Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Dos habitaciones, una pequeña cocina, un cuarto de baño. Nada más. Nada que nos revelara nada acerca del ocupante, salvo que quizá fuera escritor cosa que, por otra parte, nos había dicho ya el encargado.
Pasaron los días sin que se lograse el menor rastro de William Smith. Ya no era simplemente Fuera de Foco, había desaparecido del todo, y teníamos la ingrata sospecha de que la desaparición era definitiva —como la del juez Crater—, y de que su peligrosidad sería mucho mayor mientras no lográsemos localizarlo.
Y entonces fue cuando nuestro jefe hizo lo que debería de haber hecho desde el principio.
Me envió a mí a inspeccionar el departamento. Siempre, desde que era joven, tuve mucha habilidad para adoptar el aspecto de individuo atolondrado. Es una cualidad útil, además, porque hace que la gente baje la guardia. Yo tenía la seguridad de que el encargado hablaría con mucho mayor libertad cuando le diera lástima verme medio perdido en ese departamento.
El hombre no hizo ademán de retirarse una vez que me dejó entrar y, desde luego, yo no le pedí que se retirara.
—Siguen buscándolo, ¿eh? —me preguntó.
—Sí —respondí—. Tengo que redactar un informe.
—Su familia debe estar muy preocupada. No sé si sabe usted que recibió un legado o algo así. Pienso que la familia debe de querer el dinero aun cuando no lo quiera a él.
—Seguramente —convine y seguí revisando el departamento.
Uno de los cuartos era una pequeña biblioteca, quiero decir, que ni el cuarto era grande ni los libros eran muchos. En su mayoría libros de consulta y de ciencias. Decidí que Smith podría ser un escritor de temas científicos. Necesitaban aparentar algún oficio. Los libros no eran flamantes y algunos parecían bastante usados. Había además un sofá tapizado, una mecedora de madera y una mesa. Eso era todo, salvo los anaqueles de los libros.
El otro cuarto tenía también varios anaqueles, inclusive el que guardaba la Enciclopedia Británica. En él había un gran escritorio, un sillón tapizado, varios archivos, una máquina de escribir eléctrica sobre una mesita especial con su correspondiente silla giratoria, un globo terráqueo y además todos los elementos propios del oficio de escritor: resmas de papel, lapiceras, clips de alambre, papel carbónico, pisapapeles, sobres, estampillas y demás.
El hombre era muy cuidadoso. Todo estaba guardado en los estantes o bien en los ficheros, en cajones del escritorio o sobre él. Con excepción de las piezas de moblaje que acabo de mencionar, no había nada en el suelo. Tampoco había fotografías de ninguna clase en las paredes desnudas de todo objeto enmarcado.
No se habían encontrado huellas digitales útiles.
—Usted no retiró nada de aquí, ¿no? —pregunté.
Después de todo, el encargado disponía de una llave.
—¿Quién, yo? ¿Con la policía merodeando? ¿Está loco?
—¿Está seguro de que no podría identificar al hombre? —insistí.
—Todos ustedes me lo preguntaron mil veces. Traté de decir cómo era, pero no es gran cosa. ¿Sabe cómo es? Como otros mil.
Contuve un rezongo. El agente exitoso tiene que tener el aspecto de otros mil pues, de lo contrario, no sirve para nada. Habían hecho comparecer al encargado a la estación de policía, donde debió mirar una serie interminable de fotografías con el fin de localizar a alguien que se pareciera a William. El hombre terminó por elegir seis, pero ni una de ellas tenía parecido alguno con las otras cinco. Smith seguía fuera de foco.
En la oficina había dos armarios de pared. Ropas, claro. Nada fuera de lo común.
Entré en el cuarto de baño. Los artículos de tocador habituales, más o menos usados.
En la cocina, dispuesta contra una pared, había una pequeña colección de comestibles en frascos o en latas. También algunos cubiertos y un abrelatas. Nada parecía muy usado.
El encargado se encogió de hombros y dijo:
—Pienso que comía afuera la mayor parte del tiempo. Es lo que les dije a los otros.
—¿Pero no sabe usted dónde?
El hombre volvió a encogerse de hombros.
—Yo me ocupo de mis cosas. En este barrio es lo mejor que se puede hacer.
—La gente de la estación de policía afirma que usted dice haber hablado con él alguna vez.
—Le diré… Cuando subía a cobrar el alquiler o a arreglar la flor de la ducha cuando goteaba. Cosas así.
—¿Qué tipo de cosas escribe?
—No lo sé. Nada de lo que yo leo, puedo asegurarle.
El hombre dejó escapar una risita maliciosa.
—No veo libros con su nombre aquí —comenté.
—Una vez me dijo que escribía mucho para las revistas. Tal vez no escribiese libros. No creo que haya usado su nombre real. Creo que me lo dijo una vez.
—¿Para qué revistas escribía?
—No lo sé.
—¿Bajo qué nombre escribía?
—Tampoco lo sé. Nunca me lo dijo y yo no se lo pregunté. No es asunto mío.
—¿No molestaba a los vecinos cuando escribía a máquina?
—Nadie se quejó nunca. Escuche, en esta casa podría pegarle a su vieja a las tres de la madrugada y ella gritar como un cochino y nadie se quejaría de nada.
—¿Oyó alguna vez el ruido de la máquina?
—¿Quiere decir, desde mi departamento? No. Estoy dos pisos más abajo.
—¿Y al pasar por el vestíbulo exterior?
—Claro. Alguna vez. Muy bajo. Un edificio antiguo como este tiene buenas paredes.
—¿Lo vio escribir a máquina alguna vez?
—Por supuesto. Venía a arreglar alguna cosa y oía el “tap, tap, tap” de la máquina. Como le dije, muy pocas veces. Él me dejaba entrar, volvía a sentarse y seguía escribiendo. Probablemente no ganaba mucho, de lo contrario no habría vivido aquí. —El encargado volvió a encogerse de hombros.
Murmuré algo y me retiré. Había allí tres vecinos más. Ninguno supo describir al hombre desaparecido y todos insistieron en que no sabían nada acerca de él. Una vecina creía haber oído escribir a máquina algunas veces, pero nunca había prestado mucha atención.
—Mire, señor, nosotros no nos metemos con nadie —declaró.
Y no mentía. Allí evidentemente, ya no tenía nada que hacer.
Ni falta que hacía. Era obvio que Smith estaba ya dentro de foco. Sin que él se enterase sabíamos quién era y dónde estaba. A partir de ese momento Smith dejaría de serle útil al enemigo y sería de gran utilidad para nosotros hasta que… hasta que el enemigo supiera que habíamos descubierto el secreto de su identidad. Cuando lo supo lo detuvimos, antes de que ellos consiguiesen que el hombre sufriera un accidente fatal.
Si no les molesta, voy a reforzar un poco mi whisky.
Griswold hizo ademán de levantarse, pero Jennings empujó su sillón hacia él y le dijo:
—Tendrás que morirte de sed, ni más ni menos, hasta que nos digas dónde estaba y quién era.
Griswold junto las cejas blancas con gesto de fastidio.
—¡No me digan que no les resulta obvio! William Smith nunca existió. Era un truco creado por el enemigo para desviar la atención del Departamento en caso de que llegase a aproximarse demasiado. Casi les da resultado. Pero gracias a un detalle descuidado, me resultó claro que nadie usaba nunca el departamento para escribir nada y, como el encargado llegó a afirmar que había visto escribir a Smith, la conclusión fue que quien mantenía la superchería era el mismo encargado y que él era nuestro sospechoso. Eso es todo. Lo más sencillo del mundo.
—No, no es sencillo —dijo Baranov—. ¿Cómo supiste que no se usaba nunca ese departamento?
—Le faltaba lo esencial. Es posible escribir sin una biblioteca y sin libros de consulta. Se puede escribir sin un escritorio. Se puede escribir sin máquina de escribir. Ni siquiera es necesario contar con papel. Se puede escribir en el reverso de los sobres, en las bolsas de papel del mercado, o en el margen de los diarios.
En cambio, señores, cualquier escritor podrá decirles que existe un objeto sin el cual no puede pasarse el escritor y ese objeto no existía en este departamento. Les dije todo lo que había, pero no lo mencioné.
—¿Qué era? —pregunté, impaciente. El bigote blanco de Griswold se erizó.
—Un canasto de papeles —dijo—. ¿Cómo puede ningún escritor profesional arreglarse sin él?
“The Thin Line”
Griswold no había asistido a varias cenas consecutivas de las que habitualmente celebrábamos en el club. Pero en ese momento estaba sentado allí, en apariencia, profundamente dormido. Su bigote nevado e hirsuto se levantaba y se hundía con toda regularidad al compás de la respiración.
—No puede haber estado ausente por trabajo —dije yo—. Tiene que estar ya jubilado.
—¿Jubilado como qué? —preguntó Baranov con tono escéptico—. No creerán ustedes esas historias fantásticas que nos cuenta, ¿no?
—No lo sé —dijo Jennings—. La mayoría de ellas parecen plausibles.
—Es cuestión de opiniones —dijo Baranov—. En primer lugar, todas esas historias de espías y dobles agentes… apuesto a que son fruto de su imaginación. Les diré más, estoy seguro de que nunca salió de este país. ¿Qué clase de espía es el que nunca abandona su país? ¿Qué hay que hacer en los Estados Unidos?
El vaso de whisky con soda de Griswold, lleno hasta el borde y sostenido en el aire mientras dormía, sin que se derramara una gota, se movió apenas en dirección a los labios de nuestro amigo. Fue subiendo y por fin llegó a los labios. Griswold, sin signos de haber despertado, sorbió el whisky con delicadeza, apartó su vaso y dijo:
—No he dicho que nunca haya abandonado el país. —Abrió luego los ojos y prosiguió—: Aún cuando lo hubiese dicho, aquí mismo, en nuestro país, hay bastante que hacer para mantener ocupado a un agente. Hay una honrosa lista de los que murieron aquí, bajo nuestra bandera estrellada… Como Archie Davidson, para mencionar solo a uno.
Archie Davidson [dijo Griswold] nunca salió de los Estados Unidos, algo que ustedes, hombres de mentalidad uniformada, parecen atribuirme también a mí. Debo decir que en sus doce años de servicio en el Departamento Archie nunca dejó de estar ocupado.
¿Se les ha ocurrido, señores, que existen más de un centenar de embajadas extranjeras y un número mucho mayor aún de consulados dentro de los Estados Unidos?
Cada uno de ellos debe reunir información útil a su país, tal como lo hacen nuestras embajadas y consulados en el extranjero en nombre de nuestra nación. La recopilación de información debe realizarse en forma más o menos clandestina en muchos casos, ilegal y con fines que amenazan la seguridad de nuestro país.
Además, las batallas políticas internas de diversas naciones se libran dentro del territorio de los Estados Unidos. Hay distintos grupos terroristas, de disidentes o de gente que lucha por su libertad (se les da diferentes nombres, según el punto de vista) y que operan en nuestro territorio.
Todos estos casos exigen nuestra atención y Archie era un agente excelente: discreto, hábil y persuasivo.
Es importante que fuera persuasivo. Una de las tareas de cualquier agente capaz es lograr la confianza de alguien del lado opuesto. Quien trabaja para el enemigo es, obviamente, una excelente fuente de información, se trate de un individuo que ha abandonado su patria por principios, de un hombre codicioso que busca dinero u otras recompensas o, simplemente, de un charlatán con exceso de confianza en sí mismo. Como es natural, el primero representa la fuente más confiable de información y es quien tiene mayores probabilidades de correr grandes riesgos.
No había nadie como Archie para localizar al enemigo dispuesto a trabajar con nosotros en nombre de sus principios. En el momento al que voy a referirme, contaba con uno de estos hombres. Desde luego no teníamos mayores detalles, pero el Departamento tenía la certeza de que Archie tenia su desertor. Era la forma más sencilla de explicar el tipo y la confiabilidad de los datos que nos pasaba.
Por otra parte nunca tratamos de establecer quién era la fuente. Lo mejor es no averiguarlo.
Cuando se cuenta con un espía en el campo enemigo, cuanto menos se conozca su identidad, más seguro estarán el espía y su contacto. Basta que el agente confíe su identidad a un colaborador por confiable que sea para que se produzca un punto débil. Siempre es posible interceptar e interpretar mensajes, oír clandestinamente alguna palabra, comprender ciertos gestos. La conducta observada por dos individuos puede servir como una pista más confiable a los ojos del enemigo que la conducta de uno solo. Lo mismo puede decirse de la de tres personas y así sucesivamente…
Es mejor, entonces, que exista una línea sumamente delgada entre el agente y el informante enemigo, muy delgada, como digo. Si el agente es el único que conoce al informante, mejor. El informante mismo se siente más seguro si tiene la certeza de que sólo una persona está enterada de lo que hace. En este caso hablará con mucha mayor libertad. Archie tenía la habilidad de inspirar confianza y lo lograba porque sabía que nunca había sido un agente doble.
Para nosotros fue una pérdida especialmente lamentable que matasen a Archie.
No había manera de determinar si lo mataron en el cumplimiento del deber. Nadie dejó su tarjeta de visita. Simplemente lo encontraron muerto en el zaguán de una casa de una calle de arrabal en una de nuestras importantes ciudades del este.
Lo habían acuchillado y se habían llevado el arma. No tenía la billetera y era natural pensar que había sido víctima de un asalto.
Fue así como lo interpretó la policía local. Archie no era una persona muy conocida. Tenía esa manera profesional de disimular su presencia y se hacía pasar por empleado de un comercio de bebidas alcohólicas. La policía no tenía ningún motivo para dedicar especial atención al caso ni la prensa para moverse demasiado.
Tampoco podía el Departamento mostrar demasiado interés. En primer lugar, no descubrimos el hecho hasta bastante después de haber sucedido. En segundo lugar, habría sido contraproducente que el Departamento se pusiera al descubierto.
Parecía lícito suponer que el crimen no hubiera sido más que un asalto con robo vulgar sin relación alguna con el trabajo de Archie. En tal caso, sin duda habría sido un paso en falso dar lugar a que cualquiera se dedicara a vigilar (y desde luego vive vigilándonos una cantidad de gente indeseable) para descubrir que Archie había sido un agente nuestro. El descubrimiento podría haberlos llevado hasta otros y hubiera puesto en peligro buena parte de nuestro trabajo. En particular, podría haber puesto en peligro al informante enemigo que utilizaba Archie y que tal vez aún nos era posible salvar.