La imagen que Gwen tenía de la omnipotente inspectora acaba de quedar hecha añicos, pensó Valerie.
—De verdad —se limitó a responder—. Por lo que me cuenta, señorita Beckett, parece que Stan Gibson bromeaba al respecto, ¿no? Menospreciaba el curso, o por lo menos su utilidad. No le interesaba que su novia aprendiera a ser una persona independiente y segura de sí misma, ¿me equivoco?
—No le interesaba lo más mínimo. Siempre pensé que lo que Stan Gibson quería era una mujer sumisa. No me parece un hombre que acepte con facilidad un no por respuesta.
—Una formulación interesante —dijo Valerie—. ¿De qué cree usted que sería capaz si una mujer se atreviera a llevarle la contraria? ¿Si se opusiera a sus atenciones con una negativa?
—No lo sé —dijo Gwen—, pero a mí me habría dado miedo tener que rechazarlo.
—Comprendo —dijo Valerie mientras tendía una mano a Gwen—. Gracias, señorita Beckett. Me ha ayudado mucho —añadió antes de volverse para marcharse.
Gwen la detuvo.
—Inspectora, es… Stan Gibson… ¿Fue él quien mató a Fiona?
Era la pregunta que se hacían todos los que se habían visto afectados por la historia.
—Todavía no sabemos si el autor del crimen de Amy Mills tiene algo que ver —dijo Valerie—. Y respecto al señor Gibson, la investigación acaba de empezar.
Valerie se despidió y se dirigió hacia su coche. Apenas lo hubo arrancado, le sonó el móvil. Era Reek, la voz del sargento sonaba excitada y contenta.
—Inspectora. Agárrese, que tengo algo para usted. Acabo de hablar con Karen Ward. Dave Tanner puede ir preparándose. La señorita Ward ha confirmado que estuvieron en el Golden Ball, algo que de todos modos ya habíamos confirmado. Pero ahora viene lo bueno: después se marchó sola a casa. Y pasó la noche sola. Lo que significa que Tanner no tiene testigos acerca de su paradero alrededor de las diez. Y que ha vuelto a mentirnos.
Valerie se quedó sin aliento.
—¿Podemos confiar en ella? ¿En su testimonio?
—Sí.
—¡Esta sí que es buena! —exclamó Valerie.
—Ayer Tanner la bombardeó a llamadas —prosiguió Reek—, seguro que para protegerse. Lamentablemente para Tanner, la chica acababa de decidir que no quería saber nada más de él. O sea, que no respondió a ninguna de las llamadas.
—Estoy frente al domicilio de Ena Witty —dijo Valerie—, en cinco minutos puedo estar en casa de Tanner.
—Nos vemos allí enseguida —dijo Reek antes de colgar.
A primera vista, la granja de los Beckett parecía desierta. El viejo coche de Chad estaba aparcado junto a un cobertizo, pero no se veía ni un alma. Cuando Leslie salió de su coche se dio cuenta de que el viento que había estado soplando por la mañana, del mar hacia tierra adentro, había amainado. El día se había sumido en una extraña inmovilidad. Nada se movía. Las nubes presentaban un aspecto plomizo en el cielo.
Dave también salió del coche. Parecía tenso. Habían dado un largo paseo, se habían sentado en las rocas y habían fumado unos cigarrillos, habían hablado e incluso habían llegado a reírse, en ocasiones. Ya era mediodía cuando habían salido hacia Staintondale. Incluso Dave tenía ganas de terminar de una vez con aquello.
—Quiero olvidarme de la historia —le había dicho—. Quiero aclarar las cosas para siempre.
De repente daba la impresión de que no pudiera esperar para librarse de Gwen, de aquel enredo y de sus propias mentiras.
—Parece como si no hubiera nadie en casa —dijo Leslie—. Y, de hecho, el coche de los Brankley no está.
Se acercaron a la casa y llamaron a la puerta. Al ver que no había movimiento, Leslie accionó el picaporte con determinación. La puerta no estaba cerrada con llave.
—¿Hola? —gritó.
Una sombra surgió de la cocina, la sombra de un hombre alto y encorvado que se movía con dificultad: Chad Beckett.
—¿Leslie? —preguntó.
—Sí, soy yo. Y Dave. ¿Gwen está en casa?
—Hoy ha salido temprano para recoger a Jennifer. También quería ir de compras. Puede que se queden a comer juntas en la ciudad. Ni idea. —La mirada de Chad se desvió hacia el que tenía que ser su yerno, que estaba detrás de Leslie—. Buenos días, Tanner. La policía ha estado aquí preguntando por usted.
—¿Cuándo? —preguntó Dave, desconcertado.
—Hace un par de horas más o menos. Pero no sé qué querían.
—Pasaré por la comisaría —dijo Dave—, pero primero me gustaría hablar con Gwen.
—Entonces deberá tener un poco de paciencia.
—¿Por qué ha tenido que ir a recoger a Jennifer? ¿Y adónde? —preguntó Leslie.
Chad frunció la frente.
—Ayer a mediodía, Jennifer acudió a la policía. Si no lo he entendido mal, acompañó a una conocida de Gwen porque el novio de esta por lo que sé tiene algo que ver con la muerte de una estudiante, esa chica a la que asesinaron en julio en Scarborough. La amiga descubrió las intrigas de su novio y se lo contó a Jennifer.
—¿Qué? —Dave y Leslie lo miraron, atónitos.
Estaba claro que a Chad aquella historia no le interesaba especialmente y que todo indicaba que no había prestado mucha atención a los detalles.
—Preguntádselo a Jennifer cuando venga, ella os lo contará mejor. Yo solo sé lo que me ha contado Colin después de haber hablado con ella por teléfono. Jennifer ha pasado la noche en casa de esa conocida de Gwen porque la chica tenía un ataque de nervios y no podía quedarse sola. En cualquier caso, Gwen ha ido a buscarla esta mañana.
—No es posible —dijo Leslie, desconcertada.
—¿Significa eso que ya saben quién mató a Amy Mills? —preguntó Dave.
Chad parecía tan impasible como siempre.
—Puede ser.
—Bueno, al menos me he librado de esa sospecha —dijo Dave.
—¿Y dónde está Colin? —preguntó Leslie.
Albergaba la esperanza de que él pudiera explicarle lo que más le interesaba. Se preguntaba lo mismo que se habían preguntado todos los que se habían enterado de aquella noticia: si la policía había atrapado al asesino de Amy Mills, ¿significaba eso que también habían atrapado al asesino de Fiona Barnes?
—Colin ha salido con los perros —explicó Chad.
De momento, pues, no sería posible conocer más detalles.
Leslie se frotó las sienes con las manos, un gesto con el que intentaba concentrarse. Acababa de enterarse de algo absolutamente disparatado, pero no podía hablar de inmediato con Jennifer ni con la policía, por lo que el centenar de preguntas que se agolpaban en su cabeza tendrían que esperar; debería centrarse en el motivo por el que había acudido a la granja.
—Chad, me gustaría hablar contigo —dijo ella.
—Ven a la cocina —respondió Chad—. Estaba preparándome algo para comer.
—Esperaré fuera —dijo Dave—. De todos modos, necesito un poco de aire fresco.
Leslie siguió a Chad hasta la cocina. Sobre la mesa había una sartén con huevos revueltos, blancuzcos y poco hechos. Les había añadido unos cuantos trozos de embutido que habían quedado por encima del revoltijo, que a buen seguro ya se había enfriado.
—Siento molestarte a la hora de comer —dijo Leslie.
Chad negó con un gesto y se sentó en el banco, cogió uno de los platos que habían dejado allí apilados desde el desayuno, apartó las migajas de pan que tenía encima y vertió en él aquellos huevos tan poco apetitosos.
—No es que sea muy divertido comer solo. ¿Quieres algo?
—No, gracias —respondió Leslie mientras se estremecía por dentro.
Chad la miró un instante.
—Estás demasiado delgada.
—Siempre lo he estado.
Él emitió un sonido indefinible. Leslie tomó asiento frente a Chad, abrió el bolso y, sin vacilar ni un momento, sacó los papeles que Colin le había dado en mano pocos días antes.
—¿Sabes lo que es esto?
Él alzó la vista mientras masticaba.
—No.
—Son archivos informáticos impresos. Estaban adjuntos a los correos electrónicos que mi abuela te había mandado. Durante el último medio año.
Chad se quedó de piedra durante unos segundos al darse cuenta de lo que Leslie tenía en las manos. Dejó caer el tenedor sobre el plato.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó con brusquedad.
—Eso no importa.
—¿Has estado hurgando en el ordenador de tu abuela?
Leslie pensó que lo más inofensivo sería que de momento Chad creyera que eso era lo que había hecho, por lo que se limitó a no contradecirlo.
—Ahí hay muchas cosas que yo ya sabía. Y unas cuantas acerca de las que no tenía ni idea. Jamás, jamás había oído hablar de la existencia de ese tal Brian Somerville.
La voz de Leslie vibró de un modo especial al pronunciar el nombre. Sonó extrañamente clara, muy dura e inflexible.
—Brian Somerville —repitió Chad.
Apartó el plato del que había estado comiendo. A pesar de lo impasible que se mostraba siempre ante todo, aquello parecía inquietarle lo suficiente para quitarle el apetito.
—Sí. Brian Somerville.
—¿Qué quieres saber?
—¿Qué ha sido de él?
—Lo ignoro. Ni siquiera sé si sigue vivo.
—¿Y no te interesa lo más mínimo?
—Es agua pasada.
—Sucedió hace sesenta años, si damos crédito a lo que hay aquí escrito.
—Sí. Hace unos sesenta años.
Los dos se miraron fijamente por encima de la mesa. En silencio. Al final fue Chad quien se decidió a hablar.
—Si lo has leído todo, debes de saber que por aquel entonces no tuvimos alternativa. No fui yo quien trajo aquí a Brian. No podía hacerme responsable de él. Me encargué de que alguien le diera alojamiento. Un techo bajo el que dormir. Aquí no podía quedarse.
—Tendrías que haber recurrido a las autoridades.
—Ya sabes por qué no lo hice. Es muy fácil venir ahora y…
Chad se detuvo, se puso de pie y se acercó a la ventana, a través de la que contempló aquel día tan espeso.
—En retrospectiva todo parece muy distinto —dijo al cabo de unos momentos.
—Lo que no entiendo es que no sientas ningún interés por saber qué ha sido de él.
—Eso significa que no has comprendido nada.
—¿Quién es Semira Newton?
Cuando Chad se dio la vuelta, Leslie vio que le palpitaba una vena en la frente. Estaba realmente emocionado.
—¿Semira Newton? Fue la que… lo descubrió.
—¿A Brian?
—Sí.
—¿En mil novecientos setenta?
—No lo sé con exactitud. Hace mucho tiempo. Puede ser… Sí, debió de ser en mil novecientos setenta.
—¿Y dices que lo descubrió a él? ¿Qué significa eso?
Chad se volvió de nuevo hacia la ventana.
—Pues eso, que lo descubrió. Se organizó un tinglado increíble. Policía, periodistas… Qué sé yo.
—¿Lo descubrió en casa de Gordon McBright?
—Sí.
Leslie se puso de pie. Estaba tiritando a pesar de que en la cocina no hacía frío en absoluto.
—¿Qué fue exactamente lo que descubrió, Chad?
—Ella lo encontró. Encontró a Brian. Lo vio y… bueno, él no estaba… en las mejores condiciones posibles. Dios mío, Leslie, maldita sea, ¿qué es lo que quieres saber en realidad?
—Todo. Todo lo que sucedió. Todo lo que las cartas de Fiona no terminan de contar. Eso quiero saber.
—Pues pregúntaselo a Semira Newton.
—¿Dónde puedo encontrarla?
—Creo que vive en Robin Hood‘s Bay.
Robin Hood‘s Bay. El pueblecito de pescadores que quedaba a medio camino entre Scarborough y Whitby. Leslie lo conocía. Era lo bastante pequeño para localizar sin problema a cualquiera que viviera allí si preguntaba en alguna de las casas.
—Así pues, ¿tú no quieres hablar conmigo acerca de eso? —insistió una vez más Leslie.
—No —dijo Chad—, no quiero —dijo con rotundidad antes de darle la espalda.
—Entonces ¿no tienes miedo de nada? —preguntó Leslie.
—¿De qué quieres que tenga miedo?
—Sucedió algo terrible, Chad, y el hecho de que te niegues a hablar de ello no significa que puedas borrar los acontecimientos. Fiona y tú estabais muy implicados en ese asunto. ¿No te has parado a pensar ni por un momento que el asesinato de Fiona podría tener alguna relación con ello? ¿No entiendes que, de ser así, también tú podrías estar en peligro?
En ese momento, Chad se dio la vuelta con una genuina expresión de asombro en el rostro.
—¿El asesinato de Fiona? Pero si ya han pillado al tipo que lo hizo y no tiene nada que ver con la historia de Somerville.
—¿Te refieres al presunto asesino de Amy Mills?
—Ese mismo. Colin ha dicho que es una especie de psicópata. Que espiaba a las mujeres y después las mataba. Un loco. No tengo ni idea de cuál debe de ser el problema que tiene exactamente, pero no hay duda de que no guarda relación alguna con mi pasado y el de Fiona.
—Puede ser. Pero ¿quién te dice que el asesino de Amy Mills y el de Fiona sean una sola persona?
—Eso es lo que la policía creía desde el principio, ¿no?
—¿Sabes si siguen pensando lo mismo? En cualquier caso, yo no me obstinaría demasiado en dar crédito a esa teoría —dijo Leslie mientras volvía a guardarse los papeles en el bolso—. Sé prudente, Chad. De momento estás completamente solo aquí fuera.
—¿Adónde vas?
—A Robin Hood’s Bay —dijo Leslie mientras buscaba la llave del coche—. A ver a Semira Newton. Voy a descubrir lo que sucedió, Chad. ¡No te quepa duda!
—Es como darse de cabezazos contra una pared —dijo Valerie.
Se apoyó en la puerta y miró al sargento Reek con tristeza. Acababa de acompañar afuera a Stan Gibson para dejar, a regañadientes, que se marchara sin cargos después de dos horas más de conversación con él.
—No comete ni un solo error.
—¿Está segura de que fue él quien mató a Amy Mills? —preguntó Reek.
—Estoy convencida, Reek. Me sonríe de ese modo porque sabe que lo sé y que no puedo hacer nada al respecto. Disfruta jugando conmigo. Se muestra paciente, cortés, servicial. Y no hace más que reírse por lo bajo.
—¿Y la conversación con la señorita Witty tampoco ha aportado nada positivo?
Valerie se había pasado una hora hablando con Ena Witty, pero no había sacado nada nuevo de ello.
—No. Tan solo nos ha vuelto a confirmar que estaba en Londres en el momento del asesinato de Fiona Barnes. Y aparte de eso ha descrito, una vez más, cómo eran sus días con Stan Gibson. Tenía miedo de él, Reek, o por lo menos estaba muy cerca de sentir miedo. Gibson es un tarado, y ella se estaba dando cuenta de ello cada vez con más claridad. Yo también lo percibo. Ese tipo es muy peligroso, pero se camufla a la perfección. Tras esa sonrisa cortés se esconde un psicópata muy perturbado. Me jugaría cualquier cosa a que lo es.