—Aunque John Andrews y Bill Owen perdieron a sus compañeros a consecuencia de que el mascarón de la condenada
Mercedes
les cortó en dos —dijo uno.
—Es que disparaban sin mucha precisión, aunque con ganas —dijo otro marinero—. Y sobre todo a la jarcia. ¿Sabe, señor, que hemos disparado diecisiete andanadas en veintiocho minutos? Contados por el reloj del señor Dashwood. ¡Diecisiete andanadas en tan poco tiempo!
La
Lively,
anudando y ayustando, alcanzó la estela de la
Fama y
colocándose justamente detrás de su popa, comenzó a perseguirla con afán. Estaban un poco escasos de tripulantes, pues algunos, junto con el señor Simmons, se encontraban a bordo de su presa, la
Clara,
y cuando Stephen entró en la cabina, la encontró todavía preparada para el combate, con los cañones aún calientes, el olor de la batalla y una bala española de dieciocho libras rodando entre las astillas, bajo el enorme agujero que había hecho en el costado de la
Lively.
El lugar estaba vacío, habían sacado todo excepto la mitad del mamparo cercana a la proa y una silla, en la que estaba sentado el capitán español, con la vista fija en la empuñadura de su sable.
El capitán se levantó y le hizo una inclinación de cabeza. Stephen avanzó y, hablando en francés, se presentó; luego le dijo que estaba seguro de que el capitán Aubrey deseaba que don Ignacio tomara algo… ¿qué podía ofrecerle? ¿Chocolate, café, vino?
—¡Maldita sea! Lo había olvidado por completo —dijo Jack, apareciendo en la desierta cabina—. Stephen, éste es el capitán de la
Clara. Monsieur, j'ai l'honneur de introduire une amie, le docteur Maturin; docteur Maturin, l'espagnol capitaine, don Gardo.
Por favor, dile que le ruego que tome algo… vino, chocolate, aguardiente…
Con profunda gravedad, el español hizo repetidas inclinaciones de cabeza; estaba muy agradecido, pero no tomaría nada por el momento. Luego siguió una conversación forzada, que duró hasta que Jack le ofreció a don Ignacio la cabina del primer oficial para que descansara hasta la hora de comer.
—Se me había olvidado por completo —dijo de nuevo al volver—. Pobre hombre; sé lo que siente. En estos momentos cree que la vida no merece la pena ser vivida. Le dejé que conservara su sable; eso mitiga un poco el dolor, y por otra parte, luchó cuanto pudo. Pero, ¡Dios mío!, esto le hace a uno sentirse abatido. Killick, ¿qué cantidad de cordero nos queda?
—Dos piernas, señor, y un buen trozo de una espaldilla. También hay un gran pedazo de solomillo, señor, suficiente para tres.
—Entonces, el cordero. ¡Ah, Killick! Ponga la mesa para cuatro, con las bandejas de plata.
—¿Cuatro, señor? Sí, sí, señor; para cuatro.
—Ven, tomaremos café en el alcázar; el recuerdo del pobre don Garcio me atormenta. A propósito, Stephen, no me has felicitado. Fuimos nosotros los que conseguimos que la
Clara
se rindiera, ¿sabes?
—Te felicito, amigo mío. Te felicito sinceramente. Espero que no hayas pagado muy caro por ella. Vamos, dame la bandeja.
La escuadra y las presas estaban ya lejanas, a popa; la
Medusa
también se había separado para perseguir la
Fama,
pero estaba muy lejos, todavía no se veía su casco. La fragata española parecía estar a la misma distancia que al principio, o incluso a una distancia mayor, pero los tripulantes de la
Lively
parecían no preocuparse por ello mientras corrían con nuevos cabos, poleas y rollos de lona, mirando de vez en cuando hacia la presa. Todavía había en las cubiertas la relajación y la tranquilidad que seguían a la batalla; se oía a muchos hombres hablar, sobre todo a los gavieros, que allí en lo alto reparaban la jarcia, y también se oían risas. Un ayudante del carpintero, que pasaba con un aparejo al hombro, le dijo espontáneamente a Jack:
—No tardará mucho, señor.
—Nos han destrozado la mayoría de las botavaras de las alas —dijo Jack—, y nosotros ni siquiera tocamos una de las suyas. Ya verás lo que pasa cuando podamos desplegarlas.
—Parece que va navegando a una extraordinaria velocidad —dijo Stephen.
—Sí. Es muy rápida, desde luego. Dicen que le limpiaron los fondos en Gran Canaria; además, tiene unas líneas muy delicadas. ¡Mira! ¡Están tirando los cañones por la borda! ¿Has visto las salpicaduras? Otro. Enseguida empezarán a tirar el agua por la borda. ¿Te acuerdas cómo bombeamos y remamos en la
Sophie?
¡Ja, ja! Y moviste los remos como un héroe, Stephen. Pero
ella
no puede remar, no, no, no puede. Ahí va el último de los cañones de estribor. Mira cómo se aleja ahora; sus cualidades para navegar son excelentes, es una de las mejores fragatas que tienen.
—Y sin embargo, piensas atraparla ¿verdad? La
Medusa
se está quedando muy atrás.
—No me gusta presumir, Stephen, pero te apuesto una docena de botellas del clarete que prefieras contra una cerveza a que la abordamos antes de la comida. Tal vez no lo creas, pero la única posibilidad que tiene de escapar es que aparezca un barco de línea a proa o que nosotros perdamos un mástil. Aunque también puede dispararnos si conserva sus cañones pequeños.
—¿No has tocado madera al decir eso? Y respecto a la apuesta, la acepto.
Jack le miró con curiosidad. Su querido amigo recobraba el ánimo; debía de estar muy afectado por aquella batalla.
—No. Esta vez desafiaré el destino; de hecho, ya lo hice cuando le dije a Killick que pusiera cuatro cubiertos. El cuarto es para el capitán de la
Fama.
Le voy a invitar. Sin embargo, no le devolveré su sable, porque es una mezquindad rendirse y luego huir.
—Todo listo, señor —dijo el señor Dashwood.
—Estupendo, estupendo; ha sido un trabajo muy rápido. Despliéguelas, señor Dashwood, por favor.
A cada lado de las mayores, las gavias y las juanetes de la
Lively,
aparecieron las alas, ampliando el inmenso velamen desplegado con tal rapidez y eficiencia que en la
Fama
sintieron una profunda desazón.
—¡Ahí va el agua! —dijo el segundo oficial, que tenía los toneles enfocados con su catalejo.
—Creo que puede usted largar las rastreras —dijo Jack— y cargar la sobremesana.
Ahora la
Lively
se inclinaba hacia delante, y el pie de la roda hacía subir el agua de tal modo que la espuma, pasando por los costados, llegaba rápidamente hasta la estela. Ahora estaba realmente acelerando su ritmo, ahora superaba en velocidad a la
Fama;
y la distancia disminuía. No había ninguna vela que no estuviera orientada perfectamente, pues en todo momento estaban atendidas por la tripulación, una tripulación ahora silenciosa. Un avance rápido y constante, una forma de navegar extraordinaria.
La
Fama
ya tenía desplegado casi todo el velamen, pero ahora también desplegó la cangreja. Jack y los oficiales que estaban en el alcázar sacudieron la cabeza, todos a la vez; eso no le serviría, no era adecuado teniendo el viento por la aleta. La fragata empezó a dar bandazos, y ellos asintieron con la cabeza, todos a la vez. Una guiñada le hizo perder doscientas yardas; su estela ya no era una línea recta.
—Señor Dashwood —dijo Jack—, que el condestable prepare el cañón de proa. Quisiera ganar mi apuesta. (Miró el reloj.) Es la una menos cuarto.
El cañón de proa de estribor disparó, con un sonido que parecía débil tras el fragor la batalla, y un penacho de agua, blanco y azul, saltó cerca de la popa de la
Fama.
El siguiente cañonazo, mejor calculado, fue lanzado más alto y cayó a unas treinta yardas de su costado. Otro; y éste pasó muy bajo, por encima de la cubierta, porque la fragata había dado otra guiñada. Y ahora la
Lively
se aproximaba con mayor rapidez.
El tiempo que tardaba el siguiente cañonazo en caer ya estaba tocando a su fin, y todos tenían aguzado el oído para escuchar el estruendo, pero mientras estaban esperándolo, se oyeron a proa gritos de júbilo que rápidamente llegaron hasta popa. Entonces el primer oficial se acercó, abriéndose paso entre la multitud de tripulantes que se estrechaban las manos y se daban palmaditas en la espalda, se quitó el sombrero y dijo:
—Se ha rendido, señor, con su permiso.
—Muy bien, señor Dashwood. Tenga la amabilidad de tomar posesión y mandar aquí a su capitán enseguida. Le espero a comer.
La
Lively
avanzó aún más, navegando de bolina, plegó las alas como un pájaro y se colocó de través cerca del escobén de la
Fama.
El bote cayó al agua, cruzó y volvió. El capitán español subió por el costado, saludó y entregó su espada con una inclinación de cabeza; Jack se la pasó a Bonden, que estaba justo detrás de él, y dijo:
—¿Habla usted inglés, señor?
—Un poco, señor —dijo el español.
—Me gustaría contar con su compañía en la comida, señor. Ya está preparada en la cabina.
Se sentaron en la elegante mesa de la cabina, ya transformada. Los españoles tuvieron muy buen comportamiento y, además, comieron bien, pues durante los últimos diez días sólo se habían alimentado de galletas y garbanzos; y a medida que se sucedieron los platos, fueron perdiendo la solemnidad y mostrándose mucho más humanos. Las botellas iban y venían y la tensión se disipaba; la conversación, en español, inglés, y una especie de francés, era muy animada. Había incluso risas e interrupciones, y cuando por fin el exquisito
pudding
dio paso a los dulces, las nueces y el oporto, Jack pasó la jarra pidiéndoles que se sirvieran un vaso lleno hasta arriba y luego, levantando su vaso, dijo:
—Caballeros, les propongo un brindis. Les ruego que beban a la salud de Sophia.
—¡Sophia! —dijeron los capitanes españoles, levantando sus vasos.
—¡Sophie! —dijo Stephen—. ¡Dios la bendiga!
FIN
Abatir
›Separarse un buque del rumbo al que tiene la proa por causa del viento, corrientes o de la mar.
Adrizar
›Enderezar, poner derecho un objeto. Lo contrario de escorar.
Aduja
›Vuelta o rosca circular u oblonga de todo cabo.
Aferrar
›1. Enganchar en un sitio el bichero, ancla u otro utensilio semejante. 2. Agarrar el ancla en el fondo. 3. Plegar y sujetar velas bajo las vergas cuando no se iba a utilizar.
Ala
›Vela de fortuna que con buen tiempo se larga por una o las dos bandas de las velas de cruz de gavias y juanetes, la baja del trinquete se llama rastrera.
Alcázar
›Espacio que media en la cubierta superior de los barcos entre el palo mayor y la popa o la toldilla, donde está el puente de mando.
Aduja
›Maderas curvadas que forman la última cuaderna de popa y van unidas a las extremidades de los yugos.
Amantillo
›Cada uno de los dos cabos que sirven para mantener horizontal una verga.
Ampolleta
›Reloj de arena.
Amura
›Nombre o indicación de la dirección media del casco entre la proa y el través.
Amuras
›Ancho del buque en la octava parte de la eslora a partir de la proa y parte extrema del costado en ese sitio.
Andana
›Fila de cañones de una batería.
Aparejar
›Poner jarcias y velas a un barco.
Aparejo
›Conjunto de la arboladura, la jarcia y las velas de un buque; si tiene vergas y velas cruzadas se llama de cruz, y si todas las velas están en el plano diametral es de cuchillo.
Araña
›Grupo de cabos delgados que parten de un punto en donde están hechos firmes y abriendo en abanico van a terminar a varios puntos de un objeto: coy, vela (para la bolina), cumbre de un toldo, estay, etc.
Arboladura
›Conjunto de palos y vergas de un buque.
Arbolar
›Poner los palos a una embarcación Arfar›Levantar la proa el buque impelido por las olas, debiendo después bajarla, lo que es cabecear.
Armada
›Grupo de buques de guerra que en el siglo XVI acompañaban a un convoy. Modernamente conjunto de las fuerzas navales de un país.
Arribar
›Meter el timón a la banda conveniente para que el navío gire a sotavento, aumentando el ángulo de la proa con el viento.
Arrizar
›Tomar rizos. Colocar alguna cosa en el barco de modo adecuado para que se sostenga a pesar del balanceo.
Atagallar
›Navegar un barco muy forzado de vela. Atarazana›Desde el siglo XIII, lugar en donde se construyen y reparan naves.
Avante
›Adelante; tomar por avante: dar el viento por la cara de la proa de las velas de cruz.
Babor
›Banda o costado izquierdo de un barco, mirando de popa a proa.
Balas
›En el siglo XVIII había los siguientes tipos de munición: Rasa: esfera sólida de hierro rundido, bolaño (piedra). Metralla: saquete con varias balas pequeñas. Roja: esfera de hierro, calentada al rojo, usada desde 1613. Encadenada: eran pesadas balas unidas por una cadena. Se enredaban en el aparejo y lo destrozaban.
Bao
›Cada una de las piezas que unen los costados del barco y sirven de asiento a las cubiertas.
Barcalonga
›Cierto barco de pesca. Barloventear›Avanzar contra la dirección del viento.
Barlovento
›Lado de donde viene el viento.
Batayola
›Caja cubierta con encerados que se construye a lo largo del borde de los barcos en la que se recogen los coyes de la tripulación. Barandilla de madera sobre las bordas del barco que servía para sostener los líos de ropa que se colocaban como defensa al ir a entrar en combate.
Batería
›Espacio interior entre dos cubiertas y la fila o andana de cañones, que había en los navíos en cubierta corrida de proa a popa.
Batiportar
›Trincar el cañón contra el costado, apoyando su boca en el borde alto de la porta.
Batiporte
›Cada una de las piezas que forman los cantos alto y bajo de las portas.
Bauprés
›Palo grueso que sale de proa con inclinación de 30° a 50° según las épocas, que sirve para hacer firmes los estays de trinquete, para laborear las bolinas o montar las cebaderas y foques; sobre él se monta el botalón y a finales del siglo XVII el tormentín.
Bergantín
›Buque de dos palos —mayor y trinquete— de velas cuadradas y de estay, foques, con gran cangreja como vela mayor en el siglo XVIII.