—A ver, ¿quién os parece más guapo? —Uffe le pasó el brazo por los hombros a la rubia y se le acercó un poco más—. Yo, ¿verdad? —Se rió y le hizo cosquillas a la chica en el costado, a lo que ella respondió con una risita complacida. Animado por la reacción, continuó—: Bueno, la verdad es que no tengo competencia digna de mención. Aquí soy el único que es un hombre de verdad. —Empinó la botella para tomar un trago de cerveza, y señaló luego con ella en dirección a Calle—. Mira ése, por ejemplo. El típico ligón que se pasea por la plaza de Stureplan, con el pelo engominado y todo el equipo. Nada que les interese a unas chicas diez como vosotras. Lo único que sabe hacer es sacar la Visa de su papá, ¿sabéis? —Las chicas volvieron a reír y Uffe prosiguió—: Luego está Mehmet —dijo señalando a éste, que estaba leyendo tumbado en su cama—. Os juro que es lo opuesto a un ligón. Un verdadero currante negro. El sabe cómo mantenerse en la brecha, pero claro, es obvio que no hay carne como la sueca. —Tensó los músculos, antes de intentar meter la mano bajo el jersey de la rubia, pero la joven adivinó la maniobra y, tras una angustiosa mirada a la cámara que los enfocaba, apartó la mano de Uffe discretamente. Uffe pareció contrariado un instante, pero no tardó en reponerse del fracaso. A las chicas siempre les llevaba un rato olvidarse de las cámaras, pero luego todo iría sobre ruedas. Su objetivo aquellas semanas era poder cabalgar un poco —o un mucho, más bien—bajo las sábanas y en directo. Joder, que eso lo convertía a uno en leyenda. En la isla estuvo muy cerca. Si aquella mema de Jokkmokk hubiese estado un poquito más borracha, le habría salido bien. Aquel recuerdo aún lo atormentaba, y estaba ansioso de tomarse la revancha.
—Mierda, Uffe, ¿no podemos simplemente tomárnoslo con calma? —Calle notaba que se iba indignando por momentos.
—¿Cómo que tomárnoslo con calma? —Uffe volvió al ataque con la mano y, en esta ocasión, llegó un poco más lejos—. No estamos aquí para tomárnoslo con calma. Y yo que creía que tú eras el marchoso por excelencia... ¿Es que has perdido el brío? ¿O sólo te va la marcha de Stureplan? —preguntó Uffe en tono hiriente.
Calle miró a Mehmet, para ver si recibía algo de apoyo por su parte, pero éste parecía totalmente absorto en su libro de ficción. Una vez más, tomó conciencia de lo harto que estaba de aquella porquería. Ni siquiera sabía por qué aceptó al principio. El programa
Robinson
fue otra cosa, pero aquello... Verse allí encerrado con semejantes imbéciles. Con un gesto altanero, se colocó los auriculares, se tumbó boca arriba y se puso a escuchar música en el iPod. Subió el volumen bien alto, para no tener que oír el parloteo de Uffe, y dio rienda suelta a sus pensamientos. Pero éstos lo retrotrajeron implacables a un tiempo pasado. En primer lugar, los recuerdos más remotos, imágenes de su niñez, granulados y entrecortados, como si se tratase de una reproducción en súper 8. Él, corriendo hacia su madre, que lo aguardaba con los brazos abiertos. El olor de su pelo, mezclado con un aroma a hierba, a verano. La sensación de seguridad total que le proporcionaba aquel abrazo. También veía reír a su padre. Y cómo los contemplaba con una mirada llena de amor. Y, pese a todo, siempre yéndose, siempre camino de otro lugar. Nunca tenía tiempo de quedarse y participar de su abrazo. Nunca tenía tiempo de oler él también la cabellera de su madre. Ese olor a Timotei que su nariz aún podía evocar perfectamente.
Luego, la película avanzaba. Hasta que se detenía en seco. La imagen se volvía nítida de pronto. Máxima definición. La imagen de sus pies, lo primero que vio cuando abrió la puerta de su habitación. El tenía trece años. Hacía ya mucho que no corría a refugiarse en su regazo. Habían sucedido muchas cosas. Y muchas otras habían cambiado.
Recordaba que gritó, preguntando un tanto irritado por qué no contestaba. Y cuando abrió la puerta sintió que lo recibía un silencio atronador y la gélida sensación que le invadió el estómago le dijo que algo andaba mal. Muy despacio, se acercó hasta ella. Parecía estar dormida. Se hallaba tendida boca arriba en la cama; el pelo, que llevaba largo cuando él era pequeño, ahora era corto. Se apreciaban grabados en su rostro surcos de cansancio, de amargura. Durante un segundo, creyó que dormía. Que dormía profundamente. Luego vio el frasco de pastillas vacío en el suelo, junto a la cama. Se le había caído de la mano cuando las pastillas empezaron a surtir efecto y ella pudo huir de una realidad que ya no era capaz de controlar.
Desde aquel día, él y su padre vivieron uno junto al otro en muda enemistad. Jamás hablaron de ello. Jamás mencionaron el hecho de que la nueva mujer de su padre se mudase a vivir con ellos tan sólo una semana después del entierro de su madre. Nadie trajo a colación ni sacó a relucir la verdad de las duras palabras que condujeron al final. Nadie habló de cómo su madre se vio apartada, rechazada con una ligereza no fingida, sino auténtica. Como un abrigo viejo que se cambia por uno nuevo.
En cambio, habló el dinero. A lo largo de los años, fue creciendo hasta convertirse en una deuda ingente, una deuda de conciencia que no parecía tener fondo. Calle lo aceptaba en silencio e incluso lo exigía a veces, pero sin nombrar lo que ambos sabían era la fuente de todo. Aquel día. El día en que el vacío resonaba en la casa. El día que él llamó a su madre pero ella no respondió.
La película se rebobinaba, lo arrastraba consigo hacia atrás, cada vez más deprisa, hasta que la imagen granulada y entrecortada volvía a su retina. En su memoria, él corría en dirección a los brazos abiertos de su madre.
—Quisiera celebrar una reunión a las nueve. ¿Puedes comprobar si los demás también podrían? En el despacho de Mellberg.
—Pareces cansado. ¿Has pasado la noche de juerga? —Annika lo miraba por encima de las gafas para el ordenador. Patrik sonrió, pero la sonrisa no halló eco en sus ojos fatigados.
—Si al menos fuese por eso. No, me he pasado media noche en vela, revisando informes y otros documentos. Y por eso hemos de reunimos.
Se encaminó a su despacho y miró el reloj. Las ocho y diez. Estaba tan hecho papilla que sentía arenilla en los ojos, después de tanto leer y tan poco dormir. Pero aún le quedaban cincuenta minutos para ordenar sus pensamientos, antes de exponerles a sus colegas lo que había encontrado.
Los cincuenta minutos pasaron demasiado rápido. Cuando entró en el despacho de Mellberg, los halló a todos congregados. A Mellberg lo había puesto en antecedentes por teléfono aquella mañana, mientras se dirigía a la comisaría, de modo que el jefe tenía una idea aproximada de lo que Patrik iba a presentarles. Los demás lo miraban inquisitivos, pero también un tanto esperanzados.
—Últimamente nos hemos centrado demasiado en la investigación del asesinato de Lillemor Persson, en detrimento de la investigación de la muerte de Marit Kaspersen.
Hablaba de pie, de espaldas a la mesa de Mellberg y junto al bloc gigante, y dedicó a todos los presentes una mirada grave. No faltaba nadie. Allí estaba Annika, lápiz en mano, tomando notas como de costumbre. Martin estaba a su lado, con la roja cabellera totalmente revuelta. Sus pecas destacaban en contraste con la piel, aún marcada por la palidez del invierno, y esperaba ansioso a oír lo que Patrik tuviese que decirles. Junto a Martin estaba Hanna, tranquila, fría y serena, tal y como la habían visto durante las dos semanas que llevaba trabajando con ellos. Patrik reflexionó brevemente sobre lo bien que se había adaptado al grupo. Tanto que tenía la sensación de que llevase allí mucho más tiempo. Y Gösta, como siempre, hundido en la silla. No había en su mirada indicios de que tuviese gran interés por aquello y más bien parecía desear hallarse en cualquier otro lugar, con tal de no estar allí. Pero ésa era la impresión que causaba Gösta fuera del campo de golf, se dijo Patrik irritado. Mellberg, en cambio, había inclinado su obesa anatomía, en señal de que pensaba prestarle a Patrik todo su interés. Ya estaba al corriente de adónde conducirían las conclusiones de Patrik y ni siquiera él pudo ignorar la existencia de las conexiones que su subordinado le había expuesto aquella mañana. Ahora sólo faltaba revelárselas a los colegas de un modo ordenado y metódico, para que pudieran seguir adelante con la investigación.
—Como sabéis, en un primer momento tomamos la muerte de Marit por un accidente. Pero la investigación de la policía científica y la autopsia demostraron que no fue así. La habían atado, le metieron en la boca y hasta la garganta algún objeto y luego le hicieron tragar grandes cantidades de alcohol. Ésa fue, por cierto, la causa de la muerte. Después, el asesino, o los asesinos, la montaron en su coche e intentaron hacer que pareciera un accidente. Y poco más sabemos. Aunque tampoco hemos realizado ningún esfuerzo digno de mención por seguir indagando al respecto, puesto que la investigación más... —Patrik buscaba el adjetivo adecuado—... televisiva ha reclamado toda nuestra energía y nos ha obligado a dividir nuestros recursos de un modo que, tras haber reflexionado un poco, me parece bastante desafortunado. Pero ya no tiene sentido lamentarse. Sencillamente, tendremos que cambiar de táctica y tratar de recuperar el tiempo perdido.
—Tú tenías una posible pista... —comenzó Martin.
Patrik lo interrumpió impaciente.
—Exacto, yo tenía una posible conexión. Y ayer me dediqué a investigarla —se dio la vuelta y cogió el montón de documentos que había dejado en la mesa de Mellberg—. Ayer estuve en Boras y vi a un colega llamado Jan Gradenius. Estuvimos juntos en un seminario celebrado en Halmstad hace dos años. Entonces nos habló de un caso que había tenido entre manos y en el que él sospechaba que la víctima había muerto asesinada, aunque no existían pruebas suficientes para demostrarlo. Me cedió unas copias de toda la información relativa a aquel caso y... —Patrik hizo una pausa de efecto y miró uno a uno a los congregados—. Y resulta que guarda un parecido muy desagradable con el de Marit Kaspersen. La víctima también presentaba una tasa absurdamente elevada de alcohol en sangre y en los pulmones, pese a que no lo probaba nunca, según las declaraciones de testigos y parientes.
—¿Existían las mismas evidencias físicas? —preguntó Hanna con el ceño fruncido—. Las contusiones alrededor de la boca, los restos de adhesivo y demás.
Patrik se rascó la cabeza con expresión de frustración en el semblante.
—Por desgracia, falta esa información. En un principio consideraron que la víctima, un hombre de treinta y un años llamado Rasmus Olsson, se había suicidado, tomándose primero una botella entera de algún licor para luego arrojarse desde un puente. De modo que la investigación se hizo partiendo de ese supuesto. Y, a la hora de describir a la víctima, no fueron tan exhaustivos como habrían debido. Sin embargo, existen fotos de la autopsia, y yo he podido verlas. Como profano, puedo decir que se aprecian indicios de contusiones en las muñecas y alrededor de la boca, pero se las he enviado a Pedersen para que las examine. En cualquier caso, me pasé la tarde de ayer y toda la noche estudiando todo el material que me pasó Gradenius, y no cabe duda de que existe una conexión.
—O sea que, según tú, alguien mató primero a ese tipo de Boras hace un par de años y ahora ha hecho lo mismo aquí, en Tanumshede, con Marit Kaspersen —intervino Gösta un tanto escéptico—. Un poco rebuscado, diría yo. ¿Qué relación hay entre las víctimas?
Patrik comprendía el escepticismo de Gösta pero, aun así, se irritó. En efecto, tenía la inequívoca sensación de que existía una conexión, y de que debían relacionar la antigua investigación con aquella otra.
—Eso es lo que hemos de averiguar —respondió Patrik—. Pensaba empezar por escribir aquí lo poco que sabemos, quizá así encontremos entre todos el modo de seguir adelante. —Le quitó el tapón a uno de los rotuladores y trazó una línea vertical en el centro del papel. En la parte superior de cada columna escribió «Marit» y «Rasmus» respectivamente—. Y bien, ¿qué sabemos de las víctimas? O, bueno, qué sabemos de Marit, para empezar. Yo iré escribiendo la información que tenemos sobre Rasmus Olsson, puesto que soy el único que ha tenido acceso a los datos de esa investigación. Pero luego os daré copias de todo —añadió.
—Cuarenta y tres años —comenzó Martin—. Pareja, una hija de quince años, trabajadora autónoma.
Patrik anotó cuanto Martin había dicho antes de, rotulador en mano, volverse a mirar al resto del grupo, a la espera de más información.
—Abstemia —dijo Gösta que, por un segundo, pareció estar prestando verdadera atención.
Patrik lo señaló con el dedo para marcar la importancia de lo que acababa de decir, antes de plasmar en el papel la palabra «abstemia», escrita con letras mayúsculas. A continuación, se apresuró a cumplimentar la información correspondiente en la columna de Rasmus: «Treinta y un años, soltero, sin hijos, empleado de una tienda de animales... Abstemio».
—Interesante —observó Mellberg que, con los brazos cruzados, asintió expectante desde su silla.
—¿Qué más?
—Nacida en Noruega, separada, enemistada con el ex marido, una persona formal... —intervino Hanna, que concluyó con un gesto de resignación al comprobar que no recordaba ningún otro detalle. Patrik escribió los datos. La columna de Marit crecía mientras que la de Rasmus permanecía con muy poca información. Patrik añadió «una persona formal» también en la columna de Rasmus, pues en su conversación con la policía de Boras salió a relucir que, de hecho, era un hombre cumplidor y sensato. Tras unos instantes de reflexión, escribió «¿accidente?» en la columna de Marit y «¿suicidio?» en la de Rasmus. El silencio general indicaba que no parecía haber mucho más que añadir, por ahora.
—Bien, pues tenemos dos víctimas totalmente distintas, aparentemente, asesinadas del mismo modo, mediante un procedimiento muy extraño. Difieren en edad, sexo, profesión, estado civil, en fin, que no parece que tuvieran nada en común, salvo su condición de abstemios.
—Abstemio... —intervino Annika—. Para mí esa palabra tiene casi un tono religioso. Por lo que sé, Marit no era una persona religiosa, sencillamente, no bebía alcohol.
—Cierto. Y es un dato que debemos averiguar sobre Rasmus. Puesto que es el único denominador común, creo que es el mejor punto de partida de que disponemos. He pensado que Martin y yo iremos a hablar con la madre de Rasmus; tú, Gösta, podrías ir con Hanna a tener una charla con la pareja de Marit y con su ex marido. Averiguad tanto como sea posible acerca de su vida como abstemia. ¿Existía algún motivo concreto para que no bebiese? ¿Pertenecía a algún tipo de organización? En fin, cualquier cosa que nos proporcione una pista de cuál podría ser la conexión de su caso con el de un soltero de treinta y un años residente en Boras. Por ejemplo, podéis indagar en qué ciudades había vivido con anterioridad y si, en algún período de su vida, residió en la zona de Boras.