Cadenas rotas (21 page)

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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: Cadenas rotas
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—Los voluntarios no pueden quejarse cuando no les gustan las órdenes que reciben —le dijo a Gaviota—, porque no pueden culpar a nadie salvo a ellos mismos.

Y su siguiente orden fue que debían levantar el campamento y volver a montarlo.

Los hombres y las mujeres habían instalado las tiendas como les daba la gana, poniéndolas aquí o allá para que recibieran el sol o estuvieran vueltas hacia el amanecer o quedaran enfrente de un vecino o lo que fuese. Había hogueras para cocinar por todas partes, al igual que ocurría con los montones de basura, desperdicios y excrementos. Rakel acabó con toda aquella confusión y la hizo desaparecer.

Fue de un lado a otro arrancando estacas de tiendas y apartando fardos y bultos a patadas, y después le pidió prestada una cuerda al encargado de las caballerías. Colocó a Frida al otro extremo de la cuerda y tiró de ella hasta dejarla tensa, y trazó una línea sobre las hojas, la tierra embarrada y los arbustos del claro. Todas las tiendas tendrían que ser erigidas a lo largo de aquella línea, con un paso de distancia entre una y otra, y además no se trataría de un paso cualquiera sino de un paso militar, que medía exactamente ochenta centímetros de longitud. Con nuevos gemidos, pero con una nueva admiración otorgada de mala gana, el campamento volvió a levantar sus tiendas.

Había más. A exactamente cien pasos de distancia de la última hilera, en el bosque, estarían las letrinas. Tendrían que ser cavadas de una manera determinada, y estar provistas de una pala y de tierra que pudiera ser arrojada encima de las heces. Cualquier persona que fuera sorprendida haciendo sus necesidades fuera de las letrinas, acuclillada en los arbustos o detrás de un árbol, sería colocada encima de un montón de ramas para el fuego con el trasero al aire y recibiría golpes de junco hasta que le sangraran las nalgas, sin que se admitieran excepciones para hombre, mujer, niño, soldado, seguidor del campamento u oficial.

Se les concedió una hora para cenar. Todos se habían instalado más o menos cómodamente para descansar, cotillear, darse masaje en las zonas doloridas y relajarse al final del día, cuando el cuerno volvió a sonar. Hubo un coro de gemidos, pero todos echaron a correr para responder a la llamada. Frida, la escribana de la comandante, leyó la nueva relación de oficiales.

Sin contar a los exploradores y la caballería (¿caballería?, se preguntaron), habría tres compañías: la roja, la verde y la azul. El capitán Varrius mandaría la Compañía Roja, el capitán Neith mandaría la Azul, y la capitana Ordando mandaría la Verde. Ordando fue la más sorprendida de todos al oírlo, pues era la corpulenta bromista de la trenza rubia a la que Rakel había dado una buena paliza aquella mañana. Cuando Rakel la felicitó, Ordando sólo fue capaz de tartamudear como una colegiala en su primer baile.

Rakel tenía unos cuantos anuncios más que hacer. Hasta que los uniformes hubieran alcanzado un grado de uniformidad más elevado, cada soldado tendría que llevar una escarapela de colores en su sombrero. Rakel esperaba que las escarapelas estuvieran en su sitio cuando se iniciara la revista (¿la revista?) fijada para el amanecer del día siguiente.

Terminó diciéndoles que estaba orgullosa de sus combatientes y que prometían mucho, pero que el ejército considerado como un todo todavía tendría que esforzarse mucho para ser una auténtica fuerza de guerra. Las luces se apagarían dentro de una hora, y estaba prohibido hablar después de que se hubieran apagado las luces. Su escribana leyó los turnos de guardia, que ya no consistían en un solo retén —como había apostado Gaviota hasta entonces—, sino en cuatro que se moverían por rutas que se intersectaban en diversos puntos. Todos fueron a sus tiendas sintiéndose más o menos agotados y perplejos, salvo un grupo que se congregó alrededor de una hoguera para beber coñac y hacer especulaciones sobre su nueva comandante y su futuro en el ejército. Una hora después descubrieron que la nueva comandante hacía honor a su palabra, pues Rakel surgió de la nada con un cubo lleno de agua que derramó encima de su hoguera, rociándoles con un diluvio de cenizas calientes y vapor impregnado de suciedad.

Rakel terminó su noche repasando las órdenes del día siguiente con su escribana, y después dio permiso a la agotada joven para que se marchara. A continuación patrulló el perímetro de guardia moviéndose sobre pies veloces y ágiles que no hacían ningún ruido, y dando un buen susto a por lo menos dos centinelas. Sorprendió a una pareja de jóvenes que se estaban dando un revolcón entre los arbustos, los separó de un manotazo y lanzó al muchacho a tres metros de distancia por los aires para que aterrizara sobre su trasero desnudo. La pareja huyó a la carrera, buscando el refugio de las tiendas de sus padres. Después Rakel sorprendió a una mujer que se estaba levantando las faldas. La mujer le explicó con voz gimoteante que las letrinas quedaban demasiado lejos y que estaba demasiado oscuro para ir hasta allí, pero Rakel le asestó un golpe con el plano de su espada allí donde más podía dolerle y después la observó escapar cojeando.

Finalmente, cuando la noche había llegado a su momento de máxima oscuridad, Rakel subió tambaleándose la pendiente que llevaba a su tienda. Gaviota estaba sentado delante de ella, afilando su hacha con una piedra de amolar mientras contemplaba cómo las estrellas del invierno giraban lentamente en los cielos.

—Eres asombrosa, Rakel —le susurró el leñador—. Has hecho más en un día de lo que yo he conseguido hacer en seis meses.

Rakel no se detuvo, y se limitó a quitarse el cinturón antes de arrastrarse hasta su petate, dejando sus armas allí donde pudiera llegar hasta ellas con la mano.

—Todavía no he conseguido nada, pero lo haré.

Y un segundo después estaba dormida, sumida en ese profundo sueño instantáneo que sólo un combatiente veterano es capaz de alcanzar, dejando a Gaviota a solas para preguntarse de dónde surgía aquella decisión obsesiva y toda esa fanática energía.

Después el leñador entró en la tienda y se acostó junto a ella, y se durmió.

* * *

Los días siguientes fueron idénticos: las órdenes llegaban tan deprisa y eran impartidas con tal ferocidad que todo el mundo acabó sintiendo que le daba vueltas la cabeza. Pero Rakel era implacable y, de hecho y a medida que el ejército se iba volviendo más eficiente, fue volviéndose más y más estricta hasta que llegó un momento en el que los soldados pedían permiso antes de escupir.

Las tres compañías —Verde, Roja y Azul— eran pequeñas, con sólo seis o siete combatientes en cada una, pero Rakel aseguró que se expandirían con el paso del tiempo. (Nadie conseguía imaginarse cómo iba a ser posible eso, pero no discutieron con ella.) Rakel formó filas dentro de cada compañía, colocando a los luchadores más veteranos en el exterior y a los reclutas más faltos de experiencia en el centro para que los veteranos pudieran impedir que huyesen durante la batalla. Después inició una campaña de reclutamiento, ofreciendo a cualquier chico o chica del campo que tuviera más de trece años un rango de cadete con media paga, y obtuvo seis nuevos combatientes en un instante. Además, asignó media paga a todos los seguidores adultos del campamento, basándose en que ayudaban a sostener al ejército y merecían ser recompensados, con lo que consiguió que todo el mundo la apreciase.

Rakel cambió las tácticas de combate. Se acordaba de cómo habían sido masacrados por la carga de caballería en la taiga, por lo que su primera acción fue convertir a cada soldado en un lancero. Cortaron arbolillos en el bosque y los convirtieron en pértigas, y los dos herreros del ejército recibieron montones de espadas viejas y chatarra de hierro para que les dieran una nueva forma. Siguieron las especificaciones de Rakel, y forjaron puntas de lanza que podían ser encajadas en las puntas de las pértigas. Cada soldado tendría que llevar una pértiga mientras viajara, colgando equipo en ella si era necesario. Cuando fueran llamados al combate, tendrían que unir las puntas de lanza a las pértigas y crear un muro de lanzas inclinadas con los extremos de las pértigas firmemente plantados en el suelo. Rakel les aseguró que por muy bien adiestrado que estuviera, ningún caballo sería capaz de abrir una brecha en semejante línea de acero. Después les hizo una demostración lanzando un corcel de guerra contra la línea de lanzas. El caballo hundió las cuatro pezuñas en el suelo, y Rakel salió despedida de la silla de montar para acabar chocando con la tierra fangosa. Para gran asombro suyo, y de todos los demás, veinte combatientes fueron corriendo hacia ella para ayudarla a incorporarse. Todo el mundo se echó a reír, y el cemento invisible que unía al ejército se volvió más sólido que nunca.

Hubo más cambios. Cada combatiente debía llevar un arco, corto o largo. Rakel opinaba que las ballestas eran demasiado lentas y pesadas, y las hizo desaparecer en una hoguera. Todos los soldados debían llevar un escudo a menos que pudieran demostrar que resultaban más efectivos sin él, como ocurría con los hacheros, y a esos combatientes especializados se les asignó un compañero para que los protegiese mientras se abrían paso a través de filas de enemigos imaginarios. Señales de cuerno sencillas para indicar el avance, la retirada, la carga y otras maniobras fueron creadas, aprendidas de memoria y puestas a prueba en hora tras hora de prácticas y adiestramiento. Cuando las compañías estuvieron lo suficientemente entrenadas, Rakel hizo que practicaran las maniobras todas a la vez y se enfrentaran unas a otras, y la competición, las pullas y las fanfarronadas impulsaron a los hombres y las mujeres a superarse y luchar mejor que nunca.

Rakel examinó la cincuentena de monturas que había en el campamento, escogió varias sin importarle a quién pertenecían, y creó un cuerpo de caballería. Los cuatro jinetes del desierto, tres hombres y una mujer que estaban aprendiendo lentamente el lenguaje local y que tenían como portavoz a un bizco llamado Rabi, fueron a parar a él. Para el resto de monturas, Rakel escogió a dos hombres y una mujer que demostraron ser buenos jinetes y los equipó con botas y sables. Para obtener más jinetes, le robó a Bardo dos exploradores, Channa y Givon, y los sustituyó poniendo al servicio del paladín a Holleb, el centauro. Helki, su esposa, fue convertida en capitana de caballería. Helki, tan aparatosamente sentimental como siempre, fue corriendo en busca de Gaviota para contarle entre sollozos que había sido separada de su amado, pero Gaviota se negó a revocar las órdenes de Rakel. La fuerza de caballería recibió escarapelas y brazales amarillos, y decidieron llevarlos largos para que ondularan impulsados por el viento que creaban al galopar. Acostumbrada a la disciplina militar, Helki se mordió los labios y entrenó a su pequeña tropa durante todo el día y la mitad de la noche, hasta que fueron capaces de cargar y girar en una formación tan unida e impecable como la de una bandada de estorninos.

Bardo y los cuatro exploradores restantes, a los que se había unido Holleb, no recibieron ningún uniforme especial, pues tendrían que confundirse con el bosque. Rakel les ordenó que cosieran plumas negras en un hombro de sus ropas, y se les dijo que eran el signo del cuervo. De hecho, Rakel sólo quería que tuvieran algo especial de lo que poder presumir, pues las distintas unidades del ejército habían desarrollado toda una serie de amistosas rivalidades que Rakel sabía en el fondo sólo servían para reforzar aún más la unidad.

Como nuevo incentivo, Rakel creó una escala de paga basada en el reparto del botín. Gaviota se había limitado a permitir que el botín fuera dividido en partes iguales..., cuando había algún botín que repartir. Rakel cambió todo eso. Los reclutas recibían una porción al día; los veteranos dos o tres, dependiendo de los años de servicio; los capitanes cinco; la comandante diez; y Gaviota, como general, quince. Cuando Gaviota protestó diciendo que no necesitaba tanto botín, Rakel le explicó sus motivos. Los soldados eran perezosos por naturaleza y necesitaban metas, aunque fuesen modestas. Si un soldado obtenía la misma paga que un sargento o un capitán, había muy pocos incentivos para buscar el ascenso y distinguirse en la campaña con el fin de ser nombrado oficial. Gaviota, que no había tenido ningún contacto con lo militar, no tuvo más remedio que estar de acuerdo con ella, pues los soldados empezaron a presentarse para ofrecer habilidades de las que no habían hablado hasta entonces. Pero nadie se quejó de que toda aquella «paga» tan extravagante existiera principalmente sobre el papel, pues aquel embrión de ejército solía pasar meses sin ver ninguna moneda.

Rakel fue más allá. Explicó a Donahue, que se había convertido en el furriel, y a Gaviota, que había dos aspectos a considerar en la guerra: la logística y la táctica. La táctica giraba en torno al combate: cómo encontrar al enemigo, cómo enfrentarse a él y destruirlo, cómo aprovechar la victoria... La logística cubría las mil tareas que debían llevarse a cabo para mantener aprovisionado a un ejército con el fin de que pudiera combatir, y asegurar que no le faltara comida, tiendas, flechas o golosinas. Donahue, sintiéndose en la gloria al tener tantas cifras con las que hacer malabarismos, reclutó a tres seguidores del campamento que sabían escribir y tenían conocimientos de aritmética para que se encargaran del control de los suministros, y también formó partidas de cazadores y grupos de recolectores del bosque para que se encargaran de traer caza y forraje.

Una semana después, el campamento estaba impecable y ordenado, limpio y sano, y rebosante de comida y camaradería. La gente sólo hablaba de las ideas, las dotes y capacidades de Rakel, y de las nuevas ideas que podían proponer. Todos juraban que nunca habían visto nada parecido a aquello, y que Rakel era una auténtica hacedora de prodigios.

Pero Gaviota, que la abrazaba sobre sus mantas por la noche, sabía hasta qué punto podía llegar a ser frágil y solemne aquella mujer. A veces Rakel se echaba a llorar sin que hubiese ninguna razón que el leñador pudiera discernir, y después se negaba a darle respuestas o pistas.

Salvo en una ocasión. Rakel, consumida por el agotamiento, le preguntó cuántos días faltaban para que la Luna de las Neblinas estuviera llena.

—¿Por qué te preocupa eso? —preguntó Gaviota—. ¿Hay alguna cita a la que no puedas faltar? ¿O acaso el haber puesto en forma al ejército para cierta fecha es una meta particular que te has marcado?

—Responde a mi pregunta —replicó Rakel con un suspiro—. ¿Cuántos días faltan?

Gaviota fue hasta la entrada de la tienda, asomó la cabeza al exterior y contó con los dedos.

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