Crimen En Directo (36 page)

Read Crimen En Directo Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

BOOK: Crimen En Directo
3.44Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se dirigió con paso decidido al despacho de Mellberg y llamó a la puerta. Como no recibía respuesta, volvió a llamar. En esta ocasión, sí oyó un vago murmullo y sonidos misteriosos al otro lado de la puerta. Erling se preguntó qué estaría haciendo Bertil allí dentro. Obtuvo la respuesta cuando Mellberg le abrió por fin. Era evidente que acababa de despertarse y a sus espaldas se veían, de hecho, la manta y el almohadón encima del sofá. Además, en la cara de Mellberg se apreciaba la huella del almohadón.

—¡Qué demonios, Bertil! ¿Qué es eso de acostarse a dormir en pleno día? —Erling había meditado muy bien qué actitud debía adoptar ante el comisario jefe y había decidido mostrarse sutil y amigable antes de pasar a una actitud más seria. Por lo general, no tenía problemas para manejar a Mellberg. En las cuestiones municipales que involucraban al Cuerpo de Policía había logrado una colaboración fluida y muy agradable simplemente adulándolo y sobornándolo con alguna que otra botella de buen whisky. Y no veía por qué iba a ser diferente en esta ocasión.

—Bueno, ya sabes —respondió Mellberg algo preocupado—. Ha habido tanto jaleo últimamente, que tengo las fuerzas muy mermadas.

—Sí, comprendo que os estáis empleando a fondo —observó Erling y vio con asombro que el comisario se sonrojaba hasta las orejas.

—Dime, ¿qué puedo hacer por ti? —preguntó Mellberg indicándole que tomase asiento.

Erling se sentó y le dijo con gesto de honda preocupación:

—Pues verás, resulta que hace un rato he recibido una llamada de Fredrik Rehn, el productor de
Fucking Tanum.
Al parecer, algunos de tus policías han estado en la gran sala de la granja haciendo de las suyas. Incluso han amenazado con detener la producción. Bueno, debo decir que me he quedado un tanto perplejo. Y también un poco decepcionado. Creía que estábamos de acuerdo con respecto a este asunto y que no habría fisuras en la colaboración. Sinceramente, Bertil, he quedado muy decepcionado. ¿Tú puedes explicarme lo ocurrido? —Miró a Mellberg con el ceño fruncido, artimaña con la que había aterrorizado a más de un contrario a lo largo de su carrera. Sin embargo, en esta ocasión el comisario no se dejó amilanar, sino que miró a Erling en silencio, sin molestarse en responder, de modo que Erling empezó a sentirse ligeramente preocupado. Tal vez debería haberle llevado una botella de whisky, por si acaso.

—Erling... —comenzó Mellberg.

El consejero municipal se retorcía en la silla. ¿No podía aquel tío ir al grano de una vez? Le había hecho una pregunta muy sencilla, velando por el bien de la comunidad. No entendía que fuese para tanto.

—Erling, estamos investigando un asesinato —continuó Bertil Mellberg clavando la mirada en el hombre que tenía enfrente—. Alguna de las personas involucradas en el programa no sólo nos ha ocultado pruebas importantes, sino que, además, le ha vendido el material a la prensa. De modo que, en estos momentos, me siento inclinado a secundar la opinión de mis colegas de que lo mejor sería interrumpir el programa.

Erling sintió que empezaba a sudar. Fredrik Rehn no se había molestado en comunicarle aquel pequeño detalle. Aquello era un asunto muy feo. Muy, muy feo.

—¿Y viene... en el periódico de hoy? —balbució el consejero.

—Sí —respondió Mellberg—. En primera plana y en las páginas centrales. Fragmentos de un diario que llevaba la joven asesinada, pero de cuya existencia nosotros no teníamos noticia. Y que alguien nos ocultó. Es más, la persona en cuestión optó por vendérselo al
Kvállstidningen.
De modo que, en estos momentos, Hedström y Molin, dos de mis hombres, están trabajando para conseguir el diario y comprobar si es o habría sido de ayuda a la hora de localizar al asesino.

—Pues no tenía ni idea... —confesó Erling W. Larson recreando mentalmente la conversación que pensaba mantener con Fredrik Rehn en cuanto saliera de allí. Acudir a una reunión de negocios sin disponer de toda la información era como lanzarse desarmado al campo de batalla, eso lo sabía cualquier novato. Menudo imbécil. Pero Rehn iba a enterarse de que no podía jugar con el consejero municipal de Tanumshede.

—Dame una sola razón para que no desenchufe este programa ahora mismo —le dijo Mellberg.

Erling guardaba silencio. Se le había quedado la mente en blanco. Todos los argumentos se habían esfumado. Miró a Mellberg, que se echó a reír a carcajadas.

—Vaya, por fin te veo indefenso. Joder, jamás creí que ocurriría tal cosa. Pero voy a portarme bien. Sé que son muchos los que disfrutan con esa basura en la tele. De modo que podrán seguir emitiendo, pero, al menor problema... —Lo señaló con un dedo amonestador y Erling asintió agradecido. Había tenido suerte. Se estremeció ante la idea de lo humillante que habría sido tener que admitir ante el Consejo Municipal que no podrían llevar a término el proyecto. Jamás habría podido recuperarse de semejante pérdida de prestigio.

Ya estaba a punto de salir cuando oyó que Mellberg le decía algo, así que se dio la vuelta.

—Oye... mis reservas de whisky empiezan a menguar. No tendrás ninguna botella de sobra, ¿verdad?

Mellberg le guiñó un ojo y Erling le respondió con una sonrisa forzada. A decir verdad, le habría gustado meterle a Mellberg en el gaznate la botella entera. Sin embargo, respondió:

—Claro, Bertil, cuenta con ello.

Lo último que vio antes de cerrar la puerta fue la expresión de satisfacción en el rostro de Mellberg.

—¡Qué cosa más ruin! —sentenció Calle mirando a Tina mientras ella preparaba una bandeja con el pedido de una mesa.

—Ya, claro, como tú eres tan honrado... ¡Qué fácil es para ti, que nadas en el dinero de tu padre! —le espetó Tina, que casi volcó el vaso de cerveza que acababa de colocar en la bandeja.

—Oye, hay cosas que no se hacen ni por dinero.

—«Hay cosas que no se hacen ni por dinero» —lo remedó Tina con voz aflautada y una mueca de desprecio—. ¡Joder! ¡Es repugnante lo santurrón que puedes ser! Y el cerdo de Mehmet. Tengo que matarlo.

—Oye, relájate —le dijo Calle inclinándose sobre la barra—. Recuerda que han amenazado con cortar la grabación si no se lo decíamos. Y tú parecías más interesada en salvar tu propio pellejo. Pero no tienes derecho a hundirnos a todos en la mierda.

—Era un farol, ¿no lo entiendes? ¿Cómo iban a eliminar lo único que les ha proporcionado un poco de publicidad? Si viven para esto, coño.

—Ya, bueno, pero yo no creo que Mehmet tenga la culpa de nada. Si yo te hubiera visto coger el diario, también lo habría dicho.

—Seguro que sí, pedazo de inútil —dijo Tina tan indignada que la bandeja le temblaba entre las manos—. ¿Sabes lo que te pasa a ti? Que te pasas los días en la plaza de Stureplan y crees que la vida es así. Ir por ahí tirando de las tarjetas de papá, andar por la vida pasando de currarte nada y aprovecharte de los demás. ¡Es tan patético! Y ahora vienes a decirme a mí qué está bien y qué está mal. Yo al menos intento hacer algo con mi vida, quiero algo, tengo aspiraciones. ¡Y tengo talento, dijera lo que dijera esa cretina de Barbie!

—Ya, así que ahí es donde te duele, ¿no? —repuso Calle burlón—. Escribió algo sobre tu supuesta carrera como cantante y eres tan ruin que decidiste airear su vida en la prensa para vengarte. Ya oí lo que os gritabais la noche que murió. No soportabas que dijera lo que todos pensamos.

—Ese putón mintió. Me aseguró que no os había dicho a ninguno que yo no llegaría a nada y que no tenía talento. Mintió y me aseguró que no se lo había dicho a nadie, que era una invención malévola, que quien hubiese dicho aquello mentía. Pero luego lo leí en su diario, así que era verdad. ¡Claro que lo pensaba y seguro que había ido diciéndolo y difundiendo un montón de mierda sobre mí! —Tina volcó uno de los vasos, que se cayó al suelo. Los fragmentos se esparcieron por toda la estancia.

—¡Mierda! —exclamó Tina dejando la bandeja con los vasos que quedaban. Cogió el cepillo y empezó a recoger los fragmentos—. ¡Mierda, puta mierda!

—Oye —dijo Calle—. Jamás le oí a Barbie una mala palabra sobre ti. Por lo que yo sé, lo único que hizo fue animarte, como tú misma dijiste en la última reunión con Lars. Incluso lloraste con lágrimas de cocodrilo, si no recuerdo mal.

—No creerás que soy tan imbécil como para ponerme a hablar mal de una muerta, ¿verdad? —le preguntó barriendo las últimas esquirlas de vidrio.

—Sea lo que sea lo que escribió en el diario, no puedes reprochárselo, porque es verdad. Cantas como una urraca y si yo fuera tú empezaría a afinar un poco mi solicitud para el McDonalds —dijo Calle riéndose al tiempo que echaba una rápida ojeada a la cámara.

Tina soltó el cepillo en el suelo y se le acercó de una zancada. Pegó su cara a la de él y le susurró llena de ira:

—Más te valdría callarte la boca, Calle. Tú no fuiste el único que oíste lo que se dijo la noche que Barbie murió. Tú también te metiste con ella y te pasaste bastante. Por algo que había dicho por ahí de que tu madre se había suicidado por culpa de tu padre. Según ella, tampoco lo había ido contando, así que yo en tu lugar me callaría la boca.

Cogió la bandeja y salió en dirección al restaurante. Calle estaba pálido. Evocó mentalmente las acusaciones, las duras palabras que le había dicho a Barbie aquella última noche. Recordó también su mirada incrédula ante aquello de lo que la había acusado. Su insistencia cuando, al borde del llanto, le aseguraba que no había dicho nada parecido y que no sería capaz de decirlo jamás. Lo peor era que no podía librarse de la sensación de que le había dicho la verdad.

—Patrik, ¿tienes un minuto? —Annika guardó silencio al ver que estaba ocupado al teléfono.

Levantó un dedo para indicarle que esperase un momento. La conversación parecía estar tocando a su fin.

—Vale, de acuerdo, lo haremos así —dijo Patrik irritado—. Vosotros nos dais el diario y nosotros os damos información de primera mano cuando encontremos al culpable.

Estrelló el auricular en la base del teléfono y se volvió hacia Annika con expresión atormentada.

—¡Idiotas! —exclamó indignado y lanzando un suspiro.

—¿El periodista del diario vespertino? —preguntó Annika antes de sentarse.

—El mismo —respondió Patrik—. Oficialmente, acabo de cerrar un acuerdo con el diablo. Lo más probable es que hubiéramos conseguido el diario de todos modos, pero habríamos tardado más. Llevamos tres días trapicheando con ellos, así que ahora lo haremos así. Tendremos que darles su libra de carne.

—Sí —asintió Annika. Entonces, Patrik se dio cuenta de que estaba esperando impaciente para poder decirle algo.

—Bueno, ¿y qué querías decirme? —le preguntó.

—La consulta que cursé el lunes pasado ha dado resultado —le reveló Annika sin poder ocultar su satisfacción.

—¿Tan pronto? —exclamó Patrik sorprendido.

—Sí, supongo que la atención mediática de que goza Tanumshede en estos momentos ha sido una ventaja —constató.

—Bien, ¿y qué tienes? —preguntó con repentino interés.

—Posiblemente, dos casos más —le dijo mirando sus papeles—. Al menos el modo en que murieron coincide al cien por cien. Y... —vaciló un instante— ... en ambos casos encontraron lo mismo que nosotros en Rasmus y Marit.

—¡Vaya, vaya! —comentó Patrik inclinándose—. Bien, cuéntame todo lo que tengas.

—Uno de los casos es de Lund. Un hombre de unos cincuenta años, murió hace seis. Estaba muy alcoholizado y aunque abrigaron ciertas dudas sobre sus lesiones, consideraron que se había matado bebiendo. —Annika miró a Patrik, que la animó a seguir—. El otro caso se produjo hace diez años. En Nyköping. Una mujer de setenta años. Se clasificó como asesinato, pero jamás lograron resolverlo.

—Es decir, dos asesinatos más —concluyó Patrik, intuyendo la envergadura de lo que se les avecinaba—. En total, cuatro casos de asesinato que parecen estar relacionados.

—Sí, eso parece —convino Annika quitándose las gafas, que empezó a hacer girar entre sus dedos.

—Cuatro asesinatos —repitió Patrik abatido. El cansancio se extendía sobre su semblante como una fina membrana gris.

—Cuatro, más el asesinato de Lillemor Persson. Lo admito, creo que hemos llegado al límite de nuestra capacidad —observó Annika con pesadumbre.

—Pero, ¿qué dices? —preguntó Patrik—. ¿No crees que podamos con la investigación? ¿Piensas que deberíamos pedir ayuda a la central? —La miró pensativo, con la sospecha de que quizá tuviera razón. Por otro lado, ellos tenían todos los datos, sólo ellos podían encajar todas las piezas del rompecabezas. Exigiría colaboración entre distritos, pero estaba convencido de que eran lo bastante competentes para controlar la situación—. Empezaremos con ello y ya veremos si necesitamos ayuda —decidió.

Annika asintió. Si él lo decía, lo harían así.

—¿Cuándo piensas presentárselo a Mellberg? —le preguntó agitando sus notas.

—En cuanto haya hablado con los responsables de las investigaciones en Lund y Nyköping —respondió—. ¿Tienes ahí los datos de contacto?

Annika asintió.

—Aquí te dejo las notas, contienen todo lo que necesitas. —Patrik le dio las gracias con un gesto. Ya en el umbral, Annika pareció dudar un poco.

—O sea, un asesino en serie, ¿no? —preguntó sin poder dar crédito a lo que acababa de decir.

—Eso parece —contestó Patrik. Luego cogió el auricular y empezó a llamar.

—Oye, ¡qué bonito tienes esto! —exclamó Anna al ver la planta baja.

—Bueno, está un poco vacío. Pernilla se llevó la mitad de las cosas y yo... pues no he tenido tiempo de reemplazarlas. Y ahora parece que no tiene mucho sentido. Tendré que vender la casa y en un apartamento no podré meter muchos muebles.

Anna asintió y lo miró compasiva.

—Sí, es duro. Aunque, comparado con lo que has tenido que pasar... —dijo Dan.

—No te preocupes, no espero que todo el mundo compare sus problemas con los míos. Cada uno tiene su perspectiva de las cosas y yo no puedo convertirme en la medida y el modelo de lo que es razonable quejarse. Lo entiendo.

—Gracias —respondió Dan con una amplia sonrisa—. En otras palabras, me permites que me lamente todo lo que quiera, ¿no?

—Bueno, puede que no todo lo que quieras... —repuso Anna con una sonrisa. Se dirigió a la escalera y señaló la planta superior con un gesto inquisitivo.

—Claro, puedes subir a mirar si quieres. Incluso he hecho la cama y he recogido del suelo la ropa sucia, así que no hay riesgo. No te verás atacada por unos calzoncillos sucios.

Other books

Darshan by Chima, Amrit
Bonded by Blood by Bernard O'Mahoney
The New Nobility of the KGB by Andrei Soldatov
Ragtime by E.L. Doctorow
Dorothy Eden by Sinister Weddings
A Long Time Until Now by Michael Z Williamson
The Purple Heart by Vincent Yee
My Story by Elizabeth J. Hauser