Bruja blanca, magia negra (39 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Me quité la bufanda y me bajé la cremallera del abrigo, pero todavía no había conseguido desprenderme del frío invernal, y me lo dejé puesto. Mis ojos se movían de un lado a otro mientras seguía a Ivy hacia el hogar. A la derecha de la chimenea, una de las puertas que conducían hacia lo que en otros tiempos había sido un comedor privado estaba abierta; pude ver una alfombra y parte de una cama en el lugar donde antiguamente se erguía una enorme mesa. Un vampiro de seguridad cerró la puerta con despreocupación al pasar por delante, y supuse que la habían convertido en una habitación para invitados. El suelo estaba rayado en las zonas en las que antiguamente el tráfico era mayor y los apliques de luz seguían estando a una distancia similar a la longitud de una mesa, pero aquella estancia tenía el aspecto de una sala de estar, enorme, de techos bajos, decorada al estilo del norte, con sus muebles de madera redondeada y sus paneles oscuros.

Cormel había elegido una silla e Ivy se había acomodado en el sofá que estaba delante del fuego. Pensando que iban a juzgar el lugar en el que me sentaba, lo hice cuidadosamente junto a Ivy, no demasiado cerca de ella, pero sin que tampoco pareciera que me apretujaba en la esquina.

El vampiro no muerto esbozó una sonrisa ladeada e, inclinándose hacia delante, se frotó las manos y alzó las palmas delante del fuego como si tuviera frío. ¡Maldición! Era muy bueno.

Me sentía fuera de lugar con el abrigo puesto, así que me lo quité y descubrí que la temperatura era muy agradable. Rynn había hecho un gesto a uno de sus empleados para que se acercara e Ivy le estaba dando todos mis datos personales para que solicitara la baja voluntaria. Estaba empezando a notar el calor suficiente para prestar atención cuando Jenks bajó volando por las escaleras despidiendo una estela de polvo dorado que revelaba que se sentía satisfecho.

—No tendrás que preocuparte por la policía durante un tiempo —dijo mientras se desenrollaba la ropa invernal y dejaba al descubierto el ajustado traje negro que llevaba debajo—. Tiene a cinco vampiros encargados de la seguridad: los tres que vinieron con nosotros más los dos que estaban aquí. Incluso, por la forma en que lanza los cuchillos, no me extrañaría que la mujer de la cocina también fuera miembro del equipo de seguridad.

—Gracias, Jenks —dije, consciente de que no me lo decía solo porque estuviera preocupado por la AFI o por la SI, sino para dar a entender a nuestro anfitrión que no éramos estúpidos y que controlábamos la situación.

—Cormel tiene un equipo de seguridad excelente —aseguró, añadiendo más tela azul con su traje de invierno, Jenks se unió al brazo del sofá—. Profesional. El equipamiento es nuevo y no confundas las sonrisas que ves con compasión en una situación de estrés.

—Ya lo he pillado —dije, y luego alcé la vista cuando el asistente de Cormel asintió con la cabeza y se marchó.

—Adoro la cinta roja —intervino Cormel reclinándose sobre el respaldo con expresión complacida— atada con un nudo gordiano. —Me quedé mirándolo fijamente y añadió—: Cualquier nudo puede cortarse con una espada lo bastante grande. Tendrás lo que necesitas en diez minutos.

Jenks se alzó unos tres centímetros y descendió de golpe cuando el tipo con el cuello destrozado que nos había traído hasta allí entró con una botella de vino blanco abierta. Tomé mi copa, prometiéndome que no bebería, pero cuando Cormel se puso en pie, supe que iba a hacer un brindis.

—¡Por la inmortalidad! —exclamó en un tono que casi sonaba desesperado—. Para algunos, una carga; para otros, una alegría. ¡Brindo por las largas vidas y los largos amores!

Todos nos llevamos las copas a los labios y Jenks murmuró:

—Y porque los mujeriegos la tengan aún más larga.

Me atraganté, y Jenks se elevó sobre una brillante columna de risas.

Ivy lo había oído, y se inclinó hacia atrás con una mirada severa en su rostro, pero Cormel seguía en pie y di un respingo cuando una de sus manos se posó sobre mi hombro y la otra me quitó la copa mientras tosía como una condenada.

—¿Quieres un vino más suave? —preguntó solícito dejándola sobre la mesa—. Perdóname. Todavía estás convaleciente. Jeff, trae un vino más dulce —dijo, y yo agité la mano a modo de protesta.

—No hace falta —acerté a decir—. Se me ha ido por el conducto equivocado. Eso es todo.

Ivy descruzó las piernas y bebió otro trago.

—¿Necesitas esperar en el coche, Jenks?

A través de las lágrimas que se acumulaban en mis ojos, vi que el pixie esbozaba una sonrisa burlona. Debía de estar más roja que el almohadón con el que me hubiera gustado pegarle. Siguiendo sus movimientos hasta la cálida repisa y lejos de mi alcance, tomé otro trago para aclararme la garganta. El vino era magnífico, y mi promesa de evitarlo se vio mitigada por la convicción de que probablemente jamás podría permitirme una botella como aquella. Además, una sola copa bebida a pequeños sorbos no me haría daño…

Ivy dejó su copa y se acercó al fuego para arreglarlo, lo que dejó un amplio espacio entre Rynn Cormel y yo.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte a pasar la mañana? —preguntó a través del sofá vacío—. Me sobra de todo menos compañía.

—Solo cenar, Rynn —dijo Ivy. Su silueta contrastaba enormemente con la luz del fuego y, cuando bajó la mano pasando muy cerca de Jenks, este alzó el vuelo mascullando blasfemias—. Has dicho que sabías quién mató a Kisten. ¿Se trata de alguien cuya ausencia se notaría? —quiso saber.

En realidad, lo que estaba preguntando es si podía reclamar que pagara con su vida, y reprimí un escalofrío al darme cuenta de lo profundo que era su dolor.

Cormel dejó escapar un suspiro, aunque no necesitaba respirar, sino hablar.

—No es que sepa quién lo mató, sino que sé quién no lo hizo. —Ivy abrió la boca para protestar y el vampiro alzó una mano para que esperara—. Piscary no debía ningún favor a nadie —explicó Cormel—. No había tenido contacto con ningún vampiro de fuera de la ciudad, de manera que debe de tratarse de un nativo de Cincy, y probablemente siga aquí.

Al ver su preocupación paternal, algo en mí saltó.

—Como tú —le solté a bocajarro—. Tal vez fuiste tú.

Jenks chasqueó las alas a modo de nerviosa advertencia, pero el vampiro no muerto sonrió y apenas dejó entrever un leve atisbo de temblor en un párpado que delataba su enfado.

—Tengo entendido que estás empezando a recordar algunas cosas —afirmó con rotundidad, consiguiendo que mi bravuconada se desvaneciera por completo—. Y dime, ¿mi olor te resulta familiar? No te olvidarías de mí si te hubiera inmovilizado contra la pared. —Su mirada se endureció—. Lo sé.

Volví a respirar cuando se giró hacia Ivy, con su caparazón de humanidad de vuelta a su lugar.

—Tú has estado en el barco, Ivy —dijo con voz dulce—. ¿Alguna vez he estado allí?

Ivy estaba tensa, pero negó con la cabeza.

No argüí que podría haber enviado a alguien para que lo hiciera porque los vampiros no trabajaban así. Si Kisten hubiera sido un regalo para Cormel, lo habría aceptado sin pensárselo dos veces y no tendría ningún inconveniente en admitirlo. Estaba cenando con un jodido animal, así que incliné la cabeza con un falso gesto de arrepentimiento y dije en voz baja:

—Disculpa. Tenía que preguntar.

—Lo entiendo. No me has ofendido.

Aquello empezaba a provocarme náuseas. Todos estábamos fingiendo. Bueno, al menos Cormel y yo. Es posible que Ivy todavía estuviera viviendo la mentira. Le sonreí y Cormel me devolvió la sonrisa; encarnó la viva imagen de la elegancia y la comprensión cuando se adelantó a llenarme la copa de vino, yo me incliné a mi vez para aceptarla.

—A excepción de mí —dijo mientras se retiraba e Ivy se relajaba—, no ha entrado en la ciudad ningún otro político poderoso, ni ninguno que buscara ascender en la escala de lo que cabría esperar cuando un maestro vampírico muere definitivamente. Nadie tiene más poder del que debería, lo que no sería el caso si Piscary hubiera mostrado preferencia por alguien. —En ese momento tomó un trago, considerando el sabor, o quizás lo que estaba a punto de decir—. Mucha gente estaba en deuda con Piscary, pero él no le debía nada a nadie.

Ivy regresó del fuego en silencio. No habíamos descubierto nada nuevo y estaba empezando a preguntarme si la muerte de Kisten no sería otra más de sus «jodidas lecciones vitales». Al verla juguetear nerviosamente con movimientos tan sutiles que solo Jenks o yo éramos capaces de reconocer, esperé que no fuera así. En ese caso, es posible que desenterrara al cabrón de Piscary y volviera a clavarle una estaca. Después haría un collar con sus dientes y patitos de baño con sus cojones resecos…

—Lo conozco —dijo Ivy buscando alguna traza de esperanza a la que aferrarse—. El problema es que no consigo ubicarlo.

—¿Tienes algún nombre? —preguntó Cormel.

Podía oír una leve actividad en la cocina, y Jenks se fue volando para investigar.

—No. El olor es demasiado viejo y no es exactamente el mismo. Es como si hubiera estado vivo cuando lo conocí y ahora estuviese muerto. O tal vez un importante cambio en su estatus le haya hecho cambiar de dieta y, en consecuencia, su olor. —En ese momento alzó la cabeza y nos permitió ver que tenía los ojos rojos—. Tal vez intentó disimular su olor para que no pudiera reconocerlo.

Cormel agitó la mano con expresión iracunda como si desechara la posibilidad.

—Entonces no tienes nada —sentenció sin bajar la mano para inducirla a sentarse de nuevo—. Estoy seguro de que la respuesta está aquí, pero he agotado todas mis pistas. Está claro que no he preguntando a la persona correcta. Sin embargo, tú podrías hacerlo.

Ivy exhaló intentando recobrar la compostura.

—¿Y quién es la persona correcta? —preguntó asiendo la mano con la que la agarraba y sentándose.

—Skimmer —dijo Cormel, y yo alcé la vista de golpe—. Conoce todos los secretos políticos de Piscary. Abogados… —El vampiro suspiró de forma elocuente.

—Skimmer está en la cárcel —dijo Jenks volviendo hacia el fuego apresuradamente—. No accederá a ver a Ivy.

Ivy bajó la cabeza con el ceño fruncido. El rechazo de Skimmer la tenía destrozada.

—Es posible que acceda a verte si Rachel te acompaña —sugirió Rynn Cormel, y la esperanza de una posibilidad suavizó el gesto de Ivy. Mi boca, en cambio, se secó.

—¿Crees que cambiaría algo? —pregunté.

Él se encogió de hombros mientras bebía un trago de vino.

—No quiere que Ivy vea cómo ha fracasado, pero espero que tenga algunas cosas que hablar contigo.

Jenks emitió un silbido al inspirar, pero Rynn tenía razón. El rostro de Ivy mostraba la esperanza de que Skimmer quisiera hablar con ella, y aparté a un lado la aversión que sentía por la pequeña y peligrosa vampiresa. Por Ivy. Hablaría con ella por Ivy.
Y para averiguar quién mató a Kisten
.

—Merece la pena intentarlo —dije, pensando que entrar allí con un aura tan débil no era la mejor idea del mundo.

Cormel agitó los pies inquieto. Había sido un gesto muy sutil, y quizás ni siquiera sabía que lo había hecho, pero yo lo vi, y también Jenks.

—Bien —dijo, como si todo estuviera decidido—, creo que están trayéndonos un poco de sushi.

Sus palabras debían de ser una señal, pues las puertas de la cocina se abrieron de inmediato y Jeff y otro vampiro, con un delantal, entraron portando bandejas. Jenks agitó las alas con un resplandor, sin moverse del brazo del sofá.

—No sabía que te gustara el sushi —dije.

—Y no me gusta, pero una de las salsas para mojar lleva miel.

—Jeeeeenks —le advertí, mientras Cormel e Ivy hacían un hueco en la mesa de centro que había ante el fuego.

—¿Queeeé? —se quejó, disminuyendo la velocidad de las alas hasta que casi pude ver el esparadrapo rojo—. No pensaba probarla. Iba a coger un poco para llevársela a Matalina. Le ayuda a dormir mejor.

Al ver el atisbo de preocupación en sus ojos, decidí creerle.

Las bandejas tenían un aspecto fantástico y, alegrándome de haber dicho que sí a la invitación a cenar, tomé mis palillos complacida de no tener que romper la madera para utilizarlos. Parecían caros. Los únicos que teníamos en casa eran los que nos sobraban de cuando pedíamos comida china a domicilio.

Observé a Ivy, que manejaba los palillos con la destreza de alguien que se hubiera pasado la vida haciéndolo y, con lo que parecían las extensiones de sus dedos, tomaba tres pedazos diferentes de sashimi y varios rollos con crema de queso y un pescado que debía de ser atún. Al recordar nuestra desastrosa primera cena como compañeras de piso, bajé la vista y puse unos cuantos trozos en mi plato a los que añadí un montón de jengibre. Jenks se quedó suspendido sobre una salsa de color ámbar y puse un poco en mi plato; se la señalé con los palillos para asegurarme de que sabía que era para él, aunque no imaginaba cómo iba a llevársela a casa.

Para cuando Ivy y yo nos retiramos con los platos servidos, Cormel seguía poniéndose salsas.

—Me alegro mucho de que hayáis decidido quedaros —comentó mientras se movía con la espeluznante velocidad vampírica y ponía tres trozos en su plato—. El sushi, cuando estás solo, no es lo mismo. No se llega a captar la variedad.

Ivy estaba sonriendo, pero la demostración de velocidad vampírica me tenía con los nervios de punta. No necesitaba que me recordara que era más fuerte que yo. Y no necesitaba comer. Y el hecho de que estuviera haciéndolo en cierto modo me molestaba.

—Me encanta el sushi —comenté. No quería que se diera cuenta de que me estaba sacando de quicio—. Desde que era niña.

—¿Ah, sí? —Cormel se puso un trozo en la boca y empezó a masticarlo—. Estoy sorprendido.

—Tenía ocho años —dije cogiendo una lámina de jengibre y disfrutando del gusto dulzón—. Creía que estaba muriéndome. Bueno, así era, y lo que no sabía era que me iba a poner mejor. A mi hermano se le metió entre ceja y ceja que tenía que hacer de todo. Lo convirtió en su objetivo un verano.

Mis intentos por coger un rollo se ralentizaron cuando pensé en la niña del hospital y en la forma en que me miraba. Debía regresar y decirle que la esperanza era real. Si yo había sobrevivido, ella también podría hacerlo. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.

—Todavía lo estás, ¿sabes? —dijo Cormel, dejándome estupefacta.

—¿Muriéndome? —barboté. Él se echó a reír e Ivy esbozó una tenue sonrisa, sin apreciar la broma.

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