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Authors: Paul Watzlawick

BOOK: Cambio.
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Nuestra historia abunda en ejemplos de enantiodromías. Así por ejemplo, cuando el helenismo alcanzó su más depurada espiritualidad, sobrevino una irrupción de elementos oscuros, caóticos, órficos a partir del Asia Menor. La romántica idealización de las mujeres en la era trovadoresca de los siglos XI a XIII y su contrapartida religiosa, el culto fervoroso a la Virgen María, a partir del siglo XI, tenía una contrapartida extraña y terrorífica, que la acompañaba a través de la historia: la aparición y el horrible crescendo de la caza de brujas. María y la bruja, dos aspectos de la femineidad que difícilmente pueden ser más antitéticos y polares, y sin embargo son sólo una pareja de contrarios
[3]
. Más adelante, en la era de la ilustración, vemos a la Virgen María reemplazada por la diosa Razón, que a su vez queda destronada por el romanticismo y el «descubrimiento» del inconsciente por C.G. Carus. Y para aventurarnos a una predicción, podemos apostar tranquilamente que los descendientes de nuestra actual generación de
hippies
desearán desempeñar la gerencia de un banco y sentirán el más profundo desprecio por las comunas, al paso que sus bienintencionados y a la vez desconcertados padres se preguntarán angustiosamente en qué fallaron respecto a sus propios hijos.

Si tenemos en cuenta estos ejemplos, el concepto del miembro de identidad nos parecerá algo más claro. Como hemos señalado anteriormente en
c)
, combinado con un miembro del grupo preserva la identidad de
dicho miembro
(es decir: produce un cambio 1 equivalente a cero); mientras que la combinación de un miembro del
grupo
con su contrario preserva la identidad del grupo (es decir: produce el miembro de identidad y por tanto cero cambio 2). Por ejemplo: constituye la naturaleza de la tradición asegurar la persistencia, en caso preciso mediante una acción correctora. Como base de acción, la tradición puede ser considerada, por tanto, como ejerciendo la función de un miembro de identidad. Por otra parte, está en la propia naturaleza de la revolución el ocasionar cambios. Pero como muestra el ejemplo de los guardias rojos, puede existir una acción revolucionaria que sea en sí un modo tradicional de intentar cambios. Este tipo de acción posee así la función de un recíproco o contrario y, como hemos visto, preserva la identidad de un sistema social. De hecho, la historia ofrece una enorme lista de revoluciones cuyos resultados fueron, en gran medida, condiciones idénticas a las que la revolución se proponía superar y sustituir por un nuevo mundo feliz
[4]
. En los asuntos humanos cotidianos, el eventual reconocimiento de este cambio cero puede hacer que las mentes más sobrias lleguen a la triste conclusión siguiente:
«Probablemente habríamos hecho mejor dejando las cosas tal como estaban.»

Pero esta conclusión no constituye en modo alguno la regla general; lo más frecuente es que el peculiar efecto «cero» del miembro de identidad sea aún más importante, debido a su «invisibilidad». Una cosa es advertir, tomar en cuenta o argumentar acerca de algo tan patente como un cambio de algo en su contrario, pero resulta muy difícil especialmente en las relaciones interhumanas, darse cuenta del hecho de que tal cambio no representa cambio alguno dentro de la pauta general. Gran parte de los conflictos humanos y muchas soluciones engendradoras de conflictos son debidas a tal ceguera. En el capítulo IV presentaremos ejemplos adicionales.

Hasta aquí hemos ofrecido ejemplos acerca de las cuatro propiedades de los grupos. Nos muestran que ninguna propiedad — así como ninguna de sus combinaciones — puede producir cambio 2. Un sistema que pase por todos sus posibles cambios internos (sea cual fuere su número) sin que se verifique en él un cambio sistémico, es decir: un cambio 2, puede considerarse como enzarzado en un
juego sin fin
(97). No puede generar desde su propio interior las condiciones para su propio cambio; no puede producir las normas para el cambio a partir de sus propias normas. Estamos de acuerdo en que existen juegos que tienen su término en su propia estructura y que alcanzarán dicho término más pronto o más tarde. Ya sean sus soluciones felices o dolorosas, tales juegos no conducen a los círculos viciosos que se dan invariablemente en las raíces de un conflicto humano. Los juegos sin fin son precisamente lo que su propio nombre indica: son interminables en el sentido de que no contienen en sí condiciones para su propia terminación. La terminación (como el despertar, en el ejemplo puesto en páginas anteriores acerca de una pesadilla) no constituye parte del juego, no es un miembro de dicho grupo; la terminación es meta con respecto al juego, es de un tipo lógico diferente a cualquier movimiento (cualquier cambio 1) dentro del juego.

Existe, sin embargo, el hecho innegable de que, muy lejos de ser imposible, el cambio 2 constituye un fenómeno que se da cotidianamente: la gente encuentra nuevas soluciones, los organismos sociales son capaces de auto-rectificación, la naturaleza encuentra siempre nuevas adaptaciones y el proceso total de los descubrimientos científicos o de la creación artística se basa precisamente en el paso dado desde una urdimbre vieja a una nueva urdimbre. De hecho, el criterio más útil para juzgar la viabilidad o salud de un sistema es exactamente aquella extraña capacidad, fuera de lo común, que demostró el barón Münchhausen cuando se sacó a sí mismo del cenegal tirándose de su propia coleta.

Pero la aparición del cambio 2 es considerada corrientemente como algo incontrolable e incluso incomprensible, como un salto cuántico, una súbita iluminación que sobreviene de modo impredictible al final de un prolongado parto mental y emocional, con frecuencia frustrante, a veces durante un sueño, o casi como un acto de gracia en el sentido teológico.

Koestler, en su
Act of Creation
ha coleccionado una serie enciclopédica de ejemplos de este fenómeno y ha introducido el concepto de bisociación. Según dicho autor, bisociación es
«el hecho de percibir una situación o una idea en dos sistemas de referencia, consistentes en sí mismos pero habitualmente incompatibles»
(59) y
«la súbita bisociación de un acontecimiento mental con dos matrices habitualmente incompatibles da lugar a una abrupta transferencia del curso del pensamiento desde un contexto asociativo a otro»
(60). En un brillante trabajo, Bronowski se ocupa del mismo problema y asigna asimismo al salto decisivo una naturaleza impredictible, casi siempre casual: no sabemos cómo ocurre tal acontecimiento, no existe modo de saberlo.

«Es un libre juego de la mente, una invención aparte de los procesos lógicos. Se trata del acto central de la imaginación en la ciencia y es, en todos sus aspectos, similar a cualquier acto análogo en literatura. A este respecto son similares la ciencia y la literatura: en ambas, la mente decide enriquecer el sistema en el que se basa mediante una adición realizada por un acto no mecánico de libre elección» (27).

A pesar de esta combinación de autoridad y sentido común, en nuestra experiencia el cambio 2 aparece como impredictible, abrupto, ilógico, etc., tan sólo en términos de cambio 1, es decir, desde dentro del sistema
[5]
.

En realidad, así debe ser, ya que, como hemos visto, el cambio 2 resulta introducido en el sistema desde el exterior y por tanto no es algo familiar o inteligible en términos de las vicisitudes de cambio 1. De aquí su naturaleza chocante y aparentemente caprichosa. Pero visto desde fuera del sistema, supone meramente un cambio de las premisas (las reglas de combinación en términos de la teoría de los grupos) que rigen al sistema
como totalidad
. Es indudable que este grupo de premisas puede estar a su vez sometido a la invariabilidad del grupo y cualquier cambio de dichas premisas ha de ser por tanto introducido a partir de un nivel aún más elevado (es decir: un nivel que sea
meta-meta
con respecto al sistema original y
meta
con respecto a las premisas que rigen a dicho sistema en su totalidad). Sin embargo — y éste es un punto eminentemente práctico y crucial— para efectuar un cambio dentro del sistema original es suficiente con no ir más allá del meta-nivel.

Un ejemplo hasta cierto punto abstracto, pero muy sencillo, expresará más claramente esto. Los nueve puntos representados en la figura 1 deben ser conectados entre sí mediante cuatro líneas rectas sin levantar el lápiz del papel. El lector que no conozca este problema hará bien en detenerse aquí e intentar la solución del mismo sobre una hoja de papel, antes de continuar leyendo y sobre todo, antes de ver la solución (figura 2). Casi todos los que intentan por vez primera resolver este problema introducen como parte de la solución un supuesto que hace esta última imposible. El
supuesto
consiste en que los puntos constituyen un cuadrado y que la solución debe hallarse dentro de este último, condición autoimpuesta que no está contenida en las instrucciones.

Figura 1

Así pues, el fallo no reside en la imposibilidad de la tarea, sino en la propia solución intentada. Habiéndose así creado el problema, no importa en absoluto la combinación de las cuatro líneas que se intenta y el orden en que ello se haga: se terminará siempre, por lo menos, con un punto no conectado. Ello significa que se pueden recorrer todas las posibilidades de cambio 1 existentes dentro del cuadrado, pero que jamás se resolverá el problema. La solución consiste en un cambio 2, en abandonar el campo en que se intenta la solución y al que no puede estar contenida, ya que, en el lenguaje de los
Principia Mathematica
, ésta comprende la colección entera y, por tanto, no puede ser parte de la misma
[6]
. Muy pocos llegan a resolver por sí solos el problema de los 9 puntos. Aquellos que fallan y renuncian experimentan por lo general una sorpresa ante la inesperada simplicidad de la solución (véase figura 2). Resulta evidente la analogía de este ejemplo con multitud de situaciones reales de la vida. Todos nos hemos sentido encerrados en alguna ocasión en una especie de jaula y entonces daba lo mismo que intentásemos hallar la solución de un modo sereno y lógico o bien, lo cual es más frecuente, recorriendo frenéticamente círculos viciosos. Pero, como ya hemos dicho, es tan sólo desde dentro de la jaula, desde dentro de la perspectiva del cambio 1, que la solución se nos aparece como un sorprendente rayo de inspiración que está más allá de nuestro control. Desde la perspectiva del cambio 2 se trata de un simple cambio desde una serie de premisas hasta otra serie del mismo tipo lógico. Una serie implica la norma de que el problema ha de resolverse dentro del ámbito en que se cree ha de encontrarse la solución; la otra serie no implica tal premisa. Es decir: la solución se descubre como resultado de examinar los supuestos acerca de los puntos y no los puntos en sí
[7]
. O bien, para hacer la misma afirmación en términos más filosóficos: resulta claramente distinto que nos consideremos como peones de un juego cuyas reglas designamos como realidad, o bien como jugadores que saben que las reglas del juego tan sólo son «reales» en la medida en que las hemos creado o las hemos aceptado y que podemos cambiarlas. Volveremos más detalladamente sobre este tema en el capítulo VIII.

Mas todo ello presupone un conocimiento acerca de la estructura lógica de nuestro universo y de la necesidad de mantener netamente separados los niveles del discurso lógico. La teoría de los tipos lógicos pone de manifiesto que no debemos hablar acerca de una clase en el lenguaje que resulta apropiado para sus miembros. Ello constituiría un error en cuanto a la tipificación lógica y conduciría a paradojas que nos sumirían en una perplejidad sin salida. Tales errores de tipificación pueden tener lugar de dos modos: bien por adjudicar incorrectamente una propiedad particular a la clase, en lugar de al miembro, (o viceversa), o bien por descuidar la patente e importante distinción entre clase y miembro

Solución del problema de los 9 puntos. (Fig. 2)

y por tratar a ambos como si correspondiesen al mismo nivel de abstracción. Recordemos que el cambio 2 corresponde a un nivel inmediatamente superior, a un nivel (n + 1), al del cambio 1. Por lo tanto no puede ser expresado en el lenguaje apropiado al cambio 1 o realizado con los métodos aplicables al nivel de cambio 1 sin dar lugar a las más paradójicas y dudosas consecuencias
[8]
. Así por ejemplo, se podrían evitar algunas de las tragicómicas controversias entre psicólogos experimentales y psiquiatras si se diesen cuenta de que cuando los primeros hablan de cambio se refieren por lo general a cambio 1 (es decir: a un cambio desde un comportamienjto, o a otro, dentro de un modo determinado de comportarse) mientras que los psiquiatras se preocupan predominantemente por el cambio 2 (es decir, por el cambio desde un modo de comportarse, a otro), si bien con frecuencia no son conscientes de ello. Bateson, cuya más importante contribución a las ciencias del comportamiento es probablemente la aplicación a las mismas de la teoría de los tipos lógicos y cuyas enseñanzas reconocemos agradecidos los autores del presente libro, ha resumido este estado de cosas al afirmar:
«Mientras los científicos del comportamiento continúen ignorando la problemática de los Principia Mathematica, tienen que aceptar que van aproximadamente con sesenta años de retraso»
(18).

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