Como Quinn era Quinn, tuvo que convencerse y trató de ponerle el uniforme verde de Barrayar. Él tuvo buen cuidado en acentuar la panza y el efecto fue muy… muy antimilitar. Ella se dio por vencida, furiosa, y lo dejó que eligiera la ropa. Él se decidió por pantalones de nave limpios, sandalias de fricción suaves y una túnica civil barrayarana con grandes mangas y un cinturón bordado. Pensó un momento si a Quinn le molestaría más ver el cinturón sobre el vientre inflado, como un ecuador, o debajo, como un sostén. A juzgar por su expresión avinagrada era peor debajo, y así se lo dejó.
Ella se dio cuenta de su intención.
—Qué, ¿lo estás pasando bien? —preguntó sarcástica.
—Es la última diversión que voy a tener hoy, ¿verdad?
Ella abrió la mano, como dándole la razón.
—¿Adónde me llevan? ¿Y dónde estamos?
—Órbita de Komarr. Estamos a punto de subir a un vehivaina hacia una de las estaciones militares de Barrayar. Es una reunión secreta con el jefe de Seguridad Imperial, el capitán Simon Illyan. Vino por correo rápido desde el cuartel general de SegImp en Barrayar a raíz de un mensaje en código bastante ambiguo que le mandé, y va a estar muy cabreado porque interrumpimos su rutina. Va a querer saber a qué vienen tantas prisas. Y —la voz de ella tembló un poco —se lo voy a tener que explicar.
Lo sacó del camarote y caminaron por el
Peregrine
. Era evidente que ella había despedido al guardia, pero todos los pasillos parecían desiertos. No, no desiertos. Evacuados.
Llegaron a la compuerta de los vehivainas personales y se agacharon para entrar en uno. La capitana Bothari-Jesek estaba en los controles. Bothari-Jesek y nadie más. Una reunión realmente privada.
La habitual frialdad de Bothari-Jesek parecía aún mayor esa mañana. Cuando miró por encima del hombro, se quedó atónita al ver su aspecto, inflado y pálido.
—¡Mierda, Mark! Pareces un cadáver ahogado que acaba de salir a la superficie después de una semana.
Así me siento
.
—Gracias —entonó él sin enojarse.
Ella hizo un ruido con la nariz que podría haber sido diversión, asco o desprecio y volvió a la interfase de control del vehivaina.
Con la compuerta sellada, los ganchos sueltos, salieron en silencio hacia el espacio desde el costado del
Peregrine
. Entre la gravedad cero y las aceleraciones, él descubrió que tenía que poner toda su atención en el estómago y trago con fuerza para dominar la náusea.
—¿Por qué tiene rango de capitán el jefe de SegImp? —preguntó, para dejar de pensar en el asco que sentía—. No puede ser por el secreto, todo el mundo sabe quién es él. Y capitán me parece un rango menor.
—Otra tradición de Barrayar —dijo Bothari-Jesek. El tono puso algo amargo en la palabra
tradición
, pero por lo menos le dirigía la palabra—. El predecesor de Illyan en el puesto, el gran capitán Negri, nunca pasó de capitán. Ese tipo de ambición era irrelevante para el Familiar del Emperador Ezar. Todo el mundo sabía que Negri hablaba con la Voz del Emperador, y sus órdenes atravesaban todos los rangos. Illyan… supongo que siempre ha sentido vergüenza de recibir una promoción mayor al rango de su ex jefe. Pero tiene un sueldo de vicealmirante, eso sí. Y sea quien sea el pobre diablo que ocupe su puesto cuando él se retire, seguramente quedará como capitán para siempre.
Se acercaban a una estación orbital de tamaño mediano en el espacio superior. Mark vio finalmente a Komarr, girando abajo, encogido y cambiado en media luna por la distancia. Bothari-Jesek se mantenía estrictamente en la ruta de vuelo que le asignaba un control de tránsito extremadamente lacónico. Después de una pausa tensa, mientras intercambiaban códigos y contraseñas, la dejaron pasar a un muelle determinado.
Los recibieron dos guardias armados, silenciosos, inexpresivos, muy acicalados en sus uniformes verdes barrayaranos. Los llevaron a través de la estación hacia una habitación sin ventanas, con muebles de oficina, un escritorio con comuconsola, tres asientos fijos y nada más.
—Gracias —dijo el hombre que estaba detrás del escritorio, despidiendo a los hombres. Los guardias partieron con el mismo silencio que habían mantenido hasta entonces.
Cuando estuvo solo, el hombre pareció relajarse un poco. Hizo un gesto hacia Bothari-Jesek.
—Hola, Elena. Me alegro de verte. —La voz aguda tenía un timbre extrañamente cálido, como un tío que saluda a su sobrina predilecta.
El resto de él era lo que Mark había estudiado en los vídeos de Galen, ni más ni menos: un hombre pequeño, maduro ya, con el gris ascendiéndole en marea desde las sienes por el cabello castaño. Una cara redonda con la nariz chata demasiado llena de líneas pequeñas para parecer joven. En ese edificio militar usaba uniforme de descanso verde e insignias de oficial como las que Quinn había querido ponerle a Mark, con la banda del ojo de Horus de Seguridad Imperial en el cuello.
Mark se dio cuenta de que Illyan le estaba mirando con los ojos empañados en lágrimas.
—Dios mío, Miles, yo… —empezó a decir con voz estrangulada; luego la cara se le iluminó de pronto. Se sentó otra vez en la silla e hizo un gesto con la boca—. Lord Mark, saludos de su señora madre. Y estoy muy contento de encontrarlo por fin. —Sonaba perfectamente sincero.
No por mucho tiempo
, pensó Mark sin esperanzas. Y:
¿Lord Mark? No puede ser en serio
…
—También me alegro de saber dónde se encuentra usted de nuevo. Supongo, capitana Quinn, que le llegó el mensaje de mi departamento sobre la desaparición de Lord Mark en la Tierra, ¿no es así?
—No, aún no. Seguramente sigue persiguiéndonos desde… nuestra última parada.
Las cejas de Illyan se alzaron en su cara.
—¿Lord Mark vino solo desde el frío o me lo envía mi antiguo subordinado?
—Ninguna de las dos cosas, señor. —Quinn parecía tener problemas para hablar. Bothari-Jesek ni siquiera lo intentaba.
Illyan se inclinó hacia delante, más serio de pronto, aunque con cierta leve ironía en el rostro.
—Bueno, ¿qué engaño les mandó que me contaran para hacerme pagar esta vez?
—No hay engaño, señor —musitó Quinn—. Pero la cuenta va a ser grande.
El aire frío e irónico desapareció por completo de su rostro cuando Illyan estudió la cara gris de la capitana.
—¿Sí? —dijo, después de un momento.
Quinn se apoyó con ambas manos sobre la mesa, no por énfasis, supuso Mark, sino para sostenerse en algo.
—Illyan, tenemos un problema. Miles está muerto.
Illyan se quedó pálido como la cera, y de pronto volvió el asiento hacia otro lado. Mark sólo le veía la nuca. Tenía el cabello muy fino.
Cuando se volvió de nuevo, las líneas le resaltaban en la cara como en un negativo, como cicatrices.
—Eso no es un problema, Quinn —susurró—. Eso es un desastre. —Puso con mucho cuidado las manos planas, sobre la superficie negra y suave del escritorio.
Así que de ahí sacó Miles ese gesto
, pensó Mark inoportunamente al observarlo.
—Está congelado en una crío-cámara. —Quinn se lamió los labios secos.
Illyan cerró los ojos y su boca se movió en maldiciones o plegarias, Mark no estaba seguro. Pero se limitó a decir, con voz tranquila:
—Podría habérmelo dicho desde el principio. El resto hubiera sido deducción lógica. —Abrió los ojos, llenos de intensidad—. ¿Qué pasó? Las heridas, ¿cómo eran? Supongo que no serían en la cabeza. ¿Lo prepararon bien?
—Yo ayudé en la preparación. En condiciones de combate. Yo… creo que estuvo bien. No se sabe hasta que… bueno. La herida en el pecho era muy mala. Por lo que pude ver, nada del cuello para arriba.
Illyan respiró con cuidado.
—Tiene razón, capitana Quinn. No es un desastre. Sólo un problema. Voy a alertar al Hospital Militar Imperial de Vorbarr Sultana para que esperen al paciente estrella. Podemos transferir la crío-cámara de la nave al primer correo rápido inmediatamente. —¿Tartamudeaba el hombre un poquito aliviado?
—Ah… —dijo Quinn—. No.
Illyan apoyó la cabeza sobre la mano, como si empezara a sentir un dolor de cabeza detrás de los ojos.
—Termina, Quinn —dijo con un tono de miedo reprimido.
—Perdimos la crío-cámara.
—¿Cómo se puede perder una crío-cámara?
—Era portátil. —Ella interceptó la mirada ardiente y se apresuró a seguir informando—. La dejaron en medio del combate. Eran dos grupos de transbordadores y cada uno pensó que la tenía el otro. Fue un error de comunicación. Yo lo controlé, eso lo juro. El tecnomed a cargo de la crío-cámara quedó separado de su transbordador, lo cercaron fuerzas enemigas. Y tuvo acceso a una máquina de envíos, comercial. Creemos que la mandó desde allí.
—¿Creen? Ahora mismo voy a preguntar en qué misión de combate fue todo esto. ¿Adónde la mandó?
—Ése es el problema. No lo sabemos. Murió antes de informar. La crío-cámara podría estar en camino hacia cualquier sitio, literalmente.
Illyan volvió a sentarse y se frotó los labios, que estaban fijos en una sonrisa leve, impresionante.
—Ya veo. ¿Y esto pasó cuándo? ¿Y dónde?
—Hace dos semanas y tres días, en Jackson's Whole.
—Yo los mandé a Illyrica, vía Estación Vega. ¿Cómo diablos fueron a parar a Jackson's Whole?
Quinn estaba de pie en posición de descanso y lo explicó todo en tono duro: una breve sinopsis de los hechos ocurridos en esas últimas cuatro semanas, empezando por Escobar.
—Tengo un informe completo con todas las grabaciones de vídeo y el archivo personal de Miles, señor. —Dejó un cubo de datos sobre la comuconsola.
Illyan lo miró como una víbora, sin adelantar la mano.
—¿Y los cuarenta y nueve clones?
Mis clones
. ¿Qué haría Illyan con ellos? Mark no se atrevía a preguntar.
—El archivo personal de Miles suele ser bastante inútil, según mi experiencia personal —observó Illyan con voz distante—. Es muy astuto en cuanto a qué cosas debe olvidar. —Permaneció un rato pensativo y en silencio. Luego se levantó y caminó de un lado a otro en la diminuta oficina. La fachada fría se deshizo sin previo aviso: se volvió con la cara contorsionada, y golpeó con el puño sobre la pared con fuerza de gigante, gritando —: ¡Mierda con ese chico por convertir en una farsa su propio funeral!
Se quedó de pie sin mirarlos, de espaldas. Cuando se volvió de nuevo, tenía una expresión dura y vacía. Levantó la vista y esta vez se dirigió a Bothari-Jesek.
—Elena. Está claro que voy a tener que quedarme aquí en Komarr por el momento. Alguien tiene que coordinar la búsqueda desde el Cuartel General de SegImp para asuntos galácticos. No puedo perder otros cinco días de viaje entre este momento y la acción. Por supuesto… voy a redactar el informe de perdido-en-acción para Lord Vorkosigan y mandárselo al conde y a la condesa Vorkosigan. Me molesta terriblemente que lo lleve un subordinado pero no veo otra solución. ¿Me harías el favor personal de escoltar a Lord Mark a Vorbarr Sultana y entregarlo a su custodia?
No, no, no
, gritaba Mark por dentro.
—Pre… preferiría no ir a Barrayar, señor.
—El Primer Ministro tendrá preguntas que sólo puede contestar un testigo directo. Tú eres la mensajera más cercana al ideal que puedo imaginarme para asuntos de… tanta delicadeza. Tan complejos. Va a ser una tarea dolorosa.
Bothari-Jesek parecía atrapada.
—Señor, soy capitana senior. No estoy libre, no puedo dejar el
Peregrine
. Y… francamente… no tengo muchas ganas de escoltar a Lord Mark.
—Estoy dispuesto a darte lo que me pidas a cambio.
Ella dudó:
—¿Cualquier cosa?
Él asintió.
Ella echó una mirada a Mark.
—Di mi palabra de que dejaríamos a esos clones de la Casa Bharaputra, a todos, en un lugar seguro, humano, donde no puedan llegar los jacksonianos. ¿Puede usted cumplir mi palabra por mí?
Illyan se mordió el labio.
—SegImp les puede dar identidades con facilidad, sí. Ahí no hay problemas. Lo del lugar puede ser más complicado. Pero sí, yo me ocupo.
Yo me ocupo. ¿Qué quería decir Illyan? A pesar de todos sus defectos, los barrayaranos no practicaban la esclavitud.
—Son niños —estalló Mark—. Acuérdese de que son sólo niños. —
Es difícil acordarse
, hubiera querido agregar, pero no pudo. Vio los ojos fríos de Bothari-Jesek.
—Entonces, voy a pedirle consejo a la condesa Vorkosigan. ¿Alguna otra cosa? —dijo Illyan desviando la mirada.
—El
Peregrine
y el
Ariel
…
—Deben quedarse en Komarr por el momento, en la órbita. En cuarentena de comunicaciones. Mis disculpas a sus tropas, pero así debe ser.
—¿Y va a cubrir los costos de este lío?
Illyan hizo una mueca.
—Por desgracia, sí.
—¿Y… y buscar en serio a Miles?
—Ah, sí —jadeó él.
—Entonces, voy —dijo con un tono de voz muy débil y la cara muy pálida.
—Gracias. Mi correo rápido estará a tu disposición en cuanto estés lista para salir. —Illyan puso los ojos en Mark, sin ganas. Había estado evitándolo durante toda la última parte de la entrevista—. ¿Cuántos guardias personales quieres? —le preguntó a Bothari-Jesek—. Voy a dejar bien claro que están bajo tus órdenes hasta que veas al conde.
—No necesito a nadie, pero voy a tener que dormir. Dos —decidió Bothari-Jesek.
Así que era oficialmente prisionero del gobierno imperial de Barrayar, pensó Mark.
El final del viaje
.
Bothari-Jesek se puso de pie e hizo un gesto a Mark para que hiciera lo mismo.
—Ven. Tengo que buscar algunas cosas en el
Peregrine
. Y explicar al segundo que ahora está al mando y a las tropas lo de quedar confinados en la nave. Treinta minutos.
—Bien. Capitana Quinn, quédese, por favor.
—Sí, señor.
Illyan se puso en pie para acompañar a Bothari-Jesek a la puerta.
—Dile a Aral y a Cordelia… —empezó y luego se detuvo. El tiempo pasó.
—Lo haré —dijo Bothari-Jesek con tranquilidad. Illyan asintió, mudo.
Los sellos de las puertas sisearon de nuevo.
Ella pasó lentamente. Ni siquiera miró hacia atrás para ver si Mark la seguía. Él tuvo que echar a correr cada cinco pasos para no quedarse atrás.
El camarote a bordo del correo era todavía más pequeño y más parecido a una celda que el que había ocupado en el
Peregrine
. Bothari-Jesek lo encerró y lo dejó solo. Ni siquiera había un marcador de tiempo, ni el contacto humano limitado de las tres raciones por día: el camarote tenía su propio dispensador de comida por computadora, conectado a un depósito central por vías neumáticas. Él comía de una manera compulsiva, y ya no estaba seguro de lo que significaba para él, excepto una mezcla de comodidad y autodestrucción. Pero la muerte por complicaciones debidas a la obesidad tardaba muchos años y él sólo tenía cinco días.