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Authors: Mark Twain

Tags: #Sátira

Cartas desde la Tierra (3 page)

BOOK: Cartas desde la Tierra
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En seis días Dios creó al hombre y los demás animales. Creó un hombre y una mujer y los puso en un delicioso jardín, junto con las otras criaturas. Y allí vivieron, durante algún tiempo, en armonía, felices, florecientes de juventud. Pero no duró mucho. Dios les había advertido al hombre y a la mujer que no comieran del fruto de cierto árbol. Y agregó una advertencia muy extraña: dijo que si comían de ese fruto morirían. Extraño, digo, puesto que si ellos no habían visto nunca la muerte, no habrían podido entender qué quería decir Dios con eso. Ni Él ni ningún otro Dios hubiera podido hacerles entender a esos hijitos inocentes lo que quería decir sin mostrarles al menos un ejemplo. La sola palabra carecía de sentido para ellos, al igual que para un niño de días.

Poco después, una serpiente los buscó a solas, y se dirigió hacia ellos caminando erguida, como era la costumbre de las serpientes en esos días. La serpiente les aseguró que el fruto prohibido llenaría de conocimiento sus mentes vacías. Así que comieron, lo que era natural pues el hombre está hecho de tal manera que siempre está ansioso de saber, a diferencia del sacerdote erigido como representante e imitador de Dios y cuya tarea desde el primer momento fue evitar que aprendiera algo útil.

Adán y Eva comieron, pues, el fruto prohibido e inmediatamente una gran luz penetró en sus oscuras mentes. Habían adquirido conocimientos ¿Qué conocimientos? ¿Conocimientos útiles? No, simplemente el conocimiento de que existía una noción del bien y una noción del mal, y cómo hacer el mal. Por lo tanto, hasta ese momento todos sus actos habían sido sin mácula, sin culpa, inocentes.

Pero ahora podían hacer el mal y sufrir por ello; ahora habían adquirido lo que la Iglesia denomina una posesión invaluable: el sentido moral. Ese sentido que distingue al hombre de la bestia y lo coloca en una situación superior y no inferior, donde uno supondría que sería el lugar apropiado, puesto que él tiene siempre la mente sucia y es culpable y las bestias siempre tienen la mente limpia y son inocentes. Es como considerar más valioso un reloj que siempre tiende a descomponerse que uno que no se descompone nunca.

La Iglesia todavía considera el Sentido Moral cómo la más noble posesión del hombre en la actualidad, aunque la Iglesia sabe que Dios tiene, sin lugar a dudas, una opinión muy pobre de este sentido y que hizo cuanto pudo, aunque con poco tino como siempre, por impedir que sus felices hijos del Edén lo adquirieran.

Muy bien, Adán y Eva sabían ahora lo que era el mal y cómo hacerlo. Sabían cómo realizar distintas clases de hechos malos, y entre ellos sobresalía uno. Aquel que más le preocupaba a Dios: el arte y el misterio de las relaciones sexuales. Para ellos esto fue un magnífico descubrimiento, tanto que dejaron de pasear ociosos y se dedicaron en cuerpo y alma a esta actividad, pobres jovencitos entusiastas. Estaban precisamente dedicados a una de estas celebraciones, cuando sintieron que Dios se acercaba, caminando entre los matorrales que es una de sus costumbres vespertinas, y se quedaron paralizados del miedo. ¿Por qué? Porque estaban desnudos, y antes no se habían dado cuenta nunca de eso. Antes no les importaba. Ni a Dios tampoco.

Fue en aquel momento memorable cuando nació la impudicia, y cierta gente la valora desde entonces, aunque por cierto les costaría decir por qué.

Adán y Eva entraron al mundo desnudos y sin ninguna vergüenza, desnudos y puros de corazón, y ninguno de sus descendientes se ha asomado al mundo de otra forma: todos nacieron desnudos, sin vergüenza alguna y puros de corazón, sin pensar que la desnudez es impúdica. Se hizo necesario que adquirieran la impudicia y una mente sucia; no había otra manera de conseguirlo. El primer deber de una madre cristiana consiste en corromper el ánimo de su hijo, y es deber que ella nunca descuida. Si su criatura crece y llega a ser misionero, su misión consiste en ir adonde los salvajes inocentes o adonde los japoneses civilizados, a corromperles el ánimo. Después de lo cual todos estos descubren la impudicia, esconden sus cuerpos y dejan de bañarse juntos desnudos.

La convención mal llamada pudicia no tiene grado de normalidad y no puede tenerlo, porque contraría a la naturaleza y a la razón. Es, por lo tanto, un artificio y está sujeto a la ocurrencia, al capricho enfermizo de cualquiera. Así, en la India, la dama refinada cubre su faz y sus senos y deja las piernas desnudas, mientras que la refinada dama europea se cubre las piernas y expone su rostro y sus senos. En tierras habitadas por inocentes salvajes, la refinada dama europea pronto se acostumbra a la absoluta desnudez de los nativos adultos y deja de sentirse ofendida por ella. En el siglo XVIII, un conde y una condesa franceses muy cultos —sin ningún parentesco entre sí naufragaron en una isla deshabitada, sin otra ropa que la de dormir. Pronto quedaron desnudos. Y también avergonzados. Al cabo de una semana su desnudez ya no les molestó y pronto dejaron de pensar en ella. Ustedes nunca han visto a una persona con ropa. Pues bien, no se han perdido de nada.

Pero sigamos con las curiosidades bíblicas. Naturalmente ustedes pensarán que la amenaza de castigar a Adán y Eva por su desobediencia no habrá sido mantenida, en vista de que no se habían creado a sí mismos, ni su propia naturaleza, ni sus propias debilidades, y por lo tanto no podían ser responsables de sus actos frente a nadie. Les sorprenderá saber que la amenaza fue verdaderamente mantenida: Adán y Eva fueron castigados y todavía hoy en día hay defensores de ese crimen. La sentencia de muerte fue ejecutada.

Como podrán notar fácilmente, la única Persona responsable de la falta cometida por la pareja no tuvo ningún castigo, y más aún, se convirtió en verdugo de los inocentes.

En vuestro país, así como en el mío, podríamos burlarnos de esta clase de moralidad, pero no sería amable hacerlo en la Tierra. Muchos hombres sobre la Tierra poseen la capacidad de razonar, pero no la usan en materias religiosas.

Los intelectos más iluminados les dirán que cuando un hombre ha procreado un hijo, el padre está moralmente obligado a cuidarlo con ternura, a protegerlo de las heridas y las enfermedades, a vestirlo, nutrirlo, a soportarle los caprichos, a no ponerle la mano encima a no ser como gesto de afecto o por su propio bien, y nunca, en ningún caso, a infligirle alguna crueldad arbitraria. La forma en que Dios trata, día y noche, a sus hijos es todo lo contrario: y sin embargo esos mismos intelectos iluminados justifican con calor tales crímenes, los perdonan y los excusan, y más aún rechazan indignados que se consideren crímenes cuando es Él quien los comete. Vuestro país y el mío son sin duda interesantes, pero no hay nada allí que se aproxime a la mente humana.

Así fue pues que Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso terrenal, y por lo tanto los asesinó; y por el simple motivo de que desobedecieron una orden que Él no tenía ningún derecho de dar. Pero la cosa no paró ahí como verán. Dios tiene un código moral para Sí mismo y otro muy distinto para sus hijos. Les exige a estos que traten con justicia y con suma bondad a los pecadores y que les perdonen no una vez sino setenta veces siete: pero Él no trató a nadie con bondad ni con justicia. No perdonó ni siquiera el primer pecadito a esa parejita de jóvenes inexpertos, tranquilos e inocentes. Hubiera podido decirles: "Por esta vez no los voy a castigar, los voy a poner a prueba nuevamente".

¡Qué va! Al contrario, decidió castigar incluso a los hijos de ellos por toda la eternidad, por una culpa trivial cometida por otros mucho antes de que ellos hubieran nacido. Y todavía los sigue castigando. ¿Con suavidad? Claro que no; de una manera atroz.

Ustedes pensarán naturalmente que un ser que se porta como Éste, no debe de ser muy amado entre los hombres. Ni se lo imaginen: el mundo lo llama Justo, Virtuoso, Bueno, Clemente, Bondadoso, Compasivo, Aquel que más nos ama, Fuente de toda verdad y de toda moral. Y semejantes sarcasmos se repiten todo el día por el mundo entero, pero no son sarcasmos deliberados. No, los dicen con toda seriedad y los pronuncian sin una sonrisa.

Carta IV

Así la Primera Pareja fue expulsada del Edén bajo una maldición, una maldición eterna.

Habían perdido todos los placeres que poseyeran antes de “La caída” y, sin embargo, eran ricos, porque habían ganado uno que valía por todo el resto: conocían el Arte Supremo.

Lo practicaban con diligencia y se sentían plenos de satisfacción. La Deidad les ordenó practicarlo. Ellos obedecieron esta vez. Pero fue afortunado que no se los prohibiera, pues lo hubiesen practicado de todas maneras, aunque lo hubieran prohibido mil Deidades.

Vinieron las consecuencias. Con el nombre de Caín y Abel. Y éstos tuvieron hermanas; y supieron qué hacer con ellas. Y por lo tanto hubo nuevas consecuencias. Caín y Abel engendraron varios sobrinos y sobrinas. Estos, a la vez, engendraron primos segundos.

En este punto, la clasificación de los parentescos comenzó a hacerse difícil y se abandonó la idea de mantenerla.

La grata tarea de poblar el mundo continuó de una época a otra, y con la mayor eficiencia; porque en esos días dichosos los sexos todavía eran eficientes en el Arte Supremo, cuando en verdad deberían haber muerto ochocientos años antes. El sexo precioso, el sexo amado, el sexo bello estaba entonces, manifiestamente en su apogeo, pues atraía hasta a los dioses. Dioses verdaderos. Bajaban del cielo y pasaban momentos de goce delicioso con eso cálidos pimpollos jóvenes. La Biblia lo cuenta. Mediante la ayuda de esos visitantes extranjeros la población aumentó hasta completar varios millones. Pero fue una desilusión para la Deidad. Estaba descontento con su moral, que, en ciertos aspectos, no era mejor que la suya propia. En realidad era una imitación descomedidamente buena de la suya. Decidió que el pueblo era totalmente malo, y como no sabía de qué modo reformarlo, juiciosamente decidió abolirlo. Esta es la única idea realmente superior y evolucionada que le acredita su Biblia, y hubiera establecido su reputación para siempre si se hubiera mantenido firme y la hubiera realizado. Pero siempre fue inestable —excepto en su propaganda— y su buena resolución cedió. Se sentía orgulloso del hombre. Era su mejor invento, su favorito después de la mosca común, y no podía soportar la idea de perderlo del todo; así que finalmente decidió salvar a unos ejemplares y ahogar al resto.

Nada pudo ser más típico de Él. Había creado a todos esos seres infames y sólo Él era responsable de su conducta. Ni uno de ellos merecía la muerte, pero extinguirlos era una buena política; principalmente porque al crearlos había cometido el crimen maestro, y estaba claro que al permitirles que siguieran procreando agrandaría ese crimen. Pero al mismo tiempo no podía haber justicia, equidad, ni favoritismo alguno: debían ahogarse todos o ninguno.

No, pero Él no quiso eso; tuvo que salvar media docena y poner a prueba la raza una vez más. No podía prever que se corromperían de nuevo, porque Él es Sapientísimo sólo en la propaganda.

Salvó a Noé y a su familia e hizo arreglos para eliminar al resto. Él diseño el Arca, y Noé la construyó. Ninguno de los dos había hecho un arca antes, ni sabía nada de ellas; y así tenía que esperarse que el resultado fuera algo inusual. Noé era un campesino, y aunque sabía qué requisitos debía satisfacer el Arca, era absolutamente incapaz de decir si ésta sería del tamaño suficiente (y no lo era) para cumplir las necesidades, de modo que no se aventuró a dar consejo. La Deidad ignoraba si era lo suficientemente grande, pero corrió el riesgo y no tomó las medidas adecuadas. Al fin de cuentas, la nave resultó demasiado pequeña, y el mundo sigue sufriendo las consecuencias.

Noé construyó el Arca. La construyó lo mejor que pudo, pero olvidó la mayoría de los detalles esenciales. No tenía timón, velas, brújula ni bombas, no tenía carta marina, ni ancla, barquilla ni luz o ventilación, y en cuanto al espacio para la carga —que era lo principal—, cuanto menos se diga al respecto mejor será. Tenía que permanecer once meses en el mar y necesitaba dos veces su volumen de agua potable. No podía utilizar el agua exterior: la mitad sería agua salada, y ni los hombres ni los animales terrestres podían beberla.

Debía salvarse un ejemplar de hombre, y también ejemplares de los demás animales.

Ustedes tienen que comprender que cuando Adán comió la manzana del Jardín y aprendió a multiplicarse y repoblar, los otros animales también aprendieron el Arte observando a Adán. Fue muy inteligente de parte de ellos, muy habilidoso; porque sacaron provecho de la manzana cuando valía la pena sacarlo, sin probarla ni castigarse con la adquisición del desastroso Sentido Moral, padre de todas las inmoralidades.

Carta V

Noé comenzó a seleccionar animales. Debía haber una pareja de cada especie de criatura que caminara o se arrastrara, nadara o volara, en el mundo de la naturaleza viviente. Sólo podemos deducir el tiempo empleado y su costo, pues no hay registro sobre estos detalles. Cuando Símaco hizo los preparativos para iniciar a su joven hijo en la vida adulta de la Roma imperial envió hombres a Asia, África y a todos lados a cazar animales para las luchas en el circo. Tres años emplearon esos hombres en reunir los animales y llevarlos a Roma. Sólo cuadrúpedos y yacarés, ya se sabe —nada de aves, serpientes, ranas, gusanos, piojos, ratas, pulgas, garrapatas, arañas, moscas, mosquitos—, nada más que los simples cuadrúpedos y los yacarés comunes; y ningún cuadrúpedo excepto los que luchaban. Y, sin embargo, fue como les dije: llevó tres años reunirlos, y el costo de los animales y el transporte y la paga de los hombres sumó cuatro millones y medio de dólares.

¿Cuántos animales? No lo sabemos. Pero fueron menos de cinco mil, pues ése fue el mayor número que se alcanzó para los espectáculos romanos, y fue Tito, no Símaco, quien lo logró, comparados con lo que se comprometió a hacer Noé. En cuanto a aves y bestias y seres de agua dulce tenía que reunir ciento cuarenta y seis mil clases; y de insectos más de dos millones de especies.

Difícil es atrapar a miles y miles de estos bichos, y si Noé no se hubiera dado por vencido y renunciado todavía estaría en la tarea, como solía decir Levítico. Pero no quiero decir que abandonó. Juntó tantos seres como podía alojar y luego se detuvo.

Si hubiera conocido la realidad desde el principio hubiese sabido que lo que se necesitaba era una flota de arcas. Pero él ignoraba cuantas clases de animales existían, al igual que su Jefe. Así que no incluyó a ningún canguro, zarigüeya, monstruo de Gila, ni ornitorrinco, y le faltaron un multitud de criaturas indispensables que el amante Creador había dispuesto para el hombre y a las que había olvidado, al internarse ellas en una parte de este mundo que Él nunca había visto y de cuyas actividades no estaba enterado.

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