controlar todos los destinos posibles? ¿Lugares sin motivaciones ni conexiones conocidas con la Casa Bharaputra? No, lo que había hecho SegImp, en general, era preguntar, ocultando su identidad y ofreciendo una recompensa sustancial. Todo eso por lo menos cuatro semanas después del ataque. Un rastro demasiado viejo, dicho con buenas palabras. Mucho tiempo para que alguien pensara en el paquete sorpresa. Tiempo para esconderlo, si era necesario. Por lo tanto, en los casos en los que SegImp había hecho una segunda investigación, más completa, eran todavía mayores las posibilidades de que salieran con las manos vacías.
Miles está en un lugar que SegImp ya ha revisado, en manos de alguien con motivaciones ocultas para interesarse por él
.
Todavía había cientos de posibilidades.
Necesito una conexión. Tiene que haber una conexión
.
SegImp había escarbado y revisado los archivos de Norwood palabra por palabra. Nada. Pero Norwood estaba entrenado como técnico médico. Y no había mandado la crío-cámara de su adorado al infinito, a la nada. La había mandado a alguna parte. Se la había mandado a alguien.