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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (13 page)

BOOK: Cazadores de Dune
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La reverenda madre Calissa expresó una preocupación válida. No había dado ninguna indicación en relación al sentido de su voto.

—Me preocupa que los tleilaxu hayan manipulado la información genética de alguna forma… igual que hicieron con Duncan. Scytale ya cuenta con que estaremos impresionadas. ¿Y si todo esto no es más que un plan? ¿Por qué quiere realmente que vuelvan esos gholas?

Duncan paseó la mirada por la concurrencia.

—El maestro tleilaxu está en una posición vulnerable, por tanto debe asegurarse de que los gholas que probemos sean perfectos. De otro modo, no conseguirá lo que quiere de nosotros. No confío en él, pero sí en su desesperación. Scytale hará lo que sea por conseguir lo que necesita. Se está muriendo, y necesita desesperadamente un ghola de sí mismo. Y debemos utilizar esto en nuestro provecho. En esta peligrosa situación en que nos hallamos, no debemos dejar que el miedo guíe nuestros pasos.

—¿Qué pasos? —espetó Garimi con desdén mirando a su alrededor—. Nos limitamos a deambular por el espacio, sin un rumbo fijo, huyendo de un enemigo invisible que solo Duncan Idaho puede ver. Para la mayoría de las que estamos aquí la verdadera amenaza estaba en las rameras de la Dispersión. Se adueñaron de nuestra Hermandad y nos exiliamos para salvar a las Bene Gesserit. Hemos de encontrar un lugar donde podamos establecer una nueva Casa Capitular, un nuevo orden que nos permita hacernos fuertes. Por eso hemos empezado a engendrar hijos y a ampliar con cautela nuestras filas.

—Forzando con ello los recursos limitados del
Ítaca
—apuntó Sheeana.

Garimi y muchas de sus partidarias profirieron sonidos de disgusto.

—La no-nave tiene recursos suficientes para mantener diez veces este pasaje durante un siglo. Para preservar la Hermandad tenemos que incrementar nuestro número y aportar sangre nueva al grupo en preparación para colonizar un planeta.

Sheeana sonrió con astucia.

—Razón de más para introducir los gholas.

Garimi levantó los ojos al techo con disgusto. A su espalda, Stuka exclamó:

—Los gholas serán abominaciones no humanas.

Sheeana ya esperaba que alguien dijera aquello.

—Es curioso lo supersticiosas y conservadoras que sois algunas. ¡Como campesinas iletradas! Aún no he oído ningún argumento racional de vuestras bocas.

Garimi se volvió a mirar a sus seguidoras, tan serias como ella, y eso pareció darle fuerzas.

—¿Argumento racional? Me opongo a esta propuesta porque es claramente peligrosa. Se trata de personas que conocemos por la historia. Les conocemos, sabemos de lo que son capaces. ¿Tendremos la osadía de soltar otro kwisatz haderach sobre el universo? Ya cometimos ese error una vez. Y tendríamos que haber aprendido.

Cuando Duncan Idaho habló, solo tenía sus convicciones, carecía de la habilidad Bene Gesserit de recurrir a la Voz o de manipular sutilmente.

—Paul Atreides fue un buen hombre, pero la Hermandad y otras fuerzas le arrojaron en una dirección peligrosa. Su hijo, tan denostado, era bravo y bueno, hasta que permitió que el gusano del desierto lo dominara. Yo conocí a Thufir Hawat, Gurney Halleck, Stilgar, el duque Leto e incluso a Leto II. Esta vez podemos protegerles de los errores que cometieron en el pasado y dejar que alcancen su potencial. ¡Que nos ayuden!

En medio del griterío, Garimi levantó la voz más que las demás.

—Gracias a las Otras Memorias, sabemos lo que los Atreides hicieron tan bien como tú, Duncan Idaho. ¡Oh, cuántas crueldades se cometieron en nombre de Muad’Dib, cuántos billones murieron en su yihad! El Imperio Corrino, que había pervivido durante miles de años, cayó. Pero ni siquiera los desastres del emperador Muad’Dib fueron bastante. Luego llegó su hijo, el Tirano, y con él vinieron miles de años de terror. ¿Es que no hemos aprendido nada?

Sheeana levantó la voz, y utilizó un tono de mando suficiente para hacer callar a las otras Bene Gesserit.

—Por supuesto que hemos aprendido. Hasta hoy, estaba convencida de que habíamos aprendido a ser cautas. Y sin embargo veo que la historia solo nos ha enseñado a tener un miedo irrazonable. ¿Desecharíais nuestra mejor baza solo porque quizá alguien puede resultar herido? Tenemos enemigos que nos perjudicarán si pueden. Siempre existe un riesgo, pero el ingenio de nuestros bancos de células al menos nos da una posibilidad.

Trató de calcular cuántas pasajeras estaban de parte de Garimi. Cuando las tuvo identificadas y catalogadas en su mente, no hubo sorpresas: todas eran tradicionalistas, ultraconservadoras entre las conservadoras. De momento, eran una minoría, pero eso podía cambiar. Aquel debate debía finalizar antes de que causara males mayores.

Incluso cuando el proyecto se iniciara en serio, cada niño-ghola necesitaría un período de gestación completo y luego habría que criarlo y educarlo, atentos siempre a la posibilidad de despertar sus recuerdos internos. Llevaría años. En los próximos diez, quince años, ¿cuántas veces volaría la no-nave de cabeza a una crisis? ¿Y si mañana topaban con el misterioso Enemigo? ¿Y si quedaban atrapados en la red reluciente que Duncan decía que les seguía, que siempre les buscaba?

Los planes a largo plazo eran lo que mejor se les daba en la Hermandad.

Finalmente, Sheeana frunció la boca en un mohín de determinación y mantuvo su posición. No tenía intención de perder aquella batalla, pero el debate ya había terminado, tanto si a Garimi le gustaba como si no.

—Basta de discutir y discutir lo mismo. Convoco una votación. Ahora.

Y aprobó la moción. Por los pelos.

16

Ni siquiera el campo negativo de nuestra nave puede protegernos de la presciencia de los navegadores de la Cofradía que sondean el cosmos. Solo los genes agrestes de un Atreides pueden velar completamente la nave.

M
ENTAT
B
ELLONDA
ante un grupo de acólitas

Con la mente entumecida después del enfrentamiento verbal entre las Bene Gesserit, Duncan Idaho realizó una ronda de ejercicios en la sala de entrenamientos. Necesitaba aclararse, y tuvo el impulso de ir a aquel lugar tan familiar donde tantas horas agradables había pasado. Con Murbella.

Trató de controlar sus músculos y nervios, y eso le hizo más consciente de sus fallos. Siempre había recordatorios. Haciendo uso de sus capacidades de mentat, notó que fallaba ciertos movimientos avanzados prana-bindu por apenas un suspiro. Muy pocos habrían reparado en estos errores, pero él los veía. Todo aquel asunto de los nuevos gholas pesaba sobre su corazón y le desestabilizaba.

Una vez más, siguió los pasos rituales. Con una espada corta en las manos, trató de alcanzar la relajación propia del prana-bindu, una serenidad interior que le permitiera defenderse y golpear con la velocidad del rayo. Pero sus músculos se obstinaban en no obedecer a los impulsos de la mente.

La lucha es una cuestión de vida o muerte… no de estados de ánimo.
Gurney Halleck se lo había enseñado.

Duncan respiró hondo un par de veces, cerró los ojos y entró en un trance mnemotécnico que le permitió organizar los datos implicados en el dilema. Con el ojo de su mente vio un extenso arañazo en una pared adyacente que hasta entonces había escapado a su atención.

Es curioso que nadie lo hubiera reparado en todos aquellos años… y más extraño aún que él no se hubiera fijado.

Hacía casi quince años Murbella había resbalado en aquel lugar durante una sesión de entrenamiento en lucha con cuchillo con él… y estuvo a punto de morir. Ella cayó, a cámara lenta, y la mano con la que sujetaba el cuchillo giró de tal forma que se le habría clavado en el corazón. En su mente de mentat, Duncan vio todos los desenlaces posibles. Vio las diferentes formas en que podía morir… y las pocas en que podía salvarse. Y, antes de que tocara el suelo, asestó una fuerte patada que hizo saltar el cuchillo y arañar la pared.

Un rasguño en la pared, inadvertido y olvidado hasta entonces.

Momentos antes de aquella casi tragedia, él y Murbella habían hecho el amor en el suelo. Fue una de sus colisiones coitales más memorables, sus capacidades masculinas potenciadas por su adiestramiento Bene Gesserit frente a las técnicas de sometimiento sexual que ella conocía como Honorada Matre. Un semental sobrehumano frente a una tentación de cabellos ambarinos.

Después de casi cuatro años ¿seguiría pensando en él?

Duncan no dejaba de encontrar cosas que le recordaban a su amor perdido en la no-nave, en su camarote, en las zonas comunes. Antes de la huida, estaba demasiado concentrado en los preparativos secretos con Sheeana, ocultando los elementos necesarios en la nave, haciendo subir a escondidas a los peregrinos voluntarios, el equipamiento, las provisiones, siete gusanos de arena… estaba tan ocupado que por un tiempo pudo olvidar a Murbella.

Pero en cuanto la no-nave se alejó de la pareja de ancianos y su red, Duncan se encontró con demasiado tiempo libre y demasiadas oportunidades para topar con minas emocionales en las que antes no había reparado. Encontró algunas de las cosas de Murbella, ropas suyas de entrenamiento, objetos de tocador. Duncan era un mentat, no podía olvidar los detalles, y sin embargo, el hecho de encontrar aquellos objetos le afectó, como bombas de relojería en su recuerdo, más mortíferas que los explosivos que en otro tiempo rodeaban la no-nave en Casa Capitular.

Para salvaguardar su propia lucidez, finalmente Duncan reunió cada pequeño objeto, la ropa arrugada de ejercicio, apelmazada por el sudor seco, las toallas sucias que había utilizado, su bolígrafo favorito… y lo arrojó todo en uno de los bidones de almacenaje sin usar de la no-nave. El campo de nulentropía los conservaría tal y como estaban para siempre, y la cerradura los mantendría aparte. Hacía años que estaban allí.

Duncan no necesitaba volver a verlos, no necesitaba pensar en Murbella. La había perdido, y nunca podría olvidar.

Sí, quizá Murbella se habría ido para siempre, pero la cápsula de nulentropía de Scytale podía devolverle a sus viejos amigos: Paul, Gurney, Thufir, e incluso el duque Leto.

En aquellos momentos, mientras se secaba, sintió una oleada de esperanza.

SEGUNDA PARTE

Cuatro años después de la huida de Casa Capitular

17

No es cobardía ni paranoia saltar sobre las sombras cuando existe una amenaza real.

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA
, diarios privados

La enorme nave sin identificar apareció en mitad del espacio muy lejos del sistema de Casa Capitular. Se quedó allí, escaneando con cautela antes de acercarse más. Con la ayuda de sus sensores de largo alcance, una nave de la Cofradía que se dirigía a Casa Capitular detectó su presencia más allá de cualquier órbita planetaria, una extraña nave que acechaba donde no debía.

Siempre preocupada por el Enemigo, sin saber cuándo ni cómo podían producirse los primeros ataques, la madre comandante envió a dos hermanas en una veloz nave de reconocimiento a investigar. Las mujeres se aproximaron con tiento, dejando muy claro que su intención no era hostil.

La extraña nave abrió fuego y destruyó a la nave exploradora en cuanto la tuvo a tiro. En la última transmisión, la piloto dijo: «Es una especie de nave de guerra. Parece como si hubiera pasado por un infierno, presenta importantes daños…». El mensaje se cortó y solo quedó la estática.

Con un ánimo sombrío, Murbella reunió a sus comandantes para responder de forma inmediata y contundente. Nadie conocía la identidad ni el armamento con que contaba el intruso, si era el largamente esperado Enemigo Exterior o se trataba de algún otro poder. Pero era una amenaza concreta.

Muchas de las antiguas Honoradas Matres, incluida Doria, se morían por entrar en combate desde el final de la batalla de Conexión, hacía cuatro años. La violencia burbujeaba en su interior, y sentían que sus capacidades para la guerra se estaban oxidando. Ahora tendrían la oportunidad de desfogarse.

En cuestión de horas, veinte naves de ataque —que formaban parte de la marina de Casa Capitular desde los días del bashar Miles Teg— aceleraron y salieron del sistema. Murbella las dirigía, a pesar de las quejas de algunas de sus consejeras Bene Gesserit más tímidas, que no querían que se arriesgara. Ella era la madre comandante e iría al frente de la misión. Era su estilo.

Mientras las naves de la Nueva Hermandad se aproximaban, Murbella estudió las imágenes que iban apareciendo en sus pantallas, y reparó en las marcas oscuras que señalaban el casco del intruso, las brillantes emisiones de energía que escapaban de los motores dañados, los enormes boquetes abiertos por las detonaciones, por donde la atmósfera se filtraba al espacio.

—Es una nave siniestrada —transmitió la bashar Wikki Aztin.

—Pero muy mortífera —señaló una ayudante—. Aún puede disparar.

Como un predador herido,
pensó Murbella. Era una nave grande, mucho más que sus naves de combate. Al analizar los escáneres, reconoció parte del diseño, así como el sigilo de batalla del casco dañado por el calor.

—Es una nave de las Honoradas Matres, pero no pertenece a ninguno de los grupos asimilados.

—¿Alguno de los enclaves rebeldes, entonces?

—No… esta nave procede de más allá de los límites de la Dispersión —transmitió—. De mucho más allá.

A lo largo de las décadas, una gran cantidad de Honoradas Matres habían entrado en el Imperio Antiguo como plaga de langosta, pero su número era mucho mayor en los mundos lejanos. Las Honoradas Matres se organizaban en células independientes y aisladas de otros grupos, no solo como forma de protegerse, sino por una xenofobia natural.

Al parecer, la extraña nave había ido a parar a aquella sección del espacio por casualidad. A juzgar por su aspecto, estaba demasiado dañada para llegar a su destino. ¿Casa Capitular? ¿O quería llegar simplemente a algún planeta habitable?

—Permaneced fuera de su campo de fuego —advirtió a sus comandantes, y luego ajustó su sistema de comunicaciones—. ¡Honoradas Matres! Soy Murbella, la legítima Gran Honorada Matre, puesto que asesiné a mi predecesora. No somos vuestro enemigo, pero no reconocemos vuestra nave ni sus distintivos. Habéis destruido a nuestras naves de reconocimiento innecesariamente. Si volvéis a dispararnos será con gran riesgo para vosotras.

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