Read Criptozoico Online

Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia Ficción

Criptozoico (29 page)

BOOK: Criptozoico
9.63Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Se imagina que está en otro lugar, quizás en otro tiempo.

—¿No ha cometido incesto?

De nuevo la voz de Bush, esta vez muy fuerte.

—¿Dónde creen que estoy, muchachos?

Y otra vez las demás voces, en clara advertencia:

—¡Tranquilo!

—Va a despertar a los otros en el pabellón.

—Sufre usted de anomia, con las habituales alucinaciones auditivas.

—Pero la ventana está abierta —replicó Bush, como si la misteriosa observación lo explicara todo—. ¿Qué lugar es éste, de todos modos?

—El Hospital Mental de Garfield.

—Nos estamos ocupando de usted.

—Creemos que su caso es de anomia.

—Su reunión es confusa —dijo Bush.

Frankland cortó la grabadora, frunciendo los labios, sacudiendo la cabeza.

—Un caso muy triste, señor Bush. En el momento de grabar esto su hijo creía estar en una especie de barracón; era incapaz de aceptar que estaba en un pabellón de hospital. A partir de entonces se fue retirando más y más de la realidad hacia sus propias imaginaciones. En un momento dado se volvió violento y atacó a un especialista con una muleta metálica. Tuvimos que aislarlo durante un tiempo, en esa nueva ala Motherbeer…

James cortó la narración de Frankland gritando:

—¡Ted es todo lo que tengo! De acuerdo, nunca fue un chico religioso, ¡pero era un buen chico! Nunca quiso ser violento, nunca…

—Tiene usted mi simpatía. Por supuesto, estamos haciendo todo lo posible por él.

—¡Pobre viejo Ted! ¡Al menos, podría usted dejarme verlo!

—Eso no sería razonable; él cree que usted ha muerto.

—¿¡Muerto!?

—Sí, muerto. Cree que había llegado a un acuerdo con las autoridades militares por el cual ellas aceptaban mantenerlo a usted aprovisionado de una bebida, llamada significativamente Black Wombat, con la cual usted se habría emborrachado hasta morir. Su hijo consiguió así, mentalmente, por supuesto, matarlo a usted y echarle la culpa a alguien.

James sacudió la cabeza casi en una imitación de Frankland.

—Anomia… No comprendo absolutamente nada, realmente no puedo. Un muchacho tan tranquilo, un artista tan bueno…

—Sí, esos son siempre los tipos que se van, me temo —dijo Frankland, mirando su reloj de pulsera—. Si quiere que le diga la verdad, esperamos que la telepatía artística pueda ayudarle un poco. El arte entra en sus estados alucinatorios, así como muchos otros retazos de su vida… No estoy de acuerdo con usted en que su hijo no es religioso. Un aspecto de su caso lo presenta en lo que un profano probablemente llamaría manía religiosa. Entienda, la búsqueda de la perfección para poner fin a la desgracia es muy fuerte en él. En cierta ocasión, estando en aislamiento total, en Motherbeer, quiero decir, intentó construir una unidad familiar ideal en la cual hubiera podido hallar la paz. Tenemos las cintas de ese período de su enfermedad; son muy desgarradoras. En esa hipotética unidad familiar su hijo representa el papel del padre, usurpando así simbólicamente su papel. El padre era, significativamente, un minero en paro. Los miembros del equipo de médicos estaban también presentes en otros papeles de su fantasía.

—¿Qué ocurrió?

—Su hijo era incapaz de mantener mucho tiempo la ilusión de paz; la presión de deslizarse a un estado de terror más abierto, a un paradigma de cazadores y cazados, asesinar o ser asesinado, era muy fuerte. Así, la unidad familiar construida fue brutalmente disuelta en un odio a sí mismo; terminó con un suicidio simbólico, que anunciaba la abdicación completa de la razón y un regreso al estado fetal que es la meta final de las naturalezas con una fijación incestuosa. Dejó de relacionar. Es usted quien me ha pedido estos detalles, señor Bush.

—Dejó de relacionar… Eso no suena muy propio de mi chico. Por supuesto, sé que se interesaba por las mujeres…

Frankland se permitió un corto gruñido de risa.

—¡… se interesaba por las mujeres! Sí. Su hijo, señor Bush, su hijo no conoce más que a una mujer, su madre; todas las demás hembras que encuentra son una proyección de ella, se identifican con ella. De ahí que nunca busque ni encuentre una permanencia con ninguna, por miedo a que puedan dominarlo.

Sus obsesivas y compulsivas tendencias se hundieron en una esquizofrenia orientada hacia desarreglos psíquicos. Siente su ánima, su
anima
o principio espiritual femenino, no confundir con anomia o anosmia, como algo despegado de sí mismo, como una entidad separada. A esa entidad la llama su Dama Oscura. Originalmente llenaba la función clásica del ánima de velar por él.

—¿La Dama Oscura? ¡Nunca oí hablar de ella!

—Ahora, en los estadios posteriores de la enfermedad de su hijo, la Dama Oscura aparece transformada en otra versión de la figura incestuosa, una hembra madre e hija a la vez, lo cual pone en evidencia la aceleración del deterioro mental del sujeto.

James Bush miraba con esfuerzo aquella tediosa habitación. Esas escalofriantes palabras que no podía comprender ni creer enteramente lo hacían reconcentrarse. Necesitaba tanto escapar como ver a Ted. En cuanto a la forma específica de evasión, no sabía si era mejor un largo retiro de plegarias o una buena sesión de whisky. La voz de Frankland seguía zumbando, no sin cierta complacencia en el tono.

—En su último viaje mental al devónico, mientras incubaba su trágica enfermedad, tuvo relaciones sexuales con una mujer joven llamada Ann. Ella también resultó involucrada en las fantasías de su hijo, aunque sin demasiado éxito. Y ahora cree que ella está vigilando esta institución y que muy pronto realizará un intento por rescatarlo. Significativamente, la describe como una chica subdesarrollada, sucia y desaliñada. “¡Una puta de cabello lacio!”, la llamó una vez. En determinado momento la mata y, es muy curioso, luego la resucita. ¡Realmente trágico, una mente tan brillante…! “¡Qué brillante mente se halla aquí trastornada!”, como dijera el poeta. Pero no querría retener más de su tiempo… —se levantó e inclinó la cabeza.

—Señor Frankland, ha sido usted muy amable —dijo James, desesperado—. ¡Déjeme tan siquiera echarle una ojeada al pobre chico! ¡Es todo lo que tengo, ya lo sabe usted!

—¡Oh, realmente…! —Frankland pareció sorprendido y se inclinó por encima de su escritorio, adoptando de nuevo su aire de conspirador—. Tengo entendido que usted tiene relaciones con una tal señora Annivale, una viuda.

—Bueno, sí, yo… Hay una dama con ese nombre que vive en la puerta contigua a la mía.

Un asentimiento con la cabeza quizás un poco excesivo.

—La mente juega extraños trucos con los nombres. Y, por supuesto, hay extrañas coincidencias dignas de mencionar. Ann, Annivale, anomia… ¿Sabe usted lo que es el amnios?

—No. ¿Puedo echarle una
ojeada
?

—Se trastornaría si lo viera a usted. Señor Bush, ya le he dicho que lo cree muerto.

—Si está bajo sedación no podrá verme…

—Está trabajando en su última composición. Le proporcionamos materiales para mantenerlo tranquilo. Eso absorbe todo su tiempo, pero podría darse vuelta y verlo y trastornarse.

—Usted ha dicho que está bajo sedación.

—No, no, eso fue ayer. Dije que estaba bajo sedación ayer. Y ahora, señor Bush, realmente…

James podía ver que la entrevista había terminado. Hizo un último y desesperado esfuerzo.

—¿Por qué no me dejan llevármelo de aquí? Yo cuidaré de él… ¡No hará ningún daño! Quiero decir…, ¿qué están haciendo ustedes por él aquí? ¿Qué esperanzas de curación hay aquí?

Con una expresión de extrema gravedad, Frankland apretó el botón superior del impermeable de James con un dedo extendido y dijo:

—Ustedes los profanos subestiman siempre la gravedad de las enfermedades mentales extremas. A veces la mente parece sumergida en una guerra civil. ¡Su hijo cree que el tiempo está fluyendo al revés! Ya no pertenece a nuestro universo, señor Bush, y necesita vigilancia oficial. Si quiere que le diga la verdad, en su estado actual es difícil concebir esperanzas de una curación. Nuestro deber es mantenerlo tranquilo. Ahora, si me permite, lo acompañaré hasta el vestíbulo —estaba empujando a James hacia la puerta que entre tanto abría.

En el pasillo había una pelea. Un hombre delgado con un pijama gris se debatía ante una puerta abierta, a cierta distancia, intentando escapar de dos enfermeras. Clamaba por el supervisor.

—¡Doctor Wenlock, tiene que volver a la cama…! —decía una de ellas, tirando de su brazo.

—Dispense —dijo Frankland, y corrió por el pasillo hacia el grupo. Pero antes de llegar, un musculoso enfermero con una bata blanca emergió del interior de la habitación, plantó una mano sobre el rostro del paciente y tiró de él bruscamente hasta hacerlo desaparecer. La puerta se cerró violentamente. El incidente quedó cerrado en unos pocos segundos.

Frankland regresó con el rostro enrojecido.

—Tengo otro trabajo que hacer, señor Bush… Asuntos más bien urgentes. No dudo que sabrá encontrar la salida…

James Bush no podía hacer otra cosa más que irse.

El Instituto Garfield se levantaba en medio de un enorme terreno, rodeado por un muro elevado. El dentista sabía que podía tomar un autobús cerca de la puerta principal; combinando dos autobuses estaría en casa. Pero las correspondencias eran malas y la circulación escasa… Llovía copiosamente.

No llevaba sombrero. Se anudó el pañuelo sobre la cabeza y se subió el cuello de su delgado impermeable antes de decidirse a abordar el sendero. Sería bueno llegar pronto a casa y beber algo.

Frankland lo había derrotado, desde luego. La próxima vez que viniera, exigiría ver alguna de las composiciones en las que supuestamente estaba trabajando Ted. Todo aquello era muy perturbador…

¡…dejado de relacionar, sí! Ted y él podrían relacionarse siempre, ocurriera lo que ocurriese con el muchacho. Claro que la culpa de eso podía achacársele parcialmente a Lavinia; pero no, no era justo… Es esta época de incertidumbre… James estaba empezando a rezar cuando la lluvia le azotó.

El sendero era largo: Podía sentir cómo sus piernas se mojaban a través del pantalón. Tendría que tomar un baño de mostaza cuando llegara a casa, si es que aún quedaba suficiente mostaza… De otro modo, lo mejor era meterse en la cama. Qué miseria era envejecer…, ¡y en tiempos como estos! Oh, Dios, en tu infinita misericordia, baja tu mirada…

Comprobaron su pase en la puerta de entrada, y James Bush echó a andar por una de las tantas calles… Bajó la cabeza mientras se dirigía hacia la parada del autobús, de modo que no prestó atención a la delgada silueta de la chica que estaba montando guardia de pie bajo un árbol, con el agua chorreando de sus lacios cabellos rubios. Habrían podido tocarse cuando pasaron uno cerca del otro.

Oh, Dios, en tu infinita misericordia…

BRIAN W. ALDISS, Nació en Norfolk (Inglaterra) en 1925. Tras combatir en la segunda guerra mundial y viajar por toda Asia, trabajó como librero en Oxford. En 1954 ganó su primer premio literario, concedido por The Observer. Dirigió la revista de ciencia ficción Sf Horizons, que fundó junto con Harry Harrison en 1966, asimismo, fue director literario de The Oxford Mail y corresponsal de The Guardian. En 1978 se hizo cargo del área de ciencia ficción de Penguin Books y pasó a presidir la British Science Fiction Association.

Escritor, crítico y destacado antólogo, es autor de, entre otras obras, Frankenstein desencadenado, El tapiz de Malacia, Invernáculo, El momento del eclipse, Informe sobre probabilidad A, la trilogía de Heliconia / Primavera, Heliconia / Verano, y Heliconia / Invierno, así como de algunos poemas y un libro de viajes. Entre los múltiples premios que ha recibido, cabe destacar el Nebula (1956), el de la British Science Fiction Association (1971, 1973, 1982 y 1985) y el Hugo (1962, por Invernáculo ). Se le considera uno de los mayores exponentes de la corriente literaria de la New Wave, y ha sido revalorizado últimamente gracias a la adaptación cinematográfica de su obra por parte de Spielberg con Inteligencia artificial.

Aldiss es un escritor preocupado por la condición humana, de modo que su obra roza lo biográfico, repleta de sensaciones e imágenes evocadoras de la juventud y plagada de inquietudes respecto a la percepción de la realidad y a la ambigüedad de nuestro mundo, que aúna lo terrible y lo fascinante, lo bello y lo repulsivo.

Tras su participación en la Segunda Guerra Mundial (como tantos otros británicos), volvió a la vida civil en 1948.

Aldiss es uno de los principales representantes de la llamada Nueva Ola de la ciencia ficción británica.

Novelas

La nave estelar (1958) Non-Stop

Invernáculo (1962) Hothouse

Cuando la Tierra esté muerta (1963) Starwarm

Barbagrís (1964) Greybeard

Los oscuros años luz (1964) The Dark Light Years

Criptozóico (1967) An Age o Cryptozoic

Informe Sobre Probabilidad A (1968) Report on Probability A

A cabeza descalza (1969) Barefoot in the Head

Frankenstein desencadenado (1973) Frankenstein Unbound

The 80 minute Hour (1974)

El tapiz de Malacia (1976) The Malacia Tapestry

La otra isla del Doctor Moreau (1980) Moreau`s Other Island

Heliconia primavera (1982)

Verano de Heliconia (1983)

Heliconia Invierno (1985)

Drácula Desencadenado (1991) Dracula Unbound

Recopilaciones de relatos

BOOK: Criptozoico
9.63Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Beast by Barry Hutchison
A Christmas Bride by Jo Ann Ferguson
Finding Autumn by Beth Michele
Existence by Abbi Glines
Her Special Knight by Lisa Fox
La mujer del viajero en el tiempo by Audrey Niffenegger
The Weight by Andrew Vachss
Eden's Pleasure by Kate Pearce