Cuando un hombre se enamora (18 page)

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Cuando un hombre se enamora
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Kitty decidió, por fin, aceptar.

—¿Adónde vamos, milord? —miró la calle cubierta de nieve, iluminada por el último sol de la tarde—. ¿De regreso a la iglesia?

Leam cerró la puerta de la posada tras ellos.

—Al establo —su voz era ronca y su actitud, ruda.

No le cogió del brazo que él le ofreció y se dirigió directa al establo y a su continua ruina, sin nadie que la ayudase.

Ya dentro, él cerró la puerta, se acercó a ella, le acarició la cara y cubrió la boca con la suya.

Kitty se sumergió literalmente en él, buscando con sus manos bajo las capas de lana. Él la besaba lentamente, como si la saboreara, después con intensidad creciente, como si estuviera hambriento, presionándola contra la pared y uniendo sus cuerpos como si usara su boca para ese magnífico propósito. Ella lo deseaba cada segundo más.

Lo deseaba demasiado, dadas las circunstancias.

Ella se apartó.

—¡Espera! ¡Espera! —lo empujó alargando los brazos, pero sus dedos la traicionaron agarrándose a su chaleco para evitar que él se alejara—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Lo que he estado deseando todo el día y lo que deseo cada minuto, muchacha.

—Anoche te mostraste muy romántico.

Después se había marchado y ella no había conseguido conciliar el sueño. Y ahora, agotada y sumamente tensa por el día que había pasado evitando mirarlo, se sentía demasiado irritada. Pero sobre todo porque él estaba de pie a un brazo de distancia, con sus grandes y cálidas manos en su cintura y, en cambio, ella quería que la abrazara apasionadamente otra vez hasta hacerle perder el aliento.

—Contre vous, contre moi, vainement je m’éprouve —susurró ella—. «
Lucho en vano por huir, de ti y de mí misma
». Racine,
Fedra
. Se lo dejaste a lady Emily, ¿recuerdas?

Él permaneció en silencio.

—Aunque es una historia trágica —añadió Kitty.

Él sonrió.

—Si lo que deseas es un bonito verso —dijo—, estaré encantado de complacerte —se acercó de nuevo a ella, que no opuso resistencia. Le acarició el cuello, arrancándole un suspiro, y con tono dulce agregó—: «
Alrededor de mí un cielo de invierno arruina cada brote de esperanza y alegría, y el refugio, que ni siquiera tengo en casa, a salvo está en estos brazos tuyos
».

—Creo que tu compatriota bulle dentro de ti —musitó ella, que no pudo evitar echarse a temblar como la noche anterior—. ¿Qué ha pasado con el francés?

—Era para entonarme —repuso él—. Blanditias molles auremque iuvantia verba adfer, ut adventu laeta sit illa tuo —la besó en el cuello y notó su pulso vertiginoso.

—No sé latín —dijo Kitty, temblando todavía—. Tendrás que traducírmelo.

—«
Traigo halagos suaves y palabras que calman el oído, que su llegada logre contentarla
».

Kitty sintió que se le aflojaban las rodillas. ¿Qué otro hombre infundiría a su voz semejante poder masculino como si fuera natural en él?

—¿De quién es la frase?

—De Ovidio.

—¿Ovidio?

—¿Es que prefieres los poetas modernos a los antiguos? —preguntó él.

Evidentemente no sabía nada de sus sensibilidades.

—Estoy entre ambos —respondió Kitty—. Los poetas medievales, quizá —sintió que su deseo iba en aumento, al tiempo que su inquietud.

—«
Y así mi suerte ignoro en la contienda, y no querer decirlo y que lo diga: vagando voy en amorosa erranza
» —recitó Leam en castellano.

Kitty le echó los brazos al cuello; lo sentía como si la noche anterior no le hubiera permitido hacer nada de lo que había hecho.

—¿Y eso?

—Dante.

—Eso explica por qué no lo entendí del todo.

—«
Y así
—dijo él mientras mordisqueaba ligeramente sus labios y acariciaba su espalda—,
siendo por completo inseguro el camino a tomar, deseando decir lo que sé que no debo expresar y perdiéndome en amores errantes
».

Eso era más de lo que Kitty podía soportar.

—Maravillosas palabras —balbuceó. Respiró hondo y añadió—: ¿O debería decir manos?

—Ambas.

—Ya veo —Leam la abrazó con mayor fuerza aún y bajó lentamente las manos hasta sus caderas.

Kitty sintió que su sangre se convertía en almíbar caliente, pero aun cuando las palabras y caricias de él le cortaban la respiración, el nerviosismo le impedía gozar.

¿A qué estaba jugando Leam con ella? ¿Y por qué, dadas las libertades que le permitía, Kitty no se había enterado todavía?

Con el dorso de los dedos Leam le acariciaba tiernamente una mejilla mientras recitaba en un perfecto inglés:

—«
Tan bella con sus delicadas manos, su fina cintura y sus grandes ojos, cuyo brillo avergüenza a la luna
».

—¿Y eso? —preguntó Kitty, sin aliento.

—Un antiguo poema indostánico.

—Ya me parecía… pero todavía espero el francés.

Una sonrisa maravillosa iluminó el rostro de Leam. Entonces algo cambió. Su mirada se hizo cálida, caliente.

—Je reconnus Vénus et ses feux redoutables —dijo con una voz profunda y en absoluto insinuante—, d’un sang qu’elle poursuit tourments inévitables.

Kitty temblaba.


El tormento de Venus
—susurró. Ella también sentía fuego en la sangre. Durante días su sangre le había pedido que se consumiera, y ahora él no quería otra cosa que someterla por completo otra vez. Allí donde la tocaba, la espalda, las caderas, los muslos, Kitty sentía que la piel le ardía. Pero sería una tonta si pensase que en eso solamente consistía el tormento de Venus.

Y al fin entendió, quizá demasiado bien, cómo su artimaña contra Lambert había sido un error. Él le había hecho daño pero ella nunca debería haber pretendido nada con él, no importaba la razón, al igual que estaba haciendo claramente con Leam. Si se permitía estar con el conde ahora, negándole una verdad tan evidente, sufriría. Cuando había sido joven e influenciable, un hombre había afirmado sentir cariño por ella, pero sólo la había estado utilizando. Incluso más que su reputación arruinada, le dolían las heridas provocadas por aquella felonía. No podía permitirse estar con un hombre que no le explicara toda la verdad, y sin demora.

—Eres maravillosamente ducho en versos —dijo, ocultando su enfado—. ¿Has aprendido en la Universidad de Edimburgo?

—Por algo la llaman la Atenas del Norte.

—Pensaba que Escocia producía sobre todo ingenieros y médicos, pero ¿también poetas?

—Sí, poetas, filósofos y sacerdotes. Canallas y ladrones —Leam sonrió. Kitty no podía apartar la mirada de su boca.

—Debes de haber estudiado a conciencia.

—Pues sí, lo hice.

—Ahora dime la verdad.

Él frunció el entrecejo.

—¿Por qué anoche hablaste del modo en que lo hiciste? —prosiguió ella.

Leam enarcó ahora una ceja por debajo del enmarañado y canoso cabello que caía sobre su frente. Kitty deseó pasar los dedos por aquel mechón y preguntarle si siempre lo había tenido así, sólo para saber algo de él real y tangible. Pero otra sonrisa tonta apareció en su rostro.

—Digamos que se trata de una capacidad típicamente masculina para decir las cosas apropiadas en el momento indicado.

—No me refiero a lo que dijiste —repuso Kitty—, sino al modo en que lo dijiste. Eso fue lo que me llamó la atención —por no hablar de la forma en que le había hecho el amor.

Él la miró a los ojos, en silencio.

—También te oí hablar de ese modo con Yale —añadió ella.

—¿De qué modo? —preguntó él con tono inexpresivo.

—¿A qué estás jugando? ¿Por qué pretendes engañarme? ¿O es que para recitar poesía hay que ser experto en el engaño? Una buena arma de seducción, me temo, para emplear con los incautos.

—Ahora, muchacha, ¿por qué iba yo a necesitar seducirte en ese momento justamente?

Pero ella no cejaba.

—Dime, ¿eres un truhán, un caballero o un bárbaro? Debo saberlo.

—Un poquito de todo, muchacha.

—¿Un poco de todo? Pero ¿cuál de todos es el auténtico? —Kitty se apartó nuevamente de él, rehuyéndolo—. Quizás, a fin de cuentas, deberías esperar hasta superar la tragedia. ¿Lo harás? ¿Dejarás que yo lo haga? La otra noche mencionaste a Esquilo, así que supongo que sabes griego.

—Algo —repuso él.

Kitty se cruzó de brazos.

—¿Y bien?

Él no respondió de inmediato. Finalmente, dijo:

—¿En griego?

—Por favor, tradúcelo al inglés.

Él la miraba sin parar.

—«
Él ardía en deseos de gozar de una muchacha mortal y después atormentarla. Un pretendiente arrepentido de vuestro amor, pobre muchacha, un amargo pretendiente
».

Kitty apretaba los ojos cerrados. Aquello no podía estar pasándole otra vez. Ya había dejado el tormento atrás hacía años. O eso creía.

Él, con su voz tan bonita, tan profunda y suave, topó de nuevo con una frialdad de hielo.

—«
Ahora he dejado de afligirme por mis penas
».

Kitty abrió un ojo.

Él la miró… desconcertado.

—¿Este fragmento es…? —preguntó ella.


Prometeo encadenado
.

—Ah, no sé por qué me resulta familiar. Sí, lo he visto representado. Es la escena en la que Prometeo, encadenado a una roca por toda la eternidad, dice esas palabras al águila que se posa ante él para devorarle el hígado. ¿Es correcto?

Él se encogió de hombros.

—Es una tragedia, muchacha.

Ella se volvió, dándole la espalda y llevándose una mano a la boca. A Leam el corazón le latía tan fuerte que casi podía oírlo. Ella le había conducido de nuevo a ese estado.

Era un estúpido al mostrarse a sí mismo de ese modo. Él lo sabía, y sin embargo no le importaba. Esa hermosa y lista mujer se había entregado a él y quería más. Él, por su parte, quería mucho más. Esperó a sentir lo que sabía que podría sentir si ella se lo permitía.

Sin embargo, algo se lo impedía.

Por lo tanto, decidió hablar sin fingir, retomando su pasión juvenil, la poesía que en un tiempo su corazón había adorado. Por primera vez en su vida, él deseó librarse de la lengua que hablaba.

—He hecho locuras antes —dijo Kitty con voz pausada, a pesar de que estaba temblando, que había temblado la noche anterior como si él se perdiera en ella de una forma total—. Pero eso fue hace tiempo y no quiero repetir la experiencia —se acercó a la puerta.

—No deseo que hagas locuras, muchacha —dijo Leam, cuyo escocés parecía aferrarse a él. Quería abandonarlo, pero no podía. Y sospechaba por qué. Conocía sus nombres. Su hijo lo esperaba en Alvamoor para pasar las vacaciones. Su hijo, que lo llamaba «padre».

Debía mantener la farsa con Kitty hasta que consiguiera marcharse. Era la única forma de protegerla del peligro en que quiso meterse con ella. No podía permitir que su corazón se involucrara. No podía confiar en su autocontrol, un autocontrol que lo había abandonado por completo cuando había conocido a su mujer y había hecho que se volviese ciego ante todo lo demás. Cuando descubrió que ella le había sido infiel, sus celos no conocieron límites.

Un hombre que ha visto morir a su propio hermano a causa de sus celos por una mujer infiel jamás se permite amar de nuevo.

Kitty se volvió hacia él, con una mano en el pomo de la puerta.

—Oh, no tienes que preocuparte —dijo sin mirarlo a los ojos—. He hecho esto antes, ya sabes, y es bastante fácil. Uno simplemente dice adiós y voilà!, se acabó la locura.

Tiró del pomo, pero la puerta no se abrió. Leam se acercó, tendió una mano hacia ella y cogió un mechón de sus cabellos. Aspiró su perfume, admiró su belleza, una belleza como jamás había conocido. Le pasó suavemente los dedos por la espalda, las mejillas y el cuello, y no pudo evitar estremecerse.

—Por favor, ábrela —dijo ella con voz tensa.

—Kitty…

Leam la abrió, y se le hizo un nudo en el estómago. Kitty salió y se marchó.

De pronto se oyó un ruido. Ella gritó, se volvió y cayó sobre un montículo de nieve.

Capítulo 12

Leam dio un salto, mirando hacia los edificios de alrededor.

—¡Yale! —bramó—. ¡Yale! —se arrodilló a su lado. La nieve la rodeaba, moteada de rojo.

Buscaba como enloquecido. «
Dios mío, por favor, ¡no!
», pensó. Desplegó la capa en torno a ella. Un pequeño círculo de sangre brotaba de su manga y se extendía por el desgarro de la tela. Se quitó el pañuelo de un tirón, tragando saliva por el pánico.

¿Dónde estaba el que había disparado?

Una oscura sombra se movía en un edificio de enfrente.

«
Maldición
», se dijo.

—¡Yale! —gritó nuevamente.

La puerta de la posada se abrió de repente.

—¡Han disparado! El tiro ha venido desde el norte, llévate a los perros —ordenó.

Yale llamó a Hermes y Bella con un silbido, cruzó la calle y los perros salieron corriendo de la posada, directos hacia él.

Kitty abrió los ojos. Tenía las mejillas y los labios pálidos. La herida no parecía importante pero le iba a doler mucho si él la movía, precisamente lo que debía hacer sin dilación.

—Ay, por Dios —la voz de Kitty sonaba más sorprendida que angustiada.

—¡Dios mío! —exclamó Leam. Ella estaba así por su causa. El disparo había sido dirigido a él. El hombre que lo seguía debía de tener el pulso débil y había errado—. Kitty, mi niña.

—Creo que me han disparado.

—Sí, te han disparado. No te muevas, muchacha.

Con cuidado, le levantó el brazo. Ella gritó. Él deslizó el pañuelo por debajo, lo enrolló alrededor y lo ajustó con fuerza.

—Oh, Dios —se quejó ella débilmente—. ¿Nunca dejarás de torturarme?

Leam volvió a ajustar el pañuelo y la cogió en brazos. La llevó hacia el guadarnés cruzando la puerta del establo. La recostó con cuidado apoyando su codo en un banco mientras ella respiraba agitadamente y apretaba los ojos y la boca. Él cogió una manta, que olía a caballo, y se la puso sobre los hombros, después colocó un cubo vacío a su lado.

—Deberías estar enfadada y con razón.

—Es cierto, entonces ¿sabes lo que ha pasado? —dijo ella a regañadientes.

—Sí —él se puso de pie—. Quédate aquí.

Se acercó a la puerta y salió a mirar el patio. El pistolero había huido, pero podía tener un cómplice, aunque no lo parecía. Ni siquiera había disparado otra vez.

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